Volvamos a ser Católicos
En todas partes hay gente experta en mirar con desprecio, también en los pueblos que se creen exclusivamente elegidos por dios. Aparecen personas cuya afición principal es la taxonomía moral, decidir a qué raza de pecadores pertenecen los demás y exponer las razones por las que no pueden pertenecer a la comunidad, o por las que deben ser apartadas, o por las que no pueden participar activamente de todos los espacios, su carisma es la exclusión y lo ejercen con disciplina. Pero somos católicos porque el nuevo testamento quebró esa moralidad, fracturó esas clasificaciones y desdibujó las fronteras que nos separaban de los demás. Somos católicos porque Jesús le quitó la nacionalidad al amor y la ideología religiosa a la solidaridad.
El criado del Centurión, la mujer cananea, el eunuco etíope, Cornelio, son ejemplos claros de esa fuerza de salida de la buena nueva, que no se permite ser encerrada en espacios confinados, ni por rituales, ni por dogmas, ni por instituciones. La instrucción que en el evangelio Jesús da a los discípulos al enviarlos a predicar de que “coman lo que les den”, llega a las comunidades en un momento en el que la comida era una terrible causa de discusiones y un motivo de división, y representa de manera muy simple que el corazón de un discípulo no tiene espacio para archivar motivos de división.
Sin embargo, asistimos a un convulsionado momento en el que los católicos no merecemos llamarnos así.Nuestra universalidad ha sido reemplazada por regionalismo religioso, nuestra fuerza de salida se ha convertido en defensa de trinchera, nuestra pasión por acoger a todos se ha convertido en una institucionalización del temor ante quienes tienen que pedir asilo. Nuestro padre fue un arameo errante y son los cristianos los que más celebran la victoria del hombre que le cierra las fronteras a los errantes del medio oriente. Y cada vez que alguien dentro del catolicismo nos recuerda que católico significa transversal, significa periférico, significa universal, que todo lo atraviesa y lo abarca, sea un laico en algún lugar escondido proponiendo una nueva pastoral, sea el Papa Francisco extendiendo una mano desarmada a los luteranos, o sea una valiente monja dejando claro que no somos una religión de miedo ni de asco por nuestra intimidad, y no pasan dos segundos antes de que a lo largo y ancho de este pueblo aparezcan los que no quieren que seamos jamás católicos, sino que solo nos llamemos así, y amenazan, condenan, se atrincheran. Se empeñan con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas en que no entren a nuestro selecto grupo los que necesitan salvación, sino solo los que estén dispuestos a comulgar en la boca, cantar gregoriano y repetir que está prohibido fracasar en el amor. Pero no somos católicos si no somos capaces de abrirnos a lo distinto, a lo frágil y a lo extranjero.
Seamos católicos, empecemos a serlo, volvamos a serlo, no dejemos de serlo. Que cualquier persona en el mundo que esté golpeada por la vida, que necesite una voz de ánimo, que tenga confusiones con su propia existencia, que sea víctima, que haya tenido que huir de la maldad, que busque paz, consuelo, que se encuentre desesperada por lo difícil que se vuelve a ratos tener una esperanza, sepa que puede venir a nuestra casa, porque es su casa.
Seamos católicos: pongamos en nuestras puertas mensajes que digan: En esta casa somos católicos, eres bienvenido, podemos conversar de lo que tú quieras, podemos pedir y agradecer a dios, y podemos darnos una mano para lo que haga falta.
Basta de traicionar nuestro bautismo.