Ecumenismo de vida: Humildad, respeto y pasión Reunión de pastores: ovejas con vida

Reunión de pastores: ovejas con vida
Reunión de pastores: ovejas con vida Jose Moreno Losada

El sermón de un pastor evangélico. Entre los actos alrededor del octavario de oración por la unidad de los cristianos, tuve la experiencia de compartir una oración ecuménica profunda y llena de vida en el convento de las clarisas de Zafra. Lo singular de aquel acto, no fue la gran afluencia de fieles -muy participativos-, ni la preparación de la liturgia -muy cuidada- , ni siquiera la presencia de las religiosas contempaltivas - siempre referentes orantes- , lo que más me llamó la atención fue la relación entre los pastores, Neil -pastor evangélico-, Juan Francisco, José Ángel -Sacerdotes católicos-. Entre ellos una relación de fe y de ministerio compartido en torno a la palabra y la vida. Fue Neil Rees quien hizo la reflexión central. Normalmente él escucha la palabra en la comunidad católica, incluso participa en la comunidad católica, en un grupo de adultos que hacen lectura creyente. Su formación es muy rica y su planeamiento de encuentro con Cristo y la comunidad también. Sentí que su sermón era de unidad y comunión total y reflejaba su modo de estar y servir a la palabra y a las comunidades. Aquí os lo sirvo para vuestra reflexión y oración. Es un gozo encontrarnos en caminos de verdad y de vida en esperanza de mayor unidad.

Celebracion
“¿Crees porque has visto?” preguntó Jesús a Tomás (Jn.20,29), añadiendo “Dichosos los que crean sin haber visto”.

Lo que nos une: el encuentro con el Señor

“Dichosos los que crean sin haber visto” — En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, nos reunimos alrededor de una experiencia que tenemos en común — haber creído sin haber visto. Marta recibió aquella promesa de que también resucitaría al encontrarse con el Señor Jesús antes de su pasión y resurrección. Tomás tuvo el privilegio de verle después. A nosotros nos ha tocado un encuentro en el corazón.

Pero es esto lo que nos une como cristianos — el haber tenido un encuentro con Jesús, haber escuchado la voz de Dios en lo más profundo de nuestro ser que nos dice “Levántate y sígueme”, y haber tomado pasos para seguir al Maestro. Una vivencia en común es lo que hace la iglesia lo que es — personas con una experiencia real de Jesucristo. No son las obras valiosas que nacen de este encuentro, ni las tradiciones que desarrollamos; el corazón de nuestro evangelio se encuentra en una experiencia íntima, personal y real del Señor Jesucristo.

Por supuesto, a partir de ahí cada uno empieza su propia aventura de fe y discipulado. Quizás todavía hoy vives con la misma pasión por seguirle al Señor que en este primer encuentro. Pero con el tiempo, con frecuencia nuestra fe llega a centrarse en las formas y prácticas que se han desarrollado en nuestras comunidades. ¡Qué fácil es entonces empezar a tratar con desconfianza, por no decir hostilidad, a aquellos cuyas expresiones de culto a Dios difieren de las nuestras!

Lo que nos separa y lo que nos iguala: cristianos

Unidad

Quizás sea natural — como seres humanos, nos suelen caer bien los que son parecidos a nosotros, mientras que todo lo distinto nos crea miedo o rechazo. En las iglesias, ciertamente no somos inmunes a esta realidad que nos ha plagado a través de los 2000 años casi que ha estado la iglesia en la tierra. Siempre ha existido la desunión — en las primeras décadas entre gentiles y judíos, entre “bárbaros” y “civilizados”, para luego seguir entre todas las distintas ramas que han surgido a través de los años hasta nuestros días.

Aun reconociendo nuestra realidad histórica y actual, no podemos olvidarnos de que en primer lugar somos, sencillamente, cristianos. De allí la importancia de estar dispuestos a celebrar nuestra unidad alrededor de lo esencial — nuestra experiencia del Señor Jesucristo. Porque bien dijo el apóstol Pablo en la carta a los Efesios que solo hay un espíritu, una única esperanza, solo un Señor, nada más que una fe y un solo bautismo, porque solo hay un Dios y padre de todos. Si no somos capaces de dejar que la unidad de nuestra fe conquiste nuestras diferencias, ¿cómo esperamos demostrar a los que nos observan que Cristo es real? Nunca será por tener la doctrina perfecta, ni las tradiciones más antiguas, sino, como Cristo dijo, será por el amor que somos capaces de demostrar el uno al otro.

Claves para el camino ecuménico de base

Por difícil qua nos parezca, debe caracterizar las relaciones entre nuestras confesiones una unidad palpable. Aunque no se alcance a nivel institucional, con toda seguridad sí puede desarrollarse entre individuos y a nivel de nuestras distintas comunidades. Con este fin, permítanme sugerir tres actitudes que nos pueden ayudar.

Humildad

Empecemos con la humildad. En el diálogo religioso es normal que cada uno tengamos nuestras convicciones. No buscamos ser idénticos, igualitos en todo lo que pensamos o hacemos. Solo hay que mirar la belleza de la creación — nuestras dehesas extremeñas, por ejemplo, salpicadas de flores de todos los colores esparcidas sobre un magnífico fondo verde —  para darse cuenta de que a Dios le encanta la diversidad. Como una vidriera de colores que embellece la luz del sol que ilumina el interior de una catedral, la diversidad que manifestamos como cristianos revela la anchura del amor de Dios.

La humildad no nos exige deshacernos de nuestras convicciones, pero sí reconocer que no somos dueños de la verdad. Como dijo San Pablo a los creyentes de Corinto, que tantos problemos de discordia tenían, “el que cree que conoce todavía no conoce como debe” (1 Cor.8,2). Si es verdad que con el tiempo maduramos, y que hoy quizás no piense como pensaba hace veinte años, ¿por qué nos cuesta tanto admitir que un hermano que piensa de forma distinta o tenga otras prácticas quizás tenga razón? ¿Por qué sentimos la necesidad de atacar a otros para sentirnos más seguros de nosotros mismos?

El respeto

En segundo lugar, de la humildad nace el respeto. Comenzamos con la humildad — tener un pensamiento adecuado hacia nosotros mismos —, al que añadimos un pensamiento adecuado hacia los demás — el respeto. ¿Quién soy yo para juzgar a otro, una persona que tiene la misma entrega a Cristo que yo, que lee las mismas escrituras que yo, y en cuyo corazón se mueve el mismo espíritu que en mí? Que siga a Cristo en el seno de otra tradición o que tenga una práctica cristiana distinta de la mía no me autoriza a descalificarle. Más bien, su profesión de fe en el mismo Cristo me invita a acercarme con respeto y a abrirme a aprender de su experiencia de Dios. Es en este acercamiento con respeto que empiezan a caerse las caricaturas y los muros de desconocimiento que habíamos construido. El respeto nos permite ver al otro como es y apreciar lo que aporta al mundo y a nuestra vida.

Con pasión

Y finalmente, pasión. En nuestras iglesias a veces pecamos de ser unos aburridos, de limitar nuestra fe a seguir unas cuantas normas, cumplir unos deberes o vivir según lo que imaginamos que los demás esperan de nosotros. La fe se vive con pasión. El evangelio nos invita a abrazar una fe que arde en el corazón, que nos mueve a la acción, más que nada al amor — al amor hacia Dios nuestro creador en primer lugar, y el uno por el otro, pasando por todos los que no se dejan ver entre las cuatro paredes de nuestras capillas. El evangelio no es solo para nosotros, es para los que están fuera, y cuando vivamos nuestra fe a conciencia y con pasión, quizás vean la esperanza que tenemos en Cristo y lo busquen también. Cuando, como dijo Pablo a los Gálatas, lo único que importa es “la fe que se expresa por amor” — cuando esto sea lo más importante en nuestra vida, quizás encontremos una unidad cristiana, ya no alrededor de dogmas o tradiciones sino alrededor de la realidad de una fe vivida con pasión por Jesús y su mensaje del reino de Dios.

Que Dios nos ayude a actuar de forma que sea haga realidad su propia oración de que seamos uno, un pueblo marcado por la humildad, el respeto, y la pasión.

Neil Rees, Zafra, enero de 2025

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