Dom 7 TO. El riesgo de un perdón/amor impuesto por los prepotentes  (Lc 6, 27-38)

   Estamos en un tiempo en que los prepotentes (señores del mundo) quieren imponer su pretendido “perdón” (=su paz), para seguir dominando sobre el mundo, reuniéndose para ello en Múnich o en Arabia  En contra de eso, el verdadero perdón y paz (amor)   sólo puede ofrecerse/darse en gratuidad y sólo puede extenderse desde las víctimas.

PERDÓN - ¿Cómo se recibe el perdón de pecados? - salvo X gracia

Principios

(1) Novedad del evangelio. Actualidad del perdón. Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia bíblica del perdón, no sólo ofreciéndolo en nombre de Dios, sino pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí. Por otra parte, la experiencia pascual es una experiencia de perdón radical y de nuevo nacimiento. Frente a la ley del sistema, donde sigue rigiendo el talión (¡a cada uno según su merecido!), el evangelio sitúa a los hombres ante el don y tarea del perdón, que supera el legalismo, haciéndonos capaces de desactivar la bomba de violencia que amenaza con destruir la vida de la humanidad. Así lo ha destacado la antropóloga judía H. Arendt:

  El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 255-262).

El primer requisito para alcanzar la paz, en las condiciones actuales de la humanidad, dividida por la imposición de unos, el deseo de revancha de otros y el odio de todos, es el perdón, que viene a revelarse como el único poder que rompe el círculo del eterno retorno del pasado (con su ley de acción y reacción) que encierra a los hombres en su destino de violencia. El perdón rompe la lógica de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente); de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se transforma. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gratuidad creadora. El perdón es gracia; de esa forma supera el pasado y abre un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder.

(2) Perdón gratuito, no expiación ni castigo), ni política de imposición de los derrotados, de las víctimas. Jesús ha introducido su libertad de amor en el mundo sacral de escribas y sacerdotes. Pues bien, invirtiendo el camino de Jesús, parte de la iglesia posterior ha interpretado a veces el perdón en forma sacral, como expresión de los méritos de la muerte expiatoria del mismo Jesús, en una línea cercana a los sacrificios del templo.

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Expiar es pagar por una culpa, sometiéndose al juicio de Dios. Sin duda, el Nuevo Testamento asume a veces un lenguaje expiatorio, como se esperaba en un contexto marcado por el templo, pero lo hace de un modo marginal. Para el conjunto del Nuevo Testamento la muerte de Jesús no ha sido un sacrificio expiatorio (¡ciertamente, mejor que los anteriores!), sino el despliegue de la gracia salvadora de un Dios que no necesita que le expíen o aplaquen, porque él mismo es perdón, él mismo expía (si vale ese lenguaje) a favor de los hombres (cf. Rom 3, 24-25). El evangelio invierte así la experiencia y tema de las religiones sacrificiales y entre ellas la de cierto judaísmo: Dios no exige expiación o sometimiento, para afianzar de esa manera su poder, sino que ofrece gratuitamente su perdón, porque él es gracia y así se manifiesta en Cristo.

Según eso, el perdón nace del amor mesiánico y pascual, no de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a pecadores, sentándose a la mesa con ellos, invitándoles a compartir su camino (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1). De esa forma ha ofrecido el reino de Dios a los excluidos: no sólo a los simples de mente (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de conocimiento, y a los pobres (plano económico) o ritualmente manchados (por lepra y flujos de semen o sangre), sin acceso al culto, sino también a los pecadores estrictamente dichos, según la perspectiva israelita, es decir, a separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas): Precisamente a ellos ha ofrecido solidaridad y perdón supra-legal. 

Lucas 6, 37-42 par. Amad a los enemigos, perdonar.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "A los que me escucháis os digo:

-Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

-Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros."

La palabra que nos ocupa (perdonad y seréis perdonados, amad a vuestros enemigos) constituye una expansión y aplicación de la palabra primera: No juzguéis y no seréis condenados. Mateo no siente la necesidad de introducirla, pues al decir no juzguéis (en negativo) se está diciendo ya en positivo perdonad. El perdón es la forma concreta de superar el nivel del “juicio” en el que los hombres viven según la ley del talión.

            El talión es el buen juicio, un juicio equilibrado, donde la condena responde a la falta. Pues bien, al superar el talión, superando así el nivel del juicio, los seguidores de Jesús se encuentran llamados a ofrecer y conceder el perdón, superando así al “castigo”, entendido como reacción ante la culpa. Esta afirmación (perdonad y seréis perdonados), inserta en la palabra clave de “no juzguéis” ha de entenderse desde los siguientes presupuestos:   

Amar-perdonar no es una forma de dominación política, sino un regalo gratuita de vida, desde los más pobres, desde las víctimas   (Lc 6, 37 ss).

Hay un amor  interesado, una “ayuda” con “altísimos intereses”, para arruinar a los ayudados…… para seguir dominando a los “pobres”

Hay un perdón que esclaviza a los perdonados

Gran parte del judaísmo sacral del tiempo de Jesús se había establecido como una “máquina de perdón”, para mantener de esa forma el dominio sobre los “perdonados”… centrada en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Ésta ha sido la nota distintiva del judaísmo del “segundo templo” (del 525 a. C. al 70 d. C.), que estaba culminando precisamente entonces: los judíos aparecían así básicamente como “pecadores” que pueden y deben ser perdonados y que tienen, para ello, un medio concedido por el mismo Dios: los sacrificios del templo.

Hay una iglesia que ha mantenido el monopolio del perdón… para mantener el poder sobre las conciencias de los hombres…  Ha podido hacer mucho bien, en línea de moralidad…, pero ha corrido el riesgo de tener a hombres y mujeres esclavizados bajo máquinas de inquisición…

Pues bien, Jesús descubre que ese modo de perdonar (a través de los sacrificios del templo, para seguir dominando a los perdonados) resulta no sólo insuficiente (como lo había sabido ya Juan Bautista), sino que es en el fondo contrario a la “verdad” de Dios,

 -El perdón tiene que ser gratuito, sin imponer cargas a los perdonados… sin establecer métodos de vigilancia y dominio de conciencia….

- El perdón tiene que nacer desde los ofendidos…que perdona a través del perdón de los hombres (empezando por los pobres) y no a través de unas instituciones de dominio religioso, controladas por personas que en el fondo están aliadas con los que destruyen a los pobres (la economía del templo es inseparable de la economía de los que destruyen a los pobres en Galilea). Desde ese fondo podemos distinguir algunos tipos de perdón:

Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de unos dictadores o autócratas, que muestran su “magnanimidad” indultando a quienes quieren, de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones), y castigando también a quienes quieren (sin dar razones de ellos), para exaltación del propio poder. Así castigan a unos (para mostrar su soberanía y aterrorizar a los posibles rebeldes o contrarios) y perdonan a otros (para manifestarse magnánimos y aparecer como benefactores). De esa forma ofrecen un perdón arbitrario, que se encuentra muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano, del que aquí hablamos).

En contra de ese “perdón” interesado de los autócratas, que es sólo una forma de imposición de la barbarie, en la línea de la fortuna (de la suerte que le toque a cada uno) y del capricho de los pre-potentes, ofrece y promueve Jesús el perdón de la gracia creadora, que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es el perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas, los ofendidos y humillados, sin que puedan hacerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores 

Puede haber un perdón políticamente racional y provechoso… pero para bien de los plutarcas que perdonan, no para bien de los pobres Casi todos los estados que conozco han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús, que tenían como lema el “perdonar a los sometidos”. Son amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o estados que las proclaman, al servicio de un tipo de pacificación que de otra forma sería difícil de lograr.

No todos suelen estar de acuerdo con ellas, ni en plano legal, ni en plano personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta suficientemente sólido como para permitir ciertas “excepciones” en el cumplimiento de la ley, sobre todo, en circunstancias de fuerte cambio social o político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social.

Éste es un perdón políticamente racional y quizá provechoso, pero que, a no ser que sea asumido por las víctimas reales, corre el riesgo de situar la oportunidad política (con su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal. Puede discutirse la conveniencia y legalidad de  una amnistía de ese tipo, pero ella se sitúa en el plano de la justicia política, con sus cálculos de estabilidad, no en el nivel del perdón de Jesús, que parte siempre de los pobres y ofendidos, es decir, de las víctimas[1]. 

  1. Puede haber un perdón sacral, como el que existía en tiempos de Jesús, en el judaísmo, pero tendía a estar controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del sistema, para mantener el orden establecido.  Este era un perdón al servicio del poder político-social de los prepotentes religiosos. En contra de eso, Jesús ha perdonado de un modo gratuito, sobre la ley y el sistema, pidiendo a los mismos ofendidos que perdonen (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!) para crear de esa manera un camino de Reino. El perdón sagrado del templo se expresa y expande a través de sacrificios rituales, celebrados por los sacerdotes, regulados según ley por los escribas. De esa manera, con su sistema social y religioso, ellos monopolizaba la expiación por los pecados, como «máquina de perdón», que les hacía funcionarios sacrales y les situaba sobre el resto del pueblo.

Templo y culto daban a los sacerdotes el poder de perdón, la autoridad expiatoria, situándoles por encima del pueblo. Jesús, en cambio, ofrece su perdón de un modo mesiánico, superando el sistema del templo, acogiendo de manera gratuita a los expulsados y excluidos de la comunidad sagrada de Israel y convirtiéndoles en verdaderos portadores del perdón, los auténticos sacerdotes. Actuando de esa manera, él ha sido el más judío de todos los judíos: el heredero de las tradiciones israelitas más profundas del Dios de la misericordia. Pero, al mismo tiempo, al desvincular su perdón del orden sagrado del templo, ha corrido el riesgo de romper la identidad nacional del judaísmo.

Jesús ofrece (y promueve) un perdón mesiánico, gratuito, desde los más pobres, para bien de todos. Quizá en su origen su gesto tiene algo que ver con las “amnistías” sociales  que el judaísmo quería que se proclamaran cada siete y cada cuarenta y nueve años (año sabático, con la liberación de los encarcelados y el perdón de las deudas, y  año jubilar, con el reparto de tierras y bienes debían repartirse de nuevo entre todos los buenos judíos); pero ese perdón se hallaba estructurado también de un modo “legal”, al servicio de los buenos “propietarios”. Por otra parte, los profetas de Israel han hablado del perdón como atributo supremo de Dios,  vinculándolo a los pobres, pero no habían llevado esa experiencia hasta el final. El perdón de Jesús será más y menos que eso.

Por un lado, el perdón de Jesús que el año sabático o jubilar, porque no se puede cumplir ni exigir por ley (aunque parece que no todos los  judíos cumplían de manera regular, según ley, las exigencias del año sabático y jubilar). Por otro lado, es más que el perdón sabático o jubilar, porque busca un tipo de redención (comunión) y reconciliación, personal y social para todos (no sólo para “buenos” propietarios que han perdido sus tierra anteriores), empezando por los más pobres (por los excluidos del sistema). Son precisamente ellos, los excluidos y prescindibles, los ofendidos y humillados los que pueden ofrecer y ofrecen perdón, ocupando así el lugar que en otros esquemas han usurpado los gobernantes o sacerdotes sagrados. 

 Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia bíblica del perdón, no sólo ofreciéndolo en nombre de Dios, sino pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, a partir de los ofendidos (que son los que pueden perdonar de verdad). Frente a la ley del sistema, donde sigue rigiendo el talión (¡a cada uno según su merecido!), Jesús sitúa a los hombres (¡precisamente a los oprimidos y expulsados!) ante el don y tarea del perdón, de manera que ellos pueden superar la Ley y desactivar la bomba de violencia que amenaza con destruir el conjunto de la sociedad. 

El perdón de Jesús ¿Quiénes pueden perdonar?

 El perdón rompe la lógica de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera a los hombres del automatismo (de la repetición incesante) de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que todo se transforma, permaneciendo idéntico en el fondo. Sólo el perdón nos permite amar de manera creadora. La ley mantiene lo que existe; el perdón, en cambio, lo trasforma, permitiéndonos superar la esclavitud (fatalidad) del pasado, abriendo un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder.

El Dios de Jesús no exige expiación o sometimiento, para afianzar su poder, sino que regala gratuitamente su perdón, porque es gracia  creadora y así lo manifiesta su mensaje de Reino. Según eso, el perdón nace del amor mesiánico, no de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a “pecadores”, sentándose a la mesa con ellos, invitándoles a compartir su camino, es decir, a compartir el perdón (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1). De esa forma ha compartido el Reino con los marginados legales (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de “conocimiento”, con los pobres y mendigos (plano económico), con los ritualmente manchados (por lepra y flujos de semen o sangre) y con los que se consideraba pecadores estrictamente dichos, pues parecían separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas)[2].

Pero Jesús no sólo ofrece perdón, sino que pide a los hombres que perdonen, de una forma que sigue resultando paradójica e incluso escandalosa, pues aquellos que parecen pecadores (pequeños, hambrientos, rechazados, víctimas) son precisamente los que tienen que perdonar a los “grandes” y limpios de la sociedad. Los sacerdotes oficiales perdonaban a los convertidos, que volvían a cumplir la Ley, como mandaban los ritos y las buenas tradiciones. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza. La misma ley que condenaba al pecador le ofrecía, al mismo tiempo, un camino de perdón, si se convertía y volvía al pacto. Pero Jesús inicia un camino distinto:

No exige a los “pecadores” que se conviertan primero, sino que empieza ofreciéndoles perdón y solidaridad del Reino. En esa línea ha entrado en conflicto con la Ley sagrada del templo ha recibido en su mesa y comunión a leprosos y hemorroisas, publicanos y prostitutas (pecadores), lo mismo que a los pobres de la tierra (poco cumplidores). De esa forma devalúa la ley de purezas y pecados y el conjunto del ritual del templo, pues lo considera innecesario y, en el fondo, opresor para los pobres. No mantiene discusiones sobre leyes o ritos en concreto: no quiere reemplazar una sacralidad por otra, sino que ha suscitado, desde el centro de Israel, una comunión escatológica y mesiánica donde los mismos ofendidos son los que perdonan, renunciando a la venganza e iniciando un camino de solidaridad donde caben todos.

Jesús pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que puede parecer de sometimiento (¡deben humillarse y perdonar a quienes les oprimen!) pero que, en el fondo, expresa la mayor de las “autoridades”. Ellos, los oprimidos, son “sacerdotes” y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia universal y creadora, desde abajo, desde los marginados y ofendidos. Son precisamente ellos los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen su lugar como autoridad que persona (sin poder político ni religioso ninguno). 

  1. Padrenuestro: como nosotros perdonamos

Los textos de Jesús sobre el perdón nos sitúan en el centro del Sermón de la Montaña y no pueden separarse de la palabra anterior, sobre el no-juzgar, ni tampoco de la palabra que después veremos sobre el amor a los enemigos. Sólo se puede perdonar allí donde, superando la ley del talión (es decir, la dinámica del juicio), los hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, ofreciendo así futuro de vida a los posibles “enemigos”. Desde ese contexto se entienden algunas palabras clave sobre el amor, vinculada a la oración de Jesús:

 – El Padrenuestro (perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores: Mt 6, 12) nos sitúa en el centro de mensaje del Reino, traducido en forma de oración. Orar implica perdonar no sólo las “ofensas”, sino también las deudas. En este contexto de Galilea, Jesús no pide a los ricos que perdonen a los pobres, sino que se dirige a los pobres y dice que son ellos los que tienen que perdonar a los ricos (el perdón de los ricos sería simplemente justicia). Además, no pide sólo el perdón de los “pecados”, sino el de las “deudas”.

El evangelio de Lucas, al traducir la experiencia  galilea de Jesús (bien conservada por Mateo),  en un espacio de origen pagano, se atreve a introducir respecto a Dios un lenguaje de pecado («perdona nuestros pecados»), conservando el lenguaje de las deudas cuando se refiere al perdón entre los hombres («como nosotros perdonamos a todos los que nos deben algo» (Lc 11, 4). Lo que “debemos” a Dios puede llamarse pecado, en lenguaje religioso (hamartía). Lo que otros hombres nos deben son deudas, en un sentido económico extenso, no sólo monetario, pero que incluye también lo monetario. Pues bien, como hemos dicho, Jesús no pide  a los ricos que perdonan la deuda de los pobres, sino a los pobres que perdonan a los ricos todo aquello que los ricos les deben (o les han “robado”).

Perdónanos nuestras deudas (nuestros pecados) como nosotros perdonamos a nuestros deudores. El Padrenuestro nos lleva del (danos hoy nuestro pan…) al perdón, entendido como principio de comunicación: sólo si hay perdón puede hablarse de pan justo. Esta petición supone que en la vida surgen deudas, no sólo en relación con Dios (al que debemos todo), sino también entre los hombres. Más aún, como hemos dicho, la mayoría de los campesinos pobres de Galilea estaban llenos de “deudas”, que no podían pagar, a los comerciantes y terratenientes ricos… Pero miradas las cosas a más profanidad, los verdaderos deudores eran los propietarios ricos, que les habían “quitado” sus posesiones y tierras, de un modo quizá “legal” pero contrario al orden de Dios). Pues bien, los pobres piden a Dios que les perdone todo aquello que le deben, todos sus pecados (¡Dios puede hacerlo!), como ellos quieren perdonar a sus deudores, es decir, a los ricos que les han “robado”.

  • Perdonan los pobres a los ricos, no los ricos a los pobresEstamos en el centro de la paradoja del Reino. Los que de verdad pueden perdonar no son los ricos (¡ellos no tienen derecho a perdonar, sino que deben devolver lo que han rogado!), sino los pobres, que renuncian desde Dios a exigir lo que les han robado, para iniciar un camino más fuerte de gracia compartida.

La comunidad que surge en torno a Jesús tiene como ley suprema el perdón, tanto en plano religioso como social, personal como económico, pues la palabra «deudas» incluye todo lo que pueda deberse. Llevado hasta el final, este principio del perdón iguala a judíos y gentiles, a creyentes y no creyentes, a religiosos y a no religiosos, ofreciendo y pidiendo a todos lo mismo: ¡Que se perdonen unos a otros! Ésta es la religión de Jesús, éste su culto, por encima de toda estructura religiosa. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino sólo el amor mutuo expresado en el pan compartido y perdón, a partir de los pobres, que perdonan a quienes les han robado. Aquí no existe aún lugar para ritos e iglesias, para ceremonias ni poderes religiosos especiales: el Dios de la oración de Jesús es Padre que se expresa en el perdón universal (cf. Mc 11, 22-26).  

Esto significa que, más allá del orden judicial (¡sin negarlo!), está el perdón de las ofensas, un perdón que sólo pueden empezar ofreciendo los ofendidos. Por eso he dicho que ellos, los pobres y ofendidos, son los “sacerdotes” del nuevo movimiento de Jesús, que la tradición cristiana ha interpretado como “movimiento de perdón” (cf. Lc 24, 47; Hech 5, 31). La justicia legal mantiene lo que existe: acepta un orden y lo sostiene, de un modo neutral, para todos. Por el contrario, la gracia del perdón busca el surgimiento de un tipo de vida distinta, por encima de la pura ley social, desde los más pobres, es decir, desde los ofendidos. El que perdona de esa forma no niega la ley, sino que la supone (¡dad al César lo que es del César!), pero se sitúa por encima ella, en un lugar donde la ley no puede dominarle. No actúa de esa forma para aprovecharse de la situación, de un modo egoísta, sino todo lo contrario: para instaurar un orden más alto de gratuidad. Jesús sabe que la pura ley no puede trasformar al hombre, no puede convertirle, haciéndole portador del Reino. Por eso no discute sobre leyes concretas, como los rabinos y juristas de su tiempo, sino que se sitúa y sitúa su vida en un plano de gracia.

El perdón instaura una experiencia más alta de comunicación humana, superando el orden judicial del sistema. De esa forma capacita a los hombres y mujeres para comunicarse gratuitamente, por despliegue de vida, y amor creador, por generosidad, no por imposición. Ciertamente, en un primer momento, puede parecer que ese perdón (que está al servicio del orden del sistema) abandona a los hombres, especialmente a las víctimas, dejándolas indefensas en manos de aquellos que no perdonan y que así pueden seguir oprimiendo o matando a su antojo.

Muchos afirman que el perdón permite que los asesinos sueltos y, en un sentido, eso es cierto. Por eso, normalmente, el perdón produce miedo, quizá vértigo, de manera que muchos reaccionan pidiendo más justicia, más policía, más cárcel y, legalmente, tienen razón. Pero en otro plano, Jesús supone y dice que los que perdonan pueden cambiar a los ofensores, trasformando así el sistema de violencia de este mundo. Entendido de esa forma, el perdón se sitúa en el nivel del “milagro”: el que perdona  supera gratuitamente la dinámica del poder, que acaba siendo una dinámica de violencia legal. Sólo el perdón de los ofendidos puede cambiar la estructura de violencia de los ofensores.

Lc 6, 27-36. Del perdón al amor al enemigo. ¿Puede la iglesia conservar el monopolio del perdón? ¿O la gracia del perdón la tienen sólo los humillados, ofendicos y víctimas?

La Iglesia no quiere dar lecciones de justicia al estado, pero puede y debe ofrecer un testimonio de perdón desde las víctimas, es decir, desde aquellos que han sido expulsados y crucificados, como Jesús. La iglesia ha de ponerse de lado de todas las víctimas, pero no para exigir con ellas o por ellas la justicia de la ley y la venganza, sino para abrir un camino de perdón que se ofrece a todos los hombres. Sólo si asume la voz de las víctimas reales, no para defender el sistema, sino la vida de los pobres y excluidos, la iglesia podrá ofrecer su fermento de Reino en ese mundo convulso donde ella misma ha tendido a convertirse a veces en principio de poder.

            Desde este fondo se plantea la pregunta clave, la experiencia decisiva: ¿La iglesia cristiana puede hablar en nombre de las víctimas, ofreciendo así el perdón de Jesús? ¿Se puede decir que la iglesia es la representante de las víctimas?   Evidentemente, me gustaría responde que sí, añadiendo que la jerarquía de la iglesia española puede hablar en nombre de las victimas, ofreciendo de esa forma testimonio privilegiado de perdón y gratuidad, en la línea del evangelio. Pero algunos tienen dudas de ellos y dejo que sean los mismos lectores los que respondan. Que ellos se pregunten y piensen y digan lo que piensan. Ciertamente, la iglesia no puede hablar en nombre de toda la sociedad, ni puede imponer sus criterios sobre el conjunto de los ciudadanos, ni dar lecciones de justicia a los jueces civiles. Pero ella puede y debe decir una palabra de evangelio y sería bueno que lo hiciera en nombre de las víctimas.

Por eso, los cristianos en cuanto tales (y en su nombre los obispos) no pueden ir por ahí dando a los demás lecciones de política o justicia, pero es bueno que sean signo de evangelio, es decir, fermento de perdón, a partir de las víctimas, superando así (¡no negando!) la justicia de una ley donde el perdón parece secundario. La sociedad civil en cuanto tal no podrá seguir los principios de perdón de la iglesia, pero hará bien en escucharla, como hará bien escuchando las voces de todos aquellos que quieren su palabra y testimonio dentro del conjunto de la sociedad.

Desde ese fondo, quisiéramos que la iglesia fuera inspiradora de una “política social de perdón”, haciendo suya la voz de las víctimas que perdonan, como hizo y hace Jesús, sin demostraciones de poder, sin atisbo de venganza ni resentimiento, sin complejos de inferioridad. Hay que dejar el César (a jueces y políticos) las cosas del César, pero al lado de ellas (o en su fondo) hay unas cosas de Dios

El tema esencial de la violencia no se resuelve con política y policía (aunque política y policía tienen sentido en un plano), sino con perdón y gratuidad, como han sabido incluso algunos políticos, como ha destacado S. Lefranc,Políticas del perdón, Cátedra, Madrid 2004. Abierto queda el tema, así lo dejo para reflexión de los lectores, de manera que ellos mismos puedan pasar del perdón de las víctimas (tema esencial del evangelio) a una política de perdón, que puede y debe ser ya tema de los buenos políticos, es decir, de aquellos que buscan la de los pobres y desde los pobres y no los privilegios de una casta o de una nación determinada, sea grande o pequeña, da lo mismo. Para eso es necesario que la iglesia sea signo del perdón de Jesús, sin más autoridad que su ejemplo y su palabra. Por su parte, la sociedad civil, siendo autónoma frente a la iglesia, puede y debe recibir la inspiración de grupos que están al servicio de la reconciliación y el perdón.  

Conclusión:  Si no hay perdón estamos condenados al infierno

 No comencé este foro pensando en el posible perdón que la sociedad o la iglesia ofrece a los terroristas (pues no se hablaba entonces de ellos), sino que había planteado el tema del perdón en general, partiendo del Nuevo Testamento y de la Biblia. Me interesaba poner de relieve la fuerza trasformadora del perdón de Dios, buscando la manera de relacionarlo con el perdón humano. En el fondo sólo estaba la petición del Padre Nuestro: «Perdona nuestras deudas/ofensas como nosotros perdonamos…». No tengo una respuesta ya fijada. Es más, yo pienso que no existen respuestas teóricas al tema, en el nivel de la ontología (del pensamiento filosófico). Por lo que sé, la ontología no perdona, sino que se mantiene en el terreno del talión: nada se crea, nada se destruye, todo se trasforma; de esa forma puede elevar su absoluta indiferencia ante todo lo que existe, pues en el fondo todo da lo mismo. En contra de eso, el Dios de la fe de Jesús es creador y el perdón pertenece al corazón de su creatividad divina (y de nuestra creatividad humana). 

El verdadero perdón es un milagro, mejor dicho, es “el” milagro. Milagro no es lo que se opone a la racionalidad… sino lo que llega hasta el final de la racionalidad y la desborda, en la línea de la vida. El milagro es el despliegue de un poder que va más allá del nivel de la necesidad donde el hombre se encuentra sometido al poder de lo fáctico, de lo que siempre ha sido y seguirá siendo como es. El milagro rompe la lógica de poder fáctico (lo que es), para mostrarse como expresión de un poder creador, que supera la fijación de lo existía, para hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). El milagro no es la eternidad, sino la superación de una eternidad fijada en el destino. Desde ese fondo distingo la fatalidad ontológica y el poder del Reino de Dios. 

  1. En un nivel ontológico se puede hablar de la fatalidad de lo que ha sido y se mantiene siempre en su ser. Las cosas son simplemente como son, de manera que no pueden cambiar. La racionalidad del poder fáctico define las cosas por lo que son en sí mismas. El imperio romano (lo mismo que el poder del templo de Jerusalén) se situaban dentro de esa lógica de fatalidad, que sanciona lo que existe, de un modo necesario. En ese plano tiende a situarse la justicia en cuanto tal.
  2. Pero, en otro nivel, el hombre desborda el plano de la fatalidad ontológica, viniendo a expresarse como ser de libertad, creador de sí mismo. En ese sentido decimos que el Reino de Dios no es fatalidad, sino creación, en libertad… Por eso, en este plano, las cosas no son como son, sino como las vamos haciendo, desde sí mismas o, en lenguaje cristiano, desde el Dios que va creando vida, manifestándose así en aquello que somos y haciendo que podamos hacernos distintos En esa línea se sitúan los milagros: son algo que está más allá de lo que se puede imponer y razonar; son la expresión de lo gratuito, de lo que acontece desde el Espíritu de Dios (tal como se ha manifestado en Cristo). Pues bien, el milagro más grande es el perdón.

Los milagros no son algo que rompe la esencia de la naturaleza (tomada como realidad absoluta), sino la experiencia de una realidad sobre-esencial: no son lo extraño (en la línea de lo mágico), sino lo profundo y lo futuro, en la línea de la creatividad de Dios que se expresa en la vida de los hombres. Siguiendo en esa línea, se puede afirmar que el mismo Reino de Dios es el milagro. (1) La justicia puede fijarse en línea de poder y de esa manera se impone, conforme a la famosa distinción de los tres poderes: legislativo, político y judicial. (2) El perdón, en cambio, no puede programarse ni fijarse en línea de poder, sino que se vincula con la posibilidad de una mutación imprevisible, pero creadora. 

  1. La razón judicial permite manejar la realidad… pero lo hace con fuerza, imponiendo su orden sobre las cosas (y sobre todos los sujetos), de tal forma que podemos hablar de una violencia legítima o legal. Esta es la razón de los que utilizan el poder como medio de mantener lo que existe, conforme a la lógica de lo mismo (¡siempre igual, el Dios ontológico!). Esa razón exige y se impone: ella puede y debe apelar al orden que se consigue con un tipo de lógica de poder. En esa línea, el templo de Jerusalén era una racionalización de Dios…, lo mismo que el imperio de Roma era una racionalización del orden social. Desde este contexto de la razón no había (ni hay) lugar para el perdón, para la vida de aquellos que no valen. Ellos quedaban así como un residuo del sistema.
  2. Por el contrario, el perdón es un acontecimiento, un milagro que sucede allí donde alguien se pone en contacto con las fuentes de la Realidad, entendida gracia… En ese sentido, el perdón implica un tipo de capacidad creadora: más allá del puro juicio hay algo superior, que pertenece al plano de la gracia: hay un perdón en el que podemos esperar, porque nos lo han ofrecido (¡Dios nos ha perdonado!) y porque podemos ofrecerlo a los demás: así nos descubrimos creadores, en Dios, con Dios (perdónanos, como perdonamos). Ésta es la novedad del evangelio que nos permite ser creadores en un espacio que parece dominado por la muerte, que lo iguala a todo. Por eso, la resurrección de los muertos va unida a los milagros de Jesús (cf. Mt 11, 2-5) y al perdón de los pecados (como sabe y dice el Credo).

 Anejo

El perdón es una tarea de los creyentes. Desde el punto de vista de la ontología teórica (sistemática), todo este tema carece de sentido. El perdón sólo es posible en el plano práctico, como tarea de aquellos que se quieren perdonar porque se descubren perdonados por el Dios de Cristo, un Dios que se sitúa más allá de la ontología legal en la que todo permanece siempre idéntico (¡nade se crea, nada se destruye, todo se trasforma!).

En ese sentido, siendo un milagro (¡supera las leyes de la razón!), el perdón es una tarea, un tipo de actuación creadora, que no se limita a responder a lo que existe, sino que es capaz de crear algo distinto. En este contexto puedo hablar otra vez de «mutación». Las mutaciones biológicas abren una perspectiva vital que antes no existía: a través de ellas, la vida encuentra unas formas distintas de estabilizarse y expresarse. Pues bien, toda la vida de Jesús fue una mutación antropológica. No quiso cambiar las cosas en el plano militar y político… Tampoco quiso cambiarlas en el plano económico… Al contrario, él se situó y quiso situarnos ante un nivel más alto de realidad, como si fuéramos una “nueva especie” humana, que puede existir y existe más allá del puro nivel de la justicia. De esa forma aparece como el representante o adelantado de una humanidad que va a surgir (que aún no ha surgido), en la línea del hombre nuevo que viene (Dan 7).

Jesús no quiso introducir un pequeño cambio en las cosas que ya teníamos (en línea de ley), sino que introdujo (que fue) una mutación, un cambio antropológico, en la línea de la gracia y del perdón, un cambio que nos permite actuar y vivir en un nivel de gracia. Esa fue, en mi opinión, la esencia de la “meta-noia” (conversión, cambio de mente) de Jesús, tal como aparece en Mc 1, 14-15. Sin esa meta-noia radical, en línea de gracia, no se entiende el perdón; más aún, sin esa ella, el perdón sería al fin injusto. En ese sentido, Jesús puede parecernos un “extraterrestre” o, mejor dicho, un supra-terrestre, alguien que abre una nueva dimensión o, quizá mejor, un futuro de Dios; como  adelantado de una humanidad donde el perdón no sólo es posible, sino que es creador.

Desde ese fondo se entiende la reacción de Jesús frente a los poderes de Jerusalén y Roma. No se “venga” de ellos, ni se sitúa ante ellos en un plano de justicia. La venganza (y la misma justicia) siguen dejando los temas en el mismo plano anterior. Si Jesús quisiera vengarse de Roma se hubiera situado en el mismo nivel de Roma (con unas legiones bien armadas), como han dicho, de formas distintas, los evangelios de Mateo (cf. 26, 53) y de Juan (18, 36). Por el contrario, al presentarse como “mutación mesiánica”, Jesús sitúa los problemas en otro nivel, introduciendo en ellos la lógica de la creación de Dios, que es lógica de perdón. Por eso no propone a venganza ni la lucha contra Roma, pues ello sería seguirse situando en el mismo plano de Roma.

Al actuar de esa manera, Jesús está indicando que una ciudad imperial como Roma (o una ciudad sacral como Jerusalén) se destruye a sí misma: lleva en sí el germen de la muerte, porque vive de ella, es decir, de la imposición. No se trata sólo de que venga otra ciudad u otro imperio, como los anteriores (cosa que es obvia, como sabe Dan 7), sino de que surja un tipo de  humanidad distinta, desde los pobres, en línea de perdón creador…(por eso, la destrucción del Roma se identifica al fin con el perdón de Dios sobre Roma). Cuando surja una humanidad de perdón acabará esta humanidad hecha de violencias. Pues bien, esa certeza se expresa en un compromiso práctico de trasformación social, en línea de perdón. Estoy convencido de que nadie, jamás, logrará demostrar en un plano racional que el perdón es posible (¡no hay en este nivel demostraciones!). Pero habrá muchos que actuarán perdonando, no por debilidad, sino porque han sido capaces de situarse en un plano más alto, dejándose trasformar por la “mutación” de Jesús (o de otros hombres como él).  

Notas

[1] Cf. Virgilio, Eneida 855: “parcere subiectis et debellare superbos”. Sobre las amnistías políticas en la antigüedad en tratado en Fiesta del pan, fiesta del vino,  Verbo Divino, Estella 2006. Cf. M. Zapella, M. (ed.)  Le origini degli anni giubilari, PIEMME, Casale Mo. 1998; G. C. Chirichigno,  Debt-Slavery in Israel and the Ancient Near East, JSOT Suprser 141, Scheffield 1993;

[2] No ha sido profeta de conversión, no ha pedido a los pobres, manchados y pecadores que cambien, para recibir después (por ese cambio) el perdón de Dios, sino que ha ofrecido comunión mesiánica o perdón precisamente a los que, según Ley, siguen siendo pecadores o manchados, sin exigirles conversión antecedente. Así ha sustituido el sistema sacral por la gracia liberadora de Dios, como muestras sus gestos y palabras: sus relaciones con Leví, Zaqueo y los publicanos y la pecadora agradecida (cf. Mc 2, 13-17; Lc 7, 36-50; 19, 1-10); sus parábolas sobre el deudor inmisericorde (Mt 18, 21-23) y el hijo pródigo (Lc 15, 11-32). Desde ese fondo presentamos algunos textos fundamentales sobre el perdón de Jesús.

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