"Rezumaba lucidez, sabiduría, ejemplaridad ética y fe en el Dios que actúa en el 'reverso de la historia'" Mis encuentros con Gustavo Gutiérrez (I)
Numerosos fueron los encuentros que mantuve con Gustavo Gutiérrez, todos ellos caracterizados por la amistad, la sintonía, la pasión común por la teología en su dimensión liberadora, en la que me introdujo en mi época de estudiante, y la admiración por su coherencia entre su modo de pensar y de vivir y, más en concreto, entre “vivir y pensar el Dios de los pobres”, título del libro póstumo que aparecerá en breve.
Numerosos fueron los encuentros que mantuve con Gustavo Gutiérrez, todos ellos caracterizados por la amistad, la sintonía, la pasión común por la teología en su dimensión liberadora, en la que me introdujo en mi época de estudiante, y la admiración por su coherencia entre su modo de pensar y de vivir y, más en concreto, entre “vivir y pensar el Dios de los pobres”, título del libro póstumo que aparecerá en breve.
El primero fue en 1972 en el Encuentro de El Escorial, organizado por el Instituto Fe y Secularidad (Fe cristiana y cambio social en América Latina, Sígueme, 1973). Fue la presentación pública y el reconocimiento de la teología de la liberación en España, que tuvo lugar de manera semiclandestina ya que seguíamos bajo la dictadura que en esos años radicalizó la persecución contra los movimientos cristianos progresistas. Ese mismo año apareció la edición de su libro Teología de la liberación. Perspectivas, en la editorial Sígueme (un año antes se había publicado en Lima). Durante los años siguientes seguí en contacto con él a través de la lectura de sus libros, que tanto influyeron en mis primeros pasos teológicos.
Nos encontramos de nuevo en 1983 cuando le invitamos a participar en el III Congreso de Teología sobre Los cristianos y la paz, convocado por la Asociación Juan XXIII. La expectación era enorme. El público asistente sumaba más de 1.000 personas en el Salón de Actos de la Fundación Pablo VI, donde celebramos los primeros congresos de teología con una numerosa asistencia. Su conferencia fue rubricada con la gente en pie con uno de los aplausos más prolongados y efusivos que he conocido. En esos años el Vaticano estaba llevando a cabo una investigación (un proceso en toda regla, mejor) sobre su teología bajo la sospecha de “heterodoxia”. Convocó a Roma a todos los obispos peruanos para analizar su obra o, quizá, con la intención de pedirles su apoyo en la condena. Pero esta no llegó a producirse.
Durante la década de los 90 del siglo pasado mantuvimos varios encuentros en España mientras escribía el libro En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de Las Casas (Sígueme, 1993). En uno de ellos, creo que fue en la casa de Casiano Floristán con Luis Maldonado, Enrique Dussel y otros colegas, recuerdo que le pregunté si el sacerdote español don Luis Fernando Crespo vivía en Lima y era profesor de teología en la Pontificia Universidad Católica de Perú. Me respondió afirmativamente. Entonces le dije que en los años sesenta había sido mi profesor de matemáticas en el seminario menor de Palencia y que le transmitiera mis saludos. Cuando Gustavo llegó a Lima le faltó tiempo para informar a Luis Fernando de que un alumno suyo del seminario de Palencia, ya teólogo, le había preguntado por él. Inmediatamente, como me comentó en otro encuentro, mi antiguo profesor de matemáticas me identificó enseguida: “es Juan José Tamayo”.
Durante mis frecuentes viajes a Perú a lo largo de las dos últimas décadas tuvimos ocasión de vernos varias veces. Recuerdo la comida que mantuvimos el año 2000 en la casa de la teóloga Adelaida Sueiro y la invitación a dictar una conferencia en el Instituto Bartolomé de Las Casas. En aquella comida volví a encontrarme, 36 años después, con mi profesor de matemáticas, Luis Fernando Crespo, quien asistió a mi conferencia e hizo la primera pregunta, advirtiéndome de que no iba a ser de matemáticas. ¡Menos mal!
Un emotivo diálogo
El encuentro que me resultó más gratificante fue el que mantuvimos en Lima en junio de 2018. Le llamé para comunicarle que me encontraba allí y que me gustaría verle. Ese mismo día se acercó a la Casa Residencia de San José, del barrio Pueblo Libre, donde me encontraba hospedado. Allí mantuvimos un prolongado, amical y, para mí, un emotivo diálogo en el que compartimos ideas y experiencias de nuestro largo itinerario teológico. De nuevo pude comprobar su gran lucidez y extrema cordialidad. Le felicité por sus 90 años que iba a cumplir unos días después y le mostré mi pesar por no poder acompañarle en efeméride tan memorable, ya que tenía que viajar a otros países de América Latina.
Le conté que mi itinerario teológico comenzó a principios de la década de los setenta del siglo pasado con la lectura de su libro Teología de la liberación. Perspectivas, que me ayudó a pasar del paradigma de la teología moderna, en el que estaba cómodamente instalado, al de la teología de la liberación, que vengo cultivando desde entonces, sin renunciar a las aportaciones de la teología moderna posconciliar.
La influencia de Gustavo
El libro de Gustavo ejerció una influencia decisiva en mi tesis doctoral sobre “Historia, teología y pedagogía de la JOC española”, que inicié en 1972 y defendí en junio de 1976 en la Universidad Pontificia de Salamanca con un tribunal presidido por el teólogo Miguel Benzo. Fue dirigida por nuestro amigo común y mi maestro el teólogo y pastoralista Casiano Floristán (1926-2006), de quien en el encuentro de Lima Gustavo me hizo un elogioso reconocimiento personal e intelectual. En el libro-Homenaje a Casiano Floristán, Cristianismo y liberación, con motivo de sus 70 años, que dirigí y publiqué en 1996 en la editorial Trotta, le pedí a Gustavo una colaboración y escribió un magnífico artículo sobre “Evangelización y profecía en el siglo XVI”. Junto a Gustavo colaboraron en el libro colegas españoles, europeos y latinoamericanos, entre ellos: Johann Baptist Metz, Hans Küng, Christian Duquoc, Jean-Pierre Jossua, Virgilio Elizondo, Julio Lois, Luis Maldonado, José María Castillo, Evangelista Vilanova, José María González Ruiz, José María Castillo, Javier Calvo, Juan Martín Velasco, María Pilar Aquino y Margarita María Pintos.
Casiano y Gustavo eran amigos entrañables desde la época del Concilio Vaticano II y compartieron numerosos encuentros teológico-pastorales, amén de las reuniones anuales en la Revista Internacional de Teología Concilium durante las dos décadas en las que formaron parte del Consejo de Dirección, junto con otros colegas como Hans Küng, Johan Baptist Metz, Jürgen Moltmann, Karl Rahner, Aloysius Pieris, Edward Schillebeeckx, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Mary Mananzan, Leonardo Boff, Virgilio Elizondo,Marie-Dominique Chenu, Christian Duquoc….
Medellín: cambio de paradigma
En nuestro encuentro de Lima de 2018 hablamos extensamente sobre la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (Colombia) en 1968, que supuso un cambio de paradigma en América Latina: de la Iglesia neocolonial al cristianismo liberador. Gustavo fue uno de los teólogos asistentes a dicha Conferencia con una participación muy activa en la elaboración de algunos documentos como el de la POBREZA. Me habló del clima de libertad que se vivió en Medellín, como había sucedido unos años antes durante el Concilio Vaticano II (1962-1965).
El Vaticano dio enseguida el visto bueno a los documentos, que al día siguiente de su aprobación se publicaron íntegros en un medio de comunicación colombiano. En 2018 fue el cincuenta aniversario de tan significativa efeméride y se celebraron numerosos eventos en América Latina, en los que participé y en los que recordamos el cambio de era eclesial que supuso con repercusiones políticas, culturales, económicas, sociales y religiosas beneficiosas de largo alcance. Hicimos memoria de algunos de sus principales aportes: la entrada del cristianismo latinoamericano en la mayoría de edad, un nuevo magisterio pastoral y social, la opción por los pobres, la crítica del colonialismo en su doble modalidad: el neocolonialismo y el colonialismo interno, etc.
Destacamos el cambio en la estructura eclesial que supuso la apuesta por las comunidades eclesiales de base
Destacamos el cambio en la estructura eclesial que supuso la apuesta por las comunidades eclesiales de base consideradas “célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización” y “factor primordial de promoción humana y desarrollo”. “La vivencia de la comunión a la que ha sido llamado debe encontrarla el cristiano en su ‘comunidad de base’, es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros”.
La acción pastoral propuesta por Medellín se orientaba al fomento de dichas comunidades: “El esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en ‘familia de Dios’, comenzando por hacerse presentes en ella como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad”.
Medellín intentó responder a los desafíos que se le planteaban en ese momento al cristianismo latinoamericano. Y lo hizo con acierto y valentía, tras dos rigurosos análisis de la realidad en las ponencias “Visión sociográfica de américa latina”, del sociólogo brasileño Alfonso Gregory, y “Los signos de los tiempos en América Latina”, expuesta por el obispo panameño Marcos G. McGrath.
Hoy no podemos volver la vista atrás con añoranza ni quedarnos en la foto fija de hace cincuenta años. Tenemos que analizar los nuevos desafíos a los que debe responder el cristianismo liberador en América Latina y en el mundo global y mirar al futuro. Ese fue el principal objetivo de los encuentros en torno a Medellín: tomar impulso de aquella creativa Conferencia para seguir adelante en los nuevos escenarios sociopolíticos, culturales y religiosos.
Dialogando sobre José María Arguedas
En Lima hablamos del escritor peruano José María Arguedas (1911-1969), con quien Gustavo mantuvo una estrecha relación personal e intelectual. Me regaló su libro Entre las calandrias. Un ensayo sobre José María Arguedas en la edición de 2014 publicada por la Biblioteca Nacional del Perú, que incorpora dos textos nuevos de Gustavo: el escrito a propósito de la conmemoración del centenario del nacimiento de José María Arguedas en 2011 y su intervención con motivo de la presentación del libro Arguedas y el Perú de hoy, publicado en la revista Páginas, núm. 194 (2005). Está prologado por el poeta peruano Washington Delgado, quien hace el siguiente reconocimiento de G. Gutiérrez:
“Su información bibliográfica y su sensibilidad literaria son muy altas. Es dueño de una sólida formación filosófica y teológica, puede juzgar la creación poética desde un plano acaso más elevado. No sólo posee sabiduría y buen gusto, no sólo es un humanista, es sobre todo un ser humanísimo, identificado hasta el tuétano con los pobres del Perú, de América, del mundo. Todo esto vuelve extremadamente valiosos sus juicios en los que campean tres virtudes. Sabiduría, diligencia y amor. Precisamente, las virtudes más adecuadas para analizar la obra arguediana”.
Los nuevos artículos de la nueva edición son magníficos. El artículo de 2005 lo publicamos en el libro Liberación y diálogo de todas las sangres. Homenaje a José María Arguedas, editado por el filósofo del derecho peruano Edgardo Rodríguez Gómez en la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid (Dykinson, Madrid, 2013). En él aparece mi texto “José María Arguedas y Gustavo Gutiérrez: una relación fecunda y liberadora”, en el que me refiero a Arguedas como uno de los intelectuales que más tempranamente y con más lucidez supo captar el carácter revolucionario del nuevo paradigma teológico en América Latina y reconoció la autoría y originalidad de su compatriota en el mismo.
A su vez muestro cómo Gutiérrez fue uno de los teólogos latinoamericanos que mejor entendió la denuncia de Arguedas contra la explotación de los pueblos indígenas y captó el vislumbre del Dios liberador en la narrativa del escritor peruano. En El zorro de arriba y el zorro de abajo Arguedas define a Gustavo como “el teólogo del Dios liberador” y lo contrapone al “cura del Dios inquisidor” de su propia novela Todas las sangres. Gustavo dedica su obra Teología de la liberación. Perspectivas a Henrique Pereira Neto, sacerdote brasileño secuestrado, torturado y asesinado en 1969 por el Comando de Caza de los Comunistas con el apoyo de la CIA. El libro se abre con un texto de la novela citada Todas las sangres, de Arguedas. El escritor peruano le confesó al teólogo que en el Dios liberador que él presentaba sí creía.
“Yo siento a Dios de otro modo”, dice Matilde, uno de los personajes de Todas las sangres. Quizá esta sentencia, observa Gustavo, quisiera expresar lo vivido por Arguedas, que “no sentía a Dios como los señores y los bien pensantes (‘Dios de los señores no es igual, hace sufrir sin consuelo’), sino como “Dios esperanza, Dios alegría, Dios ánimo”.
Yo le regalé mi libro Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017; 2024, 2ª ed.), y le mostré las páginas dedicadas a su relación con Arguedas, que enseguida identificó con asentimiento. En él presento las teologías latinoamericanas de la liberación como parte de la genealogía del pensamiento decolonial, ya que desde su nacimiento adoptaron una actitud crítica de las ciencias sociales, las epistemologías y las hermenéuticas teológicas nort-atlánticas.
En mi libro destaco la influencia intelectual de su compatriota José Carlos Mariátegui, en su obra pionera de la teología de la liberación, en la que define la teología como teoría crítica de la sociedad y de la Iglesia
En mi libro destaco la influencia intelectual de su compatriota José Carlos Mariátegui, en su obra pionera de la teología de la liberación, en la que define la teología como teoría crítica de la sociedad y de la Iglesia, a la luz de la Palabra aceptada en la fe, animada por una intención práctica e indisolublemente unida a la praxis histórica. Idea que, como el propio Gutiérrez reconoce, se inspira en la afirmación de Mariátegui: “La facultad de pensar la historia y la facultad de hacerla o crearla se identifican” (Gutiérrez, 1972, 34).
Gutiérrez no acepta la orientación monolítica del marxismo, sino que reconoce la pluralidad de tendencias en las que influye la perspectiva cultural y comparte con Mariátegui la necesidad de “dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano […], misión digna de una generación nueva” (Gutiérrez, 1972, 130). En consecuencia, la praxis revolucionaria no puede caminar en una sola dirección, sino que ha de contar con la participación de personas y organizaciones provenientes de diversos horizontes.
Por lo mismo, la liberación de América Latina tiene que ir más allá de la superación de la dependencia económica, social y política y propender a una sociedad cualitativamente diferente en la que el ser humano se vea libre de toda servidumbre. Para ello Gustavo recuerda la idea de Mariátegui de no clasificar a los seres humanos en revolucionarios y conservadores, sino en imaginativos y carentes de imaginación (Gutiérrez, 1972, 312).
Mi encuentro con Gustavo en Lima aquella tarde de junio de 2018 en vísperas de su 90 cumpleaños fueron dos horas de deliciosa conversación con una persona que rezumaba lucidez, sabiduría, ejemplaridad ética y fe en el Dios que se revela y actúa en el “reverso de la historia” optando por las personas y los grupos humanos explotados y excluidos. Fue una conversación de recuerdos pacíficamente subversivos con la liberación al fondo y constantes miradas al futuro con esperanza.
Recuerdo también muy gratamente el encuentro que mantuve con un grupo de jóvenes investigadores e investigadoras del Instituto Bartolomé de Las Casas y colaboradores y colaboradoras de Gustavo: Silvia Cáceres, Giovanna Apaza, José Luis Franco y Sandra Avellaneda. Participaron en algunas de mis conferencias, sobre todo en la de “Fundamentalismos religiosos y políticos”, que pronuncié en el Congreso de la República, invitado por las congresistas del partido Nuevo Perú Tania Pariona e Indira Huilca. Actualmente Silvia Cáceres es directora general y coordinadora del área de reflexión teológica del del Instituto Bartolomé de Las Casas.