"La letra mata, el espíritu da vida" Enfermos de Sana Doctrina
Se parecen a un hombre que por sus desequilibrios se dedicó a usar alucinógenos, terminó confundido con un místico, y le hicieron santo.
Las plataformas digitales y redes sociales de algunos personajes ‘representativos’ del fundamentalismo católico son una auténtica vitrina de conflictos de personalidad, dificultades en el manejo de las emociones y asuntos por resolver con la propia identidad. Seamos claros, nadie va por la vida ileso de todo lo que causa vivirla. No hay ser humano sobre el planeta, y mucho menos en la iglesia, que no cargue con sus temores y conflictos, con sus fobias o manías, con sus traumas por resolver. Otra cosa es convertir la experiencia espiritual en una excusa para nunca resolverlas y exhibirlas con prepotencia en la actividad pública y justificarlas como “celo apostólico” o “decir verdades”, o insinuar que son señales de #Sabiduría #Prudencia o #Discernimiento.
No es lo mismo tener excesos de opinión cuando se tiene una audiencia cautiva desde la fama: una modelo recomendando el uso de cloro para prevenir o tratar el Covid, o cuando se ha llegado a esa popularidad por un talento particular: cantantes populares apoyando campañas políticas sin poder dar razón de la ideología que representan, que cuando se opina sobre temas que definen comportamientos cruciales ante interlocutores que conceden plena credibilidad a quien les habla por el simple hecho de que tienen el adjetivo “católico” junto al rol (único oficio en muchos casos) que desempeña en la comunidad real o virtual del catolicismo: un predicador ‘católico’ recomendando el uso de armas de fuego en la defensa personal o uno de sus colegas calificando de ‘satanismo’ el uso de las vacunas.
Tampoco es lo mismo divulgar insensateces en internet – dar su punto de vista, lo llaman – basados en fake news que basados en textos de la biblia mal leídos, mal interpretados y mal expuestos, simplemente porque un medio de comunicación, una celebridad espiritual, o un periodista ‘católico’ tienen delirios de poseedores de la verdad y viven bajo la alucinación de haber sido instituidos jueces y verdugos de todo lo que no comprenden, les incomoda o les desafía. Y no lo es porque ese comportamiento toca irresponsablemente una fibra esencial de la experiencia de fe, que es el contacto con la sagrada escritura como posibilidad de interpretar desde su luz la propia vida.
Que existan partidos políticos que promueven la xenofobia, el totalitarismo, el racismo, el fundamentalismo excluyente y tengan pretensiones de reducir la democracia es algo amenazante, que necesitamos como sociedad enfrentar y derrotar, pero es explicable desde el origen de sus ideologías. Que quienes promueven ese tipo de pensamiento y de posiciones sociales y políticas sean miembros del clero o de la jerarquía, que tanto insisten en llamarse a sí mismos “representantes de Cristo” y “sucesores de los apóstoles”, es imposible de entender. Que todos los días aparezcan hombres con hábito en sus canales de youtube decididos a hacer una contrarrevolución cultural y cambiar la historia, que al final solo terminan manipulando la biblia o las ciencias sociales para denigrar mujeres, descalificar a homosexuales por el simple hecho de serlo, o reducir al absurdo todo pensamiento que no les gusta, es absurdo, incomprensible, triste.
Hay, sin embargo, una explicación tan antigua como el cristianismo y tan conflictiva como la buena noticia: La letra mata, el espíritu da vida. No es una frase suelta de un escrito de Pablo. Es una síntesis de una de sus más importantes líneas de pensamiento, que atraviesa buena parte de sus escritos, porque atravesó buena parte de la primera predicación cristiana en lo que tenía que ver con el cumplimiento de la antigua ley. Pablo entendió que el apego a la doctrina, que la dependencia del “pero aquí dice” en la moral, que la obsesión por los procedimientos, que tanto orgullo le causaba en sus épocas de fariseo, era en realidad su principal incapacidad, su tara. En sus cartas, que no pocas veces tienen de fondo el conflicto con los ‘judaizantes’ que serían algo así como los apologetas de la sana doctrina de su época, Pablo denuncia el daño que le hace a la fe, a la espiritualidad y a la vida en general, el fundamentalismo de la letra, de los códigos de comportamiento, de los instrumentos de calificación del otro, de cualquier catecismo que tenga pretensión de ser una interpretación única del dios invisible.
Pablo no solo se alegra de considerar basura lo que antes consideraba el tesoro de su sana doctrina, sino que se lamenta de ver como ese aparente tesoro enferma a personas, las llena de soberbia, las dota de actitudes implacables ante las que tiene que defenderse y denunciar, les causa vivir en un círculo demente de equivocaciones – nadie puede cumplir toda la ley, dice – pero también de incapacidad de reconocer desde donde aparece su rescate, su salida, su salvación. Si tan solo supieran que en las manos de esos que atacan y desprecian se encuentra el remedio a sus demonios, que en la mirada de esas a las que ofenden está el valor para vencer sus propias tragedias.
No estamos lejos de las circunstancias de Pablo. Asistimos a un penoso espectáculo de influencers incapaces de notar su propia fragilidad, su incoherencia argumentativa, su esquizofrenia moral, su paranoia doctrinal. Un show de ataques camuflados al Papa, haciendo tantas maromas para disimularlo que se convierte en ataques al Sínodo, a los obispos que proponen vivir el reinado de dios desde el laicado, a quienes se enfocan en los pobres, a quienes tienden puentes con los excluidos. Su rigorismo les enferma, y su enfermedad se exhibe como un valor. Se parecen a un hombre que por sus desequilibrios se dedicó a usar alucinógenos, terminó confundido con un místico, y le hicieron santo. Así está el patio. La sana doctrina enferma.
Ruego porque sus cercanos les ayuden, les acompañen a afrontar sus asuntos no resueltos, les muestren la salida al frenetismo con el que viven sus excesos, les muevan a tocar puertas en las que pedir ayuda, y les desconecten el internet.
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