En las "tripas" de Doctrina de la Fe

Una visita al Palacio del Santo Oficio, de Roma

Hablan oficiales de la sección de doctrina y disciplina para "The Church Up Close"




Una tarde en Roma y estamos ante lo que podría ser cualquier palazzo de la ciudad. Estamos en una plaza grande: no de las más bonitas, cabe decir, pero el sol de septiembre la pinta en claroscuro y el bullicio de la gente la hace expresiva.

Ante nosotros una fachada de piedra y, más arriba, de estuco pintado un color dorado; abajo, un portón grande y solemne. Puede que estemos ante cualquier palacio de la ciudad eterna, pero ese es el Palazzo del Sant'Ufficio -el Palacio del Santo Oficio- y, en esta jornada laboral, los periodistas adheridos al programa "The Church Up Close" ofrecido por la Universidad de la Santa Croce lo vamos a conocer. En el curso de la visita, escucharemos de dos de los oficiales de la antigua cuartel general de la Inquisición los detalles del funcionamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe hoy en día.

Nos recibe, tras el portal, un joven sacerdote que viste traje negro y clergyman -por supuesto- y es imposible que no caiga bien a primera vista. Es guapo, afable, energético y ansioso de contarnos la historia del lugar al que hemos accedido. Nos habla del patio y los balcones, y nos señala el despacho del cardenal Müller -Prefecto de esta Congregación- antes de conducirnos a una pequeña sala al lado izquierdo donde charlará con nosotros. Se respira un ambiente de absoluta normalidad, pese a la reputación negra que precede el "departamento" del Vaticano encargado con la doctrina y disciplina. Nos habla un tipo que perfectamente se podría imaginar como un joven profesional en cualquier sector del mundo secular -empleado de la banca, bolsa, un abogado, o un profesor- que rezuma, sobre todo, confianza y eficiencia.



En la sala preparada para esta sesión de tarde del curso de la Santa Croce -que preside dos cuadros barrocos, uno de la Virgen y uno de un santo dominicano de cuya identidad no estoy seguro- nuestro anfitrión nos explica que primero nos orientará un poco a la historia de la Congregación, que luego vendrá un compañero para hablarnos de su trabajo de la sección de disciplina, y que él mismo, al final, nos explicará en qué consiste su día a día en la oficina de doctrina.

De la historia y actividad de la CDF -que cualquiera puede leer por sí mismo, en palabras del propio Vaticano, pinchando aquí- cabe destacar que, desde 1542, la Congregación viene ocupándose de tres temas principalmente. Vela por la integridad y certitud de la doctrina que predican religiosos confesos, sacerdotes y obispos en todo el mundo, se asegura de que se aplique debida y correctamente la justicia a clérigos acusados de delitos canónicos y penales, y se reserva el derecho de aplicar los llamados privilegios paulino y petrino, por los cuales la Santa Sede puede disolver matrimonios contraídos entre una o dos personas no bautizadas.

De los detalles de la reunión que los dos oficiales de la Congregación nos concedieron, no obstante, no puedo revelar nada. No es que los pormenores de sus presentaciones fueran especialmente controvertidos, necesariamente, ni que los dos sacerdotes que tan amablemente nos atendieron revelaran misterios desconocidos para los que se interesan por estas cuestiones. Simplemente prefirieron hablar off the record, en aras de -en vez de que saquemos titulares- nos fuéramos de allí habiendo escuchado el contexto, el historial, las luces y sombras como ellos lo cuentan. Algo en que, en medio de las controversias que muchas de las decisiones de la CDF han suscitado y aún suscitan, los reporteros concordamos fue una experiencia inusual pero de mucha utilidad.



¿Cuál es la sensación que uno se siente al no poder preguntarles a los de la CDF todo lo que uno quiere? En mi preparación para este curso, y para esta sesión en particular, pensé en los muchos curas y teólogos de los he leído que han sido censurados por la CDF: Tony Flannery, Margaret Farley, Elizabeth Johnson, y muchos más. Intenté pensar en cómo podría representarles, de una forma u otra, ante el organismo responsable de silenciar o apartarlos, y también en cómo recordar en este lugar a todos los condenados injustamente por la Inquisición, en sus casi tres siglos de vida.

Transparencia, justicia, misericordia, perdón. Son algunas de las palabras clave del pontificado de Francisco, no solo respecto a los ministerios de la Iglesia sino también en sus procesos: las comunicaciones, la evangelización, el diálogo, y otros más. De las primeras dos virtudes se habló mucho en las dos charlas en la CDF, pero la teoría -para mí- no se tradujo en realidad, pues la transparencia requiere una naturalidad, una sencillez, una confianza que Doctrina de la Fe aún no ha sabido transmitir, y la práctica de la justicia tiene que ir, siempre, más allá de una mera aplicación de la ley. No vale remitirle a uno a los tomos o las páginas web donde se enumeran los procedimientos o actividades que realiza la Congregación, como tampoco sirven para mucho las palabras memorizadas de antemano. La transparencia, como la justicia, se ejerce en los casos particulares -no en las generalidades o generalizaciones- y con las correspondientes preocupaciones y singularidades de cada uno.

Tras las dos charlas de los sacerdotes de las secciones de disciplina y doctrina, el que nos saludó en el portal nos invita a subir a la azotea, donde nos promete una vista (casi) incomparable de la cúpula de San Pedro. Decidimos subir por las escaleras, ya que en el ascensor -que tiene pinta de haber llevado al mismo cardenal Torquemada por las plantas del palacio- solo caben dos o tres, y somos casi cuarenta. En el recorrido a la terraza, en la quinta planta -si no me acuerdo mal- pasamos por delante de los apartamentos en los que viven oficiales y cardenales, algunos con nombre en la placa debajo del timbre. El panorama de 360 grados que nos espera en el tejado no decepciona: aunque hace un viento considerable, es imposible no llevarse una (otra) buena impresión de la basílica -una renovada admiración por el genio de Michelangelo- y por el otro lado de la Pontificia Universidad Urbaniana, a donde vienen a estudiar seminaristas, sacerdotes y religiosos de los territorios de las misiones.

Con lo que me quedo, no obstante -más allá de las estampas mentales de la grandeza del palacio, del panorama de arriba, y de la Virgen bávara (traída por el cardenal Müller) en la capilla del lugar tan romana y tan barroca- es la imagen del cura de doctrina que nos recibió en la puerta, más allá del cual difícilmente podría imaginarse una mejor definición de la oficialidad. No sé qué pensar de lo que he visto: lo he dado muchas vueltas y se lo daré muchas más, seguro.

Todo depende, creo, de ello con lo que queremos comparar la Inquisición de hoy día. Este "departamento" de la Curia que "promueve y tutela la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico", en sus propias palabras: ¿sus 47 oficiales son como un "ejército" de la Iglesia? ¿O es la CDF más bien un "ministerio" del Vaticano, y su personal un cuerpo de funcionarios? Soldados o burócratas: no me viene a la mente más palabras con las que comparar a los que llevan el trabajo del día a día de la Congregación, y no creo que me guste ninguna. No son ni mercenarios ni políticos, eso sí, pues los oficiales simplemente se hacen cargo de la correspondencia que detalla las denuncias de curas acusados de crímenes o eclesiásticos o civiles, luego para referirlas a los consultores, que son los que llevan a cabo las investigaciones de a fondo. No sé qué esperaba ver en el Palacio del Santo Oficio, pero sé que no esperaba ver nada más que una oficina cualquiera.

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