Jesús no hizo énfasis en los mandamientos. ¿Dejó dios una ley?
¿Y si la única razón por la que aquellas palabras están escritas en forma de ley es por el uso de un género literario en los libros que las contienen?
Hay varios códigos en el pentateuco, con distintas temáticas y distintas implicaciones. Esos códigos son un intento por regular la forma como este pueblo vive, se relaciona, produce, se defiende, se comporta, y también la forma como se deben manejar los casos cuando una persona o grupo de personas viva, se relacione, produzca, se defienda o se comporte contrario a esa regulación. Es una especie de mezcla entre una constitución política, un código penal, un código civil y un manual de urbanidad, todo propuesto desde una perspectiva religiosa. Estos códigos, con sus mandamientos, han sido la base de buena parte de la moral de la tradición judeocristiana, de una parte de sus liturgias o sus jerarquías, y especialmente el DECÁLOGO o listado de los “10 mandamientos” ha sido una de las bases de la expresión cultural de las religiones que surgieron de esa tradición, en forma de valores y principios.
A los católicos se nos enseñan los “10 mandamientos” como la LEY de dios. Lo que automáticamente le imprime a la divinidad una connotación jurídica. Le pone en un rol que tiene que ver con abogados, fiscales, pruebas, acusaciones, absoluciones, condenas, penas, y lo único que parece no haber en ese relato cristiano sobre el juicio es apelación. En adelante la religión se convierte en una forma de evitar que el juicio sea desfavorable. Creemos para evitar ser condenados. Creemos para salvarnos, que en el contexto de este lenguaje significa: que hagamos los méritos suficientes para ser declarados “no culpables” en el juicio. Hay toda una construcción religiosa, milenaria en el catolicismo, alrededor de esta idea. Pero ¿Y si la única razón por la que aquellas palabras están escritas en forma de ley es por el uso de un género literario en los libros que las contienen? ¿Sí los autores de los textos se valieron de los códigos como un recurso de escritura que nosotros convertimos luego en un contenido y una verdad? ¿Y si lo más importante de esas palabras no era la forma en la que están escritas (como “mandamientos”) sino lo que significaron en la cultura y la espiritualidad de quienes recibieron estos textos originalmente?.
Hoy conocemos ampliamente los tratados de vasallaje de Mesopotamia y el Medio Oriente Antiguo. Son una especie de contratos que firmaban los grandes imperios con los pequeños pueblos que dominaban y anexaban a su territorio. Como todo contrato hasta nuestros días establece una relación entre dos o más partes, define de qué se trata esa relación, detalla las obligaciones de cada una de las partes, y describe cuáles son los beneficios que conlleva esa relación y cuáles son las posibles consecuencias en caso de llegar a incumplir el acuerdo. Son documentos muy bien conservados, que pueden verse en algunos museos. Son joyas de la arqueología que tienen asombrosas similitudes de forma con muchos de los contratos que hoy en día usamos en la cotidianidad para rentar un lugar de vivienda, trabajar en una organización o establecer una relación comercial. Pues bien, es conocido por los biblistas que los códigos de los libros del Éxodo, Levítico, Números o Deuteronomio, tienen la forma exacta de los tratados de vasallaje de los pueblos de la época. Es más, algunos de los contenidos expuestos en esos códigos tienen importantes similitudes con las leyes de grandes imperios – son conocidas las coincidencias con el Código de Hammurabi, pero no son las únicas – y manejan casos parecidos con parecidas formas de resolverlos. La genialidad de Israel no es el formato, y en algunas cosas no es el contenido, pero sí es la perspectiva.
En términos muy simples, podemos decir que los autores del pentateuco descargaron los formatos disponibles para hacer un contrato, un tratado, un pacto, y en el lugar del “contratante” pusieron a Yhwh, y en el del “contratado” a Israel, y usando las partes del tratado escribieron la relación de alianza que el pueblo hacía con su dios en los términos de las legislaciones de la época. Por eso encontramos leyes, bendiciones, maldiciones, indicaciones pormenorizadas y casos ejemplarizantes. Algunas de las leyes, que ya eran comprensiones importantes de varias culturas las dejaron casi como las encontraron, con leves adaptaciones desde su lealtad a Yhwh: temas como el asesinato, el robo, el poner en peligro la vida de otro al mentir en su contra, o ciertas formas de trabajo. Lo que es absolutamente genuino es la perspectiva, el para qué de sus indicaciones. Israel quiere asegurarse de sostener una forma de vida que está orientada en la protección de los vulnerables y en la garantía de vida para los desposeídos. Esa forma de vida está completamente ligada a su concepción de dios, pues Yhwh es el dios del éxodo, el dios de la liberación de la esclavitud, el dios de la búsqueda de una tierra que no niegue sus frutos. Esa visión de dios implica una manera distinta de hacer la sociedad. Implica una manera distinta de ser pueblo, que debe ser preservada y asegurada. Un pueblo con esa visión de sociedad no se puede extinguir, porque con ellos se desvanecería el ideal que tienen, y que representa una superación de todas las injusticias que sufrieron en su pasado de acuerdo con los relatos que le dan contexto a sus leyes. Si ese pueblo tiene una muy particular forma de practicar su religión, de administrar la comida, de establecer familia, de vestirse o cultivar, y la han convertido en una pormenorizada normativa que hoy es parte esencial de la biblia cristiana, es porque ese pueblo se sabe depositario de una propuesta que los supera y de la que la humanidad no debe perderse (por ti serán benditas todas las naciones). Una propuesta que apunta a que nunca jamás un ser humano sea maltratado por el poder de otro, y un dios que hace de esa causa toda su razón de ser. Yhwh, el dios que ES, es el Yhwh de los huérfanos, las viudas, los migrantes y los pobres. Y esa perspectiva es lo fundamental del Pentateuco, no el formato en el que fueron escritas las maneras concretas de entender ese propósito, o de asegurar su supervivencia.
Los grandes maestros de las ciencias bíblicas en el cristianismo – católico y protestante – tienen claridad sobre la importancia de los géneros literarios a la hora de comprender y enseñar las escrituras. El magisterio de la Iglesia enseña que se debe prestar especial atención a estos géneros, porque literalizarlos y olvidar su función narrativa puede hacer que perdamos el foco de lo esencial de la revelación bíblica y por tanto, que desperdiciemos lo más sagrado de lo que la biblia contiene. Esa claridad y esa enseñanza ha faltado a la hora de comprender y enseñar los códigos del pentateuco y especialmente los mandamientos, que siguen presentándose como una expresión legal de la voluntad de dios, aún cuando Jesús no hizo énfasis en ellos, no son el centro de su mensaje sobre dios, y en los escasos pasajes en los que comenta el decálogo siempre invita a superarlo, a ir más allá de la legislación para convertir el amor en la esencia de la vida y de la religión, y recupera de manera radical la insistencia en la perspectiva, en que todo comportamiento relacionado con dios tiene sentido únicamente cuando nace de la cercanía y el interés genuino por quien sufre, por quien carece, por quien ha sido despojado o excluído. Y cuando usa la metáfora de dios como juez, común en su época y que hacía parte del imaginario judío sobre dios, ese juez siempre tiene como medida la compasión, la bondad con quien atraviesa la dificultad, la misericordia con quien tiene abiertas las heridas de su propia fragilidad. Otro dios. Ese que nos muestra que lo opuesto a la salvación no es la condenación, sino la desigualdad, la indiferencia, la esterilidad de una vida sin entrega, sin donación.
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