Valero: "cuando dejemos de ir, vamos a notar mono" Capellanes del Zendal: "Están siendo meses 'muy bonitos' y de 'muchos frutos'"

Miguel González Caballero y Javier Martín Langa, capellanes del Zendal
Miguel González Caballero y Javier Martín Langa, capellanes del Zendal

En el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, que es también uno de los centros de vacunación masiva en la región, hay milagros

Cuenta con tres capellanes que prestan atención espiritual y religiosa: Miguel González Caballero y Javier Martín Langa, a los que se les unió poco después el padre Ángel Valero

En todo este tiempo no han parado de atender pacientes, en estos últimos tiempos «más jóvenes que al principio

"Es una experiencia muy bonita ver a la gente, con más o menos miedo, con más o menos fe, más o menos enferma, la alegría que muestran al darles al Señor, su esperanza y ánimo, ver cómo se curan…", comenta Javier Martín Langa

El capellán reflexiona sobre qué sucederá cuando pase el coronavirus: «Si dejamos de ir vamos a notar mono

(Archimadrid).- Acaba de dar de alta a su paciente número 5.000 y aún mantiene ingresados en sus instalaciones un 30 % de los enfermos de coronavirus que hay en Madrid. En el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, que es también uno de los centros de vacunación masiva en la región, hay milagros.

Inaugurado el pasado mes de enero, en plena tercera ola, cuenta con tres capellanes que prestan atención espiritual y religiosa: Miguel González Caballero y Javier Martín Langa, párroco y vicario parroquial de San Antonio de las Cárcavas, a los que se les unió poco después el padre Ángel Valero, sacerdote de los Hijos de la Sagrada Familia. Se han organizado para que cada día de la semana vaya uno al hospital, una tarea que se ha integrado en el día a día de la parroquia y con la que están entusiasmados.

«Es una chulada», concreta el párroco, están siendo meses «muy bonitos» y de «muchos frutos». En todo este tiempo no han parado de atender pacientes, en estos últimos tiempos «más jóvenes que al principio; entre los que se han ido al cielo y los mayores, que ya están vacunados, ahora hay un grueso de entre 40 y 50 años». Piden ellos mismos la atención del sacerdote en el control de enfermería –es la forma ordinaria de hacerlo– o bien sus familiares, mediante llamada telefónica.

O a veces, como ya pasó en IFEMA, porque ven al compañero de al lado con el sacerdote y por imitación, solicitan hablar con él. «Hay gente que no quiere la Unción», contaba Javier Martín cuando comenzó a ir al Zendal, porque la asocian a una muerte inminente, pero cuando ven que lo que se hace es «rezar por ellos, ya no les da miedo». También hace mucho el cariño, la cercanía y, en el caso de este sacerdote, el «humor», abordar al paciente con bromas para romper el hielo. Un «tú aquí dentro, y más morena que yo» o una promesa de autoinvitación a unos carabineros tras el alta de un paciente, y así se van teniendo puentes.

«Es una experiencia muy bonita ver a la gente, con más o menos miedo, con más o menos fe, más o menos enferma, la alegría que muestran al darles al Señor, su esperanza y ánimo, ver cómo se curan…», cuenta el párroco de las Cárcavas. «Ha habido personas que se han confesado después de mucho tiempo, gente que ha comenzado a comulgar más a menudo, otros que llaman buscando consuelo». Algunos de los recuperados, incluso, han acudido después a la parroquia «muy agradecidos» para visitar a los sacerdotes. La experiencia es dolorosa cuando «no salen adelante», pero incluso en medio del dolor, en el que se acompaña también a la familia, «es una alegría preparar el viaje para la vida eterna y por la puerta grande».

En ocasiones son los propios médicos los que alertan al sacerdote para que acuda a ver a algún pacientequizá más bajo de moral. El trato de los sanitarios con los ingresados «es excepcional, y nosotros lo constatamos». También con los propios capellanes, que «tenemos todo tipo de facilidades». «Es muy bonito –continúa el párroco de las Cárcavas– cómo nos van conociendo los médicos, los enfermos; sobre todo estos últimos, que son muy jóvenes y que en muchos casos nunca habían tenido un trato cercano con un cura: te cuentan cosas, nos reímos…». Y por eso a los sacerdotes les gustaría que el tiempo se estirase para poder estar más en el hospital. De hecho, el capellán reflexiona sobre qué sucederá cuando pase el coronavirus: «Si dejamos de ir vamos a notar mono».

La atención al duelo, prioritaria en estos momentos

En la diócesis de Madrid hay 110 personas dedicadas a la atención espiritual y religiosa en los 50 hospitales –públicos, de titularidad privada y de la Iglesia– que componen la red. En los grandes complejos, explica Gerardo Dueñas, subdelegado episcopal de Pastoral de la Salud, hay presencia pastoral las 24 horas, y en todos hay atención 24 horas con capellanes de guardia localizada. Los capellanes son enviados por el obispo –«no es algo que uno decide»–, que pide ese servicio en nombre de la Iglesia.

«La Iglesia hace lo que siempre ha hecho: acompañar a las personas que sufren una enfermedad, como en los tiempos de la peste», detalla. Los pacientes «tienen derecho a ser atendidos de forma integral, también en sus necesidades espirituales», y esto está garantizado con la Iglesia. «Evidentemente la parte física es primordial, pero la psicológica, la dimensión emocional y espiritual, también tiene que cuidarse, siempre respetando la libertad de conciencia».

«Ahora mismo, lo prioritario en la Pastoral de la Salud es el acompañamiento en el duelo», destaca Dueñas. Un duelo además con unas características especiales: no está bien elaborado por la propia pandemia, que no ha permitido dar al ser querido la despedida debida con los ritos propios; y es masivo, esto es, «constantemente hay noticias de personas que han fallecido, de cómo va la vacunación…». «Es una herida que está todo el tiempo abierta –añade–, que no se te permite cerrar».

Por esta razón, «estamos preocupados ahora mismo en dar formación en el duelo», y de ahí el curso Acompañar el duelo en tiempos de COVID, que se ha celebrado este primer semestre, y que en la Vicaría VII se haya puesto en marcha un centro de escucha y acompañamiento. «Es bueno tener a dónde derivar a la gente, porque siempre conviene pedir ayuda de acompañamiento espiritual para desahogarse, hablar, resituarse y aprender a vivir desde esa nueva situación…». El duelo «es un trabajo, hay que elaborarlo».

"Hay más necesidad de hablar"

Otra gran nota característica de la pandemia es la soledad de los enfermos, que es «la patología espiritual de la COVID-19», y por eso la relación con el capellán se vuelve más estrecha que en condiciones normales. «Hay más necesidad de hablar», y en este sentido los capellanes infunden «esperanza», y «acompañan con los sacramentos a los que son creyentes», y con su estar a los que no lo son. Porque las capellanías de los hospitales atienden a «todo aquel que quiera, sea creyente o no, a través de la escucha activa, de la presencia física», siendo signo de lo que el mismo Jesucristo dijo, «sabed que yo estoy con vosotros todos los días».

En palabras del subdelegado, «Dios, a través de la Iglesia, está acompañando». También a las familias, que viven en la «incertidumbre», y a los profesionales, «que necesitan apoyo». «Es bueno que el personal sanitario vea que el capellán, que también es personal del hospital, sufre, se alegra y se preocupa igual que el resto».

Dueñas pone el foco igualmente en los enfermos que no son de coronavirus, que «han visto alterada su atención», solos en las habitaciones o con visitas excepcionales de algún familiar con medidas muy restrictivas. «A su enfermedad se le añade el efecto pandemia; estamos deseando que puedan volver ya nuestros voluntarios de la pastoral», concluye.

Zendal

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