"La misma voz afónica nos ha llevado a callar la reclusión de muchos ancianos en residencias" Jesús Fernández: "Hemos permitido, sin elevar la voz, que a nuestros enfermos se les privara del derecho fundamental a una muerte digna"
"Le aseguro que me llevo de Compostela más de lo que dejo. Llevo experiencias inolvidables y vivencias muy profundas"
"Durante el confinamiento diseñamos un plan de trabajo para la “desescalada” pastoral. Fruto de ese trabajo es el programa de emergencia que nos está guiando en estos momentos"
"A diferencia de la anterior crisis, del 2008, en esta no hay colchón por parte de las personas mayores para apoyar a las generaciones más jóvenes"
"La situación vivida nos ha obligado a valorar más el acompañamiento personal, a percibir la trascendencia que tiene la corresponsabilidad laical"
"A diferencia de la anterior crisis, del 2008, en esta no hay colchón por parte de las personas mayores para apoyar a las generaciones más jóvenes"
"La situación vivida nos ha obligado a valorar más el acompañamiento personal, a percibir la trascendencia que tiene la corresponsabilidad laical"
"Muchos tratan de no darle voz ni imagen a la Iglesia porque su objetivo es hacerla irrelevante", dice Jesús Fernández González en esta entrevista. El hasta ahora obispo auxiliar de Compostela y ya obispo electo de Astorga, sin embargo, hace un balance de su estancia en Santiago y de cómo la Iglesia española se ha organizado en la práctica de la emergencia sanitaria de cada diócesis, para llevar esperanza y ayuda material a los más afectados. Renovándose a sí misma en ese proceso.
Acaba de ser nombrado obispo de Astorga, ¿qué deja en Galicia y qué se lleva de Galicia?
Dejo seis largos años de mi ministerio, es más, dejo seis años largos de mi vida, puesto que he puesto mi corazón, mi inteligencia y mi voluntad en todo lo que he hecho. Concretando un poco más, dejo el esfuerzo por renovarme y renovar espiritualmente a los evangelizadores –sobre todo sacerdotes y laicos- por hacer realidad un estilo evangelizador renovado y por configurar comunidades más vivas, abiertas y corresponsables. Pero lo que dejo, en realidad no es mío, es don de Dios que me ha elegido gratuitamente y me ha orientado, acompañado y reforzado en la tarea por la acción del Espíritu Santo. Por otra parte, le aseguro que me llevo más de lo que dejo. Llevo experiencias inolvidables y vivencias muy profundas: el Sínodo diocesano 2016-2017, el Año Santo de la Misericordia, las solemnes celebraciones en la Catedral, las visitas pastorales… Y, sobre todo, la hospitalidad y cariño que se me ha mostrado. Recuerdo que, al terminar la celebración de unas confirmaciones en Simes, hace ya unos años, una señora mayor se acercó a mí y me dijo con indisimulada emoción: "¿Puedo darle un beso?". Por supuesto que se lo di; claro que todavía no había llegado ese bicho que llaman Covid-19.
Seguirá muy conectado a nuestra tierra, porque parte de su nueva diócesis es gallega de la provincia de Ourense…
Por supuesto. Los lazos que me unen a esta diócesis y a esta tierra son muy fuertes. Para mí seguirá siendo un gran honor y una gran responsabilidad continuar como obispo en Galicia. Trataré de hacerme presente en algún momento, especialmente con motivo de las fiestas del Apóstol.
¿Alguna prioridad para una diócesis con tanta raigambre histórica, pero perteneciente a la España vaciada?
Las prioridades nos las ha marcado el Señor cuando envió a los suyos a hacer discípulos y apóstoles con una misión determinada: anunciar el Evangelio y cuidar a los enfermos y a los pobres. Dice el Papa Francisco que, “a veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno” (EG 265). Por ello, en primer lugar, debemos reforzar la convicción de que el Evangelio es la respuesta a lo que el mundo espera como solución a los graves problemas que lo afligen. Por otra parte, también hemos de trazar caminos que pasen cerca de los pobres, los abandonados, los que han perdido el sentido de la vida, las víctimas de la injusticia; y, como buenos samaritanos, hemos de acercarles al Salvador, favoreciendo su salud integral. Pero nada de esto podremos hacer sin la experiencia viva del encuentro permanente con el Señor y sin alimentarnos en la fuente de su amor que es la Eucaristía.
¿Cómo ha vivido personal y pastoralmente este tiempo de confinamiento por la pandemia?
Lo he vivido como todo el mundo: con sorpresa, incertidumbre, preocupación, temor, dolor… En el terreno pastoral, al principio creí que se trataba de un breve paréntesis y que pronto volveríamos a retomar el programa que veníamos desarrollando. Pero el alargamiento del confinamiento me hizo replantear la estrategia pasando a ser más proactivo. Aprovechando los medios telemáticos, intensifiqué mi presencia y acompañamiento a los Servicios generales, al Consejo general y a la Comisión permanente de Cáritas española. Mantuve también un contacto asiduo con los responsables de las Cáritas más urgidas de nuestra Diócesis. Además, preocupado también por los sacerdotes ancianos y en soledad, multipliqué las llamadas telefónicas, y promoví y coordiné una Semana Santa Sacerdotal, una especie de Ejercicios espirituales de los sacerdotes para los sacerdotes. Posteriormente, mantuve varias reuniones de trabajo con los vicarios, los delegados y los arciprestes de la Diócesis para realizar una reflexión sobre la situación que estamos viviendo y diseñar un plan de trabajo para la “desescalada” pastoral. Fruto de ese trabajo es el programa de emergencia que nos está guiando en estos momentos.
¿En la archidiócesis de Santiago, la pandemia ha dejado a mucha gente herida a todos los niveles?
Afortunadamente, tanto los contagios como los fallecimientos no han alcanzado el número de otras regiones españolas, no obstante, hemos sufrido una auténtica tragedia por la muerte de varios cientos de personas, muchas de ellas en soledad -se dice que una de cada cuatro ingresadas en UCIs murieron en aislamiento-, sin la presencia de sus seres más queridos. El estado de alarma en que estamos inmersos ya desde mediados de marzo quizá ha adormilado también nuestra capacidad de reacción, puesto que hemos permitido sin elevar la voz que a nuestros enfermos se les privara de un derecho fundamental a una muerte digna. La misma voz afónica nos ha llevado a callar la reclusión de muchos ancianos en residencias, a los que se les ha impedido ir a los hospitales para ser diagnosticados y tratados médicamente; a causa de esto, muchos han muerto en condiciones poco dignas. Ahora quedan sus familias con procesos de duelo pendientes a los que habrá que escuchar y apoyar decididamente. A su disposición hemos puesto ya un Centro diocesano de Escucha. Por no hablar de las víctimas laborales, económicas y sociales que está dejando esta crisis tan compleja…
¿La archidiócesis ha aportado consuelo espiritual y alivio material a los necesitados?
Desde luego. Se ha mostrado una gran creatividad pastoral, a pesar de que los sacerdotes no somos en general un grupo muy avezado en las nuevas tecnologías. Le contaré un detalle: un sacerdote que atiende cuatro parroquias, el domingo de ramos recorrió en su furgoneta las calles de los noventa lugares que las componen bendiciendo los ramos. Ese mismo sacerdote, por cierto, se ha preocupado también de acompañar y llevar lo necesario a personas mayores e impedidas.
Como responsable nacional de Cáritas española, ¿teme que se desborde el número de pobres y necesitados? Hay quien habla ya de 10 millones de pobres. ¿Qué estimaciones hacen ustedes?
Como es natural, nos preocupa la situación, aunque no tenemos aún concluido un estudio sociológico riguroso sobre la incidencia de la crisis. A diferencia de la anterior del 2008, en esta no hay colchón por parte de las personas mayores para apoyar a las generaciones más jóvenes; el riesgo de pobreza es ahora mucho mayor. Si fallan los apoyos de las administraciones, la franja ya de por sí ancha de personas en riesgo de exclusión pasará a engrosar las filas de la pobreza. De momento, es palpable el aumento del número de usuarios atendidos.
¿Las parroquias españolas (con las Cáritas parroquiales) están preparadas para convertirse en parroquias samaritanas?
Hay muchas parroquias en territorio español que ya son Cáritas samaritanas, y lo son de forma ejemplar. Son Cáritas que, en muchos casos, no solo se preocupan de dar de comer, de ayudar en los gastos de la vivienda, en definitiva, de ayudar materialmente. Tratan también de acoger, proteger, integrar y promover el desarrollo integral de los más pobres, entre los que se encuentran sin duda los emigrantes y refugiados, los grandes olvidados del momento. Pero también hay que reconocer el vacío de otras muchas que, aunque muestran su generosidad a nivel individual, carecen de una estructura organizada que responda de forma eficaz y que convierta a la comunidad en sujeto de la caridad.
¿Qué les dice a los que sugieren que a la Iglesia no se la ha visto en esta pandemia?
Les diría que dejen a un lado la ideología y que se den un paseo por la realidad. De este modo, podrán descubrir las colas de gente pidiendo ayuda en nuestras cáritas y demás instituciones de Iglesia. Les hablaría de las decenas de sacerdotes que, contagiados en su labor pastoral, han dado la vida por el pueblo de Dios. Les daría a conocer la cantidad de iniciativas que se han ido poniendo en marcha para acompañar humana y religiosamente a personas necesitadas en sus casas. Pensándolo mejor, no sé si les diría todo esto; me temo que muchos ya lo saben, pero tratan de no darle voz ni imagen porque su objetivo es hacerla irrelevante. A estos, sencillamente les diría que no sean hipócritas o, simplemente, que les pregunten a los pobres dónde está.
¿Por qué la institución sigue teniendo tanta´mala prensa´?
Es evidente que hay personas e instituciones interesadas en magnificar y propagar los errores y los pecados de la Iglesia. Indudablemente les falta objetividad y les sobra ideología. No obstante, no quiero caer en el error de señalar que toda la culpa es suya. Todos los que formamos la Iglesia debemos reconocer que algo hemos hecho y estamos haciendo mal. La Iglesia es santa porque corre por sus venas la gracia de Dios, pero también es pecadora, por eso necesita dejarse convertir por el Señor, luchando por superar con su ayuda las tentaciones que nos recuerda el Papa Francisco de la mundanidad, el pelagianismo, la acedia, la desesperanza, el funcionalismo y la rigidez que impide la necesaria renovación de las estructuras pastorales.
Y, en fin, hay que reconocer también que no siempre acertamos a comunicar la vida de la Iglesia. Las historias más apasionantes que vivimos suceden, por una parte, en el encuentro sacramental con Jesucristo y en el tú a tú con Él en la oración. Pero la experiencia religiosa, aunque sea íntima, no tiene cabida en los programas rosas. Además, resulta apasionante para el cristiano encontrarse con el Señor en los pobres y enfermos a los que sirve. Este encuentro sí suele ser noticia en momentos extraordinarios como el que vivimos, pero la fuente de amor que lo hace posible tampoco es noticiable.
¿Por qué hay partidos que consideran socialmente irrelevante la labor social de la Iglesia?
Supongo que puede ser sencillamente por mantener a la institución en la irrelevancia. Es el caso de aquellos a los que su presencia molesta, tal vez porque tienen en su ADN la convicción marxista de que la fe religiosa es el opio del pueblo. Puede ser también porque creen que la sociedad utópica a la que aspiran se construye desde las estructuras y las decisiones políticas, no desde lo que ellos consideran simples gestos de beneficencia. Desde luego, en este punto no les falta razón; de hecho, creemos que los grandes problemas económicos, laborales y sociales son irresolubles sin caridad política. Por eso a las instituciones de Iglesia nos resulta extraño que ciertos organismos civiles deriven hacia nuestras Cáritas la atención que les corresponde a ellos. Sorprende tanta prepotencia e ideologización cuando, además, ningún régimen político ha demostrado ser capaz de responder a todas las necesidades de las personas, entre las que indudablemente están las morales y religiosas.
"A las instituciones de Iglesia nos resulta extraño que ciertos organismos civiles deriven hacia nuestras Cáritas la atención que les corresponde a ellos"
En cualquier caso, les invito a considerar el apoyo que la Iglesia viene prestando desde hace tiempo al ingreso mínimo vital, al trabajo decente, al reconocimiento de los inmigrantes, a la ecología integral, incluso a la dignificación de la mujer. Y, en fin, les recuerdo el compromiso de la Iglesia en el campo de la educación, de la atención a la infancia y a la tercera edad, así como la apuesta por una cultura del diálogo y del encuentro que ojalá fuera tenida en cuenta por nuestros gobernantes.
¿Saldremos mejores como sociedad y como Iglesia?
A nivel personal hemos podido aprender muchas cosas: hemos experimentado la fragilidad, lo que nos ha hecho más humildes; nos hemos sentido solos, lo que nos ha llevado a valorar las relaciones sociales; nos hemos sentido necesitados, lo que ha despertado la solidaridad… Visto desde aquí, todo parece indicar que saldremos mejores como sociedad, valorando más la felicidad que mana del encuentro personal, del cuidado de la vida frágil, del cultivo interior. Pero también hay personas que han sufrido mucho por la enfermedad, el paro, la soledad; personas que han perdido seres queridos y que han visto quebrada su confianza en Dios. Hay mucho pobre y mucho herido en el camino que necesita la ayuda de un “Buen samaritano” para mejorar. Por otra parte, a la Iglesia se le abren espacios amplios para esta ayuda y acompañamiento, para convertirse en hospital de campaña. La situación vivida nos ha obligado a ser pastoralmente creativos yendo más allá de la dimensión cúltica, a valorar más el acompañamiento personal, a percibir la trascendencia que tiene la corresponsabilidad laical…
También esto me lleva a creer que el Espíritu Santo está aprovechando la ocasión para configurar una Iglesia mejor, una Iglesia más espiritual y evangélica, más misericordiosa, más sinodal, más misionera, aunque seguramente le llevará tiempo recuperar la vida comunitaria presencial.
¿Sueña con una eventual visita del Papa Francisco a Compostela durante el año jubilar?
Por supuesto. Sería una hermosa noticia para todos en un momento en que el mundo necesita más que nunca abrir horizontes de comunión y esperanza. En el comienzo de un nuevo tiempo, la presencia y la palabra del Papa serían un revulsivo para activar a una humanidad que necesita creer que hay un camino seguro para garantizar la salud integral: el Evangelio; y Alguien de fiar en quien apoyarse en la peregrinación: Jesucristo, con su amigo y testigo, el Apóstol Santiago.