Domingo 7. 02. 10 Tiempo de profetas: ¡Envíame, Adonai!

Domingo 5 del tiempo ordinario. Ciclo C: vocación y envío. El evangelio de Lucas habla hoy de la llamada de unos pescadores a los que Jesús envía por el mar del mundo, aunque parezca que los mares se han “secado”, que no es tiempo ni espacio de pesca (Lc 5, 1-11). Pero, al igual que hace tres años (4.2.07) prefiero comentar la primera lectura, con la llamada de Isaías, profeta universal de Dios que dice "aquí estoy, envíame". Éste es uno de los primeros relatos autobiográficos de la historia religiosa de occidente y nos sitúa en la raíz de nuestra conciencia religiosa: hay un “Rey” superior que nos llama a realiza su obra (¡nuestra obra!) en el mundo
El comienzo de su actividad se encuentra bien datado: e1 año 739 a.C, quizá en la misma ceremonia de coronación de nuevo rey Yotán, sucesor de Ozías, cuando mirando hacia el rey,

Vocación de Isaías
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo:
- « ¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!»
Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: - « ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:- «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía:- «¿A quién Enviaré? ¿Quién irá por mí?» Contesté: - «Aquí estoy, mándame». (Isaías 6, 1-8)
a. Teofanía. Dios se muestra (Is 6, 1-4).
Es el año de la muerte de Ozías, a quien suele llamarse Azarías, rey leproso que tuvo que abdicar a causa de su enfermedad (cf. 2 Rey 14, 21-22; 15, 1-7; 2 Crón 26, 1-23), muriendo aislado, después de permanecer largos años recluido, como impuro. Estamos posiblemente en la ceremonia de entronización del nuevo rey.
Vi a Adonai, mejor dicho, se me hizo ver, se mostró (´er´eh) el verdadero rey/señor que es Adonai. Estamos ante un desdoblamiento: entronizan al rey de la tierra, en ceremonia de fuerte simbolismo sacro. Isaías está contemplando la escena, en la gran explanada del templo. Mira hacia el nuevo rey de Jerusalén (al que están coronando) y se abstrae, penetra en un nivel de mayor profundidad y descubre al verdadero rey/señor, Adonai (Dios celeste), sentado sobre un tronco alto y excelso.
No ve al sacerdote o rey del mundo sino al mismo Rey/Señor en postura de entronización: sentado (yoseb), como un monarca que todo lo preside y dirige desde arriba. La parte superior de su figura (cuerpo y rostro) resultan invisibles pues a Dios nadie jamás ha contemplado. Sólo se ven con claridad los vuelos de su manto. Un texto de la tradición del Deuteronomista (1 Rey 8) decía que Dios está en el cielo y su Nombre habita el santuario. Siguiendo un esquema semejante, aquí podría decirse que el Dios grande de los cielos llena con su Manto el templo de la Tierra; los hombres no pueden contemplarle o manejarle pero "tocan" sus vestidos.
Unos s'eraphim, serpientes voladoras de fuego, se mantiene erguidas a su lado, como signo paradójico y grandioso de poder. Forman su corte (cf. Sal 7, 8; 82,1; Zac 1, 11-14), son señal de su misterio:
- Son serpientes: pertenecen al mundo inferior, están como brotando de la misma entraña de la tierra.
- Son voladoras: se alejan del suelo y dominan con sus alas los espacios inmensos de los cielos.
- Son fuego: arden sin acabar de consumirse. En la zarza de fuego encontró Moisés a Dios (Ex 3,2). En la serpiente voladora leha visto Isaías.
- Vuelan y adoran, en gesto de respeto y suma libertad. Respetan: cubren el rostro para no ver al Dios invisible, tapan "los pies", para no exponer sus vergüenzas a la luz del misterio. De esa forma adoran, con el mismo gesto de sus alas cubridoras y, al mismo tiempo, vuelan: se mantienen ante Dios en gesto erguido de misterio.
- Claman o cantan: elevan su voz, se responden, en canto antifonal, gritando la palabra de la confesión sagrada (¡Santo, Santo, Santo!). Serpientes quemantes/voladoras, convertidas en voz de adoración, eso son lo serafines. Desaparece el aspecto sacrificial, no hay sangre ni animales muertos. La alabanza de Dios se identifica con la voz de un canto.
Qados, Qados, Qados. (Santo! ¡Santo! ¡Santo!) Éste es el atributo primordial de Dios. Todo lo que existe sobre el mundo es profano, todo se consume, es vanidad y muerte. Dios, en cambio, es Santo, en palabra que no pueden pronunciar los hombres de la tierra. Por eso la proclaman sin cesar, en alternancia antifonal, los músicos celestes, sacerdotes/serafines que expresan la potencia laudatoria, paradójica y sacral del cosmos. Este es el canto de Yahvé, Dios que ha revelado su nombre a Moisés en el desierto (cf Ex 3, 14).
Los serafines no pueden contemplarle, pero cantan. No alcanzan su misterio más profundo pero pueden y quieren alabarle, pronunciando sacralmente su nombre y su mismo sobrenombre: es Seba´ot, el elevado, el que "hace la guerra" con su ejército de estrellas; es Dios victorioso, que reina y extiende desde el cielo su dominio sobre todo lo que existe. Por eso continúa el canto, en contrapunto de gozosa admiración:
¡La tierra toda está llena de tu gloria! Recordemos que el lugar de gloria de Dios es el Cielo o el Templo/Tabernáculo como han resaltado las grandes tradiciones del Antiguo Testamento (Ex 40, 34-45; 1 Rey 8,11; Ez 1, 28; 3, 23 etc.). Pero aquí se añade que la tierra de los hombres está llena de la “gloria de Dios”. Éste es el tema: hacer que la tierra, la historia, sea lugar donde se expresa la grandeza de Dios, su salvación.
- Dios es Santidad (qados), como indican los serafines con su mismo fuego y canto.
- Pero Dios es también Gloria (kabod) que llena la tierra, la tierra de Obama, la tierra de Zapatero…la tierra de todos los pobres.
Y temblaron los quicios de las puertas... (6,4). Culmina la teofanía con signos que parecen repetir los del Sinaí en Ex 19, 16-20: hay terremoto, se balancea el mismo templo; hay voz de grito, como trueno que proviene del mismo ser divino; hay humo que es señal de gloria y fuego, como nube que marca la presencia divina sobre el mundo. Todo eso resulta conocido, pero ahora hallamos algo nuevo: Dios purifica a su profeta para que realice su obra en el mundo
b. Un profeta que debería morir (Is 6, 5-7).
Se pasa del plano visual (wa´er´eh: 6,1) a la palabra del profeta (wa´omar: 6,5) que responde en gesto de pavor a la visión y recibe el signo purificador de Dios que le consagra “profeta”. Así evocamos las dos partes del diálogo, integrado por la confesión de pecado del profeta y la acción/palabra purificadora de Dios (6,5 y 6,6-7) .
Lo primero es la confesión de pecado o, mejor dicho, de pequeñez del profeta (6,5). condición de muerte:
− Ay de mí, que estoy perdido. Es la experiencia de aquel que sabe que ha llegado su fin (nidmeti, me muero) . El hombre se mantiene en vida sólo porque Dios vela su rostro: cuando lo descubre la vida termina conforme a una experiencia repetida de la BH (cf. Jc, 6, 22.23; 13,22).
- -Que soy un hombre de labios impuros. Pero la muerte no viene sólo porque el hombre ha visto a Dios sino porque, al sentir el brillo de la Gloria, descubre su impureza humana. A la santidad (qados) de Dios, cantada por los serafines, responde antitéticamente la impureza del profeta que siente su mancha en el mismo lugar que debía estar lleno de pureza: sus labios (sephataim). Tiene que aprender a decir la verdad, a iluminar al pueblo
− Y en medio de un pueblo de labios impuros estoy viviendo... Isaías mira en torno, hacia los hombres y mujeres de su tiempo, reunidos en la gran ceremonia de la consagración del nuevo rey, y descubre que también ellos están manchados, en gesto que vuelve a resaltar la importancia de los labios (lugar de la palabra). Un pueblo que miente, eso es la gente de su entorno. Mentirse unos a otros, engañarse, esa parece la condición de los hombres y mujeres, en el viejo templo de Jerusalén o en el nuevo Capitolio de USA o en las Cortes de Madris
− Porque mis ojos han visto al Rey... Así acaba el lamento, pasando del nivel de los labios impuros a los ojos que han mirado aquello que nunca debieran. He visto al Melek Yahvé Sebaot, al verdadero “rey”, que es la Verdad, el Creador de todos los hombres.
− Un profeta que debería morir….Conforme a la lógica normal, el texto debería terminar aquí: un hombre mortal ha penetrado en el consejo de Dios, ha contemplado la gloria de su santidad... y siente que ya no puede vivir. ¿Qué puede hacer en este mundo? ¡Retirarse! Que cese el desayuno de oración, que se cierre el Capitolio, morir.
c. Purificación para la vida
Pero superando esa experiencia normal de muerte del profeta (¿qué puedo hacer?) emerge aquí la figura de Dios que actúa en forma creadora, iniciando un camino de vida (juicio) a través del profeta.
- Gesto. El Serafín toma una brasa del altar (¿del cielo? ¿del templo de la tierra?) y con ella quema los labios de Isaías, en signo de purificación e investidura. Éste es un ritual de iniciación, con sus aspectos de muerte (el fuego quema/mata) y nuevo nacimiento: consagra los labios del profeta (6, 6-7a),
- Palabra explicativo/creadora. Entonces se escucha una voz que dice: "ha desaparecido tu iniquidad...". El profeta descubre de esa forma que está limpio, que Dios le quiere así para enviarle a realizar su obra. Esta palabra de purificación nos introduce en la gran liturgia del yom kippur (del Lev 16). Pero allí se expiaba con un ritual externo de chivos emisarios (uno de Dios, otro de Azazel). En nuestro texto purifica el mismo fuego de Dios, percibido en los labios.
Las palabras que escucha Isaías (sar ´awoneka / tekuppar hatta´teka) son la expresión de un cambio profundo. La voz de los quemantes serafines nos llevaba antes a Dios, el Santo. El gesto de los serafines de fuego, que purifican al profeta, nos sitúan otra vez en el centro de la tierra.
Soy yo, yo, el que he sido purificado y escogido para decir las palabras de Dios (las palabras de la justicia y de la conversión). Soy yo, yo, el que debo actuar como voz de Dios en el mundo. Yo, yo, no se trata de otro. Yo mismo soy Isaías, esta mañana del 4 de febrero del 2010, mientras Zapatero y Obama y otros muchos celebran un desayuno de oración en USA.
d. ¿A quién enviaré? (Is 6, 8-13)
Pasamos del ver (Is 6,1) y decir (Is 6,5) al escuchar (wa´esma´ = y oí). La voz del gran rey (qol ´Adonai) domina y define a partir de ahora el sentido del pasaje, pero ya no es voz que grita como trueno que conmueve, hace temblar, los quicios de la casa/mundo y la consagra con el humo de su fuego (6,4).
Es voz que llama al corazón e invita de manera respetuosa, pidiendo con gran tacto la respuesta del profeta.No ordena Dios a gritos, no se impone. Simplemente dice, como reflexionando consigo mismo:
¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?
Isaías ha entrado en la intimidad de Dios: ha visto lo que no se puede ver y, por eso, tendría que haber muerto (6,5). Pero los serafines de Dios le han limpiado y así escucha la conversación más secreta de Dios: entra en el corazón de la preocupación del gran Rey divino, que, pudiéndolo todo, necesita, sin embargo, que alguien hable en su nombre y traduzca su palabra en voz humana: ¿Quién irá por nosotros?.
Este diálogo interno de Dios es una constante de la Biblia, desde el hagamos de Gén 1, 26, hasta el consejo intradivino de 1 Rey 22 o Job 1 (donde Dios habla con sus ángeles o consigo mismo).
Es claro que Dios es palabra: así lo muestra dialogando con los ángeles o hablando en voz interna. Pues bien, Isaías ha entrado en esa palabra, ha penetrado "más allá de la cortina" del templo de este mundo (cf Lev 16), ha escuchado al Dios que dice ¿a quién enviaremos? responde:
Hinneni ¡heme aquí, envíame!
Primero ha sido Dios quien ha pedido (¿a quién enviaremos?). Ahora es el profeta quien suplica, poniéndose en sus manos: ¡si tú quieres yo puedo, enviarme!
Quien entiende este pasaje ha comprendido al Dios de los profetas, ha llegado al centro de la Biblia.
Dios mismo necesita “profetas”, personas que “pasen” de la ceremonia del templo (donde están coronando a un rey de este mundo, Yotán o Zapatero, Obama o San Fernando) y se pongan a disposición de la Palabra de Dios.
Este día del Desayuno de Oración de USA o del mundo entero, este domingo del tiempo ordinario (7. 02. 10) seguimos estando allí donde estaba Isaías, contemplando el misterio de Dios y escuchando su palabra:
¿A quién enviaré?
Sólo nosotros, cada uno de nosotros, podamos responderle:
Aquí estoy, aquí estamos, envíanos.
Así lo comentaba hace tres años JMS (03.02.07 | 13:28). ¡Epa! Esto es grandioso!Baja la shekiná (¿vale el hebraísmo?) y el profeta se hace apóstol!
De alguna manera todos experimentamos el impacto, pero la mayoría no reconocemos nuestra impureza y seguimos tan campantes, tan desinteresados y ajenos. El encuentro con el Rey, con el Señor de los Ejércitos no puede expresarse sino con una explosión de poesía anegante de mística... como lo hace Isaías y como lo comenta Xabier. Los demás, los que nos creemos apóstoles (o algo así), somos unos pretenciosos de corazón podrido a quienes tendrá que caer el fuego del juicio para poder ser purificados. PURIFICA, SEÑOR, MIS LABIOS PECADORES !!!