Visita a la Virgen con cuatro carmelitas descalzas peruanas del convento de Fuente de Cantos (Badajoz) Stranger things in Guadalupe
Son jóvenes, son peruanas y además son monjas de clausura. Y por todo ello ha sido una gozada acompañarlas a conocer el corazón de nuestra tierra extremeña
Hacía años que no iba y me admiré en cada esquina, pero disfruté más todavía viendo sus caras y registrando sus sonrisas en mi álbum de felicidades
Por cierto, cuando en la plegaria eucarística me tocó nombrar al obispo de Toledo, también me pareció algo digno de Stranger things
Por cierto, cuando en la plegaria eucarística me tocó nombrar al obispo de Toledo, también me pareció algo digno de Stranger things
Son jóvenes, son peruanas y además son monjas de clausura. Y por todo ello ha sido una gozada acompañarlas a conocer el corazón de nuestra tierra extremeña, a los pies de la Virgen. Hacía años que no iba y me admiré en cada esquina, pero disfruté más todavía viendo sus caras y registrando sus sonrisas en mi álbum de felicidades.
Al poco de arrancar en la madrugada, asomó algún vómito. “No están acostumbradas” – pensé en su vida lenta, reglada y silenciosa… Pero Eli me pidió: “Pon la radio, Cadena 100”, y enseguida sonaron Sergio Dalma, Shakira y Estopa. Las religiosas son terrenales, pero son distintas. En los tiempos que corren, casi una rareza, y de hecho varias personas aquel día se hicieron fotos con la Virgen de Guadalupe… y con ellas.
No tengo noción de ninguna visita guiada anterior, y eso que la primera excursión al monasterio debió ser en tercero con 7 años. El caso es que las explicaciones me parecieron precisas, breves y enjundiosas. Armandina, Jeny, María Ana y Eli (me gusta llamarlas por sus nombres de familia, que se me quedan mejor) escuchaban fascinadas y asentían satisfechas, porque por supuesto ellas saben muy bien lo que es un libro coral, un tapiz de altar, un facistol, un refectorio o una dalmática.
De hecho, una vez que ingresamos en la basílica, estoy seguro de que los turistas las consideraron como parte del atractivo de ese lugar (sus hábitos podrían formar parte de los geniales cuadros de Zurbarán). Un franciscano inmediatamente se les acercó y se pusieron a conversar. Yo aproveché: “¿Podríamos ver el camarín, por favor?” (tráfico de influencias para los del gremio, jeje). Y corchete hervete. Fray Javier nos lo mostró con generosidad y maestría; resulta prodigioso que este sagrario de la “extremeñidad” esté protagonizado por la mujer. Las ocho mujeres fuertes me recordaron a ellas, las carmelitas descalzas de Fuente de Cantos, que también son ocho.
Pero la Virgen no estaba allí. Lleva en el altar mayor desde la pandemia, como signo de la cercanía materna de Dios, que jamás abandona a sus hijos, y menos en las peores horas. Las carmelitas se sentaron en el primer banco y yo me fui a la sacristía a prepararme para la concelebración. Antes, durante la visita, habíamos estado allí; pero ahora me quedé unos minutos completamente solo, en silencio, rodeado por esa serena hermosura. Qué momento. Qué privilegio.
Fray Guillermo, el guardián del monasterio, nombra a los peregrinos en algunos momentos de la Eucaristía, y mis hermanitas estaban radiantes. Cuando pidió alguien para leer la lectura yo les hice una seña animándolas, pero bah, una señora se les adelantó. Y así tomamos la mano que Nuestra Señora nos ofrecía, cada cual con sus batallas y sus cansancios. Al terminar la misa, photocall con las madrecitas.
Cruzamos la plaza y advierto cómo las miran. Para mucha gente, debe ser como en Stranger things, la serie a la que me he enganchado estas vacaciones, pero en lugar de ver fenómenos paranormales, ven santas. Nos vamos a almorzar: “¿Macarrones? No no, pide algo más especial”. Y comemos morcilla de Guadalupe, cochinillo, migas, solomillo, bacalao… Se divierten, reímos, comentamos anécdotas; no logran acabarse esos tremendos platos y piden tápers para llevarlos, que van a invitar a sus hermanas en la cena.
De regreso entramos en Mérida. Un paseo por la calle Santa Eulalia, observan asombradas las tiendas -“¡Qué vestidos!”-, sus ojos bien abiertos como si ahora ellas estuvieran en Stranger things. Tomamos un helado y cómo lo disfrutan. El puente romano, la alcazaba, el arco Trajano, la concatedral, el viejo convento de las concepcionistas, en pleno derribo, cerca de mi casa. Qué buen rato.
Han gozado, la han pasado chévere y me lo agradecen, pero yo he disfrutado igual o más con ellas, tratando de absorber su simplicidad, su mirada limpia, su alegría sin fisuras. Les pregunto: “¿Y cuándo van a salir de nuevo?”. Me contestan: “Cuando vengas tú”. Diosito: imponente responsabilidad y a la vez preciosa oportunidad. Ya estamos maquinando la siguiente.
Por cierto, cuando en la plegaria eucarística me tocó nombrar al obispo de Toledo, también me pareció algo digno de Stranger things.
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