La pregunta ineludible Michael Moore: "A lo largo de toda la revelación se nos plantea una única pregunta importante: ¿qué has hecho con tu hermano?"

El juicio final
El juicio final

* La parábola que Mateo pone en labios de Jesús creo que resume muy bien lo nuclear de la propuesta jesuánica del reino: la praxis de misericordia ante las diversas formas de sufrimiento.

* La necesidad de responder ante el dolor urgente de quien yace al costado de mi camino no queda supeditada a ninguna excusa posible… por más “religiosa” que sea

* Ya no es Dios el llamado a evitar el sufrimiento del hombre, sino que el hombre es el convocado a evitar el dolor de Dios en la historia

* El texto de Mt 25,31-46, nos invita a repensar los “lugares” donde buscamos a Dios. Quizá quepa también aquí aplicar el texto de UR 11 para ensayar una jerarquización de esos lugares

Al menos a mí, como al poeta, “No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido, / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte”. Porque de juicio final, cielo e infierno trata el conocido texto de Mt 25, 31-46 que ofrece la liturgia de la iglesia a la contemplación de los creyentes, cerrando el tiempo ordinario durante el año. Me mueve y me interesa, más bien, pensar qué estoy haciendo con el don de la vida en esta vida; me preocupan los “juicios intermedios” que voy enfrentando cada día, y si estoy ayudando a aliviar el infierno que viven otros en esta tierra, ofreciéndoles un poquito de cielo.

La parábola que Mateo pone en labios de Jesús creo que resume muy bien lo nuclear de la propuesta jesuánica del reino: la praxis de misericordia ante las diversas formas de sufrimiento. Para no seguir creyendo como niños y caminar hacia la madurez creyente (cf. 1Co 13,11), debemos preguntarnos una y otra vez en nuestro itinerario qué es lo importante, lo imprescindible, lo innegociable de nuestra fe. Porque no todo lo mucho que conforma nuestro acervo cristiano debería ocuparnos y preocuparnos con igual seriedad: como afirma el Concilio Vaticano II, existe una jerarquía de verdades (cf. UR 11). De hecho, creo que lo más interesante de esta parábola es que traduce esa jerarquía en la única pregunta que nos será hecha en el último cara a cara con Dios: ¿qué has hecho con tu hermano (sufriente)? Y esta pregunta, que reaparece al final de los tiempos (de mi tiempo) ya se nos plantea en los orígenes míticos de la humanidad cuando, frente al fratricidio de Caín sobre Abel, Yahvé lo (nos) interpela ¿dónde está tu hermano? ¿qué has hecho con él? (cf. Gn 4, 9-10).

Abel y Caín

Una misma pregunta que parece ser la única importante en toda la historia de salvación. No se nos preguntará -y me remito al texto- acerca de la cantidad y calidad de nuestras oraciones, santas misas, peregrinaciones, penitencias, apologías de la fe ni libros de teología escritos o digeridos. Por eso, repito, este texto nos plantea qué concebimos como esencial en nuestra vida de cristiano. Se podría iluminar este planteo con aquella exhortación/súplica que Jesús toma del profeta Oseas: “¡misericordia quiero y no sacrificios!” (cf. Os 6,6; Mt 9,13; 12,7) y que apunta, a mi modo de entender, a dos modos distintos de concebir y vivir la religión (la relación con Dios y con el otro): una que se vive con el corazón volcado hacia los miserables (cor-miser) y la otra centrada en el culto y las leyes. La parábola del buen samaritano lo grafica magistralmente (cf. Lc 10, 30-37). Y recordemos que Jesús la pronuncia cuando se le pregunta acerca de lo esencial para alcanzar la vida eterna (cf. Lc 10, 25). La necesidad de responder ante el dolor urgente de quien yace al costado de mi camino no queda supeditada a ninguna excusa posible… por más “religiosa” que sea: el sacerdote y el levita no quedan justificados, porque no tienen justificativos válidos (a los ojos de Dios, a menos). Ambos llegaron -puntualmente- al Templo… pero estaba vacío, porque Aquel a quien buscaban, yacía, agonizando, al borde del camino.

Rupnik-buen samaritano

En efecto, en el v.40 del texto de Mateo se nos revela el fundamento teologal del juicio: “a mí me lo hicieron”, dice el Hijo del Hombre. Hay, por tanto, una identificación, me animo a decir, más que sacramental entre Jesús y el sufriente. El texto no dice “es como si me lo hubieran hecho a mí”, sino que es mucho más taxativo: a mí me lo hicieron (v.40) y a mí no me lo hicieron (v.45). Y si acercamos la parábola mateana a la lucana, se nos ofrece otro nivel de lectura. Tradicionalmente, Jesús es interpretado como el buen samaritano que recorre los caminos consolando y sanando a los heridos. Pero, desde el texto de Mateo, también podemos afirmar que es Jesús quien -identificado con el asaltado- yace herido al costado de la historia y, por tanto, somos nosotros los que debemos “salvarlo” de la(s) muerte(s). Hay una suerte de prolongación vicaria de lo divino en lo humano-crucificado. Por tanto, ya no es Dios el llamado a evitar el sufrimiento del hombre, sino que el hombre es el convocado a evitar el dolor de Dios en la historia (J.I. González Faus). Y, por eso, la pregunta que solemos dirigir a Dios en medio del sufrimiento -¿por qué no haces algo?-, nos es devuelta desde lo alto: en nuestras manos está evitar el dolor del pobre que es el dolor de Dios en la historia. Quien tiene que entregar el vaso de agua, visitar al enfermo, consolar al desconsolado, incluir al excluido, es el hombre: Dios ha puesto la historia en nuestras manos y sólo interviene a través de la interpelación amorosa que invita, dejando el espacio de nuestra libertad para seguir de largo o detenerse para “perder el tiempo” en el camino (y ganar en eternidad).

Casaldaliga-mirada txt

Como ya he señalado en alguna otra ocasión, el texto de Mt 25,31-46, nos invita a repensar los “lugares” donde buscamos a Dios. Quizá quepa también aquí aplicar el texto de UR 11 para ensayar una jerarquización de esos lugares: Dios habla y se ofrece al encuentro en el libro de la naturaleza, en las Escrituras sagradas, en los signos de los tiempos, en los sacramentos, en la historia de los hombres y, de un modo peculiar, en el vulnerado y sufriente. Precisamente, según el pasaje bíblico comentado, en torno a esta última y única cuestión se nos examinará en el atardecer de la vida. Es la pregunta ineludible.

Cerrando el año litúrgico y acercándonos al final del año civil, vuelve pues a resonar, inquietante, en las paredes de la historia, la pregunta: ¿qué has hecho, qué estás haciendo con tu hermano? Cada uno de nosotros somos Abel y somos Caín, somos víctimas y victimarios, somos samaritanos y somos levitas. Pero, aun cuando nos sintamos del lado de los buenos, también se nos interpelará acerca de nuestra posible responsabilidad en la gestación y multiplicación de los Caínes que asolan nuestra sociedad, como lo escenifica agudamente Pedro Casaldáliga en un inquietante soneto titulado “Caín”:

Caín

Volver arriba