Felices los que trabajan por la paz Colombia arde y necesita otra Iglesia
"¿Por qué la única invitación o al menos la principal desde tantas orillas de creyentes es los rezos y las consagraciones a alguna devoción?"
"Colombia arde y la iglesia institucional parece resultar inútil, o incluso contraproducente"
"Basta ya de tanta parroquia católica y de tanta congregación protestante que se enorgullece de que entre sus fieles se cuenten tantas personas importantes para los estándares del mundo injusto"
"En Colombia es preciso que dios y el pueblo fiel reconozcan y defiendan también a esos que, como el Padre Francisco de Roux, el Monseñor Darío Monsalve y otros clérigos y laicos, han asumido la tarea de la construcción de la Paz mediante la justicia, y de paso le están dando lecciones a la conferencia episcopal"
"Basta ya de tanta parroquia católica y de tanta congregación protestante que se enorgullece de que entre sus fieles se cuenten tantas personas importantes para los estándares del mundo injusto"
"En Colombia es preciso que dios y el pueblo fiel reconozcan y defiendan también a esos que, como el Padre Francisco de Roux, el Monseñor Darío Monsalve y otros clérigos y laicos, han asumido la tarea de la construcción de la Paz mediante la justicia, y de paso le están dando lecciones a la conferencia episcopal"
Colombia arde y la iglesia institucional parece resultar inútil, o incluso contraproducente. Las calles, plazas, carreteras y monumentos son escenarios de protesta, manifestación y rechazo a un gobierno cuya elección fue bastante sombría y cuya gestión - según un estudio del Instituto Lowy - ha sido una de las 3 peores del mundo en tiempos de pandemia.
La respuesta: 2.110 víctimas de agresiones por parte de la fuerza pública en los primeros 14 días de movilizaciones (Cifra al 12 de Mayo de la ONG temblores.org), y una negativa permanente al diálogo, pues todas las reuniones a hoy han terminado sin acuerdos debido a la intransigencia del ejecutivo, y algunas medidas inconsecuentes cuya puesta en marcha es más que dudosa.
Entre tanto y como quien se resiste a abrir los ojos, como quien celebra ad orientem no para hacerse uno con el pueblo de dios sino para darle la espalda y concentrarse en los rituales, la conferencia episcopal ha hecho un vergonzoso papel de frases innecesarias y respaldos a las instituciones y funcionarios que nos han llevado a esta catástrofe con su prepotente incompetencia. Algo en lo que se parecen. Una jerarquía cómplice, ya no solo de los múltiples casos de abuso que siguen sin investigarse en el país, sino también de los atropellos y crímenes de los que son víctimas esos a los que juraron ante un altar acompañar y cuidar.
El suicidio de una menor que sufrió abusos policiales desata una nueva jornada de violencia en Colombia @elperiodicohttps://t.co/YVyR8BK5Sl
— Mirada Trabajadora Social (@MiradaTSocial) May 16, 2021
Ese mal ejemplo de lo que es ser creyente y ser ministro le hace mucho daño al pueblo de dios. Esa ausencia de liderazgo permite que los iracundos representantes del tradicionalismo - siempre tan conformes con el statu quo, siempre tan nostálgicos de los tiempos clerocráticos - inunden las redes 'católicas' con sus "cuidado" "ojo" "advertencia" "#Discernimiento", y con su bien tejido manto de sospechas, conspiraciones y supersticiones según el cual las personas comunes que tienen hambre y sed de justicia en realidad son gentes incapaces de pensar que son manipulados por el comunismo. Bello anuncio.
En consecuencia, para muchos resulta inevitable ceder ante la idea de que ser creyente significa callar y obedecer, no solo al cura de turno, al obispo aunque no diga nada, sino al estado, sea este un garante de los derechos humanos o, como en el caso de Colombia, el responsable de miles de violaciones al Derecho Internacional Humanitario.
La Enorme Deuda de la Iglesia
¿Por qué la única invitación o al menos la principal desde tantas orillas de creyentes es los rezos y las consagraciones a alguna devoción? ¿Cómo es que artistas, comediantes, deportistas, docentes y hasta algún obispo al que sus colegas suelen dejar escandalosamente sólo, terminan cumpliendo un papel determinante en un momento tan convulsionado, mientras tantos bautizados - profetas según la teología sacramental católica - están tan quietos, callados y concentrados en su propia espiritualidad?
Obispos de Colombia piden detener espiral de violencia y convocan jornada de oración https://t.co/pd77Kukzy3 a través de @aciprensa
— Alberto Ibarrola (@IbarrolaAlberto) May 12, 2021
Muchas pueden ser las causas asociadas a la mima situación del país, pero una es sin duda la causa religiosa del asunto: Jamás se nos ha mostrado que toda la propuesta cristiana de la vida tiene un componente político que no es marginal ni tangencial, sino central y determinante.
Se les ha transmitido una doctrina religiosa centrada en los ritos, las devociones y los comportamientos privados que no solo ha amputado la centralidad de lo social y lo político en la tradición judeocristiana, sino que la ha reemplazado por odio al feminismo, exclusión de los homosexuales y demás personas LGBTI, y una inusitada valentía ante el tema del aborto que nunca se tiene ante los otros múltiples asuntos que hacen imposible la vida. Hipocresía en estado puro.
Es una deuda que la Iglesia no parece muy dispuesta a pagar. ¡Pero oiga, existe la doctrina social de la Iglesia! Claro, y ¿Qué prioridad tiene en homilías, catequesis, congresos, jornadas de oración y demás ambientes en los que el pueblo laico entra en contacto con el llamado "depósito de la fe"?
¡Pero oiga, no pretenderá usted que en la catequesis pre-sacramental se hable de estas cosas, o en la misa, vamos a volver entonces lo sagrado algo mundano!, precisamente, pero no soy yo el que lo pretende, es Amós, Oseas, Isaías, es el Deuteronomio, es Jeremías, Daniel, es Jesús de Nazaret, Santiago, es Pablo al escribirle a Filemón, y es Juan el del Apocalipsis... La vida política y social es una línea central de la revelación bíblica, que atraviesa desde los orígenes de Israel hasta la proyección del cristianismo al final del siglo I.
Pero para esta iglesia que no alcanza a ser madre y aún así quiere ser maestra, lo importante de la Biblia es que confirme nuestra ortodoxia y lo importante de la buena noticia es la beatitud de las almas, que no somos una ong para ir por ahí dando de comer a quien tiene hambre o visitando a los presos y además la iglesia tiene ya muchos hogares, hospitales, colegios...
Sí, eso tiene, no hay que repetirlo tanto, que también tiene la iglesia el mandato de no ir por ahí contándole a la mano izquierda lo que hace la derecha, pero además, hable usted con cualquiera de los que están al frente de uno de esos hogares, hospitales, colegios, a ver si alcanza con lo que se hace. A ver si no necesitaríamos que todos los creyentes se volcaran a hacer más. ¡Más rosarios, más penitencias, más ayunos, querrá decir! Mire, siga ud, que ahí derecho están EWTN e Infocatólica para que le digan lo que quiere oír y se quede usted tranquilo y el mundo quede intacto.
La Propuesta Cristiana
Jesús no creó el Reinado de dios de la nada, ni lo predicó como una esperanza post mortem para que aquí nos dedicáramos a esperarlo entre liturgias e incienso, no. Jesús fue un Yahvista radical. Uno convencido de que el centro de la tradición de sus padres era realmente una respuesta. Pero entonces, como ahora, se le decía a la gente que el centro era algo en apariencia sublime, aunque en realidad fuera tan superficial como una postura corporal, como una afirmación de unas abstracciones, como un "dejar de hacer cosas", en sábado, para aquella religión judía del siglo I, o en cualquier día, para ésta religión católica de Agustín para acá.
La propuesta de aquel dios para con aquellos hombres y mujeres de Israel era una Alianza, una manera de ordenar la vida de modo que fuera posible la Justicia y el Derecho. La preocupación fundamental de Yahveh es la libertad de los oprimidos, una que no se alcanza por medio de sacrificios, ni de rituales, ni de obediencias a los poderosos, sino por medio de una equidad fruto de la conciencia de fraternidad, de un asumir como propias las necesidades del otro, de un abandonar cualquier pretensión de convertir algo en "MIO" como resultado de reconocer que todo lo que recibimos es regalo y lo recibimos para ser regalo para el otro. Por eso la TIERRA, el TRABAJO y el TECHO, son elementos fundamentales en la Alianza, pues son la única posibilidad de tener una vida digna. Esa libertad no es simplemente una posibilidad de decisión, sino de realización.
La PAZ es la gran promesa de la alianza, que se expresa en términos de bendición, de vida, de hijos, de animales, de salud, de alegría. Para la Justicia la Alianza, para la Libertad la Justicia, Para la Paz la Libertad.
En tiempos de Jesús, como ahora, muchos querían instaurar algún tipo de paz. El Imperio la tenía como eslogan. ¡PAX! era el gran cliché de las atrocidades de los romanos sobre los pueblos dominados. Una paz estadística, de reducir las protestas, de apagar los levantamientos antes de que tuvieran cierta magnitud, de de lograr instaurar políticas territoriales y tributarias sin resistencia. ¿Qué hacía Roma para conseguirla? simple: expropiar, incendiar, militarizar, decapitar, crucificar y quemar vivos a sus opositores. Una paz ficticia conseguida mediante la victoria.
El cristianismo también proponía la paz. ¡Paz contigo! fue un grito del señor resucitado y era desde aquel primer siglo un saludo frecuente de los seguidores del mesías nazareno. Una paz comunitaria, social, colectiva, una paz de acciones concretas para reducir las carencias, los sufrimientos y las angustias en los hermanos. Una paz de cuidar al débil y proteger al abandonado. Una paz de perdón y de buena noticia, que no solo le abría un futuro a quienes se equivocaron en el pasado, sino que les hacía notar que tenían todo lo necesario - en ellos mismos y en sus hermanos - para construirlo. Una justicia de oportunidades, que es la única forma de no perder vidas y tiempos en una justicia de castigos.
¿Qué hicieron Jesús y luego los cristianos para conseguirla? simple: llevar hasta el extremo lo que habían dicho Amós, Oseas, Isaías, el Deuteronomio, Jeremías, Daniel... Ser una comunidad real, en la que de nada servía el rito si antes no había reconciliación con el hermano, en la que nadie llamaba suyos a los bienes, en la que a nadie se le miraba desde sus errores, sino desde su posibilidad de ser, porque entre más frágil uno, más fuerte aquel en quien confiamos.
Una comunidad en la que se daba una nueva oportunidad a los asesinos, incluso a aquellos que habían participado del asesinato de sus hermanos. Una comunidad en la que no tenía cabida la superioridad, ni el sacar provecho de los otros, ni el acumular lo que no se necesita, ni el guardar los talentos bajo tierra cuando le pueden servir a tantos. Una comunidad en la que para poner a dios en el centro era preciso poner en el centro a los pequeños, a los simples, a los niños y los pobres. Una paz real conseguida mediante la justicia.
La Tarea Política de los Creyentes
Antes de tan siquiera abrir los labios para decirle al mundo algo de lo que la Iglesia considera que tendría que hacer con sus asuntos, la principal tarea de los creyentes tendría que ser la de encarnar esa propuesta de Paz de la Alianza.
Mientras haya pobres entre nosotros, mientras haya exclusión y discriminación en nuestros grupos, mientras haya machismo y misoginia en nuestros predicadores, mientras haya unas parroquias con chalet y otros párrocos vendiendo huevos para pagar los servicios públicos de su salón de reuniones, y , sobre todo, mientras haya víctimas de abuso sin ser escuchadas y victimarios protegidos en contra de toda verdadera fraternidad, ¿Qué credibilidad esperamos tener para nuestras afirmaciones tan categóricas sobre lo que pasa afuera, cuando adentro no terminamos de vivir - ¿habremos empezado al menos? - eso que cada domingo decimos creer?.
Mientras la iglesia no sea una comunidad que contraste las lógicas indiferentes y egoístas del mercado y más bien las siga y las reproduzca en sus redes, sus influencers y sus famosos; Mientras que dentro de ella las angustias se resuelvan con oraciones, y se lance a los necesitados al "sálvese quien pueda" del capitalismo porque es lo que dicen los apologetas (vaya intelectuales del odio se han conseguido); Mientras que cada vez que nos aparece un Cornelio ni se sacrifica ni se come (ver Hechos de los Apóstoles) sino que se recuerdan todos los numerales del catecismo que insinúan que dios sí hace acepción de personas, no tenemos nada que ofrecerle a este mundo. Una iglesia así resultará inútil o incluso contraproducente.
La Evangelización, la predicación, el anuncio profético, debe volver a ser llenar a los hombres y mujeres de la ilusión posible del Reinado de dios, inundar el mundo de esperanza de cambio, de transformación, de resurrección. Tiene que ser algo tan contundente como fascinante. Los cristianos somos personas convencidas de que por encima de toda alegría, de toda paz, de todo amor que podamos haber probado en medio de este mundo de sensaciones instantáneas, hay una alegría infinitamente mayor, una paz invencible, un amor sin limite alguno, capaz de curarlo todo y de repararlo todo.
Tendríamos que estar - y seguir, porque muchos ya lo hacen - creando con frecuencia nuevas formas de expresar esta promesa, de contar esta historia, de ofrecer esta propuesta, con tal emoción, con tanto despliegue de color y fantasía, que resulte irresistible a todos los seres humanos que están buscado algo más. Que son muchos.
Pero tendrá que ser un anuncio comprometido con lo real, con el hambre, con el dolor, con la economía, con las condiciones laborales, con la situación de las personas mayores, con las condiciones de vida de los reclusos. Un anuncio que ponga en su centro las alegrías, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los seres humanos, y que haga de ellas su parábola, su sermón del monte, su carta, no uno que escasamente recuerde que todo eso está por ahí escrito en algún documento del concilio.
Para una evangelización de mandamientos, prescripciones, pormenores litúrgicos y morales no hacía falta Jesús, con Caifás ya era suficiente. Entonces, ¿Cuándo notará la ortodoxia que con sus viejos silogismos metafísicos no han logrado nada más que distanciarse de la realidad hasta desconocerla por completo?. Su anuncio aumenta la deuda de la Iglesia, la hace inútil y hasta contraproducente.
Luego habría que entender el papel profético del cristianismo, en una dimensión que resulta esencial cuando se quiere tejer una sociedad desde el derecho y la justicia: Denunciar todo lo que hace imposible la dignidad, la libertad, las oportunidades y la paz. Una denuncia que debe empezar siempre hacia dentro, hacia el interior de la propia iglesia. Una profecía que, como en la escritura, se dirige primero al propio pueblo y a sus líderes antes que a los de fuera.
A nuestros Obispos - especialmente a los que son cardenales - tendríamos que recordarles con suma frecuencia que no son príncipes, sino esclavos.Que no se han postrado para revestirse y luego ser honrados y besados en las manos sino para ceñirse la toalla y ponerse a los pies de los creyentes para lavarles los pies, para servirles, para defenderles, para ser guardianes de sus vidas y no espías de sus conductas.
Y ya que ese ministerio se extiende a través de los presbíteros, tendremos que recordarle al clero que son nuestros hermanos, no nuestros jefes. Que los necesitamos hombro a hombro en la cotidianidad en la tarea de transformar el mundo, no solo dueños del micrófono dentro de los templos en la obsesión por calificarlo. Para extirpar todo clericalismo tendremos que recordarles que todo hombre y toda mujer que se compromete con la construcción del Reinado de dios y que da su vida por anunciarlo con valentía y alegría, es un sucesor de los apóstoles. Un sucesor de Pedro, y también de Junia, de Santiago y también de Febe, de Juan y también de la Magdalena.
Denunciar las injusticias, los crímenes, la desigualdad, el horror al que son lanzados tantos hombres y mujeres en el mundo a cada hora, es también una tarea política de los creyentes y de la iglesia toda.
Hay mucha vehemencia en la iglesia al hablar contra el uso de drogas, contra la sexualidad de muchos, contra las reivindicaciones de las mujeres, pero no se ve la misma vehemencia contra los que generan las políticas de explotación, ni contra los que agotan indiscriminadamente los recursos que les pertenecen a nuestros hijos, ni contra los que defienden la guerra o el uso de las armas, ni contra los que despojan y acumulan tierras. Hay mucha exhortación dogmática contra el pecado de la gente sencilla y mucha condescendencia hipócrita con la corrupción de las instituciones y la codicia de quienes hacen cualquier cosa por llegar a dirigirlas.
Esa cobardía, disfrazada de "celo por el evangelio" es vergonzosa. Los creyentes y quienes se quieran hacer con el título de líderes de los creyentes, tendremos que perder el miedo a las garantizadas retaliaciones de los poderosos si queremos realmente ponernos del lado de dios, y tendremos que mirarlos a los ojos y enumerar sus crímenes, para ofrecerle a cada ser humano la posibilidad de dejarlo todo y perseguir el sueño de Jesús, y que sepamos que si entramos a sus casas a comer con ellos es para que al salir, ellos salgan también, dispuestos a reparar a sus víctimas y despojarse de todo lo que los llevó a ser causantes del dolor y de la angustia de muchos, jamás a bendecir sus armas ni sus estados financieros.
Basta ya de tanta parroquia católica y de tanta congregación protestante que se enorgullece de que entre sus fieles se cuenten tantas personas importantes para los estándares del mundo injusto, y a los que jamás se atreverán a decirles que el camello y el ojo de la aguja son incompatibles. Aquella es una iglesia inútil, y hasta contraproducente.
En Colombia, para terminar, es preciso que dios y el pueblo fiel reconozcan y defiendan también a esos que, como el Padre Francisco de Roux, el Monseñor Darío Monsalve y otros clérigos y laicos, han asumido la tarea de la construcción de la Paz mediante la justicia, y de paso le están dando lecciones a la conferencia episcopal. Ojalá tomaran nota, en lugar de murmurar de ellos en los pasillos, como sucede hoy.
Felices los que trabajan por la paz.