A Hélène Dupont. In memoriam
| José Arregi
En la mañana del 22 de marzo, recibí este mail: “Esta pasada noche, Hélène nos ha dejado, así, sencillamente ¡mientras dormía! Se ha ido sin luchar, suavemente. Ha sido eficaz durante toda su vida, ¡y sin hacer mucho ruido. ¡La echaremos de menos”. Todo lo esencial queda dicho en esas palabras con la sobria belleza que tanto le gustaría a Hélène.
Si, la echaremos en falta. Y a la vez, en el fondo de la ausencia y de la pena, reconoceremos lo que nos queda de ella. Infinitamente más que un mero, efímero, recuerdo. Queda su vida profunda, su fuerza vital, su generosidad sin reserva. Queda el Aliento sin comienzo ni fin que la hizo tan viviente y vivificadora. Queda la Plenitud que la habitó, el Infinito que en ella tomó forma, el Todo al que retornó –del que nunca se fue– tras haberlo dado todo. Queda la tarea por cumplir en esta nuestra estrecha historia que medimos en espacio y tiempo. Y, más allá de toda medida, queda la confianza en que toda estrechura del espacio y del tiempo es apertura al Presente infinito, a la Presencia cumplida. Somos seres en paso, vivimos en Pascua, la muerte es la última travesía, la última donación.
Hélène Dupont. Una mujer fuerte. No exactamente la “mujer fuerte” que celebra la Biblia como “perla rara”, aplicada “al huso y la rueda”, la mujer pecho y vientre, recatada y sumisa al varón y al orden dictado por las leyes del poder. No ha sido ni prepotente ni sumisa, sino libre y apasionada de la liberación, pletórica de fuerza subversiva y pacífica. “Mujer excepcional”, como me ha dicho la amiga común, “de las que luchan contra viento y marea y no sueltan nada”.
Ya es mucho parir y criar cuatro hijos, una aventura heroica cotidiana, de parto cada día durante toda la vida hasta el último aliento. Ya es mucho ser profesora de francés, iniciar al fondo indecible de la realidad, a sus retos y promesas, a través de los entresijos y destellos de la palabra, del relato, del poema (¡qué suerte han tenido quienes te han tenido como maestra de la lengua!). No bastó para tu inagotable energía creadora, tu irresistible impulso liberador. Donde la vida gritaba sus bienaventuranza y dolores, allí te dirigías. Has sido discípula extraordinariamente adelantada del profeta Jesús de Nazaret, tu inspiración profunda. En las raíces de tu ser te movía el mismo espíritu jubilar que, en medio de la sinagoga de Nazaret demasiado dócil y atada a la letra, le llevó a ponerse en pie y a declarar: “He sido ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. He sido enviado a proclamar la liberación a los cautivos, la libertad a los oprimidos” (Lucas 4,18). Eso mismo hiciste tú.
“Se la encontraba en todas partes –me dice la misma amiga–. En los Círculos de Silencio organizados por los Franciscanos en la gran plaza del Capitolio de Toulouse para denunciar las condiciones de detención de los inmigrantes sin papeles. Con los Humnanistas, donde los Protestantes con el famoso Pastor Parmentier, o recientemente en una celebración ecuménica con la Iglesia reformada de France y las personas LGTB… Fue también, de más joven, visitante de prisión. Y miembro de la Asociacion “Les amis de Gikongoro” , en memoria crítica contra las masacres cometidas en la primavera de 1994 en la prefectura de Gikongoro en Rwanda. Miembro también del “Movimiento nacional LE CRI [El grito]. Por un mundo sin exclusión” . Y confundadora de “La Peña columérine” (de Columiers, donde residía) para la difusión de la cultura española. Y un largo etc. Fue también ella –me permito hacerlo constar– quien quiso e hizo posible que estos humildes textos se tradujeran y se publicaran en francés, reuniendo un extraordinario equipo de traductores/as, coordinado por ella: Edurne Alegría, Rose-Marie y François-Xavier Barandiaran, Peio Ospital, Dominique Pontier. Y debo hacer una mención especial de otra de sus tareas a las que ha dedicado sus enormes dotes de organizadora, coordinadora y mucho más: fue cofundadora (en 1995) y presidente durante muchos años de “Partenia, un espacio de libertad”, una diócesis virtual sin fronteras presidida por el obispo Jaques Gaillot, tras su destitución por Juan Pablo II de la sede episcopal de Évreux.
“En resumen –dice nuestra amiga–, estaba allí donde hubiera que defender alguna buena causa, pero, ‘maliciosa’, ¡enviaba al obispo de Toulouse para cada reunión el evangelio de nuestra meditación! Hay quienes recuerdan su imponente silueta envuelta en un poncho y sobre todo la larga trenza que en aquella época le caía hasta la cintura. Y todo esto sin hacer ruido; en las reuniones, ella empezaba comunicando las noticias y ya está, no se le volvía a escuchar en toda la noche”.
Hélène, has sido profeta de la palabra y de la acción, de la imaginación creadora, de la presencia animadora. Y sí, también profeta del silencio. Del silencio fuente, del silencio fondo, del que brota y al que lleva toda palabra verdaderamente profética, engendradora de vida. En el silencio nacen el verbo y la acción, la palabra encarnada en todas sus formas.
Al final de tu larga vida fecunda, has fundido tu último aliento en el Aliento silencioso y vigoroso de la Vida, diciéndote del todo. “Seul le silence est grand ; tout le reste est faiblesse” (“Solo el silencio es grande; todo el resto es debilidad”, como sentencia el lobo en el poema “La mort du loup” de Alfred de Vigny, que Hélène recitó en las exequias de su marido, junto a su féretro (¡hay que atreverse!).
¡Gracias, querida Hélène! En este mundo perturbado, en esta hora de incertidumbres y amenazas crecientes, tú nos acompañas. Tu profecía sigue vigente. El espíritu consolador y transformador imbatible de Jesús que has encarnado, tu espíritu inquebrantable nos empuja, tu silencio nos indica el camino al cumplimiento, eternamente futuro y eternamente presente.
Has cumplido tu tarea. Descansa, VIVE en paz y, en tu paz, camina con nosotros, fortalece nuestros pasos.
Aizarna, 28 de marzo de 2025
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