Vivir en una balsa
“¿Cómo pueden vivir ahí?”, pensé la primera vez que vi semejante cosa. ¡Una casa flotante! Las balsas están construidas sobre gigantescos palos de catahua, una madera que increíblemente no solo no se hunde, sino que soporta pesos enormes, hasta el punto de que hay hospedajes, grifos (gasolineras), restaurantes, almacenes, tiendas (en una acá cerca venden una moto, ¿por dónde rodaría?) y por supuesto hogares flotantes. Yo me parto.
Entrar en casa de Marina es ya una odisea, saltar del bote (hay que ir siempre en taxi, claro) sin resbalarte en la madera húmeda y pasar de frente a la sala. “¿Pero quién vive aquí, tú o tu hermano?”. “Todos”. Son dos casas juntas, una verde y una azul, una supuestamente de Policarpo y su esposa, y la otra suya y de su marido (nunca se sabe cuál es de quién), pero todos viven en la verde. Entramos en una estancia estrecha, con un par de mesas, varios asientos y un millón de enseres, adornos, cachivaches, todo abigarrado, demasiadas cosas para tan poco espacio.
Mientras organizamos cosas de la fiesta patronal veo sobre la cabeza de Marina a todos los santos del altar habidos y por haber, porque Marina y su familia son los católicos viejos de Islandia. De hecho su abuelo es uno de los fundadores, y tengo pendiente preguntarle cómo se les ocurrió crear un pueblo sobre el río y en un cacho de Perú que está dentro de Brasil… Es un enclave de peruanidad en tierra extranjera, y nosotros somos hitos vivientes (el desfile del día de fiestas patrias debió de ser tremendo, yo estaba en Isla Cristina).
Y el Señor de los Milagros, patrono del Perú, emblema de su carácter y su religiosidad, es también el patrono de Islandia, como no podía ser de otra manera. La balsa se trocolea de vez en cuando mientras armamos reuniones, kermés, pergeñamos oficios, imaginamos premios para otro bingo gordo (jeje), Zélia y yo preguntamos, Marina nos explica, y vamos aderezando el guiso de la fiesta que habíamos comenzado a cocinar la noche antes en el Consejo de Pastoral.
Las casas-balsa suelen tener una especie de minicobertizo en un costado donde está el WC, pero seguro que se bañan en la parte de atrás, en el río, como todo el mundo acá. En medio del Yavarí no hay señal, pero es que además la tía Marina vive a menos de 50 metros de donde estaría la línea divisoria entre Perú y Brasil, más cerca de Benjamin Constant que de Islandia. Este mes de octubre viste el hábito morado, como buena devota del Señor de los Milagros. Me ha parecido que en la casa hay luz, pero desde luego agua de la Municipalidad seguro que no.
“¿Pero ustedes tienen título de propiedad?”. “Sí, ya lo tenía mi padre. Los papeles dependen de Capitanía, porque es un terreno fluvial”. Cuando baja el río, como en esta época del año, la casa se retranquea hacia el pie del barranco que es la orilla; hay otras balsas que están más atrás y se quedan en tierra firme, pero la de Marina no, es siempre acuática. ¿Cómo será durante la noche? Habrá un silencio delicioso, con pinceladas de los rumores del río.
También se moverá mientras duermen. Seguro que están acostumbrados y será como cuando se mece una cuna, más rico descansan. Claro que, si comen sopa han de tener cuidado con las sacudidas traicioneras. Se me ocurre que la vida es como habitar una balsa: hay momentos en que todo tiembla y amenaza con hundirse, instantes de gran serenidad entreverados con truenos de tormentas, silencios sembrados de Presencia y, siempre, la alegría de mantenernos a flote y estar juntos en la misma balsa, por muy lejos que diga el mapa.
César L. Caro