La actuación de algunas diócesis pone en entredicho el compromiso de luchar contra los abusos Algo huele a podrido en Añastro (y no es solo la auditoría de Cremades)
Le han reñido a Gabilondo y tratan de desacreditar ahora a Cremades, cuando tienen metido en el salón de la Comisión Ejecutiva el mayor indicativo de su incoherencia, de su incongruencia y auténtica losa para su credibilidad. Porque, ¿quién puede creer que se hayan tomado en serio la lucha contra los abusos si entre los miembros del equipo directivo de la iglesia en España están obispos que directamente no cumplen lo que está en el Código de Derecho Canónico desde hace décadas y en el reciente magisterio del papa Francisco?
Esta tarde, en la Asamblea Plenaria Extraordinaria, más que calificar los datos del informe Gabilondo, deberían empezar a determinar realmente qué quieren hacer con el elefante que tienen en la cocina
También en comunicación, quien da primero, da dos veces. Por eso, le resultará muy difícil a la Conferencia Episcopal Española (CEE), y por extensión al conjunto de la Iglesia en España, desembarazarse de los números del informe Gabilondo y su extrapolación al casi medio millón de víctimas de abusos, algo que estudiarán esta tarde en la Asamblea Plenaria extraordinaria que ha convocado.
Si en Añastro algunos departamentos no tuvieran un problema estructural de incompetencia, al innegable problema de los abusos en la Iglesia en España le podrían haber ofrecido -desde un principio- una forma de abordarlo honesta, por no decir evangélica, que también para esto hay que caer del caballo. Tuvieron la oportunidad antes de que comenzasen las investigaciones periodísticas, pero la despreciaron porque creían (así lo expresaron al menos) que el carácter latino de los sacerdotes españoles era un antídoto contra esos males mayores.
Así, después de la política del 'solo no es no', puesta en escena como correa de transmisión por el anterior secretario, Luis Argüello, el costalazo ha sido descomunal e impera la sensación de constante improvisación, pero persisten las dudas de si la luz que finalmente han visto ha sido transformadora o meramente cegadora.
Parece que aún queda mucho de lo segundo. De ahí el desaguisado de la opereta en que se ha convertido una cosa tan seria -y a la que accedieron a regañadientes- como encargar una auditoría externa, de ahí que eligieran para ello una cuña de la misma madera, que es sabido los resultados que suelen dar.
Pero el desconcierto generado desde su mismo anuncio por la auditoría del despacho de Cremades & Calvo Sotelo es solo un síntoma del problema, más grave de lo que quieren reconocer y que supone seguir sin afrontar de cara la lacra de los abusos sexuales en la Iglesia en España, a pesar de que algunos pastores tienen muy claro que no solo por imperativo vaticano, sino evangélico, ese es el único camino que ahora toca recorrer.
Le han reñido a Ángel Gabilondo y tratan de desacreditar ahora a Cremades (que juega sus propias cartas), cuando tienen metido en el salón de la Comisión Ejecutiva el mayor indicativo de su incoherencia, de su incongruencia y losa para su credibilidad. Porque, ¿quién puede creer que se hayan tomado en serio la lucha contra los abusos si entre los miembros del equipo directivo de la Iglesia en España están obispos que directamente no cumplen lo que está en el Código de Derecho Canónico desde hace décadas y en el reciente magisterio del papa Francisco?
Tienen derecho algunos obispos a sentirse señalados por los medios y la opinión pública en general. Siempre pagarán justos por pecadores. Pero deberían dar un paso adelante y, en buena lógica con el renaciente espíritu sinodal, hacer ver a sus hermanos que ni siquiera ellos están dispensados de cumplir con los protocolos, los de la Iglesia, claro, y por supuesto, los de los hombres.
Quizás sean estos últimos lo que, a día de hoy, les provoquen más inquietud, porque no dependen de ellos ni los tienen controlados, y algún obispo efectivamente puede sentirse intranquilo porque no es inverosímil que puedan llegar a ser investigados por las autoridades civiles, como es el caso del obispo de Málaga, Jesús Catalá, miembro de la Ejecutiva y que ni tomó medidas canónicas ni atendió al motu proprio de Francisco en el reciente caso del cura que drogaba, abusaba y grababa a mujeres.
Minimización y encubrimiento
Pero no es solo este caso tan reciente el que certifica la gravísima dejación de responsabilidades de algunos obispos en estas cuestiones, donde se saltan a la torera los protocolos vaticanos y de la CEE que ellos mismos han estudiado y votado. Con actuaciones como esta, pero también la de los obispos de Toledo en los últimos tiempos, con un cura condenado por abusar durante años de un seminarista, o los de Salamanca, que miraron para otro lado en el caso de otro abuso a otro seminarista, luego sacerdote y vicario de pastoral, certifican que, a día de hoy, esta lacra se sigue minimizando cuando no directamente encubriendo.
Por eso, antes de ver la luz, el informe Cremades ya huele a podrido por descomposición. Sean las que sean sus cifras, será difícil despejar del ambiente la duda que han sembrado con ahínco quienes tenían la obligación de abrir ventanas y levantar alfombras y que, antes al contrario, se dedicaron a ocultarle información. Por eso, esta tarde, más que discutir los datos del informe Gabilondo, deberían empezar a determinar realmente qué quieren hacer con el elefante que tienen en la cocina.