En el bar me encontré con hombres que mientras jugaban a las cartas formulaban propósitos sobre los incendios y sobre las dimisiones en el Gobierno. Arañando el periódico pensé: Todo lo que los rurales saben sobre las estaciones, las hierbas, los animales, los bichos del campo, el monte, y hasta sobre ellos mismos, es fruto de una observación milenaria trasmitida de generación en generación, incluidas las innovaciones, fruto de misma observación y de la investigación, incorporadas a lo largo del tiempo. Todo el mundo, incluidos ministros y ecologistas, lamenta la desaparición del mundo rural y su saber milenario, pero a la hora de hacer leyes y tomar medidas que los afectan nadie cuenta para nada con ellos porque los consideran niños idiotas o adultos barbaros y no admiten que ellos son los primeros interesados en adaptar las medidas e incorporar las herramientas que facilitan el trabajo y multiplican su rendimiento sin dañar la naturaleza de la que se sienten parte integrante. “El rural mantiene un dialogo y una lucha constantes con la naturaleza y el urbanita la considera un espectáculo belicismo, como las cascadas, o terrible, como los incendios”, me dijo