Adiós a un pastor bueno, clave en la Iglesia de la Transición y en la transición de la Iglesia Don Gabino, el pastor que bajó a la mina
"Pastor bueno y muy querido por su clero, a su alrededor se forjaron sacerdotes que han sido también muy significativos en la historia reciente de la Iglesia española, como Elías Yanes y José Sánchez, que fueron sus auxiliares, o también el actual bispo de Sigüenza-Guadalajara, Atilano Rodríguez"
"Cuando Juan Pablo II, tras la paralización decretada por Pablo VI, le confesó que tenía la intención de dar un nuevo impulso a las beatificaciones de los mártires de la Guerra Civil, don Gabino le imploró que no lo hiciera, 'porque no podría volver a mi pueblo'”.
Junto a la iglesia de su pueblo, Mora (Toledo), como en la de tantos otros pueblos de nuestra geografía, hay una cruz de mármol blanco con sendas placas con los nombres de los asesinados por el bando republicano, entre ellos, los de sus padres, fusilados cuando él tenía diez años.
Un día, paseando por el lugar junto a su sobrino, este le preguntó que qué era aquello. “Un monumento”. Fue la lacónica respuesta de Gabino Díaz Merchán, fallecido ayer en Oviedo a los 96 años, muy lejos de aquella otra geografía espiritual que le marcó hasta el punto de que ni una novia tempranera le torció la vocación de darse, como, en definitiva, se habían dado sus padres, en la retina aún presente el recuerdo de aquella madre que quiso que, si se llevaban al marido, se la llevaran también a ella.
Mirar al pasado sin ira
El arzobispo emérito de Oviedo hubiese tenido motivos para el rencor y para no despegar de sus labios la palabra “cruzada”, pero supo perdonar, abjuró de esa definición y mantuvo a lo largo de su pontificado en Asturias, pero también en los años en que estuvo al frente de la Conferencia Episcopal, un espíritu que casó muy bien con aquellos de la Transición, donde se imponía la reconciliación, el mirar al pasado sin ira para construir un futuro de convivencia.
Tan convencido estaba que, cuando Juan Pablo II, tras la paralización decretada por Pablo VI, le confesó que tenía la intención de dar un nuevo impulso a las beatificaciones de los mártires de la Guerra Civil, don Gabino le imploró que no lo hiciera, “porque no podría volver a mi pueblo”.
Evidentemente no era solo por eso, esa era la imagen del peligro de volver a escarbar en los rencores en un país al que le faltaban muchos años todavía para poder pasar página en paz, y todavía no se ha hecho, porque las heridas aún sangran.
El obispo más joven de Europa
Con solo 39 años se convirtió en el obispo más joven de Europa, y la ciudad de Guadix le recibió con calor en su plaza mayor. Su pasado familiar, con dos asesinados por “los rojos”, no le hizo sospecho a ojos de Franco, cuando se miraban con lupa los nombramientos, y pronto pudieron darse cuenta de que aquel obispo les había salido un poco rana.
La cuestión social, clamorosa en aquellos años, pronto empezó a formar parte del magisterio de don Gabino y en 1974 criticó los planes desarrollistas de los ministros tecnócratas del Opus Dei, institución a la que dio también con la puerta de la Asamblea Plenaria del Episcopado en las narices cuando no atendió sus petición de, como prelatura, tener acceso a las reuniones de los obispos.
Elegido presidente del Episcopado en sucesión de Tarancón el 24 de febrero de 1981, al día siguiente de la intentona de Tejero, fue el encargado de llevar a cabo las relaciones con el primer gobierno socialista después de la Guerra Civil, en una cohabitación que tuvo sus más y sus menos por la cuestión de la enseñanza religiosa, pero donde primó el diálogo y la voluntad de consenso.
No dejaba de ser chocante que, cuando Felipe González viró hacia su postura favorable al referéndum de la OTAN, don Gabino criticase el gasto en armamento y la exportación de armas a otros países.
Yanes y Sánchez, sus auxiliares
Pastor bueno y muy querido por su clero, a su alrededor se forjaron sacerdotes que han sido también muy significativos en la historia reciente de la Iglesia española, como Elías Yanes y José Sánchez, que fueron sus auxiliares, o también el actual obispo de Sigüenza-Guadalajara, Atilano Rodríguez.
Con su pérdida, desaparece uno de los miembros más destacados de aquella generación de obispos que se encontró de bruces con un Vaticano II y que supo encarnar en su ministerio aquel deseo de que la Iglesia se hiciera diálogo con el mundo. Y él supo hacerlo, tanto en los palacios presidenciales como poniéndose el casco y bajando a la mina para respirar el mismo aire que mataba a los mineros asturianos. Descanse en paz un pastor bueno.
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