Moldear culturalmente la Iglesia local (2ª parte)
¿Y a quién corresponde esta tarea de moldear? El Papa dice primero a “los pueblos originarios”, sin lugar a dudas. Pero un poco más tarde, a ellos les pide: “Ayuden a sus obispos, misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena”. Los alfareros del proceso de inculturación han de ser los propios pueblos, no puede ser de otra manera; los obispos, misioneros y misioneras podrán participar si se “hacen uno” con los indígenas.
a) “Hacerse uno” es, pues condición para moldear juntos. Una expresión bella y contundente. Señala a algo carismático, el interés de los obispos y misioneros por los pueblos indígenas, el desear acercarse a ellos, conocer sus culturas, aprender a apreciarlos y a amarlos. Apunta también al instinto típicamente misionero de preferirlos, de hacer una “opción primordial por la vida de los más indefensos”, de manera que los indígenas estén en el centro del corazón de las iglesias amazónicas, de sus programaciones e iniciativas; “hacerse uno” para “modelar” será así un eje transversal que vertebre toda la acción pastoral y la ilumine con un estilo, una inspiración y una espiritualidad.
Lo carismático llega a ser algo afectivo: el misionero tratará de descalzarse, de “formatear su disco duro”, pero sabe que nunca será como ellos, que no podrá despojarse del todo de sus propias categorías culturales y pastorales y siempre será un extranjero; pero podrá caminar en el dinamismo del “más” ignaciano intentando ponerse en el punto de vista del otro hasta ser reconocido y aceptado como parte de “la misma tierra”, querido e incorporado aun siendo diferente. Solo ahí acontece la posibilidad generar una iglesia local realmente inculturada.
b) “Hacerse uno” es al mismo tiempo método para moldear, porque es otro nombre del discernimiento. El Papa explica que la forma correcta de la Iglesia en la Amazonía se logrará “dialogando entre todos”, es decir, haciéndose uno. El arte del modelaje no es otro que el discernimiento en común, un proceso de convergencia de sensibilidades, conocimientos, expectativas, una conversación entre actores que creen en el mismo Dios de Jesús con diferentes visiones culturales. El discernimiento es la búsqueda y la creación de la figura deseada a través un modelaje en el que varias manos trabajan juntas de forma coral sumando destrezas. Un camino comunitario y espiritual.
PLASMAR
“Moldear” se refiere más al proceso de dar forma; “plasmar” alude más al resultado: cristalizar una Iglesia con rostro amazónico y una iglesia con rostro indígena. El producto final será necesariamente distinto a los materiales de partida: la Iglesia genuinamente amazónica deberá ser diferente de la Iglesia que envió a la Amazonía sus misioneros, y eso constituirá un criterio de la veracidad evangélica del proceso. Además, todos los participantes quedarán inevitablemente transformados: las culturas que reciben el Evangelio, los misioneros y la Iglesia universal, que estará más completa y más enriquecida y será más diversa sin dejar de ser la misma y una.
El todo logrado, que es más que la suma de las partes, no es estático, siempre estará en constante re-modelación al hilo de la vida cotidiana. Porque el ámbito donde se moldea no es el académico o el burocrático, sino “dentro de la tierra”, el día a día, donde los distintos ceramistas se mezclan y procuran hacerse uno, donde el Reino se hace concreto en el caminar de la Iglesia, en sus problemas, sus luchas y sus alegrías.
En las comunidades indígenas y campesinas, en los equipos de trabajo, en las reuniones, en los diálogos, en las celebraciones, en las asambleas eclesiales, en talleres y capacitaciones, en catequesis, en acciones de promoción de la justicia o de defensa de medio ambiente, en una oración comunitaria, en la denuncia de violaciones de los derechos humanos… en la trama de la vida de cada día con sus altibajos y muchas veces a tientas es donde habrá que ir moldeando y plasmando.
Este discernimiento sin duda nos exigirá planteamientos valientes de evaluación y autocrítica de nuestra manera de ser Iglesia, de las cosas que hacemos y cómo las hacemos, y de las que no hacemos y deberíamos hacer. En concreto, hacernos algunas preguntas sencillas:
· ¿Qué elementos de nuestra manera actual de ser Iglesia cuadran con el rostro amazónico que tratamos de configurar, y por tanto habría que mantener y potenciar?
· ¿Qué elementos de nuestra manera actual de ser Iglesia corresponden a otros modelos culturales “importados” y por tanto habría que dejar?
· ¿Qué elementos de nuestra manera actual de ser Iglesia deberían ser modificados para responder más fielmente al rostro indígena y amazónico?
· ¿Qué elementos de las culturas que conocemos enriquecerían este nuevo rostro de la Iglesia? ¿Qué elementos habría que incorporar a la vida cristiana?
Evidentemente, es una simplificación demasiado esquemática. La vida es mucho más compleja y las interpelaciones son cualitativas y admiten muchos matices. Pero hemos de reconocer que el no cuestionarnos lleva a una repetición de estilos, modelos y métodos que nos hacen transitar por estériles versiones del “colonialismo religioso”. No sabemos cómo hay que hacer, pero está claro que como en occidente, no.
La invitación del Papa nos sacude y nos impulsa a colocarnos en estado de discernimiento, algo que puede resultar incómodo pero será fértil. Sus palabras nos ayudan a intuir por dónde ha de ir en la práctica la conquista de una Iglesia con rostro amazónico e indígena, culturalmente moldeada por los pueblos originarios, los pastores, los misioneros, los laicos, hechos uno dentro de la misma tierra que es nuestra Amazonía, y con la inspiración del Espíritu, la parte femenina de Dios que nos hace dar vida en todo tiempo.
César L. Caro