Lo máximo
Ya habíamos celebrado a full la clasificación después de 36 años, ganándole en la repesca (acá es repechaje) a Nueva Zelanda en un juego que vimos en una comunidad perdida en el Amazonas. La emoción era tremenda porque la última vez que Perú estuvo en un Mundial fue en España 82 con Naranjito. Yo tenía 12 años y lo veía a la hora de la siesta con mi abuelo, y me gustaba esa franja roja que se parece al Rayo Vallecano. Mi abuela me traía un bocadillo de nocilla y el Perú empataba contra Camerún y contra Italia y quedaba eliminado al perder contra Polonia por 5-1. Es que ahí jugaban Lato y Boniek nada menos.
Los partidos de la selección nacional han paralizado el país. Había tele en la municipalidad, en el centro de salud y hasta en el colegio. A pesar de perder ante Dinamarca y Francia, la opinión pública elogió el juego del equipo, con tiros al palo y penaltis fallados, todo el mundo apoyando. En el último partido, cuando estaban ya eliminados, ganaron a Australia 2-0. Esos dos goles los repiten constantemente desde entonces, porque fueron los primeros tras 36 años y la primera victoria en una Copa desde el 1-0 contra Irán en Argentina 78, 40 años. De hecho, los jugadores fueron recibidos a su regreso en el aeropuerto como héroes.
Ya poder disputar la Copa es un éxito, porque Perú había dejado de ser un país mundialista. Me impresiona el poder del fútbol para unir a la gente, para superar ese complejo de derrotados que arrastran los propios peruanos, y sobre todo la devoción sin fisuras de todita la sociedad por la selección. Ni siquiera la eliminación concitó críticas destructivas, sino que están ya apuntando a próximas citas, el país entero entusiasmado (como en España…). Preocupados solamente porque todo el mundo quiere que renueven el contrato al entrenador, que supera el 90% de aprobación popular, el porcentaje más alto en cualquier personaje público en la historia de la República.
Y es que el seleccionador, el argentino Ricardo Gareca, merece mención aparte. En una entrevista reciente contaba que durante el mundial le propusieron la continuidad, pero él le dijo al presidente de la federación que ni por un segundo podía pararse a pensar en algo que no fuera la competición en marcha, que ya se vería más tarde. Porque, según él, “entrenar a una selección nacional implica más responsabilidad que un club, porque tienes a todo un país detrás”. Como Argentina ha cascao el poleo, le preguntaron por la posibilidad de entrenar a la albiceleste: “por supuesto que sería lindo, entrenar a tu país y jugar un mundial es lo máximo para cualquier técnico”.
Para cualquier técnico normal en un país normal, claro. Porque Lopetegui tal vez pensó que podía manejar temas como el traspaso de CR7 –nimiedades- al mismo tiempo que conducía a España hacia su segunda estrella, o sea, decir misa y repicar. O quizás fue más listo y sabía que Rubiales lo iba a despedir al toque. O bien intuía la debacle que se avecinaba y huyó como los roedores escapan antes del naufragio; sabía que si la Roja cascaba, jamás cazaría un contrato como el que le estaban ofreciendo. En cualquier caso perdió la oportunidad de dirigir a la selección de su país en un Mundial. Ya no pudo cantar lalalala ante la rojoygualda. Prefirió el dinero y el prestigio del Real Madrid, pero perdió lo máximo.
Al Madrid le importó poco desconcertar y desestabilizar al equipo, hundir el ánimo de toda España y convertirnos en el hazmerreír del planeta futbolero. Podía haber respetado y buscar pesca en otras aguas, pero antepuso sus intereses a todo, pasando por encima de la campana gorda. No me imagino al Alianza de Lima, el Liverpool o la Juventus saboteando con tal precisión a los seleccionados de sus países. El tiempo enseñará que con esta historia todas las partes han salido perdiendo: Lopetegui, la selección, la hinchada y el Madrid. Mientras que Gareca y el fútbol peruano, que también han fracasado deportivamente, están en la cima. Es una cuestión de prioridades y valores, de tener claro qué es lo máximo y actuar en consecuencia. Cada uno vive en su propio asteroide, y a mí en esto hoy por hoy me gusta más el de la franja rojita, qué quieren que les diga.
César L. Caro