Los santos que nunca serán canonizados
Pietro Waldo: o un Francisco de Asís con mala suerte
Esos Cátaros o Puros se llamaron a sí mismos "lipouri de lyod ("los puros de Lyón"), y, en gran parte, habían sido rechazados por un rico mercader llamado Pedro Waldo.
Waldo había estudiado las Sagradas Escrituras y descubrió que su mensaje estaba claro para cualquier inteligencia despierta y atenta. Por ejemplo, el mandamiento otorgado en los tres Evangelios Sinópticos: "Vende lo que tienes y dalo a los pobres", era indudablemente fundamental, puesto que se afirmaba como la propia respuesta de Jesús al joven que quería hacer algo más que ganar la vida eterna, o sea entrar en la comunidad por Él fundada. En el comportamiento de la Iglesia organizada, muy pocas cosas expresaban el acuerdo con este principiante:los prelados no disimulaban su avaricia y los pobres eran ostensiblemente pobres.
Para ser consecuente con su fe, cierto día Waldo propuso a su mujer que eligiera entre las tierras que poseía y sus bienes muebles; ella eligió las tierras; el resto fue vendido por Waldo. Una parte del producto lo dividió entre sus dos hijas, a quienes colocó en el monasterio de Montserrad. Distribuyó lo que quedaba entre los pobres, y luego se entregó a la enseñanza y propaganda de la fe.
Entre las doctrinas "molestas" de Waldo estaba que el derecho a predicar y a dirigir las actividades religiosas no provenía automáticamente de la estructura de una organización, sino que eran esenciales las exigencias de una vida ética. Es fácil, pues, colegir el destino de cualquier organización humana de estructura jerárquica cuyos miembros pudieran aceptar o rechazar una política y obedecer o no a las órdenes, según que los dirigentes se presentaran como virtuosos o no. En seguída se modificaría la estructura jerárquica tendiendo a un pluralismo de autonomías relativamente federadas.
Aunque los valdenses no llegaron a ser exterminados, sufrieron persecución con frecuencia. A medida que Europa se acercaba a su época protestante, los tales fueron debilitándose y, en el Piamonte italiano, los valdenses adquirieron territorios y ciudades que fueron capaces de defender.
En general, podemos decir que los Cátaros no regeneraron a la Iglesia, pero determinaron ciertos cambios en ella. Su apelación al cristianismo primitivo, al acuerdo de la conducta con los ideales, no podía ser suprimido sin más: también tuvo que ser imitado. De ello surgieron, en el seno de la Iglesia, las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos, que emprendieron la tarea de hacer más persuasiva la doctrina ortodoxa con la práctica de la pobreza. Los dominicos abandonaron demasiado pronto sus ideas puras; a ellos fue confiada la Inquisición, y por ello adquirieron el satírico y demoledor nombre de Domini- canes("sabuesos del Señor")
También con el tiempo degeneraron los franciscanos; pero al menos tenían como fundador a un personaje humano tan encantador, que era casi imposibles ser atacado. En realidad, Francisco era una especie de ereje, y lo habría sido si la Iglesia lo hubiera permitido. En una reunión de su Orden, ocho años antes de su muerte, dijo expresamente: Quiero que no me habléis de ninguna regla, ni de San Benito ni de San Agustín ni de San Bernardo ni de nigún otro modo o forma de vida, sino de la que Dios me ha encomendado con su gracia y me ha otorgado.
Y Dios dijo que quería que yo fuese un pobre y un idiota _un gran insensato_ en este mundo y no nos conducirá por ningún otro sendero de ciencia que no sea este. Pero Dios os confundirá con vuestra ciencia y silogismos, y confío en los guardianes de Dios, los demonios, para que a través de ellos Dios os castigue y tendréis que retroceder a nuestra condición propia llenos de vergüenza, lo queráis o no.
Los Cátaros pudieron haber dicho otro tanto; pero ellos eran "herejes" y Francisco llegó a santo en el año 1228. ¿Cuál es la diferencia? De fondo, ningunna. La historia nos demuestra que fue tal la popularidad de Francisco, que la institución eclesial pensó que lo mejor sería "condenarlo al honor de los altares", para evitar así un desgarrón en los fieles, que cada vez se iban apartando más de una jerarquía avariciosa y corrompida.
Así se cumplía al pie de la letra aquella terrible admonición de Jesús a los escribas y fariseos: ¡Ay de vosotros escribas fariseos que edificáis mausoleos a los profetas y adornais los monumentos de los justos, diciendo:"Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas"! Con esto atestiguáis, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas(Mt. 23, 29-30).
Ver: José Mª González Ruiz,
Los santos que nunca serán canonizados
Planeta 1979.