"Dejarnos hacer para que la luz de la Pascua brille a través de nosotros" Aprópiatelo (el Evangelio) para que la Verdad resuene
Todos entendemos perfectamente las palabras del Evangelio pero menos son lo que logran comprender su alcance. Pero el proceso no termina con la comprensión de todos los entresijos de la Palabra. Queda un tercer nivel, queda la experiencia de apropiárnoslo, de dejar que la Verdad resuene en nosotros
El siervo sufriente de Isaías nos coloca frente a un pasaje muy duro. Sus palabras nos pueden llevar a colocar todas las injusticias que conocemos en nuestros días como experiencias concretas de estos versículos (azotar, arrancar, insultar y escupir). Hay una crudeza de tal magnitud que la imaginación no puede ni siquiera dar cuenta del dolor que contienen dichas acciones. Es más, puede ser que, tras escucharlas muchas veces, caigamos de nuevo en la enfermedad de nuestros días: la normosis, normalizar lo que jamás lo fue, es ni debe de serlo. Una normosis que, sobre todo, nos ciega ante la realidad y nos anestesia el corazón.
Pero el Evangelio endurece aún más la situación ante la inminente traición de Judas. ¿Cómo sería para Jesús darse cuenta que uno de sus amigos lo traicionaría? ¿Cómo viviría la experiencia de advertir que aquel en quien confiaba, con quien comía, se volviese contra él? La situación es esencialmente humana y nos habla de nuestra vida con radicalidad. En Jesús descubrimos nuestra propia experiencia como él, pero también como Judas. En algún momento hemos vendido nuestros principios, nuestra sensibilidad y anhelos al mejor postor o, tal vez, por miedo a lo que podrían decir de nosotros, a lo que pudiera suceder, a todo aquello que nos saca de nuestro control y nos pueda dejar desnudos ante la confianza que Dios nos pide.
Todos entendemos perfectamente las palabras del Evangelio pero menos son lo que logran comprender su alcance. Pero el proceso no termina con la comprensión de todos los entresijos de la Palabra. Queda un tercer nivel, queda la experiencia de apropiárnoslo, de dejar que la Verdad resuene en nosotros; nos queda permitir que su vida discurra por los meandros de nuestro corazón y refresque las huelgas de nuestra alma. No hay que hacer nada, tan sólo dejarnos hacer para que la luz de la Pascua brille a través de nosotros.