Explóralos en el Prado y el Thyssen, ahora puedes Grandes museos reabiertos: 6 cuadros imprescindibles para una desescalada artística y espiritual
La reapertura, que ha llegado acompañada de aforos prudentes, señalética en los espacios y otras medidas contra el contagio, nos desafía a explorar sus tesoros culturales a otro ritmo
El menor número de visitantes y algunos aciertos en la recolocación de las obras pueden ayudar a disfrutar del arte con una actitud más relajada
Proponemos una selección sencilla, de solamente 6 cuadros del Museo Nacional del Prado y el Museo Thyssen-Bornemisza, para un reencuentro preciado y ‘espiritual’ con el museo
Proponemos una selección sencilla, de solamente 6 cuadros del Museo Nacional del Prado y el Museo Thyssen-Bornemisza, para un reencuentro preciado y ‘espiritual’ con el museo
Con la progresiva recuperación de la libertad de movimiento, los grandes museos de Madrid han puesto fin al confinamiento institucional. La reapertura, que ha llegado acompañada de aforos prudentes, señalética en los espacios y otras medidas contra el contagio, nos desafía a explorar sus tesoros culturales a otro ritmo. El menor número de visitantes y algunos aciertos en la recolocación de las obras pueden ayudar a disfrutar del arte con una actitud más relajada. Proponemos una selección sencilla, de solamente 6 cuadros pertenecientes al Museo Nacional del Prado y el Museo Thyssen-Bornemisza, para un reencuentro preciado y ‘espiritual’ con el museo.
Museo del Prado: un viaje insuperable por la pintura religiosa
La Anunciación, de Fra Angelico
Qué mejor cuadro para iniciar un viaje por la pintura religiosa de la pinacoteca madrileña que La Anunciación del Prado. Fra Angelico, que había ingresado en 1420 en el convento de Santo Domingo de Fiesole, cerca de Florencia, creó esta obra entre 1425 y 1426. De raíces góticas, la pintura del religioso en este momento (pleno escenario florentino del siglo XV) alcanza mucha de la modernidad renacentista.
Como explicó recientemente Carl Brandon Strehlke, comisario de Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia: “Angelico había podido pintar un fondo dorado, como hasta entonces correspondía a este tipo de pinturas, pero en vez de ello pintó una logia renacentista, un cielo azul y un jardín lleno de plantas y flores perfectamente identificables en la naturaleza, además de las figuras de Adán y Eva, que tienen expresión en las facciones. Incluso al pintar algo irreal, como son las alas de un ángel, les puso auténticas plumas de pavo real”.
Apodado “angélico” por Vasari, el fraile ya había creado paisajes de temática religiosa (Historias de los padres del desierto, por ejemplo), y seguiría consagrado a ello en tablas como Crucifixión con el cardenal Juan de Torquemada como donante o los luminosos frescos con los que decoró las paredes de las celdas de su convento de San Marcos.
El descendimiento, de Van der Weyden
En la nueva colocación, concebida por el museo para el reencuentro seguro de los visitantes con las piezas imprescindibles de la institución, La Anunciación se exhibe junto a este clásico flamenco: El descendimiento, de Rogier Van der Weyden. Como si la escena sucediera dentro de un sepulcro dorado, la obra, creada hacia hacia 1435, transmite una especie de claustrofobia al espectador, resaltada por los gestos de los personajes (como el del hombre subido a la escalera, que agacha la cabeza). Pero lo realmente sobrecogedor del cuadro es que no se trata solo de la bajada del cuerpo de Cristo de la cruz, sino del encuentro del hijo muerto con la madre. Por eso los brazos de la Virgen adquieren una postura paralela a los del crucificado: comparte su dolor. Un dolor que el artista ha subrayado con una sutileza técnica increíble, como se aprecia en el detalle del hilo de sangre, que recorre el cuerpo de Jesús atravesando los paños blancos de su cintura.
El lavatorio, de Tintoretto
Otra de las piezas emblemáticas del Prado siempre ha estado en su galería central: El lavatorio. Cuando Tintoretto lo pintó, entre 1548-1549, no solo estaba logrando un prodigio de la perspectiva (al otro lado de la iglesia que se contempla estaría una Última cena), sino que estaba ofreciendo una catequesis plástica. Que enseñaba que, para los cristianos, los últimos son los primeros. Por eso situó en primer plano a un perro (la lealtad a lo cotidiano) y al que le quita las calzas a su compañero: Jesús como el servidor entre los más pobres, que lavó los pies y compartió el pan.
Museo Thyssen: los peligros del hombre
Adán y Eva, de Hans Bandung Grien
Representados una y otra vez como padres del pecado original, Adán y Eva también tienen su lugar en el Museo Thyssen-Bornemisza, en la obra de 1531 de Han Bandung Grien. Pero este cuadro tiene mucho de irrepetible, por las posturas y miradas de la pareja, demasiado humanas para salir de personajes bíblicos. Reflejando los peligros del hombre, especie propensa a caer en tentaciones y también en tender trampas para que los otros caigan. En un paraíso terrenal verticalizado, porque lo que importa en él son los cuerpos de los protagonistas, Eva ha tomado la manzana y Adán la ha tomado a ella. En su espalda, la abraza y clava su mirada -muy lejos del comedimiento- en el espectador, que se sorprende de que ambos parezcan plácidamente conformes con el pecado que les expulsará de ese Paraíso.
Incluso la serpiente no tiene nada que hacer para llamar la atención al lado de esas dos cabezas pegadas, el orgullo de Eva y la astucia de Adán, que parece hasta adivinar que la Iglesia le librará de las culpas -a él y a su sexo-, para centrarlas siempre en Eva, y las evas de cada época histórica. Tal vez por eso también se ciña a ella de esa manera: algo le dice a Adán que su costilla dominará a Eva por mucho tiempo, a propósito de la omnipresencia del machismo
Sin título (Verde sobre morado), de Mark Rothko
Nacido en Rusia y criado en la lectura de textos religiosos y en la oración judía, Mark Rothko pintó esta obra en 1961, en Estados Unidos. Expresando el misterio con nubes de color en un siglo marcado por los fascismos y sus peligros (del exilio a la aniquilación), todos los cuadros de Rothko tienen una lectura espiritual. Además de por la fuerza emocional del cromatismo, algunos autores aseguran que sus piezas remiten, por las formas rectangulares, a las de una tumba. Transparentando los traumas de la guerra, la fragilidad humana, pero también su sentido de búsqueda.
En una conferencia en la que analizó este cuadro, el escritor José María Guelbenzu lo vinculó a una frase del Evangelio: ‘solo el que se pierde se hallará’. Sea como sea, Rothko amaba la música, el teatro, la mitología griega, los frescos de Angelico, la filosofía más enrevesada. Ahondó en el arte y el pensamiento para disipar las dudas existenciales y ahuyentar la soledad (era tendente a la depresión). Terminó por suicidarse, pero dejó en Houston su admirable capilla. Donde consiguió crear un ‘hogar’ para la experiencia óptica y espiritual, espacial y ecuménica.
En el óvalo claro, de Vassily Kandinsky
Igual que los órficos consideraban que el cuerpo aprisionaba el alma, Kandinsky liberó al arte de la obligación de representar algo más que la abstracción de formas y colores. Pero a cambio, paradójicamente, le propuesto el difícil reto de manifestar sentimientos y promover la espiritualidad (escribió De lo espiritual en el arte, lo mismo que Pequeños mundos y otras muchas obras).
En 1925, el mismo año en que terminó En el óvalo claro, el pintor ruso reflexionaba: “Quisiera que se comprendiera de una vez por todas qué hay detrás de mi pintura, y que no se limitasen a constatar que utilizo triángulos y círculos”. Convencido de educar a los pueblos a través del arte, para Kandinsky los colores por dentro eran palabras y sonidos y la paz había que buscarla ahí, escondida en la música, las letras o los trazos, porque el mundo estaba copado por dos grandes guerras mundiales. Amarillo, magenta, verde, azul, negro. En los colores primarios ondulaba la infancia y, en la geometría, todas las conexiones del universo.