Entonces será el llanto y rechinar de dientes (Dom 21.8.22). De la gran amenaza a la victoria de Cristo sobre el infierno.

El infierno no es un dogma, sino una amenaza y miedo casi universal de la humanidad, tal como aparece en muchas religiones, especialmente en un tipo de judaísmo antiguo.

 En un primer momento parece que Jesús ratifica y aún aumenta esa amenaza y ese miedo, diciendo que “entonces será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a los patriarcas en el reino de Dios, y vosotros seáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Pero los cristianos han descubierto en (por) la Pascua que Cristo ha descendido al infierno para compartir la suerte de los condenados, liberándoles así del castigo y de la muerte.

  Éstas (allí será el llanto rechinar de Dientes) son palabras de advertencia de Jesús, retomando la teología del AT. Pero él vivió y murió (bajó al infierno) para liberar de la condena a todos los allí "condenados". Retomo en esta línea, en forma bíblico-teológica, el tema expuesto y discutido el pasado 18

Icono de las Dieciséis Fiestas, Arte, Iconos, dimanoinmano.it

Principio, una tesis cristiana

Significativamente, a partir del siglo V-VI d.C., la teología y, en gran parte, el mensaje de la Iglesia ha rechazado (o, al menos, marginado) el “dogma” de la victoria de Cristo sobre el infierno,  elaborando una viaión más pagana que cristiana de los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria),  una doctrina más moralista que evangélica de la vida, más interesada en la inmortalidad de las almas (con premio o castigo, con cielo o infierno), que en la revelación y presencia del Dios de la salvación en la historia de los hombres.

Una tesis cristiana que no ha sido todavía asumida y desarrollada de un modo consecuente por la iglesia.

a. Conforme a la visión del AT, existe un infierno: Los hombres podemos destruir nuestra vida, condenándonos al infierno de la muerte sin salida.

Pero el dogma cristiano no es que Dios condena al infierno a los perversos, sino que perdona en Cristo a los “pecadores”, abriendo un camino de salvación (de liberación del infierno) para todos los seres humanos.

b. Jesús ha muerto, ha "descendido" al infierno de la historia humana para destruir la muerte y el infierno.  Ese "dogma del credo" (descendit ad inferos) concede toda su seriedad a la historia humana. Por encima del infierno humano está el Dios de la vida, como seguiré indicando.

    En contra de eso, a partir del siglo IV-V d.C.  gran parte de la teología cristiana ha olvidado o rechazado la experiencia bíblica, retomada por Jesús y recreada por la experiencia pascual, para volver a un tipo de paganismo filosófico, más centrado en la inmortalidad de las almas y en la amenaza de condena de los pecadores que en  que en la experiencia más honda de la vida y pascua de Jesús. Desde ese fondo, para superr el riesgo de paganización de los novísimos, he querido desarrollas las reflexiones que siguen,tomadas  El verbo se hizo carne. Teología bíblica.

AT y apócrifos judíos. Muerte e infierno.

 Los israelitas se ha ocupado poco de los muertos, pues el mismo descubrimiento de la divinidad de Dios (Yahvé) les ha llevado a rechazar el culto de los difuntos que, a su juicio, son simplemente muertos, no héroes sagrados ni almas divinas que vuelven a la tierra, de la que pueden nacer nuevamente. Según eso, lo que pudiéramos llamar “infierno”, como mundo inferior, no es algo divino, ni está vinculado a la salvación o condena de los hombres, sino que es un simple “sheol” (como el hade griego), donde van los muertos, de quienes se dice “que no alaban a Dios” (cf. Sal 88, 5.10; 115, 17)[1].

Según eso, no se puede hablar de un “castigo” de Dios tras la muerte, pues el castigo, si existe, sólo puede darse en esta vida, según talión, pues no hay premio (ni castigo), sino sólo amor, tras la muerte. Pero en un proceso en el que influye quizá un tipo de apocalíptica irania, con el helenismo y, sobre todo, con un tipo de de conciencia moral, han hecho que algunos judíos del siglo III‒II a.C.) hayan planteado el tema de un posible infierno, como castigo de Dios a los impíos e inmorales:

Primer infierno, ángeles violadores (1 Henoc).Estrictamente hablando, quizá el primer infierno israelita (apócrifo) fue el de los astros caídos, ángeles violadores, que habían invadido, pervertido y destruido a los hombres. Ellos se quejan y lamentan, desde su infierno‒cárcel, pidiendo a Dios que les libere, pero Dios no lo hace, porque su pecado ha sido y sigue siendo imperdonable, yque jamás podrán salir de su condena, a pesar de que el mismo Henoc haya redactado un memorial de súplica por ellos (cf. 1 Hen 13, 3-6).

En general, la tradición israelita hablaba del perdón de Dios (cf. Ex 32-34). Más aún, la teología del templo aseguraba que los hombres podían conseguirlo, a través del arrepentimiento, pues no había pecado que no pueda perdonarse. En esa línea, posiblemente, algunos apocalípticos del círculo de Henoc pen­saron que el perdón de Dios podía aplicarse incluso a los mismos Vi­gilantes (ángeles violadores) y a sus hijos violentos, como parecía suponer un libro titulado LosGigantes, donde se narraba la conversión y el perdón de los ángeles caídos y sus hijos, postulando así una reconciliación total oapocatástasis.

Pero más tarde, entre los siglos III-II a. C., los responsables de la escuela de Henoc habrían rechazado esa postura, diciendo que no hay perdón posible para los ángeles caídos y sus hijos: La misma seriedad de su delito exigía una condena eterna. Por eso, el libro de los Gigantes (donde parecía que eran perdonados) fue expurgado del ciclo de Henoc y en su lugar se introdujeran Las parábolas (1 Hen 37-71) donde el vidente actúa como Hijo de Hombre y Juez escatológico de Dios, no para salvación, sino para castigo sin fin de los culpables. En esa línea, el mismo Henoc ha rechazado expresamente la posibilidad de conversión eficaz (efectiva) de los ángeles perversos:

Los círculos del infierno de Dante

 No os valdrá vuestra súplica por todos los días de la eternidad,puesfirme es la sentencia contra vosotros: no tendréis paz... Ya no subiréis al cielo por toda la eternidad, pues se ha decretado ataros por todos los días de la eternidad. Pero antes habréis de ver la ruina de vuestros hijos predilectos, y no os servirá el haberlos tenido, pues caerán por la espada delante de vosotros. Ni valdrá vuestro ruego ni vuestros peticiones y súplicas por ellos, y vosotros mismos no podréis pronunciar ninguna de las palabras del escrito que redacté (1 Hen 14, 4-7)[2].

Segundo Infierno, país de los muertos: 1 Henoc. El vidente ha subido hasta Dios para interceder por los ángeles culpables, pero Dios responde que no tienen perdón: están destinados al infierno eterno (cf. 1 Hen 15, 2-6). Dios actúa así como juez implacable, que rechaza a los Vigilantes sin posible gracia (por puro talión), pero deja abierta la suerte de los hombres, aunque parece que condena también para siempre a los perversos. Desde este fondo se entiende los diversos infiernos que Henoc va recorriendo.

 ‒ Infierno de los astros caídos. Henoc comienza viendo una región desértica yterrible: «Éste es el lugar donde se acaban los cielos y la tierra, el cual sirve de cárcel a los astros y potencias de los cielos. Los astros que se retuercen en el fuego (siete estrellas) son los que han trasgredido lo que Dios había ordenado antes de su orto, no saliendo a tiempo… Éstas son aquellas estrellas que trasgredieron la orden de Dios altísimo y fueron atadas aquí hasta que se cumpla la miríada eterna, el número de los días de su culpa» (1 Hen 18, 14-16; 21, 6). Éste sería por tanto, un invierno diabólico‒cósmico, no humano, que será destruido al fin por Dios.

‒Infierno de los Vigilantes, ángeles perversos, con sus hijos Gigantes. El texto habla de un «abismo de columnas de fuego que descienden», como templo invertido, donde penan y purgan su pecado los Vigilantes: «Aquí permanecerán los ángeles que se han unido a las mujeres. Tomando muchas formas, ellos han corrompido a los hombres y los seducen, para que hagan ofrendas a los demonios como a dioses, hasta el día del gran juicio en que serán juzgados, hasta que sean destruidos. Y sus mujeres, las que han seducido a los ángeles celestes, se convertirán en sirenas» (1 Hen 19, 1-3). Éste sigue siendo un infierno mítico, de espíritus perversos y de monstruos, no de hombres.

Descenso de cristo al infierno fotografías e imágenes de alta resolución -  Alamy

Cavidades o infiernos de los hombres muertos. Forman el tercer espacio de esa geografía de condena, un sheol triple: (a) Las almas de los justos viven ya en una especie de gloria anticipada «donde mana una fuente de agua viva y brilla una luz» (c. 1 Hen 22, 9), esperando la restitución final. (b) Los justos asesinados en el tiempo de los pecadores elevan su voz ante Dios, pidiendo venganza, para el día del juicio, cuando reciban el premio que merecen (cf. 1 Hen 22, 7.12). (c) Los hombres perversos empiezan a ser castigados en su infierno, hasta que llegue el tiempo final de la destrucción (cf. 1 Hen 22, 11‒13)[3].

¿Infierno canónico en Daniel? Su texto es más sobrio que el de Henoc, y no es fácil saber si evoca un castigo tras el mundo o a un castigo “final”a antes del fin completo:

  En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está para servir a los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca hubo desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre (Dan 12, 1-2).

 Ésta es la palabra más significativa de la Biblia canónica, vinculada a la esperanza de los mashkilim o sabios (Dan 12, 3; LXX: synientes). El protagonista del juicio es Miguel, Príncipe al servicio de Israel, y su figura nos sitúa ante la lucha de los ángeles buenos contra los perversos (en el NT cf. Ap 12, 7 y Judas 1, 9). Éste Miguel, que había aparecido en Dan 10, 31.21 como figura celeste, ayudando a los buenos judíos, se alzará al final, derrotará a los ángeles impíos y a los enemigos de Israel, y de esa forma que será liberado tu pueblo, los escritos en el Libro (Dan 12, 1).

El cielo aparece aquí como eternidad astral: “Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre”. Éste es el cielo de los sabios, de aquellos que conocen el misterio más hondo de la realidad, el de los maestros, de aquellos que enseñan a los otros. Ciertamente, puede haber ángeles perversos, astros caídos… pero, en sí los astros del firmamento son un signo de la eternidad positiva[4].

El infierno, en cambio, se interpreta como “vergüenza y confusión perpetua”.¿Se puede hablar de una condena/castigo sin fin de los ángeles perversos y los hombres pecadores, o se alude más bien a su “vergüenza y confusión” en una línea de castigo de muerte? El texto no dice más, de manera que podemos precisar el sentido de la vergüenza perpetua de aquellos que no se salvan. De todas formas, si la salvación tiene un carácter celeste (¡los justos serán estrellas!), la condena tendrá un carácter któnico, vinculado a los abismos subterráneos, conforme a una visión muy extendida que identifica el “infierno” con lo inferior, bajo tierra.

Gehena - Wikipedia, la enciclopedia libre

NT, tradición cristiana. El punto de partida de Jesús

             Jesús asume la visión judía, pero introduciendo un correctivo importante: más que el posible infierno futuro importa liberar del infierno actual a los hombres y mujeres que se encuentran sometidos a su “muerte”. En ese contexto cobra sentido el símbolo de la gehenna, xon el mensaje de Jesús y su “descenso” al infierno. 

Gehenna.Era en principio el valle de Ben Hinóm, lugar bien localizado (cf. Jos 15, 8; 18, 16), de mala memoria, de dioses impuros y sanguinarios (cf. 2 Rey 23, 20), que funcionó como vertedero, donde se quemaba la basura de Jerusalén; así aparece desde antiguo como símbolo de aquellos hombres y mujeres no aceptados en el reino de Dios; así lo emplea Marcos (cf. 9, 43-47), pero, sobre todo, Mateo, más cercano al contexto judío (cf. 5, 22-30; 10, 28; 19, 8; 23. 15.33). Significativamente, Pablo no ha desarrollado una teoría del infierno, sino que se ha centrado en la libertad de los hijos de Dios y en la esperanza de la reconciliación de los justos, dejando a Dios los otros temas.

            Los textos básicos del “infierno” del NT aparecen en un contexto parabólico, según la terminología del entorno judío, tanto en Lc 15, 20-25 (Epulón desciende al infierno, Lázaro goza en el seno de Abraham), como en Mt 13, 36-50 y 25, 31-46, donde parece hablarse de un paralelismo simétrico entre vida eterna y fuego eterno. Esos textos nos sitúan ante un futuro abierto a la vida de Dios en Cristo, pero con el riesgo humano de la destrucción. Desde ese fondo el Credo de los Apóstoles (siglo II d.C.) dirá que Jesús “bajó a los infiernos”, para rescatar a los muertos.

Mensaje de Jesús.

Gran parte de los judíos palestinos aceptaban la existencia de un fuego de condena, simbolizado en la gehenna. En esa línea se sitúa Juan Bautista, que anuncia el castigo del fuego escatológico que irrumpe en la misma historia, para destruirla. En contra de eso, el mensaje de Jesús se centra en el reino de Dios para los pobres y perdidos y no en el “fuego del infierno” (Gehenna como castigo final), pues él ha venido a salvar, no a destruir, insistiendo en la presencia es Padre, en la confianza y el amor entre los hombres. Pero, en otra línea, el mismo Jesús de amor y reino ha presentado con fuerza inigualada el riesgo de fuego de condena o destrucción:

 ‒ Jesús no habla del fuego de un castigo temporal. Sin duda, conoce tradiciones que trataban del castigo en este mundo por el fuego (cf. Lc 17,26-30). Es más, probablemente su mensaje ha suscitado el entusiasmo de las masas, de forma que muchos pensaron que era Elías, hombre del fuego judicial de Dios (Mc 6,15; 8,28; cf. cap. 5), y por eso le han pedido que envíe desde el cielo para matar a los malvados (cf. Lc 9, 54), pero él responde de un modo tajante: «No sabéis de qué Espíritu sois... ». Según eso, su Dios no es fuego que destruye sobre el mundo a los malvados.

‒ Jesús apenas habla del fuego escatológico. Evidentemente, lo conoce. Sabe que la vida de los hombres y del cosmos se sostiene sobre el fundamento de la voluntad de Dios que permanece y se mantiene para siempre. Pero él sabe que Dios no se venga sanguinariamente de los malos, sino que quiere salvarles: es Padre que perdona y no ira de fuego que devora a los perversos. Por primera vez en la revelación bíblica, él ha presentado a Dios enteramente bueno. Por eso, cuando dice que “ha venido a traer fuego sobre el mundo” (Lc 12, 49) no está aludiendo al fuego de la destrucción, sino al de de salvación (cf. Mc 9, 49: “Todo debe conservarse, salarse, por el fuego”).

             Sólo en ese contexto se puede hablar de un fuego de condena para aquellos que rechazan toda salvación. Dios no es fuego que destruye, sino amor ilimitado, pero amor serio, arriesgado, de manera que aquel que lo rechaza se destruye (no perdura) en su propia fuego, interpretado así como gehena, en la línea de lo que saben y dicen Mt 10, 28 y Lc 12, 5: Vivir como Jesús es salvarse; rechazar su proyecto de vida, en amor, es condenarse a la destrucción, es decir, a la gehena[5].

Muerte de Jesús. Bajó a los infiernos.

La confesión pascual incluye la certeza de que Jesús fue sepultado, como indican Pablo (1 Cor, 15, 4) y los evangelios (cf. Mc 15, 42-47 par; cf. cap. 16‒17). Pues bien, el Credo de los apóstoles añade que descendió a los infiernos expresando un misterio de muerte y victoria sobre la muerte, que pertenece a la experiencia originaria de la iglesia. Ciertamente, la muerte de Jesús es signo de pecado, de forma que en ella desemboca “toda la sangre de los justos derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la de Zacarías" (Mt 23, 35). Pero esa muerte es, al mismo tiempo, principio de resurrección, fuente de gracia[6]:

   Entonces se rasgó el velo del templo, tembló la tierra, las piedras se quebraron y se abrieron los sepulcros, de tal forma que volvieron a la vida muchos cuerpos de los justos muertos... Al ver lo sucedido, el centurión glorificaba a Dios diciendo: ¡Realmente; este hombre era inocente! Y todas las gentes que habían acudido al espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron a la ciudad golpeándose en el pecho (cf. Mt 27, 51-53; Lc 23, 47-48; Mc 15, 39: ¡Era Hijo de Dios!).

          Desde ese fondo ha confesado la tradición que Cristo bajó a los infiernos, al “lugar”de los muertos, culminando así el camino de su vida, al servicio de los expulsados, pobres, enfermos y endemoniados. Conforme a la visión tradicional, ese infierno (sheol, hades, seno de Abraham...) era el destino de todos los difuntos, a no ser que Dios les liberara. Pero Dios ha venido por Cristo para hacerlo, es decir, para rescatar a los muertos, ofreciéndoles su resurrección.

En esa línea, el Credo dice que descendió a los infiernos y que al tercer día resucitó de entre los muertos, ratificando así la plena en‒carnación (en‒mortalidad) de Jesús, pues quien no muere no ha vivido, y quien no muere por los demás se encierra y perdura en su muerte:

 ‒ Jesús murió y fue enterrado(cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad, siendo enterrado (en muerte real, no aparente, habiendo iniciado así el proceso de descomposición, situado simbólicamente a los tres días) puede resucitar "de entre los muertos". En ese sentido, la Iglesia confiesa que Jesús ha bajado al lugar de no retorno que es la muerte, para compartir la “maldición” de los muertos, e iniciar el nuevo camino de la vida.

Como Jonás "que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches..." (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, y sólo así pudo resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7). Jonás, profeta reticente al mandato de Dios, fue “tragado” por la ballena que es signo de muerte. Jesús, buen profeta, precisamente por serlo, fue también “devorado” por ella, pero no para ser arrojado a la playa por el pez, para anunciar el juicio de Nínive, sino para ofrecer su vida a los hombres por la resurrección.

‒ «Sufrió la muer­te en su cuerpo, pero recibió vida por el Espíritu. Fue entonces cuando proclamó la victoria incluso a los espíritus encarcela­dos que fueron rebeldes, cuando antiguamente, en tiempos de Noé...» (1 Pe 3, 18-19).

Estos espíritus a quienes anunció la salvación no eran sin más los condenados a la muerte, sino, de un modo especial, los ángeles perversos de la tradición de Henoc. Como hemos visto, Henoc no podía liberarles, pero Jesús puede hacerlo; por eso ha muerto, por eso ha bajado al infierno, para vencer así a la muerte.

Icono de la Descenso a los infiernos

Tomado en un sentido literal, el texto del credo (bajó a los infiernos…) y de 1 Ped 3, 18‒29 (¡proclmó su pascua a los espíritus encadenados…!) parecen restos míticos, que causan asombro o rechazo entre los fieles. Sin embargo, tomados en su sentido original, son el culmen y clave del evangelio cristiano. Jesús sólo puede ser Cristo el que ha vencido a la muerte (cf. 1 Cor 15, 55‒57), el que ha ofrecido comunión de Dios y vida eterna a todos los difuntos, de manera que partiendo de ese dato, se podría hablar, quizá, de dos infiernos.

 ‒‒ Hay un primer infierno, al que Jesús ha descendido por su muerte para salvar de su condena a todos los hombres y mujeres. Había sobre el mundo otros infiernos de injusticia, soledad y sufrimiento; pero sólo el de la muerte era total y decisivo. Pero Jesús ha destruido su poder, abriendo así un camino de resurrección universal, de forma que Dios pueda ser y ser “todo en todos” (1 Cor 15, 58), en línea de "apocatástasis": reconstrucción de todo, destrucción del infierno.

‒‒ Pero puede haber un segundo infierno o condena irremediable para aquellos que rechazando el don de Cristo y oponiéndose a su gracia (a toda gracia, a todos Dios), quedan en su propia oscuridad y muerte. Salvación y condena no son posibilidades simétricas, dos caminos igualmente abiertos para el ser humano, pues estrictamente hablando sólohay un camino, que es la salvación, pues Cristo ha muerto para liberar a todos del infierno. Pero si algunos rechazan la vida pueden quedar (=caer) en aquello que Ap 2, 11; 20, 6.14; 21, 8 ha llamado muerte segunda, que no es castigo, sino cumplimiento de una vida sin Dios[7].

 Desde el punto de vista de sus causas, la condena por el fuego se presenta siempre (con la posible excepción de Mt 10, 18) como efecto de una falta de amor hacia los otros. Según eso, el infierno es «carencia de Cristo», rechazo de su gracia, que se expresa como falta de amor entre los hombres. En ese sentido, en un primer momento, la advertencia del infierno (y el mismo infierno) forma parte de la “gracia” de Dios. Por eso, Dios no manda a nadie al infierno, pero puede haber hombres que, a pesar del amor gratuito y poderoso de Dios, prefieren su propio infierno. En ese sentido, negar la “posibilidad” (digo posibilidad, no realidad) de un tipo de infierno (auto‒destrucción) significaría negar el evangelio.

            En esa línea, fijándonos de un modo especial en Mt 25, 31-46 (cf. cap. 20, 25‒27), debemos seguir afirmando que el infierno es lo opuesto a Dios y que sólo puede darse donde existen hombres que rechazan de un modo eficaz y consecuente el proyecto y deseo de amor, que se expresa como ayuda a los hambrientos, extranjeros, enfermos y encarcelados, del tipo que sean, sin condenar nunca a nadie.

Según eso, de un modo consecuente, a pesar de las palabras externas de Mt 25,31-46 (¡apartaos de mí malditos…!), el Dios de Jesucristo se ha identificado con todos los que sufren, de manera que en él pueden hallar todos un camino de salvación en la línea ya evocada en 1 Cor 15, 28, de forma que Dios sea “todo en todos”.

Entendido así, el infierno no es una realidad objetiva, dada ya por siempre, de antemano, sino una posibilidad que surge allí donde la invitación al amor corre el riesgo de no ser aceptada. En esa línea, como he dicho, no puede existir cielo bíblico (en libertad y gracia) sin posibilidad de condena, pues un hombre que no puede condenarse (negarse a sí mismo, negarse al Dios de la gracia) no sería libre, capaz de amor, y un cielo impuesto no sería cielo. Desde la vida en gracia que nos ofrece Dios en Cristo, podemos elegir la muerte que nosotros mismos vamos fabricando con nuestro egoísmo, pero el Dios de Cristo sigue siendo siempre mayor que ese poder de destrucción que somos Por eso, nuestra negación o infierno no es nunca la última palabra. En el fondo sigue estando el amor de Dios, de manera que incluso, los condenados, si los hubiera, seguirían entonando con su muerte un himno al Dios de la vida (de manera que su infierno sería un tipo de cielo)[8].

el blog del padre eduardo: El rescate de Adán y Eva según Rupnik



El infierno del Apocalipsis, experiencia cristiana.

Siguiendo tradiciones orientales, el libro del Apocalipsis concibe el lugar/estado de ruptura y destrucción total de los humanos como estanque o lago de fuego y azufre que arde sin cesar (Ap 19, 20; 20, 10.14.15; 21, 8), al parecer al fondo de la tierra, como pozo del abismo. No es el hades de la tradición griega, donde los muertos esperan aún la salvación, sino el estado final de aquellos que no han querido recibir al Cristo Cordero y no están inscritos en su Libro y/o en la Ciudad final, la nueva Jerusalén (cf.2, 10-15); es lugar de muerte sin fin.

A pesar de las imágenes de Ap 14, 9-11, el Apocalipsis no insiste en la condena o fracaso de los perversos como castigo-dolor sino como muerte (no vida). Por eso, en contra de la tradición simbólica posterior, reflejada por ejemplo en la Divina Comedia de Dante, el Apocalipsis no ha situado en paralelo el cielo y el infierno, como dos posibilidades simétricas de la vida.

Conforme a la visión del Apocalipsis, sólo existe una culminación verdadera: la ciudad de los justos (Ap 21, 1-22, 5); el infierno no está al lado del cielo, como si fuera el otro platillo de una balance judicial, sino que es sólo una posibilidad de no recibir la gloria que Dios ofrece a todos los hombres en Cristo. Por eso, el infierno cristiano sólo puede plantearse desde la experiencia pascual, que no confirma el la experiencia judicial anterior, de tipo simétrico, donde hay condenados y salvados, en la línea del conocimiento del bien y del mal (Gen 2-3) o de la división que la teología del pacto israelita ha marcado entre la vida y la muerte (Dt 30, 15).

Esa visión “simétrica” de condena y salvación ha pasado simbólicamente al relato parenético (de aviso) de Mt 25, 31-46 (con derecha e izquierda, salvación y condena). Pero desde el Dios de Jesús sólo hay una meta final, que es la salvación. De todas formas, el evangelio tiene que decir que la salvación es gratuita, que Dios no puede obligar a los hombres a salvarse, de manera que ellos se pueden condenar, es decir, destruirse a sí mismos, si niegan y destruyen a los otros.

En principio, el mensaje pascual del cristianismo es sólo experiencia de salvación, que se funda en el amor de Dios que ha dado a los hombres su propia vida, la vida de su Hijo (cf. Jn 3, 16; Rom 8, 32). Desde esa perspectiva deben replantearse todos los datos bíblicos anteriores, incluido el lenguaje de Jesús sobre la Gehenna y la amenaza de Mt 25, 41. Ese replanteamiento no es una labor de pura exégesis literal de la Biblia, sino de interpretación social y cultural del conjunto de la revelación bíblica y de la historia de las religiones. En este campo queda por hacer una gran labor, que resultará esencial en los próximos decenios de la teología y de la vida de la iglesia, cuando se superen en ella una serie de supuestos legalistas y dualistas que han venido determinándola desde el surgimiento de las iglesias establecidas de occidente, a partir del siglo IV d. C.

Pero una vez que se replantea y se supera el tema del infierno escatológico (del fuego final de un juicio de Dios) viene a surgir con mucha más fuerza el tema del infierno histórico, creado por la injusticia de los hombres que oprimen a otros hombres y por los diversos de enfermedad y opresión que sufren especialmente los pobres. Éste es el infierno del que se ocupó realmente Jesús; de ese infierno quiso liberar a los hombres y mujeres, para que pudieran vivir a la luz de la libertad y del gozo del Reino de Dios. El tema de fondo de Mt 25, 31-46 (y de la parábola del rico Epulón) no es el infierno “más allá” (tras la muerte), sino el infierno de este mundo, el infierno al que condenamos a los demás, el infierno del hambre, de la soledad y de la muerte.

Entendidas así, las parábolas en las que hay un reino del diablo que se opone al de Dios (como algunas de Mt 13 y 25) pertenecen a la retórica religiosa, más al corazón del mensaje de Jesús, a no ser que se interpreten en forma de advertencia, para que los hombres no construyan sobre este mundo un infierno.

SÁBADO SANTO: DEL INFIERNO DE JESÚS AL CIELO CRISTIANO

. El credo oficial más antiguo de la iglesia (el apostólico o romano) dice que Cristo bajó a los infiernos, poniendo así de relieve el momento final de su encarnación: bajó al infierno para liberar a los que estaban sometidos a la muerte irremediable. Sólo desde ese fondo se puede entender la posibilidad (o, mejor dicho, la imposibilidad) de un infierno cristiano. Jesús bajó al infierno para liberar a los allí condenados.

Fundamento bíblico

Anástasis (Descenso de Cristo a los infiernos), i...



(a) Bajó a los infiernos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente: no ha experimentado la impotencia abismal, el desvalimiento pleno de la vida humana. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo. Ha desplegado la riqueza del amor; por eso muere en suma pobreza, preguntando por Dios desde el abismo de su angustia. De esa forma se ha vuelto solidario de los muertos. Sólo es solidario quien asume la suerte de los otros. Bajando hasta la tumba, sepultado en el vientre de la tierra, Jesús se ha convertido en el amigo de aquellos que mueren, iniciando, precisamente allí, el camino ascendente de la vida.

(b) Jesús fue enterrado y su sepulcro es un momento de su despliegue salvador (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad, volviendo a la tierra, puede resucitar de entre los muertos. Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero. Como Jonás «que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches...» (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, para resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7-9).

En el abismo de muerte ha penetrado Jesús y su presencia solidaria ha conmovido las entrañas del infierno, como dice la tradición: «La tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos de los cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron» (Mt 27, 51-52). De esa forma ha realizado su tarea mesiánica:

«Sufrió la muerte en su cuerpo, pero recibió vida por el Espíritu. Fue entonces cuando proclamó la victoria incluso a los espíritus encarcela¬dos que fueron rebeldes, cuando antiguamente, en tiempos de Noé...» (1 Pe 3, 18-19).

(c) Murio para destruir todos los infiernos de la muerte. Se ha dicho que esos espíritus encarcelados eran los humanos del tiempo del diluvio, como supone la liturgia, pero la exégesis moderna piensa que ellos pueden ser los ángeles perversos que en tiempo del diluvio fomentaron el pecado, siendo por tanto encadenados. No empezó a morir cuando expiró en la cruz y le bajaron al sepulcro; había empezado cuando se hizo solidario con el dolor y destrucción de los hombres, compartiendo la suerte los expulsados de la tierra. Jesús había descendido ya en el mundo al infierno de los locos, los enfermos, los que estaban angustiados por las fuerzas del abismo: ha asumido la impotencia de aquellos que padecen y perecen aplastados por las fuerzas opresoras de la tierra, llegando de esa forma hasta el infierno de la muerte.

Un texto litúrgico. La pascua vencedora.

ICONO DEL DESCENSO A LOS INFIERNOS



(a) Jesús Adán. La liturgia del Sábado Santo, continuando en la línea simbólica de los textos anterior, relaciona a Jesús con Adán, el hombre originario que le aguarda desde el fondo de los tiempos, como indica una antigua homilía pascual:

«¿Que es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. Va a buscar a nuestro primer padre, como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Mt 4, 16). Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: y con tu espíritu.

Y, tomándolo por la mano, lo levanta diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz (cf. Ef 5, 14). Yo soy tu Dios que, por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo. Y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: ¡salid!; y a los que se encuentran en tinieblas: ¡levantaos!. Y a ti te mando: despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti¬ formamos una sola e indivisible persona». (P. G. 43, 439. Liturgia Horas, sábado santo).

(b) Jesús y todos los muertos.
 Jesús ha descendido hasta el infierno para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren. Pero al mismo tiempo ha descendido para anunciarles la victoria del amor sobre la muerte, viniendo como gran evangelista que proclama el mensaje de liberación definitiva, visitando y liberando a los cautivos del infierno. Por eso, la palabra de la iglesia le sitúa frente a Adán, humano universal, el primero de los muertos.

En ese fondo se interpreta el tema del Cristus Victor. Hasta el sepulcro de Adán ha descendido Jesús, como todos los hombres penetrando hasta el lugar donde la muerte reinaba, manteniendo cautivos a individuos y pueblos. Ha descendido allí para rescatar a los muertos (cf. Mt 11, 4-6; Lc 4, 18-19), apareciendo de esa forma como Christus Victor, Mesías vencedor del demonio y de la muerte. Su descenso al infierno, para destruir el poder de la muerte constituye de algún modo la culminación de su biografía mesiánica, el triunfo decisivo de sus exorcismos, de toda su batalla contra el poder de lo diabólico.

Lo que Jesús había empezó en Galilea, curando a unos endemoniados, ha culminado con su muerte, descendiendo al lugar de los muertos, para liberarles a todos del Gran Diablo de la muerte. Tomado en un sentido literalista, este misterio (¡descendió a los infierno) parece resto mítico, palabra que hoy se dice y causa asombro o rechazo entre los fieles. Sin embargo, entendido en su sentido más profundo, constituye el culmen y clave de todo evangelio. Aquí se ratifica la encarnación redentora de Jesús: sus curaciones y exorcismos, su enseñanza de amor y libertad.

¿Es posible un infierno cristiano?

Icono, Resurrección y descenso al infierno. (1) - Madera - - Catawiki



Desde las observaciones anteriores y teniendo en cuenta todo el proceso de la revelación bíblica, con la muerte y resurrección de Jesús, se puede hablar de dos infiernos.

(a) Hay un primer infierno, al que Jesús ha descendido del todo por solidaridad con los expulsados de la tierra y por su muerte con los condenados de la h historia. Este es el infierno de la destrucción donde los humanos acababan (acaban) penetrando al final de una vida que conduce sin cesar hasta la tumba. Había sobre el mundo otros infiernos de injusticia, soledad y sufrimiento, aunque sólo el de la muerte era total y decisivo. Pero Jesús ha derribado sus puertas, abriendo así un camino que conduce hacia la plena libertad de la vida (a la resurrección), en ámbito de gracia. En ese infierno sigue viviendo gran parte de la humanidad, condenada al hambre, sometida a la injusticia, dominada por la enfermedad. El mensaje de Jesús nos invita a penetrar en ese infierno, para solidarizarnos con los que sufren y abr ir con ellos y para ellos un camino de vida (Mt 25, 31-46).

(b) ¿Puede haber un segundo infierno? ¿Puede haber una condena irremediable de aquellos que rechazando el don de Cristo y oponiéndose de forma voluntaria a la gracia de su vida, pueden caer en la oscuridad y muerte por siempre (por su voluntad y obstinación definitiva)?. Así lo suponen algunas formulaciones básicas), se habla de premio para unos y castigo para otros (cf. Dan 12, 2-3). Esta visión culmina, parabólicamente en Mt 25, 31-46, donde Jesús dice a los de su derecha «venid, benditos de mi Padre, heredad el reino, preparado para vosotros» y a los de su izquierda «apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».

Tomadas al pie de la letra, esas palabras suponen que hay cielo e infierno, como posibilidades paralelas de salvación y condena para los hombres. Pero debemos recordar que ese es un lenguaje de parábola y parénesis, no de juicio legalista, en el sentido que Jesús ha superado en su evangelio (cf. Mt 7, 1 par). Ese segundo infierno es una posibilidad, pero no como el cielo de la plenitud escatológica, fundada en la resurrección de Cristo. Es una posibilidad... que creemos que ha sido superada para siempre por el Dios de Jesús

(c) El Dios de Jesús sólo quiere la vida. La Biblia cristiana, tal como ha culminado en la pascua de Cristo, formulada de manera definitiva por los evangelios y cartas de Pablo, sólo conoce un final: la vida eterna de los hombres liberados, el reino de Dios, que se expresa en la resurrección de Cristo. En ese sentido tenemos que decir que, estrictamente hablando, sólo existe salvación, pues Cristo ha muerto para liberar a los humanos de su infierno. Pero desde ese fondo de salvación básica podemos y debemos hablar (¡y hemos hablado!) también de la posibilidad de una muerte segunda (cf. Ap 2, 11; 20, 6. 14; 21, 8), que sería un infierno infernal, una condena sin remedio (sin esperanza de otro Cristo).

En la línea de ese infierno segundo quedarían aquellos que, a pesar del amor y perdón universal de Cristo, prefieren quedarse en su violencia, de manera que no aceptan, ni en este mundo ni el nuevo de la pascua, la gracia mesiánica del Cristo. Sabemos que Jesús no ha venido a condenar a nadie; pero si alguien se empeña en mantenerse en su egoísmo y violencia puede convertirse él mismo (a pesar de la gracia de Jesús) en infierno perdurable. Hemos dicho «puede» y así quedamos en la posibilidad, dejando todas las cosas en manos de la misericordia salvadora de Dios, que tiene formas y caminos de salvación para todos, aunque nosotros no podamos comprenderlos desde la situación actual de injusticia y de muerte, de infierno, del mundo. Así decimos que "puede" haber infierno, porque el ser humano es capaz de muchos males... Pero esa posibilidad ha quedado superaa por el Cristo, de una forma que sólo Dios conoce. 

La Palabra se hizo carne

 Notas

[1] Cf. C. H. Cavallin, Leben nach dem Tode im Spätjudentum und im frühen Christentum, ANRW 19, 1, Berlín 1979; P. Grelot, La géographie mythique d'Henoch et ses sources orientales: RB 65 (1958) 5-26; 181-210; X. Pikaza, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2005. M. T. Wacker, Weltordnung und Gericht: Studien zu I Henoch 22, Echter, Würzburg 1982

[2] En esa línea, cierta teología cristiana posterior (incluso católica) suele distinguir dos tipos de “infierno” o castigo. (a) Los ángeles culpables, transformados en demonios, no pueden cambiar, ni recibir amnistía, de manera que deben permanecer en el infierno para siempre. (b) Los hombres, en cambio, pueden arrepentirse y salir de un tipo de infierno, convertido en purgatorio (por la gracia de Cristo). De todas formas, en 1 Hen 12-16 resulta más difícil distinguir esos niveles y separar a los Vigilantes (ángeles violadores) de sus hijos Gigantes destinados a la destrucción y del resto de los pecadores (que pueden ser enemigos de Israel y malos israelita), que parecen condenando irremediablemente (sin posible gracia) a la aniquilación final. Resulta significativa, y quizá poco bíblica, en sentido canónico, la referencia implícita del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) a ese pecado e infierno.

[3] Esta teología popular (apocalíptica) no ha sido aceptada en la Biblia canónica, pero ha ejercido un influjo enorme en la tradición posterior, de judíos y cristianos (e incluso musulmanes), un infierno de astros malvados y ángeles perversos, con quienes comparten su suerte los hombres pecadores.

[4] En esa línea, los sabios israelitas serán “astros del firmamento de Dios”, de forma que la resurrección de los justos se interpreta como transformación astral, de forma que el cuerpo resucitado aparece como “cuerpo astral”, y así los justos (sabios, apocalípticos) superan este cuerpo de nacimiento y muerte, para adquirir uno “celeste” que no nace ni muere.

[5]Lo mismo supone Me 9, 42-50 (= Mt 18, 6-9): aquel que escandaliza (= hace pecar) a los más pequeños pierde su vida y se desliga, haciéndose gehenna, fuego que destruye (ef. Mc 9, 43.45.47-48; Mt 5, 22.29-30). Por lo que toca al significado, no hay diferencia entre gehenna (Lc 12, 5; Mc 9, 43, etc.), fuego eterno (Mt 18, 8), fuego inextinguible (Mc 9, 43) y horno de fuego (Mt 13,42.50). Esas palabras evocan la suerte de aquellos que rechazan la vida de Dios, corriendo así el riesgo de perderse (no ser lo que podían haber sido).

[6] Sobre el descenso a los infiernos, cf. R. Aguirre, Exégesis de Mt 27, 51b-53, ESET, Vitoria 1980; G. Aulen, Le triomphe du Christ, Aubier, Paris, 1970; L. Bouyer, Le mystére pascal, Cerf, Paris 1957; W. J. Dalton, Christ´s proclamation to the Spirits.A study of 1 Pe 3, 18; 4, 6, Inst. Bib., Roma 1965; R. A. Edwards, The sign of Jonah in the theology of the evangelists and Q, SCM. London 1971; B. Reicke, The Disobedients Spirits and Christian Baptism, Muksgard, Kobenhavn 1946; H. U. von Balthasar, El misterio pascual en Mysterium salutis III/II, Madrid 1971, 237-265.

[7] En ese infierno pueden quedar aquellos que prefieren cerrarse en su violencia, de manera que no aceptan, ni en este mundo ni el nuevo la pascua mesiánica de Dios. Jesús no ha venido a rechazar a nadie; pero si alguien se empeña en cerrarse (a pesar de la gracia de Cristo) puede quedar en propio infierno.

[8] De lo anterior se deducen estas conclusiones.

‒ Dios no es fuego de infierno, sino todo lo contrario; no es poder de destrucción, sino de Vida. Por eso, al final de esta Teología Bíblica podemos y debemos decir que la destrucción del infierno no es condena de Dios, sino precisamente ausencia de condena, la tristeza más honda de Dios ante aquellos que no reciben su amor (en la línea teológica que ha formulado San Juan de la Cruz en su poema El pastorcico). Sin duda, Dios se puede seguir definiendo como fuego, pero sólo como fuego de vida, nunca de castigo o destrucción, que es obra del hombre (en la línea de Gen 2‒3, cf. cap. 2).

Ese fuego no es de tipo antropológico‒teológico. Se ha solido pensar que el infierno es el fuego interior del mundo (de la tierra). Sin duda, esa imagen es evocadora: los salvados culminan su vida en Dios, superando el puro ser de mundo; por el contrario, los que se condenan siguen “atados” para siempre a los poderes del cosmos inferior, de infierno. Pero esa visión no responde a la antropología del NT, donde el hombre es basar, carne de un mundo de Dios. Por eso, el símbolo del fuego‒infierno no es signo de condena cósmica, sino del poder destructor del hombre que, matando a los demás, puede destruirse y matarse a sí mismo.

Infierno es el hombre que se construye destruyéndose a sí mismo, sin abrir un resquicio a la gracia. El infierno no proviene del robo del fuego de los dioses (Prometeo), ni del ansia por lanzarse al fuego destructor del gran volcán (Empédocles), sino de la acción destructora de aquellos que rechazan la gracia salvadora de Dios en Jesucristo, rechazando así la creación de Dios, rechazándose a sí mismos.

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