La Alergia al Evangelio
Claro, ellos dicen que defienden la fe cuando todos sabemos que lo que defienden es su obsesión con controlarlo todo. Con ser quienes definen quien se salva y cuando, quien se condena y cómo. Se han especializado en fronterismo, son los que saben con todo detalle hasta donde se puede perdonar, hasta donde se puede acompañar, hasta donde está permitido amar. Y son implacables con quien diga que hay que hacerlo hasta el extremo, incluyendo a dios mismo. Por eso han intentado recluirlo, como a un presidiario, encerrarlo en libros, decretos, fórmulas, con aire libre una hora a la semana y de rodillas.
Ahora el chivo expiatorio es el Papa, pero tengamos claro que esta alergia que tienen no es una cosa nueva. Cada vez que alguien nos recuerda en la Iglesia que las cosas afuera cambiaron y que lo mejor es que empecemos a cambiarlas adentro para no terminar en un retórico monólogo con nosotros mismos, y que no vale la pena estar encerrados en los templos cuando deberíamos estar sembrando buenas noticias por todas partes, aparecen de nuevo estos personajes, que cambian de nombre pero no de obstinación, recordando que su poder consiste en que todo quede tal y como está, así el actual estado de cosas nos haga más daño que bien.
Su alergia no es a la renovación por sí misma, su alergia es al evangelio.
En Colombia los hay, unos escriben dudas y sospechas sobre todo lo que sale de la mente de Francisco, y luego hacen notas diciendo que aman al Papa. Otros se despachan en videos y debates sobre lo que no les gusta de Su Santidad y lo llaman hereje y apóstata, y terminan con un "oremos por el Papa" para que los incautos crean que aún hay algo de cristianismo en su programa. Los hay en Perú, en Argentina, en México, en España, que cuenta con expertos en hacer titulares diplomáticos con ataques soterrados. Y en Roma. Claro, allí en donde siempre han estado los cuarteles generales de esa Babilonia que no soporta el mensaje de la Cruz. Y si eso hacen con el leño verde, ¿qué no harán con el seco?
El Evangelio es una fuerza transformadora, que a Pablo lo rescató de la mortandad de los legalismos y las casuísticas para lanzarlo a la libertad de la fraternidad y la gracia. Una fuerza que no se detiene ni se detendrá, porque tiene la potencia de la Resurrección de Cristo. Una fuerza que a todos nos llena de aquello que nos falta para poder alegrar más, anunciar mejor, ser más prójimos, para primerear con audacia, pero que siempre encontrará resistencia pues pocas cosas hay tan alérgicas a la llegada del amor misericordioso, como los propietarios de la religiosidad. Por eso mientras que en la humildad de quien depende de dios y su perdón, algunos salen hacia las periferias a buscar a sus hermanos extraviados de la vida y de la reconciliación, otros escriben "misericordia" y "periferias" entre comillas para burlarse de un mensaje salido de los labios del mismo Jesús. Mientras unos se alegran por la llegada de los hijos pródigos a la casa paterna, otros amenazan con llevar al padre a los tribunales para que le quede claro que lo importante son los sacrificios, no la misericordia.
No podemos desistir, ni rendirnos, ni desfallecer, no podemos dedicarnos tampoco a responder a sus terquedades. Sino más bien seguir buscando a los que están buscando, seguir acercando a la vida a los que no logran encontrarla, y permitir que dios no deje de nacer, así por todas partes aparezcan los alérgicos emisarios de Herodes vigilando que nada amenace su ilusión de poder.