Actualidad de José Ortega y Gasset
Meditaciones del Quijote
Profundidad y superficie
Cuando se repite la frase “los árboles no nos permiten ver el bosque, tal vez no se entienda su significado. Tal vez la burla que en ella se quiere hacer vuelva su aguijón contra quien la dice.
Los árboles no dejan ver el bosque, y gracias a que así es, en efecto, el bosque existe. La misión de los árboles patentes es hacer latente el resto de ellos, y sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible está ocultando otros paisajes invisibles nos sentimos dentro de un bosque.
La invisibilidad, el hallarse oculto no es un carácter meramente negativo, sino una cualidad positiva que, al verterse sobre una cosa, la transforma, hace de ella una cosa nueva. En este sentido es absurdo _como la frase susodicha declara_ pretender ver el bosque. El bosque es lo latente en cuanto tal.
Hay aquí una buena lección para los que no ven la multiplicidad de destinos, igualmente respetables y necesarios, que el mundo contiene. Existen cosas que, puestas de manifiesto, sucumben o pierden su valor y, en cambio, ocultas o preteridas, llegan a su plenitud. Hay quien alcanzaría la plena expansión de sí mismo ocupando un lugar secundario, y el afán de situarse en primer plano aniquila su virtud.
En una novela contemporánea se habla de un muchacho poco inteligente , pero dotado de exquisita sensibilidad moral, que se consuela de ocupar en las clases escolares el último puesto, pensando: “¡Al fin y al cabo, alguno tiene que ser el último”. Es esta una observación fina y capaz de orientarnos. Tanta nobleza puede haber en ser postrero como ser primero, porque ultimidad y primacía son magistraturas que el mundo necesita igualmente, la una para la otra.
Algunos hombres se niegan a reconocer la profundidad de algo, porque exigen de lo profundo que se manifieste como lo superficial. No aceptando que haya varias especies de claridad. Se atiende exclusivamente a la peculiar claridad de las superficies. No advierten que es a lo profundo esencial el ocultarse detrás de la superficie y presentarse sólo a través de ella, latiendo bajo ella.
Desconocer que cada cosa tiene su propia condición y no la que nosotros queremos exigirle es, a mi juicio, el verdadero pecado capital, que yo llamo pecado cordial, por tomar su oriundez de la falta de amor. Nada hay tan ilícito como el empequeñecer el mundo por medio de nuestras manías y cegueras, disminuir la realidad, suprimir imaginariamente pedazos de lo que es.
Esto acontece cuando se pide a lo profundo que se presente de la misma manera que lo superficial. No, hay cosas que presentan de sí mismas lo estrictamente necesario para que nos percatemos de que ellas están detrás ocultas…
Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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