"La vida se encuentra atravesada por la muerte y el sufrimiento" Invitación a la vida: celebrar la Pascua en pandemia

Pascua
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Hoy, Pascua de Resurrección, queremos convertir a este espacio de DiáLogos en una invitación a la vida

En medio de tantas muertes cotidianas, de tantos interrogantes y situaciones en las que nos ha situado esta pandemia, la Pascua alumbra la esperanza de que, más que seres para la muerte, somos, ante todo, seres contra la muerte del otro, seres para la vida, también en tiempos de Covid-19

Este es el mensaje de la Pascua, por la que Jesús de Nazaret asume en sí mismo el ciclo de violencia simbólica para alumbrar una alternativa: la afirmación de la vida

Recrear un relato de la Pascua de Resurrección, tan exigente en su misterio, tan poderoso sobre la muerte, tan “escandaloso” en su presencia como el de su propia memoria"

Querido Javier:

En demasiadas ocasiones, la vida se encuentra atravesada por la muerte y el sufrimiento. Así lo vio Heidegger, somos seres para la muerte y en el descubrimiento de este hecho el filósofo alemán reconoce la posibilidad de la autenticidad. Más en estos tiempos, en los que la memoria de tantas vidas arrebatadas por la Covid-19, especialmente la de todos aquellos que han muerto en la soledad, en desamparo y fragilidad, aún espera a ser ordenada.

A todas estas defunciones en el sentido radical del término, debemos añadir tantas muertes cotidianas que experimentamos: depresiones, pérdidas de sentido profundo, la tristeza. Recientemente, el debate del Congreso abordó puntualmente el drama psicológico en España y ha puesto por unos días esta cuestión, tantas veces invisible, en el punto de mira de los medios. Según la Organización Mundial de la Salud, 800.000 personas se quitan la vida al año, casi la mitad de los fallecidos por Covid-19 durante el 2020 en nuestro mundo.

Crucifixión de Chagall

En medio de tantas muertes, hoy es Pascua, y vuelve con su perenne invitación a la vida. Si, siguiendo a Heidegger, la autenticidad de la vida humana se descubre frente a la muerte, la Pascua nos adentra en un paso más allá, en el reconocimiento de la propia vida por todo aquel que ha mirado a la muerte de frente, por todo aquel que ha atravesado la experiencia de la “noche oscura”. La incomprensible muerte de Jesús, razón simbólica de toda injusticia sobre el inocente, tal y como reflejara Chagall en su “Crucifixión blanca”, nos hace gritar con Lévinas que, en último término, no somos seres para la muerte, sino seres contra-la muerte del otro, es decir, para la vida.

Este es el mensaje de la Pascua, por la que Jesús de Nazaret asume en sí mismo el ciclo de violencia simbólica para alumbrar una alternativa: la afirmación de la vida. La cruz, así pues, convierte a la muerte, a la violencia, al uso de los chivos expiatorios –cambiantes de rostro pero presentes en cada una de nuestras sociedades– a todo sinsentido en callejón sin salida y apunta hacia otra dirección. Las palabras de nuestra María Zambrano son particularmente relevantes a este respecto: “No se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero”. ¿Qué mejor frase para resumir el misterio que hoy celebramos, la Resurrección?

Ese salto de lo “imposible a lo verdadero”, de la muerte a la vida, tiene particular importancia en nuestro contexto. Hablando con compañeros y amigos, cunden dos comentarios, que en el fondo son el mismo. Por un lado, la sensación de que se nos está arrebatando la vida con esta situación, tantas experiencias condicionadas, tantos procesos en suspense.

Por otro, el deseo impetuoso de que la vida vuelva tal como la habíamos dejado allá por febrero de 2020 (¡qué lejos queda aquello!). A esta última aspiración cabría recordar que, aunque desafortunadamente parte de nuestra “anterior normalidad” aún no haya vuelto, otra parte –desgraciadamente- ya está aquí, de nuevo con nosotros: la lacra de la desigualdad. En enero de 2021, de las 39 millones de dosis de la vacuna anti-Covid que se habían ya inoculado, solamente 25 habían sido administradas en países pobres.

Ambos comentarios constituyen una negación de la propia realidad que nos toca vivir y nos es dada. ¿Es posible cualquier afirmación de la vida sin aceptar su carácter cambiante, sus transformaciones, a veces hacia derroteros insospechados y, en tantas ocasiones, fuera de toda expectativa?

La afirmación de la vida no se puede dar independientemente del transcurso de la misma, sino que debe darse desde el propio desarrollo de los acontecimientos. Por eso es siempre actual, siempre posible, siempre alcanzable. Incluso con distancia social, mascarillas, a pesar de tanto sufrimiento y sin obviarlo, hoy es Pascua de Resurrección, y la invitación es la misma que ayer, la misma que mañana: a la vida, a volver a Galilea, al inicio de todo, a la fuente, allá donde siempre es inicio y horizonte. Porque, quizá, la invitación más radical a la vida sea saberla y sentirla cada día como nueva. Eso es la Pascua. También en pandemia.

Felices Pascuas de Resurrección, queridas amigas y amigos, y particularmente a ti, querido Javier.

Rafael 

Querido Rafael:

Convocas hoy, cuando vuelve a llamarnos la Pascua, a tres grandes pensadores del siglo XX, una mujer y dos hombres, tejiendo palabras entre vida y muerte. Cuán imprescindibles siguen resultando los dos europeos, Heidegger y Lévinas, y no menos nuestra española universal, María, dejando para otro día la glosa del gran Girard, aunque retengamos su pertinente cita que nos recuerdas. Y nos recuerdas, pertinentemente, el profundo significado de Pascua, al insistir en su dimensión de “paso”, de transformación de esa inmediatez  que quisiera la clausura de la vida en la permanencia del instante.

El funesto personaje que llegó a ser el rector de Friburgo no nos puede privar de su palabra interpeladora, cuando no pocas veces resulta preciso acotarla, distinguirla, desarrollarla o, incluso, contradecirla. Así lo hizo su propia discípula, Hannah Arendt, al tiempo que trataba de romper el doloso silencio de su antiguo maestro, invocaba a, prioritariamente, el “ser de la vida” en y por su nacer.

Lo importante, efectivamente, es poder llegar a la relevancia de que ese inevitable y auténtico “ser para la muerte” pueda ser pensado en su propia transformación tras ella. Mientras, la palabra del filósofo francés de la alteridad sigue respondiendo también con vigor al quehacer constante por y de la vida con el otro del modo que señalas. Zambrano, finalmente, llegará a expresar, por y con su razón poética, lo que de otro modo no parece comprensible, al proponer ese “paso de lo imposible a lo verdadero”.

Cristo resucitado
Cristo resucitado

Aquí está, amigo Rafael, la piedra angular del edificio de la “Pascua de Jesús de Nazaret”: el paso de la muerte a su resurrección, que precisa de un tiempo necesario y de un impenetrable silencio, en los que todo queda suspendido (no hay siquiera liturgia en este sábado de tránsito) hasta la evidencia de su manifestación. He aquí, a mi ver, el verdadero “escándalo” de aquel hombre a quien el propio Dios se atreve a resucitar.

Lejos de mi voluntad al enfatizar así esta nueva Pascua el discutir las palabras de Pablo de Tarso a los de Corinto (I Cor 1, 23) cuando lo atribuía apropiadamente a la cruz, pues quería justamente partir de la su paralela y antológica palabra sobre la fe vana sin aquella resurrección (I Cor 1, 13-15, que me atrevo a subrayar debe leerse en su totalidad). Poco, o al menos no lo suficiente, se insiste en este tiempo de relatos fragmentarios en la significación de aquella transformación profunda de la pascua judía que iba a inaugurar la originalidad del Cristianismo, que aún hoy se celebra como el día de la fiesta mayor.

Quizá por cuanto dices, amigo Rafael, hoy precisemos de algunas de esas referencias y seguramente de otras muchas, que los propios desafíos de la ciencia, el conocimiento y la creatividad del siglo XXI, seguramente nos están señalando, para recrear un relato de la Pascua de Resurrección, tan exigente en su misterio, tan poderoso sobre la muerte, tan “escandaloso” en su presencia como el de su propia memoria, pero con palabras, imágenes y símbolos que alimenten la vida del hombre de hoy que anhela a Dios y quiere a sus otros. Nada podrá hacerse sin ese equilibro entre permanencia y transformación, tarea nada fácil, pero que muchos de los mejores de tu propia generación estáis alumbrando.

Feliz Pascua de Resurrección, amigo, amigos y amigas lectores de Religión Digital.

Javier

Resurrección
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