Hace ahora 40 años, la parálisis del Episcopado estuvo a punto de emborronar su aportación a la Transición Los obispos y el síndrome del 23-F
“Aquella noche me la pasé buscando gente que me ayudara a lograr que quienes tenían autoridad en la Iglesia hicieran aquella nota” de repulsa, recordaba Martín Patino
Hay muchas cosas que propiciaron aquella parálisis que no han cambiado prácticamente nada desde entonces
Hace ahora 40 años, un 23 de febrero la Iglesia española estuvo a punto de emborronar la página de grandes servicios (aún no del todo reconocidos) que había hecho a la Transición política española, eso que ahora se ha dado en llamar con indisimulada autosuficiencia el ‘régimen del 78’. Y de alguna manera, le quedó un borrón que desluce una trayectoria marcada por la audacia y la profecía de sus dirigentes y un clero joven espoleado por los aires conciliares.
Aquella mañana, mientras el cardenal Tarancón, tras tres mandatos consecutivos, cesaba en su función como presidente de la Conferencia Episcopal en la Asamblea Plenaria que estaban celebrando los prelados en el Pinar de Chamartín, el coronel Tejero entraba a punta de pistola en el Congreso de los Diputados, un campo expedito para la asonada militar a la que solo intentaron poner bridas dos católicos practicantes y un tanto maltratados por su jerarquía: el presidente Adolfo Suárez y el teniente general Gutiérrez Mellado.
¿Por qué tardó en ponerse del lado del Rey?
A partir de aquel momento, fundido en negro también en la Conferencia Episcopal, que entonces se enteró tarde de lo que estaba sucediendo y tampoco puso un gran interés en hacer oír su voz en aquellos delicados momentos, dedicada como estaba en su mundo en el proceso de elección del nuevo presidente del Episcopado, distinción que recaería finalmente en don Gabino Díaz Merchán.
Desde entonces, una sombra de duda ha acompañado la posición del Episcopado español con respecto a la intentona golpista. ¿Por qué tardó tanto en ponerse del lado del Rey y de la Constitución? Sólo al día siguiente, a las siete de la mañana, se hizo pública una nota de repulsa, ya cuando la situación había entrado finalmente en vía de resolución tras la intervención televisada de Juan Carlos I.
Silencio culposo
Quien fuera mano derecha del cardenal Tarancón y muñidor de tantos encuentros entre políticos y eclesiásticos que iban alumbrando el cambio –aquel sí– de un régimen dictatorial a otro democrático, el jesuita José María Martín Patino, nunca se perdonó aquel silencio culposo, a pesar de que estuvo tratando por todos los medios (los de hace cuatro décadas, donde no había móviles y no era tan fácil como ahora tener geolocalizado a nadie) que, con Tarancón ya fuera de juego, alguien de la jerarquía se pronunciase a favor del mantenimiento del sistema democrático en el que, sin duda, la mayoría de los obispos estaban empezando a vivir a gusto.
Entonces, como ahora, los medios de comunicación buscaban una nota del Episcopado con una manifestación sobre los hechos. Y no la consiguieron. Como sigue sucediendo ahora ante acontecimientos significativos. Y en parte, por los mismos motivos: desconfianza hacia los medios, miedo a la tergiversación, a romper la comunión y, también, a cálculos que tienen que ver más con la gestión de los daños colaterales que con la profecía. Sí, también de eso había aquella noche que los diputados pasaron bajo sus escaños y en la que los obispos parecía que se habían metido bajo el adoquinado de Madrid.
“Los obispos llegaron tarde a defender la Constitución”
“Todos estábamos atemorizados, y cuando se pronunciaron los obispos, llegaron tarde, fue inútil porque ya no defendían la Constitución: la Constitución había sido ya defendida por el pueblo y por los medios de comunicación, sobre todo. Yo todavía tengo remordimientos y sentimiento de culpa, pero la verdad es que aquella noche me la pasé buscando gente que me ayudara a lograr que quienes tenían autoridad en la Iglesia hicieran aquella nota”, recordaría años más tarde el padre Patino en conversación con aquella devota creyente y ferviente anticlerical que fue la periodista María Antonia Iglesias.
Ese amargor le quedó también entre los labios a otro ‘partero’ de la transición política y eclesial, don Alberto Iniesta, quien en sus memorias se preguntó, consciente de que la cuestión flotaba en el ambiente, “qué hizo la Conferencia Episcopal en aquella coyuntura histórica y dramática”. “Creo sinceramente –escribió– que aquella noche no hubo por parte nuestra maquiavelismo alguno, como si hubiéramos estado esperando a ver por dónde transcurrían los acontecimientos para tomar partido, sino que hubo más bien inseguridad y desconcierto, sin saber qué había que hacer y cómo debíamos hacerlo”.
Otra revolución que se escapa
Visto con la necesaria perspectiva histórica, pocas dudas hay de que aquella Conferencia Episcopal no era un nido de golpistas, por más que hubiese un puñadito con la Constitución atravesada. Pero, en el fondo, hay muchas cosas que propiciaron aquella parálisis que no han cambiado casi nada desde entonces, porque de nuevo, la Iglesia llega tarde a otra revolución, esta vez, la de las comunicaciones sociales.
Por eso, sigue el desconcierto, la incertidumbre, el miedo a ser el primero en dar el paso adecuado porque se sigue pensando que el mejor paso es el que no se da, porque así nunca se mete el pie en ningún charco, por más que este rezume de abusos (lo siento, es doloroso, pero hasta ayer se negaban con contumacia y encono, a pesar de las advertencias de los medios), incoherencias contables y pulsiones tan fieramente humanas como colarse en las vacunas. A lo que se añade la falta de humildad de la que sí hacía gala Martín Patino pata reconocer esas incapacidades. Lo cual ya era un primer paso positivo.
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