Yavé sonrío al salir del templo en el que nunca estuvo. Dentro de Nosotros
El dios que acampó entre nosotros, ha acampado ahora dentro de nosotros.
Su interés nunca fue una nueva religión, ni hacerle ajustes a los ritos, ni moderar el poder de las castas. Su interés era devolverle a Israel la capacidad de reconocer lo importante, de volver la mirada a lo esencial. Pero, ¿Quién puede definir lo que es importante y lo que no?, ¿Cómo decidir qué consideramos esencial?
Bueno, 3 cosas les quedaban para hacerlo: Tenían la historia, los relatos de la historia, las raíces hundidas en la historia, y muchas cosas se pueden decir acerca de los relatos del dios de Israel, pero la huella imborrable siempre fueron los pobres.
A Yavé se le confundió con ejércitos y ejecuciones, con ritos y purificaciones, se le alejó, se le guardó en un recinto, incluso, tal como se hace hoy, se le usó para toda clase de persecuciones y marginación hacia aquellos que no eran del agrado de quienes se habían arrogado los derechos sobre él.
Pero Yavé es libre, su nombre significa "El que es", no tiene nombre en realidad. Ni tiene imágenes, ni tiene un lugar, lo que hace que a Yavé solo se le pueda encontrar y amar en los otros. Y entre los otros, especialmente en los pobres. Pobres son los despojados, y los enfermos, los apartados y los perdidos, los migrantes y los que se han equivocado tanto que ya no logran reconocerse a sí mismos. Los solos, los excluidos. Los que tienen que recordarle al mundo que existen y que tienen derecho a existir. Y esos galileos, en medio de aquella pesada religión, volvieron a revelar a Yavé, que sonrío al salir del templo en el que nunca estuvo.
Tenían las palabras, los recuerdos, todo lo que habían vivido con Jesús, especialmente lo que él había causado en ellos. Por un momento pensaron que todo se había acabado tras su ejecución, pero lo que había sembrado en ellos era imparable, y dio fruto. Ya no eran los mismos, aunque seguían siendo ellos. Tal vez nunca antes habían tenido tanta certeza de quiénes eran. Aunque flaqueó su valentía, encontraron en esas hondas raíces hundidas en la historia de Yavé, que todo lo que Jesús había hecho era lo que Yavé habría hecho.
Jesús quiso cambiarlo todo. Sabía que no nacimos para mirar la vida desde una trinchera, ni para ver a dios a través de las pesadas estructuras de una institución de privilegiados. Quiso hacernos saber y sentir que amar basta, y que la vida vence. Que perdonar puede cambiar el pasado para siempre. Por eso se le vio con frecuencia cerca de los mismos de los que había estado cerca Yavé: pobres, enfermos, forasteros, y todos los rechazados por quienes se alimentan de poder, descansan en la tranquilidad de su arrogante moralidad, o llaman religión a sostener su indiferencia repitiendo rezos y defendiendo tradiciones. Los excluídos fueron los predilectos de Jesús, porque son los predilectos de Yavé.
Y tenían algo más, algo distinto y nuevo, la convicción de que Jesús no había sido vencido del todo nacía de una fuerza incontenible que les atravesaba el pecho siempre que estaban juntos. Sentarse a comer nunca fue lo mismo. Reunirse para hablar con dios nunca se había sentido tan natural, tan familiar. Les resultaba fácil todo eso que a los seres humanos suele resultarnos tan difícil: desprenderse, hacer suyas las carencias de los otros, quitarse la necesidad de sentirse superiores, acercarse a los extraños y volvernos prójimos. Amar se volvió su lenguaje, su liturgia, su único dogma. La fraternidad fue su única jerarquía y los hermanos la única propiedad. Y no, no era todo aquello fruto de una suplantación sobrenatural de su voluntad, simplemente notaron que de eso se había tratado siempre la vida, y se decidieron a vivirla así. El aire que había dado vida a los seres humanos seguía soplando, y sentían esa brisa en cada abrazo.
El dios que acampó entre nosotros, ha acampado ahora dentro de nosotros.
Quizá pronto un grupo de marginales al interior del catolicismo, esta, por momentos, pesada religión cargada de órdenes y minuciosos rituales, tomen - tomemos - la decisión de cambiarlo todo, recuperando el rostro invisible de Yavé al poner a sus predilectos en ese centro que hoy ocupan las tercas tradiciones, pero también acogiendo como causa de vida las palabras, las opciones, los sentimientos de Jesús; y respirando el aire bendito de esa hermandad valiente capaz de hacer sentir a todos como en casa. Quizá.
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