El Vaticano le nombra a un arzobispo coadjutor a cinco meses de cumplir los 75 años Javier Martínez, el arzobispo que no amaba a sus curas
Que tardase un año en convocar por primera vez a su Consejo presbiteral tras su toma de posesión en Granada ya no anunciaba nada bueno. Y el tiempo les dio la razón a los curas de Granada, y no solo porque Javier Martínez se convertiría en el primer arzobispo en sentarse en un banquillo de los acusados por acoso moral a un canónigo archivero
Eran todavía “los tiempos” del cardenal Rouco. Se inauguraba la Asamblea Plenaria y, al ver pasar justo por delante, con ese andar que entonces parecían trancos, a Javier Martínez, otro arzobispo, a mi lado, me deslizó el comentario: “¡Lo que está sufriendo esa diócesis, sobre todo sus curas!”. “¿Y por qué no se hace nada”, fue la réplica. No hubo ya respuesta. El cardenal Rouco iba a empezar su discurso
El tiempo acabó poniendo en su sitio las ínfulas intelectuales del arzobispo y en números rojos las cuentas diocesanas. Algunos cifran en más de 20 millones de euros aquellos gastos
El tiempo acabó poniendo en su sitio las ínfulas intelectuales del arzobispo y en números rojos las cuentas diocesanas. Algunos cifran en más de 20 millones de euros aquellos gastos
Diecinueve años, dos meses y diecisiete días. En Granada, más de uno ha vivido el pontificado de Javier Martínez como una auténtica condena. Y hoy, que le han colocado un arzobispo coadjutor con derecho a sucederle -lo que sabe a libertad condicional hasta el próximo 20 de diciembre, cuando cumple los 75 años preceptivos para la renuncia canónica-, respiran un tanto aliviados, aunque se siguen preguntando si ha merecido la pena mantener tanto tiempo lo que era un secreto a voces: su incapacidad para el pastoreo, que no tiene que ver con la falta de títulos, y en esto (y otras cuestiones), este caso también recuerda mucho a lo sucedido en la diócesis de Almería. Sólo es de desear que José María Gil Tamayo, designado para acompañar los destinos de la sede metropolitana, no se encuentre con las zancadillas que Antonio Gómez Cantero se ha topado en la sede con la que comparte límites geográficos.
Eran todavía “los tiempos” del cardenal Rouco. Se inauguraba la Asamblea Plenaria y, al ver pasar justo por delante, con ese andar que entonces parecían trancos, a Javier Martínez, otro arzobispo, a mi lado, me deslizó el comentario: “¡Lo que está sufriendo esa diócesis, sobre todo sus curas!”. “¿Y por qué no se hace nada”, fue la réplica. No hubo ya respuesta. El cardenal Rouco iba a empezar su discurso.
Ahora, una década larga después, y tras algún que otro amago que le situaba en Roma, bajo la sombra de Comunión y Liberación y del cardenal Scola, llega la respuesta en la forma que menos gusta: señalándole la puerta con el dedo de un sucesor.
Un año para convocar a sus curas
En Granada hay alegría, Gil Tamayo no se encontrará con la guardia petroriana de Almería, porque los curas, la mayor parte al menos, estaban deseando que se cerrase esta etapa. Algunos de ellos nunca han cruzado ni un saludo con quien ha sido su arzobispo, o dicho de otra manera, Javier Martínez no ha conocido en estas casi dos décadas a todo su presbiterio, unos doscientos. Que tardase un año en convocar por primera vez a su Consejo presbiteral tras su toma de posesión en Granada ya no anunciaba nada bueno. Y el tiempo les dio la razón y no solo porque Javier Martínez se convertiría en el primer arzobispo en sentarse en un banquillo de los acusados por acoso moral a un cura, a un canónigo archivero.
Aunque Martínez tampoco tardó demasiado en darse cuenta de que algo pasaba con sus curas, aunque quizás no quiso reparar -ni tuvo nadie al lado que quisiera hacerlo- en dónde podía estar el problema. Ellos, a los que no escuchaba, le hacían ver allí dónde sí querían escucharles, los medios de comunicación, que estaba dilapidando el patrimonio de la diócesis y que 19 millones de euros en un centro de magisterio -que inauguraría Rouco- era demasiado dinero...
También le mostraron su parecer -y el tiempo les ha dado la razón- en 2006, cuando el arzobispo mandó retirar a los seminaristas de la diócesis de las aulas de la Facultad de Teología Granada, de los jesuitas, y dos tercios de su clero -sí, dos tercios-, redactaron once folios que hicieron llegar a los Obispos del Sur contando lo que ya les estaba inquietando de su arzobispo. Aquel grito de socorro llegó a manos del nuncio, y lo demás ya lo sabemos.
"Lo que Dios quiera"
Lo demás, así por encima, es su carácter “caótico”, su falta de planificación pastoral, a impulso de ocurrencias de última hora –“lo que Dios quiera”-, su quebradiza consistencia -dolorosamente manifestada durante la crisis del caso Romanones- o sus arrebatos por hacer de Granada un referente cultural para la Iglesia española, lo que le llevó a crear no solo una editorial y una librería, que eso está alcance de muchas diócesis (aunque errase en la elección de algunos título, como aquel de Cásate y sé sumisa), sino también un Instituto de Teología (donde cursan estudios un puñadito de alumnos), adscrito a la Universidad San Dámaso de Madrid (entonces, la réplica madrileña de Rouco a Comillas y al Instituto Superior de Pastoral de la UPSA); el Instituto Filosófico Edith Stein, que se pretendía referente a nivel internacional y del que ya nada se sabe; o la citada escuela de magisterio, que la tozuda realidad ha acabado reconvirtiendo en escuela de hostelería, porque primum vivere,…
El tiempo acabó poniendo en su sitio las ínfulas intelectuales del arzobispo y en números rojos las cuentas diocesanas. Algunos cifran en más de 20 millones de euros aquellos gastos, a los que sumar una agencia de viajes o, ahora, la rehabilitación de la espectacular abadía del Sacromonte, cuyo complejo residencial se quiere reconvertir en hotel y restaurante y que, de momento, acoge celebraciones y actos sociales y culturales. Algunas fuentes apuntan a que el quebranto económico de la diócesis supera al de Almería, a la que Adolfo González Montes lleva a la bancarrota.
Es cierto que tuvo mala suerte con algunos de estos empeños. Cuando inauguraba una cosa, estallaba la Gran Crisis de 2008 y echaba por los suelos el cántaro de leche de la amortización económica, o se declaraba una pandemia que no sabe de inversiones y se paralizaba el mundo, o se rodeaba de gente que pretendía aprovecharse de lo que durase la huida a ninguna parte del arzobispo, con la esperanza de volver a colocarse cuando aquella llegase al final del camino.
Alegría por el nombramiento de Gil Tamayo
Mientras tanto, como decía aquel arzobispo hace una década larga, la diócesis ha sufrido muchísimo. Por eso, ahora los curas esperan con los brazos abiertos a José María Gil Tamayo. Les han dicho que sabe escuchar. Y que se preocupa por sus curas. Saben, además, que el hasta ahora obispo de Ávila pregona allá por donde va la paternidad espiritual sobre él de don Antonio Montero, granadino de Churriana de la Vega. Y que el recientemente fallecido pastor no le toleraría que tratase mal a sus curas. Y eso ya les basta.
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