Un icono de la Iglesia: las tejedoras que arroparon la Comisión de la Verdad en el día de la memoria y solidaridad con las víctimas La loca de la aguja
El 9 de abril, cuando en Colombia celebrábamos el día de la memoria y solidaridad con las víctimas, un grupo de mujeres“arroparon” con un manto hecho y bordado por ellas mismas, la fachada de la casa de la Comisión de la Verdad en Bogotá.
Vi en esas mujeres un icono de la Iglesia, me pareció que, en la vida de ellas, en lo que hacen y en lo que dicen, sucede el misterio eclesial más que en muchos templos y catedrales.
Veo palpable en esas tejedoras el misterio de la Iglesia, y es que en ella todo lo que hacemos, celebramos, oramos y creemos, es para tejer memoria del Crucificado, y esa memoria y la de las víctimas es una y la misma.
la misión de la Iglesia en este país que busca la paz: tejer la verdad, que en definitiva es el Evangelio de Cristo despedazado en tantas historias de dolor, y arropar con él a las víctimas.
Las tejedoras decían también que muchos que se creen cuerdos las llamaban “las locas de la aguja”,...Creo que así tenga que ser la Iglesia, también una “loca de la aguja”, nunca cansada de coser comunión
Veo palpable en esas tejedoras el misterio de la Iglesia, y es que en ella todo lo que hacemos, celebramos, oramos y creemos, es para tejer memoria del Crucificado, y esa memoria y la de las víctimas es una y la misma.
la misión de la Iglesia en este país que busca la paz: tejer la verdad, que en definitiva es el Evangelio de Cristo despedazado en tantas historias de dolor, y arropar con él a las víctimas.
Las tejedoras decían también que muchos que se creen cuerdos las llamaban “las locas de la aguja”,...Creo que así tenga que ser la Iglesia, también una “loca de la aguja”, nunca cansada de coser comunión
Las tejedoras decían también que muchos que se creen cuerdos las llamaban “las locas de la aguja”,...Creo que así tenga que ser la Iglesia, también una “loca de la aguja”, nunca cansada de coser comunión
| Jairo Alberto Franco Uribe
Esta semana, el 9 de abril, cuando en Colombia celebrábamos el día de la memoria y solidaridad con las víctimas, un grupo de mujeres, que representaban a otras muchas, “arroparon” con un manto hecho y bordado por ellas mismas, la fachada de la casa de la Comisión de la Verdad en Bogotá. Pude seguir el evento en el programa “Tejiendo la verdad” en las redes de la Comisión. Vi en esas mujeres un icono de la Iglesia, de lo que es y tendría que ser, en el mundo y en nuestro país, una comunidad reunida por Dios; me pareció que, en la vida de ellas, en lo que hacen y en lo que dicen, sucede el misterio eclesial más que en muchos templos y catedrales.
Ante todo, este interés por la memoria de las víctimas; a estas mujeres las reúne, en muchos costureros, el recuerdo de los que han padecido el conflicto armado, de los muertos, de los desaparecidos, de los torturados y mutilados, de los desplazados, de los que han perdido a seres queridos, de los que han sido forzados a dejar sus tierras. Esa memoria no es fácil, es peligrosa siempre, confusa muchas veces, amenazada de olvido, y es por esto por lo que ellas siguen haciendo un manto tan inmenso como la pasión y muerte de esta Colombia, y bordan en él, o mejor dibujan con hilos de colores, las historias que tenemos que recordar y esto porque tienen la fuerza para darnos salvación.
Aquí, en esto, veo palpable el misterio de la Iglesia, y es que en ella todo lo que hacemos, celebramos, oramos y creemos, es para tejer memoria del Crucificado, y esa memoria y la de las víctimas es una y la misma: nuestros muertos, como el muerto Jesús, son carne entregada de Cristo, su sangre es sangre derramada de Cristo, son resurrección. Una memoria que no tenga en unión sustancial a Cristo y a las víctimas es una memoria enferma, memoria sin Espíritu Santo.
A las mujeres que “arroparon” la Casa de la Comisión les preguntaron que qué sentían al tejer, y una de ellas, Virgelina, respondió con espontaneidad, - “¡pues un chuzón!” Y esto porque - “en cada puntada hay un dolor, hay una verdad” que se plasma en la tela y no se puede coser sin sufrirlo en carne propia. Y la misma señora dejaba claro que a los costureros podía ir cualquiera, no sólo ellas, y que la tarea era para los que se decidían a pegarse un “pinchazo” en la mano. Y seguían diciendo que valía la pena hacerlo, porque con ese manto podían abrazar a todas las víctimas, como una mamá que cubre con su vestido al pequeño que lleva en sus brazos, y darles seguridad y paz.
Esta explicación me revelaba la misión de la Iglesia en este país que busca la paz: tejer la verdad, que en definitiva es el Evangelio de Cristo despedazado en tantas historias de dolor, y arropar con él a las víctimas, y esto, claro está, no se hará sin chuzarse, sin pegarse pinchazos. Por lo visto, la madre Iglesia, como estas señoras, no puede andar en salones de belleza, pintándose las uñas y haciéndose la manicura, no tiene tiempo y lugar para maquillaje y autorreferencia, anda sí en los costureros, y teje sin cansarse, y se pega pinchazos, y, como lo explicaba Claudia, otra de las mujeres, - “junta pedazos de lo que está despedazado”, remienda relaciones, zurce reconciliaciones, teje lo social, y “arropa” a todos y todo, para que nada ni nadie se quede por fuera de su calor, ternura, seguridad y vida abundante.
Las tejedoras decían también que muchos que se creen cuerdos las llamaban “las locas de la aguja”, y esto porque, como decía Marina, ven su manto de memoria como un “retazo desgarrador” que es mejor ocultar y no poner a la luz, porque juzgan que recordar es demencia y peligro y que lo “políticamente correcto” es olvidar, porque se les hace que remendar este país y este mundo es pura quimera, porque desalentados opinan que aquí nada va a cambiar a puntadas de esperanza. Y ante estas críticas, las mujeres no se rinden y no dejan su aguja y hasta se ríen de ellas mismas, de ser tenidas por chifladas y con su fuerza, como dice también Claudia, - “con esa fuerza que tenemos en el útero”, siguen adelante y siguen tejiendo y esperan arropar de memoria de víctimas, de Evangelio según Colombia, todo este país y darle esperanza. Creo que así tenga que ser la Iglesia, también una “loca de la aguja”, nunca cansada de coser comunión con esa fuerza que lleva en sus entrañas, el Espíritu Santo.