El primero, una mujer que perdió a su padre y a su madre, ya mayores, a causa del coronavirus. El segundo, un matrimonio, ambos médicos, que han estado atendiendo a enfermos del coronavirus y vivieron también la angustia de pacientes ancianos en residencias que no pudieron ser trasladados a hospitales. El tercero, una mujer que enfermó de coronavirus, se apoyó en la Palabra de Dios y en su providencia amorosa y fue atendida por su hijo de 12 años y por una médico que de forma altruista hacía seguimiento telefónico de su estado. El cuarto, un hombre y su esposa que han visto agravada su situación laboral, ya precaria, en esta segunda ola tras haberse contagiado. Y el quinto, un matrimonio que ha vivido de primera mano la labor de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado al ser el esposo agente de Policía, además de diácono permanente de la diócesis de Madrid.
El valor de la alegría
Ya en la Eucaristía, que estuvo concelebrada por monseñor Santos Montoya y monseñor Jesús Vidal, obispos auxiliares de Madrid, junto a una decena de sacerdotes, el cardenal Osoro recordó que «con María, la humanidad ha aprendido a decir sí a Dios». Destacando tres realidades extraídas de la Palabra de Dios proclamada, visitados, turbados y comprometidos, el purpurado explicó que el «alégrate» que el ángel Gabriel le dijo a la Virgen es la promesa a toda criatura humana, «también a nosotros esta noche […], en medio de estos tiempos difíciles, con incertidumbres, con dificultades». Por eso, lo primero que se pide al hombre es la alegría, «no perder la alegría», sin la cual la vida «se hace dura». La alegría que ofrece Dios está «fundada en la certeza de que nos quiere». «Somos visitados por Dios, alegrémonos», exclamó. Y añadió: «Dios no nos ha abandonado, Dios está a nuestro lado, Dios está de nuestra parte».
Por todo esto, porque Dios está con el hombre, por qué tener miedo, inquirió el arzobispo. El Evangelio dice que la Virgen se turbó ante las palabras del ángel, «sería como un shock» para Ella, «quedó desconcertada a nivel de cabeza, eran demasiadas impresiones para una muchacha joven». Quedó en definitiva «asombrada del misterio de un Dios que se acerca su vida» con una experiencia vital fundamental: que la quiere. El ángel llamó a la Virgen por su nombre, María, revelando esa importancia que en la Biblia tienen los nombres porque Dios llama a cada uno por su nombre, «nos ama como únicos». E «interrumpe» las situaciones vitales de cada uno para decir «no temas», «eres mi hijo», también en esta pandemia. Ante este «no temas», despierta en María una confianza especial. «Que despertemos, como María, a esta confianza absoluta en Dios», pidió el cardenal.
"Dios se encarga de todo"
Y en tercer lugar, comprometidos. «¿Cómo podemos comenzar una vida nueva? […] ¿Cómo puede Dios quitar todos los enganches que adormecen mi vida?», preguntó el arzobispo de Madrid. La respuesta es la misma que el ángel le dio a María cuando le dijo que el Espíritu Santo la cubriría con su sombra: «Sabiendo que Dios se encarga de todo». La Virgen, cuando ve que todo lo va a hacer Dios, le da «un sí radical». La confianza en Dios de María es la que «necesitamos nosotros renovar» porque en este momento de la historia en el que parece que «Dios es un sobrante», «nosotros, los discípulos de Jesús, tenemos el empeño absoluto de que sí tiene que contar en la construcción de este mundo».
«Dios quiere humanizar este mundo con su humanidad –añadió–, aquella que comenzó hace 21 siglos con esta mujer excepcional, nuestra Madre la Inmaculada Concepción». Por eso, concluyó el cardenal, en esta solemnidad «se acerca nuestra Madre para decirnos: “¿Estáis dispuestos conmigo a decir sí a Dios, a que cuente en vuestra vida, a que cuente en la vida que vosotros construís en este mundo?”».
Vídeo completo de la Gran Vigilia