"No está siendo fácil encontrar un sustituto", sostiene el obispo de Sant Feliú Agustí Cortés: "Echo de menos la figura del político cristiano"
"La ley de amnistía tiene una vertiente jurídica y una vertiente política, que afecta a los juristas, por tanto, la Iglesia no tiene autoridad para decir si esta ley o cualquier otra es jurídicamente correcta o no. También tiene otra vertiente política, y en esta nosotros podemos tener una opinión, pero no debemos pronunciarnos porque no somos ningún partido político"
"Nos saben muy graves los enfrentamientos, porque por vocación y como seguidores del Evangelio, estamos llamados a la paz: no sólo la paz teórica sino la paz de cada día. En cualquier caso, reconozco que echo mucho de menos la figura del político cristiano"
"Estoy en tratamiento del mieloma en el Hospital Clínic. En principio, mi proyecto es ir a vivir a Valencia, donde he reformado un piso cercano a la residencia sacerdotal. Ésta es la intención, pero veremos en qué medida la salud me lo permite. No soy dueño de la situación, me dejo en manos de Dios y estoy abierto a lo que Él disponga"
"Estoy en tratamiento del mieloma en el Hospital Clínic. En principio, mi proyecto es ir a vivir a Valencia, donde he reformado un piso cercano a la residencia sacerdotal. Ésta es la intención, pero veremos en qué medida la salud me lo permite. No soy dueño de la situación, me dejo en manos de Dios y estoy abierto a lo que Él disponga"
(Agencia Flama).- Un año y medio después de haber presentado su renuncia, el obispo Agustí Cortés (Valencia, 1947) continúa al frente del Obispado de Sant Feliu de Llobregat. Con la misma paciencia que espera su relevo (“hace unos días hablé con el nuncio y parece que no está siendo fácil encontrar un sustituto”, dice), pelea con el mieloma que le detectaron en el 2013, resuelve aspectos del día a día con sus colaboradores y atiende a los diferentes medios que, en estos días, se le acercan para entrevistarle con ocasión del vigésimo aniversario de la diócesis.
Dicen que se hace ayudar mucho por el laicado y por los curas en el gobierno de la diócesis. Es una suerte.
Tengo más suerte que cualquier cura, porque entre la curia y el clero hay muy buena disposición a ayudarme a asumir los distintos compromisos que tengo como obispo. A las confirmaciones, por ejemplo, acuden los vicarios episcopales o los vicarios generales, o a veces autorizo al propio párroco de la parroquia. Lo siento, porque no hay nada peor que confirmar la asistencia a un acto y, unos días antes, tener que decir que no puedo.
Hace poco oí a un sacerdote decir que cuando se dividió en tres el territorio diocesano de Barcelona para crear esta diócesis y la de Terrassa nadie los reunió para darles una explicación.
Hubo una razón oficial para tomar esa decisión, otra cosa es que se aceptara o no. Barcelona, como París o Caracas, era una diócesis con unos cuatro millones de habitantes, por tanto, tenía una estructura demasiado grande que dificultaba que el obispo estuviera cerca de la realidad de base. En cambio, en una diócesis como ésta de Sant Feliu, con un millón cien mil habitantes, es más fácil estar presente en la marcha de las parroquias o de las comunidades. Lo que ocurrió es que la partición supuso una ruptura respecto a una tradición muy arraigada y se produjo una mezcla de sentimientos y de historia. Entiendo que los curas pudieran sentir extrañeza por el hecho de pasar a pertenecer a una diócesis distinta de un día para otro. Todo es opinable, pero creo que desde el punto de vista pastoral es positivo que un obispado sea reducido.
“Nuestro primer objetivo fue crear sentido de pertenencia en torno a la diócesis”. | Foto: 'Flama'
Teniendo en cuenta que se empezó desde cero, ¿cómo ha sido este proceso de creación de la conciencia diocesana?
Es un proceso que todavía dura y que tardará mucho tiempo en surtir efecto, porque es una cuestión de tradición. Vivir experiencias como diócesis es lo que va creando esa conciencia. De hecho, el primer objetivo que nos marcamos fue trabajar por crear un sentido de pertenencia. Y esto es lo que hemos ido haciendo, año tras año, celebración tras celebración. En este aspecto también ha sido y es importante no pisar iniciativas o tradiciones vinculadas con la diócesis de Barcelona, que es de gran riqueza en cuanto a movimientos, entidades o instituciones. En estos casos, nada hemos roto mientras que la gente no lo ha pedido.
Este edificio en el que nos encontramos, la Casa de la Iglesia, da la impresión de que es diferente de otras sedes episcopales, ya que es un espacio moderno y funcional.
La mayoría de sus episcopales más antiguas obedecen a una concepción tradicional. El obispado era el palacio del obispo, y estaban muy acentuados los elementos ornamentales, todo muy bien adornado, con techos altísimos. Pero cuando se hace un obispado en ese tiempo actual, se piensa en un espacio que sea realmente de todos y en el que cualquier visitante se encuentre como en su casa. Desde que empezamos a construir la casa —gracias al terreno que nos dieron generosamente las religiosas del Bon Salvador—, apostamos por idear los espacios en función de nuestras necesidades.
El pasado 30 de mayo el Congreso aprobó la ley de amnistía, con la que el Gobierno del Estado ha querido de algún modo pasar página con los encausados por el proceso independentista. ¿Qué opina?
La ley de amnistía tiene una vertiente jurídica y una vertiente política, que afecta a los juristas, por tanto, la Iglesia no tiene autoridad para decir si esta ley o cualquier otra es jurídicamente correcta o no. También tiene otra vertiente política, y en esta nosotros podemos tener una opinión, pero no debemos pronunciarnos porque no somos ningún partido político. Como Iglesia, sólo podríamos manifestarnos en un caso que afectara total y absolutamente a los derechos humanos fundamentales. Y sería para recordar el sentido de la ley civil, de la constitución, de los cimientos de los derechos humanos. Pero más allá de esto, poco más podemos decir.
La casa de la Iglesia. | Obispado de Sant Feliu de Llobregat
En estos días hay ambiente de crispación en el Congreso y en la sociedad no sólo por el tema de la amnistía sino también por la guerra en Tierra Santa. En este contexto, ¿cómo podría contribuir la Iglesia a calmar los ánimos?
Los obispos, cuando tratamos estas situaciones, además de expresar nuestra inquietud por notar una falta de diálogo y de escucha mutua, lo que intentamos es pensar en el bien común y exhortar a buscar los puntos de contacto que puedan existir entre las distintas partes. Nos saben muy mal los enfrentamientos, porque por vocación y como seguidores del Evangelio, estamos llamados a la paz: no sólo la paz teórica sino la paz de cada día. En cualquier caso, reconozco que echo mucho de menos la figura del político cristiano, aquél que, a pesar de moverse en las tiranteces y conflictos políticos, procura mantenerse ser fiel a la Doctrina Social de la Iglesia, que es precisamente la aplicación de el evangelio en la vida económica, social y política.
El mundo actual está marcado por guerras muy intensas y en numerosos países. ¿Cómo ve ese panorama?
Es una situación muy preocupante. Y además, existe un problema añadido en todo esto. Aquí en Cataluña existe una tradición o una fe más o menos compartida. Pero desde el punto de vista internacional, existen otras tradiciones y mentalidades. Así que ese sentido el reto fundamental es establecer un fundamento común como base del diálogo y la toma de decisiones. Desgraciadamente, hay culturas que no creen en los derechos humanos o tienen una versión que no coincide con la nuestra. La Declaración Universal de los Derechos Humanos nació sobre una base filosófica, antropológica, de una naturaleza y unos rasgos naturales compartidos por el mundo occidental, pero no tanto por otras regiones del planeta. Desde la Iglesia, lo que intentamos es enseñar un orden internacional basado en una base reconocida y respetada para todos.
¿Qué cree que ha aportado el papa Francisco a la Iglesia a lo largo de sus once años de pontificado?
Nos ha aportado mucho, pero creo que la gente a menudo se queda con la superficie y no acaba de penetrar en sus planteamientos de fondo. Desde el punto de vista doctrinal no existen prácticamente diferencias entre lo que él predica y lo que defiende la Iglesia en materia de justicia social y atención a los más desfavorecidos. Pero la lectura de la realidad que hace el Papa le lleva a pensar que es una cuestión urgente. Por tanto, su originalidad radica en el carácter prioritario que da a estos temas.
"Desgraciadamente, hay culturas que no creen en los derechos humanos". | Foto: 'Flama'
¿Qué piensa hacer cuando se jubile?
Pues todavía es una incógnita porque estoy en tratamiento del mieloma en el Hospital Clínic. En principio, mi proyecto es ir a vivir a Valencia, donde he reformado un piso cercano a la residencia sacerdotal. Ésta es la intención, pero veremos en qué medida la salud me lo permite. No soy dueño de la situación, me dejo en manos de Dios y estoy abierto a lo que Él disponga.
¿Qué le diría a su sucesor?
Después de veinte años aquí, creo que la diócesis de Sant Feliu es fácil de conocer, porque no tenemos grandes instituciones ni grandes tradiciones. Por tanto, le diría que dedicara tiempo a penetrar en el territorio y en su gente; que intente identificarse con lo que se ha hecho y que entienda lo que sufrimos todos, que es la falta grave de recursos humanos. Es un factor importante a tener en cuenta, ya que como Iglesia nos limita a la hora de emprender iniciativas o intentar realizar grandes acciones. Con Barcelona y Terrassa siempre hemos mantenido una relación muy estrecha en todos los sentidos y esto creo que debería seguir igual. Le diría muchas cosas, espero poder hacerlo llegado el momento.
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