Grito de Resurrección
Vivir sin miedo no es temeridad, no es coraje irresponsable, no es negar que vivimos en un mundo complejo lleno de gente dispuesta a hacer daño, o al menos indiferente frente a esa posibilidad. No es olvidar que vivimos una vida frágil, que nunca sabemos exactamente cómo estamos, porque siempre es probable que nos esté pasando algo de lo que no nos hemos dado cuenta. Es continuar con determinación, haciendo las cosas que hemos elegido hacer, viviendo en los principios desde los que hemos decidido vivir, amando cada día un minuto más, un metro más, porque es el camino que preferimos, pese a que al hacerlo, ni la vida mágicamente deje de ser frágil, ni la gente obligatoriamente deje de ser como es, ni el mundo instantáneamente se haga menos complejo.
Resurrección es vivir en Él, que también es vivir como él, aun sabiendo que por momentos no podremos, y que no importa, desde que no dejemos de intentarlo y de gastarnos la vida honrándole con cada aliento que tomamos al hacer de su palabra nuestra más profunda inspiración, al hacer de su vida nuestro camino, al hacer de su verdad nuestra convicción para vivir, al practicar la espiritualidad bajo la certeza de que no tenemos la más mínima razón para dudar de su credibilidad, aunque no tengamos jamás una prueba al estilo de esas pruebas que nos fascina pedir o tener.
Creer y anunciar la resurrección de Jesús tiene que ver con él pero sobre todo tiene que ver con nosotros. No podemos olvidar que el Nuevo Testamento no habla de la victoria de Cristo sobre la muerte como un dato, sino como un anuncio de buena noticia. Los Cristianos creemos en Jesús Vivo, vamos con él por la vida, hablamos con él, celebramos en él, y sobre todo, nos sentimos amados por él. Si me lo preguntan, creo que ese es el sentido más poderoso y profundo de la resurrección, quizá el más simple también: Que Jesús Viva significa que puedo saberme y sentirme amado, porque su vida hace posible la mía, hace que el horizonte de esperanza y de ilusión se abra para mí, y nada más grande se puede hacer por aquel a quien se ama que darle vida.
Pero anunciar (gritar) la Resurrección del Señor es mucho más que afirmar su existencia - cosa que hacemos con alegría y sin cansancio - pues también es unir nuestra voz a la suya para decir lo que a este mundo le viene bien oir. Reducir la Resurrección a un dato sobrenatural que le otorga ventajas a la religión cristiana sobre las otras es negarla. Hacer de la VIDA de Jesús un mero recurso argumentativo de apologética (mi fundador está vivo y el tuyo muerto) es no haber entendido nada de la Pascua, es entregar nuestra esperanza al vacío, es darle la razón al Sanedrín. Creemos en Jesús porque somos capaces de jugarnos la vida por aquello que Jesús creía y aquello que su vida prueba, probó y probará como verdadero, útil y fecundo.
¿Y qué era eso en lo que Jesús creía?
Creo que pocos lo han dicho tan bien como el Papa Francisco en aquel "Sermón de la Montaña" que hizo hace unos días en Egipto:
"De nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón y detesta la hipocresía.
Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados. La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad"