La cigüeña sobre el campanario

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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado

¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida


8. Desmitologización y recuperación de la esperanza

Cualquier tiempo pasado tiene que llegar a Dios "en" el amor a su cónyuge. Si ese amor es perfecto, entonces es un dinamismo, entonces es un dinamismo abierto al amor.

En la experiencia del amor conyugal, que si es perfecto en un "carisma" no menor que el del genuino celibato por el Reino de Dios, el cónyuge cristiano vive el amor de Dios y se hace disponible para un amor al prójimo sin fronteras, como el del samaritano de la parábola. Un amor cónyugal verdaderamente profundo, cristiano, "carismático, es una escuela de amor, que hace a los cónyuges disponibles al amor y al perdón.

También el célibe por el Reino de Dios tiene que llegar a Dios "en" el amor al prójimo, porque si no, no llegaría. El texto de la carta de Juan es taxativo. Pero no tiene para llegar a Dios la experiencia del amor conyugal. Esto deja en él un vacío. El Génesis, antes de narrar la creación de Eva, hace decir a Dios: "No es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada"(Génesis 2, 18). Y Ben Sira, autor del libro llamado Eclesiástico tenía una idea pesimista "del hombre sin nido que se acuesta donde le coge la noche" (Eclesiástico 36, 27. Se trata del célibe.

Pues bien el "carisma" del celibato por el Reino de Dios es un don que hace posible al célibe (hombre o mujer)vivir la carencia del amor conyugal sin caer en la alienación propia del solterón, que es del orden del egoísmo, la amarggura, el resentimiento, la falta de capacidad de amar con humanidad y con alegría. Y lo que libra al célibe carismático de caer en esa alienación es lo que Dios cuenta en su vida.

La "soledad" del celibato es estirilizante: "No es bueno que el hombre esté solo". La experiencia del celibato carismático por el Reino de Dios es que uno no está solo. Dentro de la extraordinaria modestia de mis experiencias espirituales yo me atrevo a decir que soy un testigo de esto.

El hombre casado, con un matrimonio logrado, después del trajín del día, cuando cierra la puerta de su alcoba, no está solo. Respira y se ensancha en aquella preciosa intimidad con su mujer. Es bueno para él no estar solo.

Pues bien, yo que no soy un místico, cuando cierro la puerta de mi alcoba, no siento el dolor de estar solo. Vivo "un no estar solo". Esto es mi celibato por el Reino de Dios.

El carisma de este celibato, es por decirlo así, "gratuito". No es "utilitario". No es para que podamos trabajar más. Este carisma es puramente "significativo". Es un signo escatológico.

Yo no soy más perfecto que un casado. No amo más a Dios, ni mejor, que el casado que lo ama "en" un amor a su cónyuge. Simplemente yo amo a Dios con una modalidad distinta. Porque el cónyuge encuentra a Dios en el cónyuge y yo lo encuentro en el vacío del cónyuge.

Y, como al casado el amor a su mujer (o el de la mujer a su marido) le es escuela de amor al prójimo, así a mí esta sutil experiencia de no estar solo en el vacío conyugal, este modo de relacionarme con Dios, me es escuela de amor al prójimo.

El carisma del celibato por el Reino de Dios no es mejor que el carisma del amor conyugal. Es distinto. Y es interesante. Tiene algo de misterio. Por eso es un signo. También el amor conyugal carismático es signo. Son signos distintos. En esta diversidad está la grandeza del Espíritu.

Ver: José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
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