Sencillas por fuera, distinguidísimas por dentro

Están en el mundo pero no son de este mundo. Tocadas por el espíritu transmiten la alegría y la paz que llevan dentro. Son buenas madres y madres buenas. Buenas profesionales y profesionales buenas. Buenas personas.


Su presencia es poco ruidosa. Sin ánimo de destacar, de aparentar, ni de que les hagan reverencias o de que se vea y reconozca su influencia.

Sin necesidad de aparecer como la luz que brilla aparatosamente actúan de un modo nada ostentoso pero llegan a ser una referencia decisiva.

Con una habilidad increíble se mueven como de puntillas; de forma modesta y desinteresada. Pero su influencia nunca pasa desapercibida y, cuando se precisa, llega a ser determinante.

Predican sin predicar. No con palabras sino con el ejemplo, con la fuerza que atrapa, con la influencia compasiva de lo que hacen, con la plenitud del amor que brota de quien ha sabido escuchar a su corazón.

El interrogante existencial que acompaña la vida de todas las personas se ha manifestado, en ellas, en sed de infinito, en nostalgia de eternidad, en deseo de amor, en necesidad de luz y de verdad.

En su camino vital han descubierto que no se puede vivir sin esperanza pero no se puede vivir solo de la esperanza. Asumen, por ello que, en este mundo occidental en el que creemos tener de todo, hay muchas cosas que cambiar. Y quieren hacerlo empezando por ellas mismas. Con el deseo de renacer de las cenizas, ser camino de muerte y resurrección y mostrarse como testimonio de vida.


Su fe les está ayudando a asumir que de la cruz pasamos al gozo, de las afrentas a la alabanza, del pecado a la virtud. Y de ese modo, aspiran a convertirse en crucifijos vivientes.

Su fe les está contagiando del amor que lleva a mirar al otro con misericordia y a salir de ellas mismas para ir al encuentro del otro y tenderle la mano.

Aspiran a que su fe les ayude a explicitar el don del perdón en la rosa blanca no solo para el amigo sincero, sino también para quien en algún momento ha sido injusto y cruel con ellas.

Inspiradas en Pedro Poveda están aprendiendo a crecer por dentro, para estar más cerca de Dios; a poner a Dios en sus corazones, a mostrarlo en todas sus acciones, a que sea percibido como el secreto de su felicidad, a que contribuya a construir un mundo más justo y más humano. Y han aceptado su propuesta de tener a Dios en el corazón y estar con la cabeza y el corazón en el momento presente.

Han descubierto que la relación personal con ese ser que transforma nuestra actitud ante el mundo y la vida es más fácil reforzarla y hacerla madurar si se hace en comunidad.

Teresa, Toñi, Mercedes, Consolación y Pilar saben que Dios cuenta con ellas y, desde hoy, han sido bendecidas por el carisma de la Institución Teresiana. Desde ese carisma se plantan ante la vida convencidas de que no puede acabar lo que es eterno, ni puede tener fin la inmensidad.
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