Inicios un poco atropellados de un profesor novato Seminario Amazónico Intervicarial
No sé si los chicos han aprendido algo, pero yo sí, y además estoy seguro de algunas cosas: mis alumnos y yo nos apreciamos; hay que ir más despasito en procesos como este del seminario inter, prepararse con más tiempo; la formación sacerdotal en contexto amazónico debe ser revisada de forma valiente y en línea con el Sínodo.
- ¿Tú qué títulos tienes? – me preguntó Rafa.
Y le dije.
- Ah ya, entonces puedes dar… (miraba un cuaderno) … ¡Sociología! – propuso entusiasmado.
- Pero… no tengo tiempo… viajo mucho… etc.
Y así fue como me contrataron de profesor en el nuevo Seminario Amazónico Intervicarial de Iquitos.
Este es de los méritos que adornan pomposamente los currículums, pero no hay que darle tanta importancia como ahorita se verá. Cuando todo comienza por los papeles, ya arranca chueco, y acá los formadores buscaban desesperadamente títulos académicos con potenciales docentes detrás. Era febrero.
Un mes antes, los obispos de la selva habían decidido poner en marcha el nuevo Seminario Amazónico Intervicarial que estaría ubicado en el actual seminario de Iquitos. “Hágase” – dijeron, y esa manera de proceder tan apresurada e improvisada dio pie a una cadena de despropósitos. Hubo que buscar una universidad que convalidara los estudios y que otorgara el bachillerato en Teología; la institución en cuestión tiene sus requisitos, claro, y uno de ellos es que los profesores deben contar con titulación. Mis respetos para el equipo formativo – los padres Estanislao y Rafael-, que tuvo y tiene que lidiar con mil enredos, gestiones, videollamadas y laberintos.
Cuando pido el programa del curso que voy a impartir, me dicen que no hay, que lo tengo que componer yo mismo (con la esperanza de que más tarde satisfaga las exigencias de la homologación) y que ¡únicamente me dan el nombre de la asignatura 😯!. Tras comprobar que en la biblioteca del seminario hay muy pocos libros de ciencias sociales, y ninguno de sociología, pedí programas de años anteriores y lancé un grito de auxilio a la doctora Antonia Castro Mateos, socióloga y mi tutora en la UNED.
Email va email viene, entre los dos armamos un esquema. A partir de ahí, Toñi escanea, con toda la paciencia del mundo, manuales, capítulos de libros y artículos, que me envía por whatsapp y que yo, a las 2 de la madrugada, me levanto a descargar porque la señal a esas horas es un poco mejor en Iquitos. Y después: leer, resumir, organizar y estudiar (diez años después de acabar la carrera) para poder enseñar. Todo esto en mitad de chambas como la asamblea vicarial, y de viajes por los puestos de misión.
Así llegamos al primer día de clase. El público: cuatro alumnos de filosofía. En todo el Seminario Intervicarial solo hay cinco jóvenes… Es como los anuncios de juguetes cuando yo era niño: era más grande el nombre y la imagen que la realidad, cuando abrías el paquete, los tragabolas o el airgamboy te parecían enanos y un fraude. De hecho, hay solo un alumno nuevo de otros vicariatos que no sean el de Iquitos y el nuestro. ¿Y el resto? Pues que siguen estudiando segundo, tercero o cuarto de teología donde estaban, y ya terminarán ahí. Cordura en el caos.
Julio, Kenny, Jesús y Mardonio resultan ser muy buenos chicos y enseguida conectamos. Nos vemos cada dos semanas, y después del primer mes me doy cuenta de que no estoy en una universidad o un centro de estudios como cuando yo estudié. Aunque intento que las sesiones sean amenas y participativas, necesito inculturar el método y los contenidos. Los estudiantes egresados de secundaria en el Perú presentan deficiencias en competencias básicas como la lectoescritura, que yo doy por supuestas, y he de ir reduciendo, modificando y adaptando sobre la marcha.
A pesar de todo, creo que lo pasamos bien. Hay comentarios de texto, trabajos que entregar, debate, examen parcial, trabajo de fin de semestre… Un día damos clase en la maloka que tienen junto a la piscigranja, sentados en las mecedoras; otro día les invito al Vicariato a conocer y la clase en es la sala de la ODEC. Almorzamos juntos (“hay repechaje?”), paseamos por el recinto y noto cómo disfrutan de ese pequeño momento de libertad.
Cuando voy a España me recuerdan que les tengo que llevar un regalo, ¿eh? Les compro unos polos en el Decathlon y me agradecen mucho. Me siento como un papá, más que como su profe. Intercalo muchos consejos del tipo: “cuando sean sacerdotes…”, trabajamos sobre la interculturalidad, amar la Amazonía, lo importante que es estar con la gente, escuchar, acompañar con cariño y delicadeza, ser pastores más que jefes o chamanes.
Las notas finales siempre son un chicharrón, pero se solventaron creo que de buena manera. No sé si los chicos han aprendido algo, pero yo sí, y además estoy seguro de algunas cosas: mis alumnos y yo nos apreciamos; hay que ir más despasito en procesos como este del seminario inter, prepararse con más tiempo; la formación sacerdotal en contexto amazónico debe ser revisada de forma valiente y en línea con el Sínodo; si siguen queriendo contar conmigo, estaré ahí para echar una mano.