Alégrate mozo en tu mocedad. Meditación de Kohelet (ante la Eutanasia de un colega)
Ayer, 17 de Enero de 2025, a las tres de la tarde, un equipo médico de Madrid "practicó" la eutanasia legal a Luis Acebal Montfort, (El Mundo, 17,1.25), de 88 años, que había sido jesuita, profesor de teología y ciencias humanas, colega.
Había "perdido" la fe en el Dios de una vida "trascendente", había "encontrado" la fe en una vida digna en este mundo, y por esa vida decidió morir" según ley de los hombres.
Una amiga que conoce bien estos temas me ha pedido que le mande una reflexión y no encuentro ninguna mejor que una lectura inicial de Kohelet, el más sabio y enigmático autor de libros de la Biblia.
He quedado perplejo y dolorido ante hechos como los de Luis y Maite No tengo sermones ni lecciones que dar. Respeto a Luis, con él me uno en oración, en la vida del Dios en quien creo, sin negar a Kohelet, vanzando con él y con la Biblia entera hasta Jesús crucificado y resucitado, Sabiduría y Poder de Dios (1 Cor 1, 20-25).
Va por ti, Maricarmen, por ti y por Maite. Mabel y yo te saludamos y queremos, sin sermones, sin demostraciones, queriendo hacer, por gracia de Dios la vía que lleva de Kohelet a Jesús resucitado, con Luis, con Maite y con tantos colegas y amigos perplejos.
Una amiga que conoce bien estos temas me ha pedido que le mande una reflexión y no encuentro ninguna mejor que una lectura inicial de Kohelet, el más sabio y enigmático autor de libros de la Biblia.
He quedado perplejo y dolorido ante hechos como los de Luis y Maite No tengo sermones ni lecciones que dar. Respeto a Luis, con él me uno en oración, en la vida del Dios en quien creo, sin negar a Kohelet, vanzando con él y con la Biblia entera hasta Jesús crucificado y resucitado, Sabiduría y Poder de Dios (1 Cor 1, 20-25).
Va por ti, Maricarmen, por ti y por Maite. Mabel y yo te saludamos y queremos, sin sermones, sin demostraciones, queriendo hacer, por gracia de Dios la vía que lleva de Kohelet a Jesús resucitado, con Luis, con Maite y con tantos colegas y amigos perplejos.
Va por ti, Maricarmen, por ti y por Maite. Mabel y yo te saludamos y queremos, sin sermones, sin demostraciones, queriendo hacer, por gracia de Dios la vía que lleva de Kohelet a Jesús resucitado, con Luis, con Maite y con tantos colegas y amigos perplejos.
| Xabier Pikaza
El autor del libro, que asume el nombre y autoridad de Salomón, es un sabio que conoce la historial social y religiosa de Israel y quiere mantenerse fiel a ella, en un momento de gran cambio esencial de la tradición anterior.
Kohelet conoce el pensamiento de los sabios de su entorno y desde ese fondo desarrolla de manera sobria y apasionada el tema del cansancio y vanidad de la vida. Su temática se inscribe dentro una literatura sapiencial de Israel y de su entorno. Ella constituye una de las aportaciones bíblicas más importantes a la antropología de occidente.
Todas las cosas cansan (Qoh 1, 8-11). En hebreo las cosas son palabras (debarim). Por eso no se sabe si fatigan las realidades exteriores, las experiencias humanas, o más bien las palabras que empleamos para decirlas o todo en su conjunto. Los ojos y oídos se cansan: somos apertura sin fin y nada nos sacia, nada loga contentarnos plenamente.
El hombre nunca encuentra su descanso en aquello que conoce, porque busca (ansía) siempre nuevas cosas. Sobre un mundo que no logra llenarle vive el hombre, como pregunta sin respuesta. Busca algo distinto y jamás logra encontrarlo. No se sacia porque siempre está escuchando las mismas canciones, como si la vida fuera un disco infinitamente repetido, con iguales melodías. Queremos otra palabra y no la hallamos.
Todo gira, no hay historia nueva y así todo se olvida. Falta el discernimiento moral, la distinción de lo bueno de lo malo. No hay itinerario hacia Dios, pues Dios no encaja con la vida y con las cosas. Lógicamente, a ese nivel ya no se puede hablar de un Dios que resuelve de un modo inmediato los problemas dentro de un mundo sin historia donde todo rueda y todo vuelve y parece que nos lleva a ninguna parte.
Desde ese fondo el Eclesiastés/Kohelet defiende un tipo de ateísmo metodológico y cósmico. En un determinado plano (de mundo y de vida), todo sucede como si Dios no existiera. Esto que nosotros, occidentales cristianos (o post-cristianos)estamos sabiendo ahora, entrado el siglo XXI, lo sabían en el tiempo antiguo hombres como Kohelet-
Nada hay de nuevo bajo el sol (Qoh 1, 9), No queda memoria de lo que precedió, ni tampoco quedará de lo que ha de suceder (Qoh 1, 11). En el fondo no hay nada que recordar, porque todo es siempre lo mismo. No tienen sentido los anales antiguos, las genealogías de los creyentes de Israel y las doctrinas de los libros santos (Gen, 1 y 2 Rey, Cron etc.). Desaparecen, nivelados por la rueda de un destino indiferente, los acontecimientos salvadores de la historia antigua. Al cesar la novedad se pierde aquello que pudiéramos llamar el relieve de la historia: su densidad significativa.
Si nada ha sido nuevo (hadas), nada merece recordarse o celebrarse: no hay zikaron o memorial recreador. Este mundo es como un disco plano: todo da lo mismo, todo es muerte. Por eso, todo cansa. ¿Merece la pena vivir en medio de esta infinita monotonía, cuando no hay nadie ni nada que pueda decirnos algo nuevo y significativo? Esta es la pregunta, esta es la visión del autor que puede resultar contradictoria o, por lo menos, paradójica. Por un lado, sostiene que todo da lo mismo, pues está siempre girando y no tiene sentido hacer (escribir) algo nuevo (cf. 12, 12). Pero, al mismo tiempo, se empeña en proclamar su discurso, dando así un tipo de sentido (una inteligibilidad) a lo que existe sobre el mundo.
Pero la existencia humana tiene sentido, apostar por la vida
Esta es la paradoja: Eclesiastés sabe que un tipo de vida en el mundo vida carece de sentido y, sin embargo, afirma que merece la pena disfrutarla. Hay un gozo de Dios (=gozo grande) y como tal debe cultivarse, por encima de las crisis y las pruebas. Ciertamente, el hombre ha quedado sin Dios en el mundo y la historia, pero tiene la vida ydecide vivirla como expresión de Dios, a pesar de todo, mesuradamente aunque con gozo. Por eso, en contra de todas las posibles tentaciones de condena total o de rechazo, Eclesiastés acepta la existencia:
No existe para el hombre nada mejor que comer, beber, gozar de su trabajo» (2, 24; 3, 12-13).Es bueno comer, beber y disfrutaren medio de tantos afanes. También el recibir de Dios riquezas y hacienda es un regalo de Dios...(5, 17-19).
Aprender a vivir y vivir intensamente, ése es el mensaje de Kohelet, vestirse con belleza, perfumar el rostro, compartir la vida en amor, con tu amada compañera, gozar de los “perfumes” … Ésa es la terapia de Kohelet, un texto y camino de fe y alegría, en medio de una vida amenazada por la vanidad de todas las cosas y condenada finalmente a la muerte:
“Cuanto tu mano pueda hacer hazlo alegremente, porque no hay en el sepulcro al que vas ni obra, ni razón, ciencia, ni sabiduría” (9, 7-10).
Éste es el mensaje más hondo de este libro riguroso y genial de auto-ayuda, de ayuda divina en medio de la amenaza constate del mundo
Me volví a mirar y vi las violencias que se hacen bajo el sol...y proclamé dichosos a los muertos que se han ido; más dichosos que los vivos que existen todavía. Pero más dichosos aún a los que nunca fueron... (4, 1-3).
Éstas palabras parecen blasfemia y, sin embargo, no lo son, pues reflejan una gran nostalgia por la Vida verdadera, una gran decisión a favor de la existencia,y de esa forma reasumen el gemido de los esclavos hebreos en Egipto, el llanto deJob. Éste es el drama de la vida. No es comedia, tampoco tragedia: es un itinerario de futuro en un mundo que parece carente de caminos, donde no existe más triunfo que el mismo camino, mientras hay camino, un proyecto de vida que iguala a todos en la marcha:
Una misma es la suerte de todos ¡la muerte. Pero mientras uno vive hay esperanza. Que mejor es perro vivo que león que ha muerto. Pues los vivos saben que han de morir, más el muerto nada sabe y ya no espera recompensa, habiéndose perdido su memoria. Amor, odio, envidia: para ellos todo ha terminado. Ya no participan en aquello que pasa bajo el sol(9, 4-6).
Kohelet ha transitado esos caminos, ha recorrido los diversos argumentos para saber que al final no se demuestra nada, pero insistiendo en lo esencial, en el principio de todas las terapias, sabiendo que al final queda este simple y fuerte deseo de vivir, a pesar de todo, en medio de una tierra paradójica, con un Dios que en el fondo es el “deseo” de la vida, el conatus, la fuerte determinación de existir, como supoy dijo el mayor de los filósofos judíos, Benito Espinosa (1632-1577), autor de una especie de Nuevo Kohelet (Ética).
Un Dios de sobriedad, un libro para perplejos
No hay certezas absolutas, no existen demostraciones. Pero en el fondo de todo, a pesar de todas las palabras anteriores, la existencia está llena de sentido, siempre que la vivamos con sobriedad amable, moderada: «No quieras ser demasiado justo ni sabio ¿para qué destruirte? No hagas mucho mal, no seas insensato ¿para qué morir antes de tiempo?» (7, 16-17). Pedirle demasiado a la existencia es malo. Buscar a Dios con ansiedad desesperada resulta al fin inconveniente. Pero tampoco tiene sentido el encerrarse en lo perverso: el ansia de placer y de dinero terminan destruyendo la existencia ¿Qué nos queda? ¡Queda todo!
Esta es la lección de Eclesiastés: ¡Vivir cuando fallan las razones! Sólo este deseo de vivir por encima de las razones permite al hombre romper el círculo cerrado de la tierra, abriéndose sobre su propia realidad, sobre su historia. Por eso nos sigue valiendo Eclesiastés, con su mensaje de sobriedad y de finura, de honestidad y verdad en medio de otras voces más solemnes de la tierra que quieren imponer su fundamentalismo violento. Al final de sus negaciones y cautelas, Kohelet sigue manteniendo la certeza de que hay Alguien que le sobrepasa, Alguien que sostiene, alienta y da sentido a su existencia. Este es su camino: vivir en fidelidad y gozo, aunque no se puedan trazar mapas, ni seguir itinerarios en la prueba, vivir en Dios que es la “esencia o fundamento o juicio de la vida:
Alégrate mozo en tu mocedad... Pero ten presente que de todo esto te pedirá cuentas Dios (11, 9). En los días de tu juventud acuérdate de tu Hacedor antes de que vengan días malos...y torne el polvo que antes era y retorne a Dios el Espíritu que Dios te ha dado» (12, 1. 5).
Estas son sus últimas palabras. Antes había dicho otras que siguen siendo inquietantes (¿Quién sabe si el aliento de los hombres sube hacia la altura y el de la bestia baja hacia la tierra?3, 21), pero también otras diciendo que «has de dar cuentas a Dios» (cf. 12, 13). Una y otra palabra, otra, las dos juntas han de mantenerse esas palabras, según el Kohelet, el hombre de una Asamblea o Iglesia de personas respetuosas, que quieren gozar y hacer que gocen los otros, en un mundo muy frágil, lleno de ignorancia, donde apenas sabemos lo que implica nuestra vida
Tema básico
Ante un mundo que parece encerrarse en sí mismo, en fría y silenciosa indiferencia ¿qué sentido tiene nuestra vida? No es que el mundo sea malo, como parecía sospechar Job, no es que Dios tenga un aspecto interior de Satanás y así se goce en tantearnos.Job era un iluso al suponer que el Dios/Satán de las antiguas historias de Israelse ocupaba en torturarle. Kohelet no tiene ni siquiera ese consuelo; no puede protestar a Dios, pues Dios ya no se ocupa de los hombres.
Ante un azar siempre repetido. Nada nuevo bajo el sol
Job exploraba en línea de sufrimiento, en clave de "combate personal" y así podía suponer que el mismo Dios está empeñado en hacerle sufrir o tantearle; por eso gritaba, pidiendo una respuesta. Kohelet, en cambio, ha explorado en medio de un mundo de riqueza inútil y de hastío. No le han ido mal las cosas: puede presentarse como triunfador en todas sus empresas, ha logrado todo lo que un ser humano puede desear sobre la tierra, en línea de abundancia, placeres, posesiones (cf 1, 12-2, 10). Pero nada le ha saciado: al fin de sus caminos sigue preguntando.
Job expresaba la angustia dolorida del fracaso. Kohelet, en cambio refleja el hastío del triunfador: la manzana de su gozo está podrida, su corona de victoria se marchita sin sentido. Su palabra es la palabra del cansancio reiterado. No es que la vida sea mala; no es que podamos decir que alguien nos odia y se empeña en torturarnos. Es sólo indiferente, sin principio ni fin, sin dirección en la marcha y por lo tanto sin camino.
Una generación va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. -Sale el Sol, se pone el sol, jadea por llegar a su lugar y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira caminando el viento; y a sus giros vuelve el viento. Todos los ríos caminan al mar y el mar no se llena; y desde el lugar al que los ríos caminan de allí vuelven a ponerse a caminar (Ecl 1, 4-7)
El libro es breve, literariamente precioso, aunque algo reiterativo, pues así lo pide su argumento. Su autor es a la vez rey y sabio y disfruta de las cosas mejores de la tierra. No es profeta, no cree en la palabra creadora. No es sacerdote, no le parecen primordiales los sacrificios. Es rey y ha descubierto que el poder político no sacia ni transforma. Es sabio y, precisamente por eso, reconoce que las cosas no cambian con teorías. Así vive y piensa nuestro autor, un hombre culto y rico de Jerusalén, inmerso en un ambiente en el que influye el pensamiento helenista (a comienzos del III a.C.).
Gira el sol en círculos iguales de días y de años: todo cambia, pero todo se mantiene igual en medio del proceso, en eterna indiferencia. - Giran los vientos sin cesar y nunca son lo mismo. Pero al fondo de sus giros, el tiempo del conjunto permanece siempre igual, indiferente a los deseos y problemas de los individuos. Giran los ríos: nace y muere sin cesar el agua; pero permanece idéntica a lo largo de sus largos giros.
Allí donde todo se repite, el hombre es un ser irrepetible
Sobre ese modelo ha entendido Kohelet nuestra vida abocada a la muerte. Somos río que no acaba en ningún mar, pues volvemos a nacer siempre de nuevo. Una experiencia cósmica parecida había conducido a muchos filósofos griegos a postular la inmortalidad: hay algo en nosotros que desborda el nivel de giros agobiantes de la tierra; somos alma supra-cósmica caída de un cielo superior; podemos y debemos volver hacia la altura de Dios donde no existen ya más cambios.
Una visión como ésa estaba llevando a muchos orientales (hindúes y budistas) a postular una doctrina de reencarnaciones: giran nuestras vidas (nuestra propia realidad) con este mundo; así mueren y se vuelven a encarnar; pero ellas pueden liberarse al fin de esa cadena, de esa rueda, llegando al mar sin cambio y sin dolor que es lo divino.
Kohelet conoce la doctrina de la inmortalidad (y quizá también un tipo de reencarnaciónes) pero no puede aceptarla. Como buen israelita sabe que no podemos evadirnos hacia espacios resguardados, de seguridad intemporal. Tiempo somos a los ojos del Kohelet, pero un tiempo que no tiene ya sentido litúrgico ni puede abrirse a la alabanza (en contra de Gen 1), un tiempo sin fisuras, sin momentos especiales.
Dentro de ese tiempo que pasa, nada hay de nuevo. Busca el hombre algo distinto y jamás logra encontrarlo. Nadie se acuerda... En el fondo no hay nada que recordar. No tienen sentido los anales viejos, las genealogías de los creyentes de Israel y las doctrinas de los libros santos (Gén, 1-2 Crón etc. ). Desaparecen, nivelados por la rueda de un destino indiferente, los acontecimientos salvadores de la historia antigua.
Al cesar la novedad se pierde aquello que pudiéramos llamar el relieve de la historia: su densidad significativa. Si nada ha sido nuevo (hadas), nada merece recordarse o celebrarse: no hay zikaron o memorial recreador. Este mundo es como un disco plano: todo da lo mismo, desembocando en muerte.
Ser hombre, un itinerario en busca de sentido
¿Merece la pena vivir cuando las cosas cansan? Cansan porque nadie es capaz de hacerlas hablar (ledabber) o decirlas, dando así una explicación o sentido a lo que existe. Pues bien, en medio de un mundo que rueda al parecer eternamente sin sentido, el hombre está llamado a buscarlo, buscándose a sí mismo. Ésta es una visión que puede resultar contradictorio o, por lo menos, paradójica. Por un ladosostiene que todo retorna pues está siempre girando y no tiene sentido hacer (escribir) nada nuevo (cf. 12,12). Pero, al mismo tiempo, se empeña en proclamar su discurso centrado en la búsqueda de sentido ante la muerte.
Es bueno que Kohelet haya planteado sus preguntas sin empezar acudiendo al remedio de un Dios que soluciona las cosas desde fuera. Sólo en gesto fuerte de respeto hacia esta experiencia de "vacío" (todo es vanidad,1,3) podrá darse después un discurso religioso.
Me dediqué a obtener sabiduría... (8,16-17). No es Kohelet un hombre derrotado. Tampoco habla desde la indiferencia. En el fondo de su vida, sigue buscando la hokmao Sabiduría de Dios. Pero, al mismo tiempo, parece hallarse atado a un mundo donde todo se repite sin sentido. Desde ese fondo, algunos han tomado a Kohelet como un esquizofrénico, como si hubiera en el mundo dos verdades: lo que es verdad a un plano es mentira en otro y viceversa.
- En un nivel hallamos el giro indiferente de los astros, de los ríos, de los vientos... sin que se pueda hablar de Dios. Frente a la sacralización fácil de las cosas parece que debemos mantener siempre un tipo de reserva: nunca llegamos a entender el mundo desde el fondo: nunca resolvemos sus problemas. A ese nivel todo es destino. Todavía hoy, por más que parezcan triunfar los esquemas evolutivos, muchos siguen hablando de un eterno retorno de las cosas.
- Pero a un nivel más alto podemos hablar de las obras de Dios, llegando a encontrar un lenguaje que nos capacite para entender las tradiciones más hondas de la Biblia Hebrea (creación, llamada de Dios, éxodo, alianza etc.). En esta perspectiva adquiere su sentido el esfuerzo hermenéutico de Ecl: la acción de Dios se entiende sólo si es que a otro nivel sabemos (podemos) admirar y (o) sufrir la dura indiferencia de este mundo con respecto a los valores morales y sacrales de los hombres.
En un plano, lo que el hombre encuentra y hace en este mundo es vanidad, en hebreohabel, en griego mataiotes (=levedad, vacío). Esta es la palabra clave. No es que las cosas de sean malas, son sencillamente vanas, como aliento inconsistente, vacío y débil, y éste es el nombre que la Biblia Hebrea ha dado al cuarto ser humano (Abel) por la cortedad de su existencia. Eso es lo que somos en el mundo. Por eso, en el principio de su obra, como, título y motivo (melodía) que retorna en cada frase de su libro ha puesto nuestro autor: habel habalim ha-kkol habel (TM), mataiotes mataioteton, ta panta mataiotes (LXX), es decir, vanidad de vanidades, todo es vanidad (1,3).
Estas palabras nos sitúan en un sentido cerca de Sócrates: ¡Sólo sé que no sé nada! En esa línea, Orígenes, teólogo cristiano del siglo II-III d.C., afirma que Kohelet puede y debe interpretarse como reverso del Cantar de los Cantares: sobre el fracaso cósmico, allí donde el hombre ya no espera nada de este mundo, el himno de amor del Cantar de los Cantares, pero siempre al lado de la levedad y el vacío pleno del Kohelet. Sobre la vanidad cósmica pueden bailar los enamorados, descubriendo que Dios no es necesario, pero que el brillo de su presencia lo está alumbrando todo.
- No sabe el hombre si es objeto de amor o de odio. Eso significa que no podemos proyectar sobre Dios nuestros esquemas, como si Dios fuera principio de emociones exteriores: en pura humanidad, desde la rueda cósmica, ignoramos si Dios nos ama o nos odia.
- En un nivel de mundo da lo mismo ser puro que impuro, justo que pecador... Eso significa que la religión no influye en la marcha externa de las cosas. El cosmos rueda indiferente a nuestros valores. No hace caso de nuestras pretensiones de tipo ético o piadoso.
- Y, sin embargo, merece la pena comer y vivir, cantar y trabajar, disfrutar…aferrarse apasionadamente a la vida, al trabajo bien hecho, a la ternura por las pequeñas cosas…
Es evidente que esta solución puede parecernos negativo y quizá se lo parece al mismo autor cuando vincula el mal del corazón del hombre con el hecho de que sea una misma la suerte para todos (justos y pecadores, buenos y malos). Hay en el fondo del Kohelet un tipo de nostalgia: le gustaría que las cosas fueran de otra forma; que se pudieran valorar ya desde aquí las ventajas de la fe, las ganancias de la religión. Pienso que querría probar en clave cósmica el sentido de Dios y de la religión.
Pero eso es ya imposible. En un primer nivel el mundo es simplemente mundo y a ese plano todo gira en rueda de fortuna indiferente a los deseos e ideales de los hombres. Entendido así, el cosmos no es religioso y da lo mismo ser puro que impuro, hacer sacrificios o no hacerlos. Quien busque por la religión ventajas de tipo cósmico se engaña. Quien intente transformar la fe divina en instrumento de triunfo sobre el mundo confunde a Dios con su poder mundano y se equivoca.
Kohelet ha explorado la consistencia racionalen el campo de las tradiciones religiosas de su pueblo, llegando a la conclusión de que la lógica de estemundo tomada en sí, no prueba la existencia de Dios, ni la rechaza. El orden cósmico resulta indiferente a Dios y a los humanos. A ese nivel somos vanidad (hebel). Pero todo es una vanidad real o mejor Dios una “realidad” que merece todo nuestro respeto.
En esa línea, quizá, en un primer plano, sería mejor no hablar de Dios (en la línea del Dios Yahvé del judaísmo), para hablar de la realidad como “divina”. En ese sentido, el argumento del libro se condensa en dos “artículo”: (a) Un artículo de fe, que consiste en temer/honrar a Dios, que consiste en aceptar la realidad, tal cual es, con respeto, con honor… (b) Un artículo de “praxis” que consiste en “aceptar” (cumplir) la ley de ese Dios que, en el fondo, se identifica con los mandamientos de la ley israelita.Con estos dos “artículos” podemos orientarnos a lo largo y a lo ancho de este libro.
Kohelet, un “protestante” ante Dios
Así ha planteado su argumento F. Delitzsch en este comentario, escrito desde la perspectiva de un protestantismo “ortodoxo” y neo-cultural, dominado por la inmensa figura y pensamiento de I. Kant (1724-2004). Pero Kant fue “creyente”, convencido de que se puede trazar un camino religioso (cristiano) de búsqueda y encuentro con Dios a través de una Crítica de la Razón Práctica (1788). Kohelet parece aceptar en el fondo esa crítica kantiana, como se esfuerza en mostrar F. Delitzsch, pero deja el tema de fondo más abierto. De esa forma nos sitúa en el centro de la gran crisis cultural, social y religiosa del siglo XXI, en el que, queramos o no, seguimos inmersos nosotros, los occidentales críticos y cristianos
En medio de una gran crisis religiosa
En otro tiempo, la religión actuaba como de principio unificador del pensamiento y de la vida social: todos los diversos aspectos de la realidad se hallaban como "entrelazados" y explicados (fundamentados) en el fondo de una experiencia cristiana unificadora. Por eso, la vida en su conjunto aparecía como cargada de sentido. Pues bien, la muerte de Dios (en sentido cultural) ha implicado una muerte de la unidad humana: por eso se dividen y se escinden sus diversos elementos:
- Queda por un lado el mundo, sin explicación religiosa, como una realidad que parece estar regida por principios de fatalidad, de pura dialéctica vital o material. Dios no se desvela ya en el cosmos. El cosmos se conduce conforme a sus propias reglas y leyes de evolución material.
- Por otra parte, la sociedad queda también abandonada a sí misma, sin sanción divina. Antes, la vida social aparecía como signo de Dios: expresión de una ley sacral que fundamental y dirige la convivencia entre los humanos. Esa ley se ha roto (se ha perdido). Los humanos ya no tienen más posibilidades de "encuentro y relación" que los que pueden establecer ellos mismos, por convenio (para utilidad del conjunto). En el fondo, lo que antes se llamaba "Dios" se identifica ahora con la "razón social" (por no decir a veces la razón de estado).
- Queda, finalmente, el individuo, abandonado a su propia voluntad de ser, a su propio deseo de realización o a su fracaso. Antes, el individuo aparecía como "señal" de Dios. Podía cultivar unos valores transcendentes que le definían como individuo autónomo, distinto de todos los restantes individuos… con una responsabilidad ante Dios y ante los otros. Ahora, el individuo queda encerrado en su propia capacidad de gozo o de realización.
Ruptura cultural y religiosa. Kohelet, testigo de Dios en tiempos de desencanto
- Desencanto político: los cambios políticos de los últimos tiempos, que tanto prometían (como en los tiempos de Kohelet) , parecen habernos dejado casi donde estábamos; las utopías (ligadas en parte al marxismo) han perdido incidencia. Por eso nos cuesta creer en la política. Parece que la sociedad de estabiliza en una especie de dominio de los poderes fácticos (dinero, ansia de dominio, grupos partidistas) sin que haya un deseo eficaz de transformación social en profundidad, al servicio del humano.
- Desencanto religioso: las esperanzas de transformación religiosa y eclesial ligadas a un tipo de nueva libertas social y religios aparece que no se han cumplido. La religión parece sin fuerza (no hay profetas verdaderos);en otros casos aparece ligada al sistema, como institución que quiere defender sin más sus propios privilegios; en otros casos se la mira como un "jardín mágico" donde quedan pequeños restos de humanidad que ya ha sido superada por los cambios de los tiempos. Hay una "reserva religiosa" muerta y sin sentido en medio de un mundo sin religión.
- Desencanto ideológico/cultura. Ya no creemos en las grandes "teorías". No es que se refuten, es que resbalan. Por eso casi nadie cree "filosofía" en el sentido clásico del término. Ya no importa el saber, porque el saber no va solucionar ningún problema clave de la vida. Estamos amenazados por el convencimiento de que la modernidad ha fracasado, pero no sólo la modernidad, sino la vida del hombre sobre el planeta tierra.
Éste parece un tiempo propicio para lectores de Kohelet. Está surgiendo un tipo nuevo de lectores de Kohelet, tanto cristianos (protestantes, ortodoxos, católicos) como no cristianos. Muchos ya no creen en las ideologías del progreso burgués, pues llevan a una especie de inhumanidad de los privilegiados, dejando al margen a una mayoría de la sociedad. Pero tampoco creen en la racionalidad de los grandes revoluciones porque ellas les parecen fracasadas: no han logrado mejorar la vida de los hombres, pueden conducirnos a nuevas dictaduras. No creemos en la racionalidad nacional de los estados. Ciertamente, los estados nacionales tienen un sentido histórico, peromuchos se sienten frustrados por ellos.
Sólo existe, por tanto, una un tipo de verdad débil o quizá mejor un conjunto de verdades (religiones, ideología) débiles: cada cosa queda aislada en sí, produce en breve brillo de placer o de gozo en un momento, pero luego desaparece, como los viejos dioses del instante. Esos instantes de sacralidad, de brillo, de sentido, son los únicos que pueden valer en nuestra vida. No hay nada más allá de esos fugaces momentos de gozo estético, interior o material.
Kohelet, un libro para nuestro tiempo, un tiempo que parece sin Dios
El Eclesiastés o Kohelet, ofrece el más duro testimonio de la crisis israelita de Dios. Parece rota la fe antigua que guiaba a los hebreos a través de los caminos de la alianza. Como sintió y respondió Kohelet podemos sentir y responder nosotros. El humano queda en solitario ante su Dios, sin otro interrogante que el cansancio, sin más gozo que el que pueden ofrecerle los pequeños placeres de una vida en la que nada ni nadie puede responder a sus dolores.
Yo, Eclesiastés, he sido rey de Israel en Jerusalén…. Hablé en mi corazón: ¡adelante, voy a probarte en el placer! ¡disfruta la dicha! Traté de regalar mi cuerpo con el vino, emprendí mis grandes obras, construí palacios, planté viñas, hice huertos y jardines y los llené de toda suerte de frutales. Tuve siervos y siervas. Poseía servidumbre. También atesoré el oro y la plata, tributo de reyes y provincias. De cuanto me pedían los ojos nada les negué, ni rehusé a mi corazón gozo ninguno (2, 1-10).
Estos son los dones que al hombre pueden hacerle dichoso: poder, salud y dinero; belleza y placer, dominio sobre el mundo. Estos son los bienes que han buscado por siglos y milenios los varones y mujeres de la tierra. Los mismos hebreos oprimidos que dejaron Egipto (en éxodo fundante) salieron en busca de estas cosas. ¿No tendían la promesa, el éxodo y la alianza hacia un estado en que los humanos pudieran disfrutar de las fortunas de la tierra, gozando así del gozo y la grandeza de la tierra?
Pero ha llegado el momento de la crisis y lo viejos hebreos oprimidos descubren que tampoco el goce de la tierra y de la vida por sí misma resulta suficiente. No basta la riqueza que da el mundo dentro de la historia; resultan incapaces de dar felicidad auténtica los bienes y fortunas de una vida en la que todo rueda hacia la muerte. Por eso, el más rico de los humanos de la tierra, el Eclesiastés, varón privilegiado que preside la asamblea de los humanos, acaba siendo un ser infortunado.
Esto no quiere decir que la riqueza sea mala, que los dones de la tierra (pan y vino, amigos, posesiones) deban evitarse. Pero el "sabio" verdadero busca más. Así ha buscado el Eclesiastés, representante de la asamblea israelita, dedicando el tiempo de su vida a conocer y probar todas las cosas (cf. 1, 12-13). Al final, su conclusión ha sido esta:
Todo es vanidad y perseguir al viento (2, 11). He observado cuanto pasa bajo el soly he visto que todo es vanidad y perseguir al viento (1, 14).
Esta es la experiencia final del hombre que ha desembocado,después de haber triunfado y gozado de muchas cosas,a una situación de desencantoEn un momento determinado, el humano que ha salido a conquistar el mundo para descubrir y realizar su propia realidad humana se da cuenta de que el mundo con sus bienes no le basta. No le basta lo que tiene y todo se termina convirtiendo en espejismo de un deseo diferente. Busca otra cosa y al buscar advierte que, en su entorno, al mundo de placer que él anhelaba se convierte en espacio de injusticia. ¿Dónde se halla Dios en todo eso?
Volví mi vista y descubrí las violencias que se hacen bajo el sol. Escuché el llanto del oprimido que no tiene ya quien le consuele. Y advertí que el poder se encuentra en manos opresoras, sin que nadie se preocupe ahora de hacer justicia al oprimido (4, 1-2).
Eclesiastés, el hombre sabio que ha querido escudriñar los caminos de Israel, ha descubierto que no hay orden de Dios sobre la tierra. No existe la justicia, ni la ayuda al oprimido. Parece que vivimos en un mundo donde todo viene a estar reglamentado por las leyes de la fuerza. Triunfa la violencia y la fortuna en los afortunados. Mientras tanto padecen los pequeños:
De todo he visto en mis fugaces días: justos que mueren en toda su justicia, impíos que envejecen en su misma iniquidad. El humano domina sobre el humano a fin de hacerle daño. Por eso se venera a los impíos (7, 15; 8, 9-10).
La experiencia le ha mostrado que no existe en este mundo una sanción moral. No puede hablarse del influjo de Dios como justicia en la existencia. Han perdido su valor las leyes viejas: no hay premio para los buenos, ni castigo para los males. Parece que Dios planea indiferente por encima de la rueda de la vida, sin que nada le interese:
He visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios y los humanos ya no saben si son objeto de amor o de odio. Por eso todo es un absurdo. Todo da lo mismo: la misma es la suerte que corren el justo y el injusto, el bueno y el malo, el puro y el impuro, el que humano religioso y el que no practica religión. Lo mismo que al humano de bien pasa al malhechor; como el que jura es el odia el juramento. Esto es lo malo de todo lo que pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos; y por eso el corazón del humano se halla lleno de maldad. Hay locura en sus corazones mientras viven, y después llega la muerte (9, 1-4).
Duras son estas palabras. Ciertamente, Dios planea como un simple espectador sobre la rueda de fortuna de la historia; por eso ya no importa la vida de los humanos, no hay frontera o división que nos ayude a distinguir lo bueno de lo malo. Dios no tiene un rostro personal; se ha convertido en una especie de símbolo de fuerza sin conciencia, de fatalidad sin vida. Mientras tanto el humano sufre: en vano se fatiga, sin rumbo camina.
Al llegar a este final tenemos la impresión de que la historia de Israel ha quedado liquidada ¿Dónde queda ya la alianza y las promesas? ¿es cierto que Dios nos ha librado en el éxodo de Egipto? Pues bien, sobre el vacío que produce esa pérdida de Dios parece que necesitaríamos un éxodo distinto: tenemos que salir de la opresión (la situación) en la que todos nos hallamos perdidos, angustiados, destruidos sobre el mundo.
En un determinado plano, encontraremos que el Eclesiastés, hombre de asamblea, ha descubierto que debe existir algo que tiene algo sentido en todo esto: ¡El conocimiento, la sabiduría! Por lo menos el sabio advierte lo que hace. "Tiene los ojos en la frente, mientras que el necio camino en la tiniebla" (2, 14). Pero, si volvemos a mirar con más rigor descubriremos que esa misma ventaja del sabio resulta al final ilusoria, tampoco la sabiduría salva al humano sobre el mundo:
Vi también que la suerte de los dos (del necio y del sabio) es la misma. Entonces dije: "también yo correré la suerte del que es necio ¿por qué pues hacerme sabio? ¿qué provecho sacaré de todo ello?". Y advertí que también eso es vanidad, porque ni del sabio ni del necio se hará memoria eterna, sino que, pasado un tiempo, todo se acaba olvidando. Muere, pues, el sabio igual que el necio. Por eso aborrecí la vida, al ver que todo bajo el sol es un absurdo, es perseguir al viento (2, 15-17).
Llegamos de esta forma hasta el final de eso que pudiéramos llamar el proceso de desconstrucción de la realidad. Por siglos y milenios los humanos han querido descubrir su realidad, fijar un norte en el rumbo de su vida. Así han trazado normas de conducta que venido a convertirse en base de la sabiduría. Pues bien, al discernirlo todo, el sabio advierte que al final, en un sentido, todo se confunde, todo da lo mismo:
- ¨Necedad (=vanidad) resulta el gozo que suscitan los placeres, pues al fin terminan siendo insuficientes. "Vi que todo es vanidad, un perseguir el viento" (2, 11). El hastío lo ha inundado todo, de manera que nada merece nuestro esfuerzo. La misma riqueza de la tierra se convierte en un "empacho", porque el rico sólo come su riqueza (su pan) "entre congojas y tinieblas, entre rabia y llanto" (cf 5, 14-15). Creciendo los bienes crecen las preocupaciones. Aumentando los placeres se multiplica el cansancio, de modo que se llega hasta la náusea (cf 5, 9).
-¨Necedad resulta el mismo conocimiento. ¿Para qué saber si es que nada se resuelve con razones? Además "creciendo el saber crece el dolor" (1, 18). Por eso, en un determinado sentido sería mejor el ignorarlo todo, pasar en la inconsciencia por la vida, como sombra que va y viene sin que nada le preocupe.
- ¨Finalmente, es vanidad el afán de la justicia, porque el humano no sabe si merece la pena el observarla. Escudriña el justo sobre el mundo, en los caminos de la vida, y no descubre norma alguna que pudiera guiarle, dirigirle. Todas las leyes que los hombres han trazado dentro de la historia acaban siendo convencionales, carecen de sentido y permanencia.
No es que Eclesiastés condena la existencia como mala, no es que la rechace por perversa. El problema está en que no tiene sentido. No tiene sentido la vida sobre el mundo, porque no hay señales que distingan lo bueno de lo malo, la vida de la muerte, el amor de la condena. Se ha perdido el norte y todo da mismo. Estamos en una especie de "paraíso" original pero invertido (en contra del Gen 2-3). En este nuevo paraíso ya no existe el árbol de lo bueno y de lo malo, de manera que los humanos ya no saben cómo tienen que portarse.
Estos son los presupuestos, esta es la tarea: cómo organizar la vida allí donde no existen principios para organizarla. Eclesiastés es el humano que corriendo ya por todos los caminos de este mundo ha descubierto que el mundo se ha quedado sin un Dios a quien podamos entender de modo intramundano, como signo y sentido del misterio de la vida. Pues bien, allí donde no hay Dios sólo nos queda como signo final el gran proceso del eterno retorno de las cosas:
Una generación va, otra generación viene. Pero la tierra permanece para siempre. Sale el sol y el sol se pone; corre a su lugar para salir de allí otra vez. Sopla el viento y gira al norte; gira que te gira sigue el viento y así vuelve a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; del lugar donde los ríos van, de allí surgen de nuevo. Todas las cosas dan fastidio.
Se cansa el ojo de mirar, el oído se cansa de oir. Lo que fué eso será. Lo que se hizo eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si de alguna cosa puede asegurarse "mira, es nuevo", aún eso ya existía en los tiempos que pasaron. No hay recuerdo de lo antiguo, como no habrá un día memoria de lo nuevo, para aquellos que vengan después (1, 4-11).
Todo gira en el camino del mundo y de la historia y así todo se olvida. Falta, como ya hemos dicho, el sentido de totalidad, la visión de una existencia donde pueda distinguirse, precisarse, las acciones. Por eso no se puede hablar de Dios dentro del mundo e interpretarlo así como elemento del sistema. Dios rompe el sistema, no encaja entre las cosas. Lógicamente, si miramos con hondura hacia aquello que existe sobre el mundo encontraremos que no puede ya haber Dios sobre la tierra (dentro de la historia).
En este sentido, el Eclesiastés aparece como defensor de un tipo de ateismo metodológico: el mundo se ha cerrado sobre sí y ya no aparece como signo de un misterio transcendente. Y con esto hemos planteado ya el tema siguiente.
Debe haber Dios, pero es como si no lo hubiera. Tres niveles de ateísmo
Nuestro libro es, según eso, un testimonio de ateísmo, en el nivel del cosmos y la historia. Todo sucede en ese plano como si Dios no existiera. Eso significa que debemos superar todos los ídolos del cosmos, de la historia y de la misma realidad humana:
- Hay un ateísmo cósmico. En un primer nivel, el mundo no aparece ya como lugar de Dios; es un espacio en el que todo sucede conforme a los principios del eterno retorno de las cosas. En ese plano de vientos y de mares, de agua, fuego y tierra, el humano viene a desvelarse como un elemento que está inmerso en la gran rueda de fortuna de la vida. Pues bien, ese círculo en que todo nace y gira no es divino. Lógicamente, Dios no puede verse ya en el plano de la naturaleza.
- Hay un ateísmo histórico. Si no es divino el mundo en el que estamos tampoco son divinas nuestras obras, la historia que nosotros mismos construimos y tejemos en el tiempo. Por eso es imposible que los humanos quieran definir su vida partiendo de sus propias creaciones. En ese plano hay que decir que todas nuestras obras pasan y terminan, de diluyen y se olvidan con el tiempo (o como el tiempo). Lógicamente, Dios transciende los caminos de la creación política, no se identifica con aquello que los humanos pueden ir haciendo sobre el mundo.
- Hay, finalmente, un ateísmo antropológico. Aceptemos lo anterior: no es divino el mundo donde el hombre mora, ni tampoco es divina nuestra historia. Pero ¿no podrá afirmarse que nosotros mismos somos dioses, pero dioses sólo por un tiempo? Normalmente, las religiones de la interioridad (hinduismo y budismo, lo mismo que el espiritualismo helénico tardío) tienden a divinizar de alguna forma la verdad interna de los sereshumanos: su atmán originario, la hondura del nirvana, el espíritu eterno. Pues bien, en contra de eso, en la línea de la tradición israelita, el Eclesiastés afirmará con toda fuerza que el ser humanono Dios "El humano y la bestia comparten una misma suerte. Muere el uno como el otro y ambos tienen el mismo hálito de vida. En nada aventaja el humano a la bestia pues todo es vanidad. Los dos caminan a la misma meta: salieron del polvo y hacia el polvo vuelven. ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos sube hacia la altura y si el aliento de vida de la bestia baja hacia la tierra?" (3, 19-21).
De esta forma hemos llegado hasta el nivel más hondo de eso que podríamos llamar proceso de purificación de Dios de la Escritura israelita: debemos superar todo el nivel de las acciones y los ídolos que existen en el mundo, como son naturaleza, historia, humanidad. Sólo allí se rompen, donde quiebren y se pueden superar los planos anteriores puede hablarse ya de Dios, de manifestación de su misterio y verdadera teología.
En un primer momento, ese proceso de ruptura de Dios (des-divinización) resulta tan intenso y doloroso, que el Eclesiastés, que en algún sentido sigue amando los goces y placeres de la vida, siente que todas sus certezas se derrumban ¿Cómo se podrá vivir sin Dios? ¿Cómo se puede soportar una existencia que se encuentra de antemano condenada? Pues bien, en esa situación en la que el viejo Dios pierde sentido, el Eclesiastés quiere vivir y así lo dice con toda claridad. De esa forma nos conduce hasta el lugar de una paradoja, hacia ese plano donde la existencia del humano se halla de algún modo dividida.
Este es, a mi entender, el tema clave. Nosotros, occidentales, acostumbrados a la claridad de una razón cartesiana, sentimos a veces la dificultad de admitir esta experiencia paradójica, la unión del gozo del la vida y del profundo desencanto. Pues bien, el Eclesiastés no ha visto oposición (contradicción) entre esos planos. Así lo indicaremos, poniendo el uno frente al otro y destacando en un tercer lugar el sentido de la experiencia de Dios como apertura del humano hacia un nivel superior de gratuidad y misterio.
Apostar por la vida (Dios) en un mundo de muerte
A pesar de todo, la vida es. gozo de Dios y con gozo debe cultivarse, por encima de todas las crisis y las pruebas. El humano ha quedado sin Dios en el mundo, sin Dios en la historia, pero tiene la vida y, decide vivirla, a pesar de todo, mesuradamente, pero con gozo. Por eso, en contra de todas las posibles tentaciones de condena total o de rechazo, ha terminado aceptando la existencia:
No existe para el hombre nada mejor que comer y beber, gozar de su trabajo (2, 24; 3, 12-13). Es bueno comer, beber y disfrutar en medio de tantos afanes. También el haber recibido de Dios las riquezas y hacienda en don divino… (5, 17-19).
Vete, come alegremente tu pan y bebe tu vino con alegre corazón porque se agrada Dios con tu fortuna. Vístete en todo tiempo de blancas vestiduras y no falte el ungüento en tu cabeza. Goza de la vida con tu amada compañera todos los días de tu rápida existencia… porque esa es tu porción en esta vida entre todos los trabajos que padeces bajo el sol. Cuanto tu mano pueda hacer hazlo alegremente, porque no hay en el sepulcro al tú vas ni obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría (9, 7-10).
Este canto a la vida constituye el principio de la teodicea de Eclesiastés/Kohelet. En el fondo de todos los problemas, la vida sigue teniendo un sentido. Tiene un gran valor el gozo sobrio, mesurado, la felicidad pequeña, la alegría fugaz, en medio de una vida que parece azotada por todos los vientos destructores. Nuestro autor ha perdido el sentido de la totalidad, la visión salvadora de la naturaleza y de la historia lo mismo que una comprensión divina de su vida, pero conserva su capacidad para disfrutar de los pequeños valores que ofrece esa vida en medio de la tierra. En este aspecto, podemos afirmar que ha descubierto y cultivado eso que algunos llaman el gozo de la finitud, la alegría limitada pero intensa de una vida que sigue siendo bella en sus limitaciones.
Cesa el gozo, se diluye la alegría de un camino abierto a la experiencia sosegada y bondadosa de las cosas (descanso y comida, amistad y trabajo) y viene a desvelarse el rostro duro de una vida de mundo. Pues bien, a pesar de ello, debemos optar por la vida, como si Dios existiera y fuera bueno. No es Dios quien nos hace. Somos nosotros en el fondo los que hacemos a Dios, hacemos que venga, hacemos que exista. Ciertamente, en un primer plano solo hay muerte
Tornéme y vi las violencias que se hacen bajo el sol. . . y proclamé dichosos a los muertos que se han ido; más dichosos que los vivos que existen todavía. Pero más dichosos aún a los que nunca fueron y no vieron lo malo que se hace bajo el sol (4, 1-3).
Estas palabras parecen blasfemia y, sin embargo, no lo son. Ellas reflejan, en el fondo, una nostalgia inmensa por la vida verdadera. Son un grito que el varón de la asamblea, Eclesiastés, ha levantado ante la altura de un misterio que parece que no quiere responderle. En ese aspecto, en el fondo de la misma tristeza viene a plantearse la pregunta de la misma vida, en forma de llamada por Dios, como todavía indicaremos. Desde ese fondo han de entenderse las palabras que siguen. Mejor es entrar en una casa en luto que en un hogar en fiesta. . . Mejor es la tristeza que la risa… Mejor el fin de una cosa que el principio (7, 2. 3. 8).
Parece que el mundo ha sido creado para morir y, sin embargo, el humano vive. Su destino consiste en terminar y consumirse. De esa forma, toda la existencia se condensa en la fatiga del trabajo inútil, como noria que da vueltas y no logra sacar agua del pozo, como pozo que se excava y nunca llega a la vena de las aguas. Pero en el fondo de ese gesto de luto, el mismo sufrimiento de los humanos viene a levantarse frente a Dios a modo de pregunta.
El hombre es una paradoja, por no decir una contradicción: es gozo de la vida y es tristeza, es camino creador y es la fatiga donde acaban todas nuestras creaciones. Por eso no se puede encontrar una respuesta que resuelva en su raíz nuestro problema. Cerrar los ojos sería quedar sólo en el llanto. Engaño sería fijarse solamente en la alegría. En el centro de la contradicción, en forma de problema viviente, emerge nuestra vida, como una pregunta por Dios. Y con esto planteamos el tercer aspecto del análisis que ofrecer el Eclesiastés.
Quizá pudiéramos decir que está en el fondo de la tragicomedia o, mejor, del drama humano. No es comedia la vida; pero tampoco es una pura tragedia. Es lugar de cruce, campo donde vienen a encontrarse los caminos. Por eso el autor puede decir:
Una misma es la suerte de todos ¡la muerte. Pero mientras uno vive hay esperanza. Que mejor es perro vivo que león que ha muerto. Pues los vivos saben que han de morir, más el muerto nada sabe y ya no espera recompensa, habiéndose perdido su memoria. Amor, odio, envidia: para ellos todo ha terminado. Ya no participan en aquello que pasa bajo el sol (9, 4-6).
Bajo el sol se desarrolla ese camino misterioso de la vida que llamamos ahora drama. Parece que en el fondo todo está velado por un tipo de nostalgia, de tristeza. Pero es una nostalgia que puede ser amable, moderada. Quizá debiéramos decir que nuestra vida se convierte en una especie de obra de arte: No quieras ser demasiado justo ni demasiado sabio ¿para qué quieres destruirte? No hagas mucho mal, no seas insensato ¿para qué pretende morir antes de tiempo? (7, 16-17).
Pedirle mucho a la existencia es malo. Buscar a Dios con ansiedad desesperada no es tampoco conveniente. Pero tampoco tiene algún sentido el arrojarse hacia aquello que es perverso. El ansia de placer y de dinero terminan destruyendo la existencia ¿Qué nos queda? Queda todo o, mejor dicho, sólo ahora emerge todo ¡sigue abierta nuestra misma realidad como pregunta! Ella hace que el humano sea más que un círculo cerrado sobre el mundo, sobre su propia realidad, sobre su historia.
Por eso nos sigue valiendo el mensaje del Eclesiastés, como mensaje de sobriedad y de finura, de honestidad en medio de otras voces más solemnes de la tierra. Con su mismo gesto de búsqueda nos dice que es preciso mantenernos en la búsqueda, más allá del dolor y la alegría relativa de la vida.
Dios no se define como la alegría en sí. Tampoco es la tristeza de la muerte. No es círculo del cosmos donde todo acaba por curvarse y gira sin cesar sobre su centro. No es tampoco el ideal de nuestra historia, ni la hondura de mi propia realidad humana.
¿Quién es Dios entonces?
Negativamente es fácil contestar: Dios es lo contrario a lo que nosotros construimos o inventamos como ídolos. En este aspecto, el Eclesiastés ha realizado el más radical de los procesos de purificación religiosa de la Biblia, obligándonos a seguir pensando sobre Dios.
Alégrate mozo en tu mocedad. . . Pero ten presente que de todo esto te pedirá cuentas Dios (11, 9). En los días de tu juventud acuérdate de tu Hacedor antes de que vengan días malos. . . y torne el polvo a la tierra que antes era y retorne a Dios el Espíritu que Dios le ha dado (12, 1. 5).