Dios es una danza (perijóresis)

Hace tres días presenté la figura de Amor Ruibal, citando una página famosa donde presentaba a Dios como perijóresis , una danza de de vida y amor. Algunos me dijeron que no se comprendía, otros que explicara... No sé si lograré explicarme, pero quiero decir desde ahora que el simbolismo de fondo de la perijóresis (que en latín se ha desdoblado en circum-incessio y circum-insessio) constituye uno de los temas mas apasionantes y liberadores de la teología.

Hace tres días decía que quien no se sintiera animado dejara el tema. Hoy me corrijo: por favor, vengan todos al baile de Dios y comprendan, es decir, entren en el corro. Lo más hondo de la teología es la experiencia de un baile, algo que sabían ya los viejos chinos e hindúes (entre otros), algo que han confirmado los más grandes teólogos cristianos, unos danzantes de Dios. (Imágenes:ángeles trinitarios de Rublev y danzantes de Entre-Ríos, Argentina)

Un término simple y complejo

El término perijóresis fue fijado por primera vez en la iglesia antigua por los Padres Capadocios (Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno y después por Juan Damasceno). Se trata de un término griego que está construido con dos palabras: una es peri (alrededor) y otra chôreô (danzar) y significar “intercambiar lugares”, “danzar en torno”. Eso significa que Dios no es sólo diá-logo (comunicación verbal, palabra compartida), sino comunión y comunicación total: cada persona existe solamente en la medida camina (avanza) hacia la otra, ocupando su lugar y habitando en ella.

Siga leyendo quien crea que la danza es un símbolo hermoso para hablar de Dios, un símbolo empleado de maneras diversas por el Tao de China y por numerosas representaciones hindúes, donde Dios, los dioses, danzan y existen danzando, en gozo de amor que es principio de todas las cosas.

Planteamiento más teórico

La palabra “perijóresis” implica un lenguaje filosófico, analógico y metafórico que interpreta la relación trinitaria como una danza divina. En esta danza se mantiene la identidad de cada una de las personas (del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo), pero las relaciones de cada una de ellas con las demás se caracterizan por un amor de in-habitación, que se expresa por una reciprocidad e inter-penetración mutua, de carácter total, de cada una con las otras (Jn 14, 10-11).

El amor de cada persona se expresa a través del don completo de sí y de la acogida total de las otras personas. En otras palabras, la Trinidad es una danza divina de tres personas que se aman unas a las otras y se acogen de manera tan plena que cada una de ellas se vuelve “una” con las otras. Conforme a esta comprensión, la Trinidad aparece como prototipo de sociedad perfecta y de esa forma ofrece un modelo de comunión social para el mundo, es decir, para los hombres y mujeres, los mayores y los niños, todos en el gran baile de la Vida. Partiendo de su participación en el misterio divino, en gesto de fe, a través del Espíritu Santo, los cristianos han de crear una sociedad que responda a esta danza dadora de vida y generadora de amor (L. B., La Trinidad es la mejor comunidad, Paulinas, Madrid).

Formamos parte de la “danza” de Dios

Según eso, la “perijóresis” es una forma de entender la invitación que Dios ofrece a la humanidad, para que los hombres y mujeres se sumen a la danza de amor íntimo de la Trinidad, dirigiéndose unos a otros en amor, de manera que nos demos cuenta de la interconexión fundamental de unos con otros. Ciertamente, Dios nos ha invitado a participar en esta danza divina; pero nosotros hemos dudado: no sabemos si queremos o no queremos aceptar la mano de Dios para danzar con él.

Somos nosotros los que tenemos que tomar la decisión, para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios dance con nosotros y en qué medida queremos que sea Dios quien dirija nuestra danza. La lectura de los textos de estos Padres de la Iglesia nos ofrece la forma de aprender los pasos de esta danza, para que sepamos escuchar la música del Espíritu, de tal manera que, a medida que Dios va infundiendo su amor en nosotros, nuestras vidas puedan venir a convertirse en acontecimientos de gracia, pues la vida de Dios se expresa y despliega en cada uno de nosotros. (cf. Droody, Globalización, Verbo Divino, Estella 2009; Cf. tambièn Gerald O’Collins, The Tripersonal God: Understanding and Interpreting the Trinity, Paulist, New York 1999, 132).

Profundización Cristiana: Trinidad y Jesús


-- La Trinidad es una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión (encuentro de amor del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta).

-- La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio Espíritu, en la Iglesia. La Trinidad es la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida: sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido con gran fuerza los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381).

En sentido más especulativo la Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor que se entrega y se expresa en el mundo en forma humana (es Hijo); Dios es es finalmente entelekheia o perfección cumplida (Espíritu Santo).

Todo Dios es un despliegue de amor personal. Dios sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, para compartir la vida. Así lo hemos visto en Jesús: él nos ha mostrado que Dios mismo es amor compartido, comunión de personas que existen gozosamente al darse una a la otra. Así podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis, perijoresis) que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas´.

Traducción latina: perijóresis es cincumincessio y circuminsessio.

Por favor, quédense, si pueden, no se vayan. Vean el sentido de estas dos palabras que expresan el misterio del “baile” de Dios.

- Cincumincessio (=caminar o avanzar en torno, cada uno hacia el otro).

Cada persona existe en la medida en que "camina" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triangulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo. Dios es un camino (un baile incensante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, e donación total.

En Dios hay un itinerario (circumicessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Dios es camino bueno, que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo. El itinerario de Dios es proceso culminado. Por eso, los cristianos (en contra de otros que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en su mismo itinerario de amor, que le lleva al Hijo y al Espíritu.

Esto es lo que debe suceder también en los seres humanos. Éste es el camino supremo: el que va de una persona otra persona, de un humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos hacia los otros. Es más fácil escalar el Himalaya que conocer de verdad de un hermano, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.


- Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro).

No caminamos para pasar, sino para quedarnos cada uno en el otro y con otro (de sedere, sentarse, uno en el otro). Cada persona sólo puede asentarse y descansar en otra: Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme… Cada uno sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que pasa en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra, sino que habita en ella: existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que existe fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella.

En otras palabras, cada persona "reina" (asienta su trono) al asentarse en otra persona, haciendo que otra reine y teniendo en ellas su trono. Esta terminología de inhabitación dialogal (que los griegos llamaban también perikhóresis) nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a valorar mejor la comunión humana. En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.

Por eso, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo un camino de unas personas a otras (circumincesio), sino que es encuentro de amor de unas a otras (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra. El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra.

Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. No es un problema que consigan resolver los sabios de la tierra. Más que enigma o problema, ella es misterio que hace pensar y cantar, en gozo innenarrable.

Trinidad, el Dios de Jesús

Por eso volvemos a la base de la experiencia cristiana, descubriendo el sentido de la Trinidad en la misma experiencia de Jesús. No hay dos experiencias, una para Dios, otra para los hombres. No existen dos leyes, una de poder superior (propia de Dios) y otra de sometimiento servil (reservada para los hombres). Hay una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:

 Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los humanos. Jesús mismo es la vida hecha donación y entrega, la vida abierta a la culminación de la comunidad (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.

 Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, el Logos fundante. Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua).

No hay dos leyes una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina: Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempe y para siempre, en la comunión del Espíritu.

Resumen. Un baile de felicidad.

La Trinidad es la expresión del gozo de Dios (no tiene que crear ni encarnarse para ser divino) y la expresión del gozo humano: ya no tenemos que andar buscando nuestra identidad como "judíos errantes", como peregrinos siempre fracasados, sino que alcanzamos nuestra verdad y plenitud en el misterio trinitario; allí habita, allí encontramos nuestro más hondo sentido.

La trinidad es perikhóresis, itinerario de una persona a la otras, presencia de una en otra, comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu. Cada persona existe en sí recibiendo y compartiendo el ser desde y con las otras. Por eso, como muestran las fórmulas latinas más precisas de la circumincessio y circuminsessio, la Trinidad es la forma suprema de comunicación, de presencia de cada persona en las otras.
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