Un año en la selva y todavía no me he caído del bote

Ha pasado un año. Fue el 5 de febrero de 2017 cuando llegué a Iquitos. Abro la computadora y, delante de esta página en blanco, no sé realmente qué escribir. ¡Cuánta cosa Diosito! Intuía que mi vida iba a cambiar, que todo iba a dar un vuelco, pero no me podía ni imaginar que sería tanto, que sería así. Estoy abrumado, agradecido y maravillado en partes iguales.

Tal vez tendría que celebrar el 1 de febrero, y no el 5; porque aquel día 1 de febrero de 2015 pisé por primera vez la selva y sufrí la picadura de la boa, un encantamiento instantáneo, un irresistible flechazo; me sentí atrapado irremediablemente, yo pertenecía a la Amazonía y solo era cuestión de tiempo. Únicamente en África he sentido una atracción semejante. Esta gente, esta Iglesia, esta misión, esta pobreza, esta naturaleza… Cómo no iba a venirme.

Sigo igual de shameco; no, cada día estoy más sorprendido, zonzito y upa. Por las dimensiones de esta tierra, por el carácter de la gente, las luchas, la dignidad, la sencillez. Fascinado por el misterio del alma indígena, el poso de las culturas milenarias, la presencia de los espíritus del bosque, la serena hermosura de los bufeos surcando. Cautivado por el reto de modelar una nueva iglesia, el grupo de seguidores de Jesús pero con rostro amazónico, dueños de expresiones, compromisos, lenguaje y espiritualidad propios.

Por supuesto que no todo es color de rosa. Está la austeridade con que vivimos, las picaduras de los zancudos, ysangos y moscas, las dificultades de los comienzos en las comunidades, el calor y la lluvia, la incomodidad de la vida itinerante que te tiene siempre en un pie, la indiferencia e incluso el rechazo… Pero el amor es ciego, y cuando estás templado no reparas en las limitaciones o las fealdades; o no quieres verlas; o las ves pero las perdonas porque te merece la pena.

Ahora mismo, no me imagino en otro lugar que no sea el Perú, la selva, el Vicariato San José del Amazonas. Cuando tome la ayawaska tal vez ahí conozca datos del futuro, pero hoy por hoy mi impresión es la de estar apenas iniciando una gran aventura; difícil pero emocionante, que exigirá toda mi capacidad, mi generosidad, paciencia, y la determinación de permanecer. Dispuesto a aprender lo que Diosito pretende enseñarme con esta experiencia. Y con la honestidad de no guardarme ninguna carta: “El misionero es como el pistolero, hasta el final”, nos dijo Monseñor Gerardo en la asamblea del año pasado.

Dejo de teclear porque llega gente, de Buen Jardín, una de las comunidades más pobres por las que hemos pasado. Es el apu con dos hombres más, han venido a hacer una gestión en la Municipalidad y antes de regresar a su pueblo, pasan “para visitarles nomas”. Tomamos un poco de agua mientras conversamos… En pocos meses ya han surgido lazos, muchos nos perciben como sus aliados, somos una presencia de Iglesia humilde pero constante y decidida.

Solo ha pasado un año, pero ¡ya! ha pasado un año. Y así me encuentro: conquistado y fascinado por esta selva que no deja de sorprenderme a cada paso. A partir de hoy, he decidido que ya he dejado de ser nuevo. Soy wawa, joven todavía en estos ríos, inexperto (de hecho estoy extrañado de que todavía no me haya caído al río), pero ya he nacido. Tengo un año, y ¡qué año!

César L. Caro
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