La relación clave del monasterio benedictino con la historia de la lengua y la literatura castellanas Silos, para amantes de las letras
Como monje benedictino, el futuro santo Domingo pasó de la comunidad del monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja) al de Silos, en Burgos: de la cuna de las Glosas Emilianenses a las Silenses, primeros testimonios del castellano como lengua romance.
El monasterio llegó a tener casi 300 volúmenes en su biblioteca, además de un activo scriptorium.
Gerardo Diego le dedicó su famoso poema al ciprés de su claustro.
Gerardo Diego le dedicó su famoso poema al ciprés de su claustro.
Hacía un siglo que San Benito de Nursia había fundado la Regla en la abadía de Montecasino, cuando Domingo, el futuro Santo Domingo de Silos, nacía en tierras riojanas. Su biografía, escrita nada menos que por un imprescindible de la literatura española medieval, Gonzalo de Berceo, estaría estrechamente conectada a las letras en unos tiempos, el siglo XI, en los que la Iglesia atesoraba el saber en sus abadías.
Como monje benedictino, Domingo pasó de la comunidad del monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja) al de Silos, en Burgos. Un viaje que no puede pasar desapercibido a ningún amante de la lengua y la literatura castellanas, de las Glosas Emilianenses a las Glosas Silenses. Las Emilianenses, más antiguas y extensas, son el primer testimonio del castellano que se conserva; de la lengua romance que empezaba a asomar en los márgenes de los manuscritos en latín. Las Silenses, posiblemente contemporáneas a Santo Domingo de Silos, salieron del monasterio y del país con la desamortización, y España no las recuperó hasta 1992.
Se sabe que Domingo se hizo un sitio en el monasterio burgalés desde el que promocionó la cultura del libro. Los monjes de Silos trabajaron en el interior de un excelente scriptorium (o sala o estudio de copistas), en el que reproducían textos de manera artesanal, pues no existía la imprenta. Del mismo modo, los estudios señalan que el monasterio llegó a tener casi 300 volúmenes en la biblioteca que Santo Domingo impulsó. Hasta hay investigadores que han reconocido precedentes paralitúrgicos del teatro en este monasterio.
Si el anómimo glosador, el biógrafo de cuya pluma también salieron “Los milagros de Nuestra Señora” o cualquiera de los escribas monásticos que pisaron su piedra no convencen de la visita bibliófila al monasterio, queda recordar el poema de Gerardo Diego, que le cantó al ángelus, al silencio y especialmente a "El ciprés de Silos". O imaginar a Santo Domingo dentro de ese mismo claustro en 1063, asistiendo al traslado a León de los restos de San Isidoro de Sevilla. El que había sido etimólogo en época visigoda y actualmente es considerado patrón de los filólogos.
Una década después, en su monasterio, moría Domingo de Silos. El cobre esmaltado (con colores azules, verdes, turquesas) que se colocó en el siglo XII en el frontal de su sepulcro (hoy en el Museo de Burgos) demuestra que además de escribanos, en el Silos medieval también tuvieron que trabajar grandes maestros del metal.
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