Por respeto al misterio absoluto de Dios: Una respuesta a José María Vigil Esté siempre dispuesta la Iglesia a actualizar su mensaje
"¿Tienen o no tienen libertad los obispos para actualizar la doctrina teológica y moral de la Iglesia?"
"Por lo cual a la pregunta sobre si la Iglesia tiene libertad para actualizar sus creencias y enseñanzas al respecto no sólo se puede decir “SÍ”, ha de irse más lejos y afirmar que no solo tiene libertad para hacerlo sino la obligación de llevarlo a cabo"
"Ojalá el Sínodo de la Sinodalidad diera algún indicio de que desea caminar en esa dirección, pero parece difícil"
"Ojalá el Sínodo de la Sinodalidad diera algún indicio de que desea caminar en esa dirección, pero parece difícil"
| Jesús López Sotillo, sacerdote y teólogo
Terminaba mi reflexión en torno a la homilía de José Cobo en la misa de su toma de posesión haciendo una sugerencia al Colegio apostólico. Surge a partir de lo mucho que llama la atención que sus miembros, incluidos los que hacen suyos los principios humanitarios de la Gaudium et Spes, se oponen sistemáticamente y en nombre de Dios al modo como desde algunos gobiernos y desde otras instituciones sociales se tratan de aliviar hoy en día “las tristezas y las angustias” que hacen sufrir a millones de personas en todo el mundo.
Piénsese, por ejemplo, en su constante y rotundo “no” al uso de anticonceptivos, a las relaciones sexuales extramatrimoniales, al divorcio, a la desculpabilización de la homosexualidad, al matrimonio entre personas del mismo sexo, al aborto, a la reproducción asistida, a la eutanasia, a la supresión del celibato obligatorio del clero, a la ordenación sacerdotal de las mujeres, a la democratización de la Iglesia, etc. etc. Ante tal proceder, mi sugerencia era que consideren llegado el momento de emprender un “nuevo comienzo” tanto en la búsqueda del conocimiento de Dios como también y sobre todo en lo tocante a describir y prescribir el contenido de su voluntad en torno a cuál debe ser la conducta de los seres humanos ante esas cuestiones controvertidas.
¿Es una sugerencia insensata o tiene sentido? ¿Pueden o no pueden los obispos modificar lo que enseñan sobre esas cuestiones como voluntad revelada por Dios? ¿Tienen o no tienen libertad para actualizar la doctrina teológica y moral de la Iglesia?
Esta misma pregunta, pero referida a la Iglesia en general, fue puesta a debate por la Comisión permanente del Foro “Curas de Madrid y Más” en nuestro XII Coloquio abierto, celebrado el pasado 27 de febrero. Tuvo noticia de ello José María Vigil, muy conocido y valorado teólogo, al leer la información que publicamos en Religión Digital sobre nuestro XIII Coloquio abierto. Seguía la línea marcada por el anterior y lo celebramos el 19 de junio.
Interesado por el asunto, decidió intervenir en el debate mediante una Carta abierta dirigida al Foro. La publicó en dicho medio de comunicación y nosotros la leímos con interés y gratitud. Cuando unos días después publiqué una crónica de ambos coloquios, en la que de algún modo respondía a su Carta abierta, José María se puso en contacto directo conmigo para proponerme mantener un intercambio directo y público de pareceres sobre estas cuestiones, que le parecían muy importantes. Acordamos, finalmente, hacerlo a través de las entradas que cada uno de nosotros iríamos publicando en los respectivos Blogs que, gracias a la magnanimidad de la Dirección de Religión Digital, mantenemos abiertos en ese importante portal de información religiosa.
José María Vigil publicó hace unos días su primer comentario. Elogia, por la importancia que les atribuye, las preguntas que yo formulo en mi crónica. Y dice que quiere empezar reflexionado sobre la primera, pues le parece la fundamental: ¿Tiene la Iglesia libertad para actualizarse? Muchas personas en la Iglesia creen que no la tiene. Y defienden con firmeza su postura. Piensa Vigil, aunque no responde a la realidad, que entre ellas están algunos curas del Foro, y se lamenta por ello.
Pero, aun así, al final de su escrito, nos pide, pide al Foro, que busquemos y comuniquemos razones por las cuales se puede responder “Sí” a la pregunta en cuestión. En pleno verano esa tarea es una petición prácticamente imposible de atender. La asumo yo, según acordamos, pero no como portavoz del Foro sino como sacerdote de la diócesis de Madrid y teólogo. Empiezo a hacerlo ahora y lo seguiré haciendo en varias entregas más, aunque con ritmo tranquilo, pues organizar y expresar mis puntos de vista sobre estas complejas cuestiones me lleva mucho tiempo.
La primera razón que considero permite responder afirmativamente a la pregunta de si la iglesia tiene libertad para actualizarse es una razón general de tipo teológico. Tiene que ver con la idea que transmiten las palabras de Gregorio de Nisa que Don José Cobo quiso que fueran las primeras que se le escucharan pronunciar desde su sede catedralicia: “Allá por el siglo IV, dijo, Gregorio de Nisa hablaba de «ir de comienzo en comienzo, mediante comienzos que no tienen fin»”. Estas palabras aparecen en la homilía octava de su Comentario al Cantar de los Cantares. Las dirige a quienes andan deseosos de progresar, mediante la contemplación, en el conocimiento místico de Dios.
En el ascenso hacia esa meta, según el santo, siempre se ha de «ir de comienzo en comienzo, mediante comienzos que no tienen fin». Pues de Dios, como explicará posteriormente un famoso seguidor de sus enseñanzas, Dionisio Areopagita, siempre es más lo que sabemos que no es que lo que sabemos que en realidad es. Siempre permanece, según este tipo de místicos, siendo más un desconocido que un conocido. Pasa en esto, pero en mucha mayor medida, algo semejante a lo que ocurre con nuestro actual conocimiento del universo físico, del que, según enseñan los físicos y cosmólogos, solo “vemos” y podemos estudiar una quinta parte de lo que se cree que es su totalidad.
Siendo tan grande y tan insalvable nuestra ignorancia sobre qué sea Dios, nuestros discursos en torno a esa cuestión y, más aún, nuestras enseñanzas sobre cuál quiere que sea la conducta humana en cada momento y ante cada situación son siempre provisionales, hemos de ser conscientes de ello. Por lo cual a la pregunta sobre si la Iglesia tiene libertad para actualizar sus creencias y enseñanzas al respecto no sólo se puede decir “SÍ”, ha de irse más lejos y afirmar que no solo tiene libertad para hacerlo sino la obligación de llevarlo a cabo cuando nuevos datos sobre el mundo del que formamos parte y sobre el tipo de criaturas que somos hagan pensar que eso, el cambio, es lo más razonable.
Siempre en estos asuntos hemos de estar listos, como escribió San Gregorio de Nisa, para «ir de comienzo en comienzo, mediante comienzos que no tienen fin»”. Lo contrario sería presunción, hýbris, lo llamaban los griegos. Supondría que nos creemos poseedores de la verdad absoluta y perenne sobre el ser y el querer de la divinidad. Cosa totalmente imposible.
Cuando al final de “Micromegas”, el famoso cuento de Voltaire, los dos gigantescos habitantes de la estrella Sirio y del planeta Saturno, charlando en la Tierra con varios humanos diminutos, ven a uno de ellos, “un animalucho pequeño de bonete cuadrado”, que quita la palabra a los otros y afirma rotundo que él lo sabe todo sobre el complejo asunto metafísico del que estaban hablando, estallan en una carcajada enorme e imparable. La escena representa bien lo que aquí he tratado de explicar.
En futuras entradas expondré otras razones menos teóricas pero que llegan a la misma conclusión: La Iglesia en general y el Colegio apostólico en concreto no sólo tienen libertad para actualizar la Iglesia, su credo y su moral, sino que están obligados a ello cuando haya datos nuevos que pongan en cuestión la credibilidad de lo creído y la bondad de lo mandado hasta ese momento, como ocurre en la actualidad.
Lo contrario desconcierta a los católicos que conocen esos datos. Muchos, como bien explica José María Vigil en su artículo, cansados de que no se vea intención alguna por parte de la jerarquía de cambiar nada, han dejado de tomarla como punto de referencia en materia teológica y moral y campan según sus propios criterios o escuchan otras voces que consideran más razonables. Y, si todo sigue así, la sangría de los que abandonan la Iglesia, como él pronostica, será mayor. Ojalá el Sínodo de la Sinodalidad diera algún indicio de que desea caminar en esa dirección, pero parece difícil.
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