Actualidad de José Ortega y Gasset
Meditaciones del Quijote
Entre las páginas simbólicas de toda una edad española, habrá siempre que incluir aquellas tremendas donde Mateo Alemán dibuja la alegoría del Descontento.
Por el contrario, el amor nos liga a las cosas, aun cuando sea pasajeramente. Pregúntese el lector ¿qué carácter nuevo sobreviene a una cosa cuando se vierte sobre ella la calidad amada? ¿Qué es lo que sentimos cuando amamos a una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y antes que otra nota hallaremos ésta: aquello que decimos amar se nos presenta como algo imprescindible.
Lo amado es, por lo pronto, lo que nos parece imprescindible. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no _que lo consideramos como una parte de nosotros mismos_ .Hay, por consiguiente, en el amor una ampliación de la individualidad que absorbe otras cosas dentro de ésta que la funde con nosotros.
Tal ligamen y compenetración nos hace internarnos profundamente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero. Se nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez, parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella. Imprescindible para lo amado, se hace también imprescindible para nosotros.
De este modo va ligando el amor cosa a cosa y todo a nosotros, en firme estructura esencial. Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo, según Platón, “a fin de que todo en el universo viva en conexión” (Banquete, 202, e).
La inconexión es el aniquilamiento. El odio que fabrica inconexión, que aísla y desliga, atomiza el orbe y pulveriza la individualidad. En el mito caldeo de Izdubar-Nimrod, viéndose la diosa Ishtar, semi-Juno, semi-Afrodita, desdeñada por éste, amenaza a Anu, dios del cielo, con destruir todo lo creado sin más que suspender un instante las leyes del amor que junta a los seres, sin más que poner un calderón en la sinfonía del erotismo universal.
Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente. Hay en derredor nuestro, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de los valores. Pudiéramos decirnos lo que un poeta satírico del siglo XVIII dice contra Murtola, autor de un poema Della creatione del mondo:
II creator di nulla fece il tutto,
Costui del tutto un nulla, e in conclusione,
L’un fece il mondo e l’altro l’ha distrutto.
Yo quisiera, dice Ortega, proponer en estos ensayos a los lectores más jóvenes únicos a quienes puedo dirigirme personalmente, expulsen de sus ánimos todo hábito de odiosidad y aspiren fuertemente a que el amor vuelva a administrar el universo.
Para intentar esto no hay en mi mano otro modo que presentarles sinceramente el espectáculo de un hombre agitado por el vivo afán de comprender. Entre las varias actividades de amor sólo hay una que pueda yo pretender contagiar a los demás: el afán de compresión. Y habría henchido todas mi pretensiones si consiguiera tallar en aquella mínima porción del alma española que se encuentra a mi alcance algunas facetas nuevas de sensibilidad ideal.
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Las cosas no nos interesan porque no hallan en nosotros superficies favorables donde refractarse, y es menester que multipliquemos los haces de nuestro espíritu a fin de que temas innumerables lleguen a herirle. Llámase en un diálogo platónico a este afán de comprensión “locura de amor” (Fedro, 265 b.). Pero aunque no fuera la forma originaria, la génesis y culminación de todo amor un ímpetu de comprender las cosas, creo que es un síntoma forzoso.
Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no le veo esforzarse en comprender alenemigo o bandera hostil. Y he observado que, por lo menos, a nosotros los españoles nos es más fácil enardecernos por un dogma moral que abrir nuestro pecho a las exigencias de la veracidad. De mejor grado entregamos definitivamente nuestro albedrío a una actitud moral rígida, que mantenemos siempre abierto nuestro juicio, presto en todo momento a la reforma y corrección debidas. Diríase que abrazamos el imperativo moral como un arma para simplificarnos la vida aniquilando porciones inmensas del orbe.
------Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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