La sangre de las guerras se seca pero sus muertes cubren un espacio y un tiempo enormes y provocan fúnebres lamentos y acartonados recuerdos, apatía infinita, que flotarán en las reverberaciones como desacordes, como residuos de muerte que vacían la vida de deseos de vivir y convierten las hileras de manos tendidas en hileras de alambre erizadas de púas, las multitudes en racimos de víboras, la historia en campo de abrojos, el horizonte en un muro de canícula y el mundo en un mar de errantes enajenados, velas empujadas por el dolor, harapos navegantes, que se engastan en las olas que mueren en cualquier playa, como caballos despanzurrados de tanto galopar, mordiendo el hastío de la espera desesperada.