Guadalupe, ocho mujeres fuertes del AT. 1 Sara
Contiene nueve cuadros con escenas de su vida, pintadas por Lucas Jordán, y ocho hornacinas con tallas de las “mujeres fuertes”, “damas de compañía” de la madre de Jesús, talladas (busto, extremidades…) y vestidas con telas endurecidas y plegadas por un artista del círculo de Duque Cornejo (1736-1739) (cf. www.nikanor.com/Camarin.htm).
El tema de la Mujer Fuerte, tomado del libro de los Proverbios 31, se aplica a ocho personajes femeninos del Antiguo Testamento (Sara, María, Rut, Débora Jael, Abigail, Ester y Judit), mujeres ejemplares en el sentido profundo,decididas, creadoras, apasionadas… Ellas han marcado una historia bíblica y cristiana que ahora (año 2013) debe retomarse, aunque en otra perspectiva.
Faltan evidentemente otras mujeres importantes(Eva, Agar, Rebeca, Raquel, Rahab, Tamar, Ana, Betsabé, Sara la de Tobías, la madre de los macabeos…), de manera que se podría hacer un camerino alternativo con sus figuras, para así entender y trazar mejor el camino de la mujer (mujeres) en la cristiandad modern. Con ese fin he querido escribir mi libro sobre Mujeres en la Biblia Judía (Clíe 2013)
Como pequeña aportación bíblica a la vida y figura de las mujeres en la Biblia y en la Iglesia quiero presentar en los días que siguen un comentario a esas mujeres. Sólo ofrezco una ayuda. Quien quiera sentir de verdad el impacto y emoción de las mujeres de la Biblia vaya al camerino de la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, y sentirá que el tema es mucho más importante de lo que yo siento.
Por desgracia, las fotos que presento (tomas del lugar citado) no son las mejores posible. Pero pueden ayudar a situarse a los lectores. Buen otoño, con éstas mujeres de la Biblia, y con María de Nazaret, de la que hablaré al final.
SARA, LA SEÑORA.

Algunos la han tomado como la mujer más importante de la historia israelita: (Mirad a Abraham, vuestro padre; y a Sara, que os dio a luz, Is 51, 2). Ella es la madre, compañera del patriarca Abrahán, pero, de un modo significativo, su figura no ha sido idealizada por la Biblia, sino que ella aparece como una mujer concreta, envidiosa y desconfiada, que tiene que madurar en un difícil camino de fe. Desde un punto de vista religioso, parece menos destacada que Agar, su esclava, a quien veremos hablando con Dios, pero también cumple una función decisiva en la historia creyente de Abrahán. Los rasgos más significativos de su historia son cuatro.
1. La hermosura como riesgo, protección de Dios .
Desde el punto de vista narrativo, el primer rasgo de Sara es su hermosura, entendida como riesgo en un mundo dominado por el deseo de varones. Así lo muestran dos relatos paralelos, estratégicamente situados, en los que Abrahán tiene miedo de que de le maten, para apoderarse de su esposa, y la presenta como hermana, en Egipto y en Guerar.
El primero (Gen 12, 10-20) se sitúa al final de la primera “marcha” de Abrahán, que ha recibido la promesa de ser padre de un pueblo grande y que heredará (poseerá) la tierra que acaba de recorrer, viniendo de Harrán (Mesopotamia) a Egipto. Pues bien, temiendo que le maten por la hermosura de Sara, dice que ella es su “hermana”, y de esa forma la entrega (la vende) al Faraón que le proporciona por ella muchos bienes. Puede suponerse así que Sara debe terminar siendo esposa del Faraón y que Abrahán tendrá descendencia (y poseerá la tierra) a través de otra mujer. Pero Dios “vela” por Sara, afligiendo al Faraón, que descubre que descubre la verdad y reprende a Abrahán por haberle mentido y le devuelve Sara.
El segundo relato (Gen 20, 1-18) nos sitúa ya en un tiempo posterior, después del nacimiento de Ismael, hijo de Agar, sierva de Sara (Gen 16), cuando el mismo Dios ha reafirmado su promesa, diciendo a Abrahán que Sara, su mujer, le dará el hijo prometido, por el que será padre de pueblos y naciones (17, 15-22). Pues bien, después de escuchar eso, cuando parece que Sara ha concebido ya (cf. 18, 10), mientras caminan por el Neguev, Abrahán vuelve a decir que ella es su hermana, porque tiene miedo del rey Abimelec, a quien se la entrega (la vende), de manera que éste se dispone a tomarla como esposa, como si no debiera cumplirse por ella la promesa de Dios.
La situación resulta especialmente dramática, pues Abrahán ha puesto en riesgo la promesa, que debía realizarse por medio de Sara, su esposa. Pero Dios cumple su palabra, manifestándose fiel, en contra del Abrahán miedoso, que es capaz de olvidarse de la promesa de Dios por defender su vida, “vendiendo” otra vez a su esposa (con la excusa de que es también su hermana de padre: 20, 11-14). Dios vela por Sara y así revela a Abimelec la verdad (Sara es esposa de Abrahán) y Abimelec responde a Dios de manera fiel y respetuosa, liberando a Sara y dándole a Abrahán muchas riquezas y una especie de “dote” (mil pesos de plata) por ella, que de ahora en adelante se podrá mostrarse de verdad como esposa del patriarca.
Estas historias pueden fundarse en recuerdos antiguos de disputas por mujeres que no tenían protección legal estricta y, siendo especialmente hermosas, atraían el deseo de los dueños de la tierra.
Abrahán llega como emigrante, tanto a Egipto como a Guerar y en ambos lugares depende de la protección que el faraón y el rey pueden darle. La mayor riqueza que posee es su mujer, especialmente hermosa, y por eso tiene miedo de que puedan desearla y matarle para apoderarse de ella. Nos hallamos, según eso, ante un duro contexto de lucha por mujeres y de rapto como forma de dominio (y de matrimonio).
Abrahán no puede relacionarse en un plano igualdad ni con el faraón de Egipto ni con Abimelec de Guerar y, para defenderse, impidiendo que le maten para raptar a su mujer, dirá que ella es su hermana. Probablemente, el hecho no es histórico, pero se inscribe dentro de una visión histórica de los comienzos de Israel.
Actualmente, esa conducta nos parece vergonzosa y tendemos a silenciarla, de manera que este rasgo de Abrahán (y de Sara) apenas ha sido desarrollado por la teología. Se trata, sin embargo, de un motivo esencial dentro de la Biblia en el que podemos destacar tres elementos.
(a) El desconcierto de Abrahán o, mejor dicho, su infidelidad de fondo. Llegado el momento decisivo, el más fiel de los patriarcas, prototipo de la fe para judíos, cristianos y musulmanes, “no cree” en la promesa de Dios, vinculada a su esposa, de manera que está dispuesto a venderla.
(b) El silencio de Sara, que no tiene palabra en estas dos historias, en las que es “objeto de cambio” entre Abrahán y los reyes.
(c) La fidelidad de Dios, es el único que guía la historia y que protege a los patriarcas, liberando a Sara del riesgo en que le pone su marido.
2. La esclava y la libre, los celos (Gen 16, 1-16; 20, 9-21) .
Sara permanece en silencio ante Abrahán, cuando él le pie que oculte su condición de esposa y aparezca como hermana. Pero tiene una esclava, llamada Agar, (que es suya, no de Abrahán) a la que puede mandar (hablar) como señora, utilizándola como “vientre de alquiler” a su servicio, para tener hijos propios.
Ese comportamiento, que veremos igualmente en ciclo de Jacob (Gen 29, 31-30, 24), era bien conocido en oriente y permitía que las mujeres ricas (con esclavas) pudieran tomar como propios los hijos de sus siervas. De esa forma, Sara quiere ser madre a costa de otra mujer . Sara parece actuar de buena fe, pero su gesto plantea dos problemas.
(a) Quizá piensa que la promesa de Dios (que Abrahán tendrá descendencia, cf. Gen 12, 1-3; 15, 4) no podrá hacerse directamente por ella, y quiere que cumpla a través de su sierva. De esa forma, ella pone en marcha el plan de Dios, procurando que llegue el descendiente prometida, que será hijo legal suyo, aunque nacido de su esclava.
(b) Parece que Sara no cuenta con la reacción personal de Agar, su sierva, que, habiendo concebido, “le pierde el respeto” y empieza a comportarse como verdadera madre y no como puro vientre de alquiler (16, 3-5). De esa manera, Agar pone en riesgo el intento de Sara, pues no quiere que su hijo esté al servicio de los intereses de otra mujer. Significativamente, como veremos, Dios avala la actitud de protesta de Agar, poniendo su maternidad al servicio de otros pueblos.
Dentro de la lógica de la esclavitud, Agar debía haberse portado de forma sumisa, estando totalmente al servicio de su dueña (Sara), a la que debe su hijo (Sara le ha puesto en brazos de Abrahán). Pues bien, con la riqueza de su maternidad, Agar “rompe el respeto”, dejando de portarse como esclava, y Sara protesta contra Abrahán, echándole la culpa de todo. En este contexto, la Biblia sabe que Dios está con las dos, con Agar y con Sara, permitiendo que aquello que quizá ha sido malo (la utilización que Sara hace de Agar) tenga un fin bueno.
Siguiendo sin saberlo la lógica de Dios (que puede escribir recto con renglones torcidos), Abrahán concede en este caso la razón a Sara y permite que ella responda al “agravio” de su sierva, hasta llegar a maltratarla.
En esta situación, Agar sólo puede mantener su dignidad rompiendo con sus dueños y fugándose al desierto, en contra de todas las leyes y normas humanas (que castigan duramente a los esclavos fugitivos), pero Dios le espera en el desierto y se le manifiesta allí y le dice que vuelva con su ama y se someta, prometiéndole su ayuda (16, 6-16).
La historia se repite varios capítulos más tarde (Gen 21, 9-21), cuando, después de haber nacido el hijo de Agar (Ismael), nace también el de Sara (Isaac) y ella insiste en mantener la diferencia entre los niños (uno siervo, el otro libre), olvidando que los dos son suyos, pues ella es la madre legal del hijo de Agar. Ignorando los problemas de sus madres, los niños juegan juntos (Gen 21, 9), como si fueran iguales, pero Sara no puede soportarlo, pues ella sólo ama sólo al hijo de su carne, no al hijo de su esclava, aunque jurídicamente sea también suyo. Así actúa como madre egoísta (¡todo para el hijo de su carne!) y por eso exige que Abrahán expulse al otro hijo con su madre, en un gesto de durísimo exclusión y de abandono.
Sara es una madre envidiosa, que rechaza a la esclava a la que primero ha utilizado y al hijo que ella misma ha querido tener (¡que jurídicamente es suyo, su primogénito, con derecho a la herencia, según Dt 21, 15-16!). El autor de la Biblia sabe que el gesto de Sara no es digno, pero sabe también que Dios ha de actuar como fuente de bendición no sólo para Sara y su hijo Isaac, de quien será la herencia directa de Abrahán, sino también para Agar y su hijo Ismael, que recibirán una gran bendición.
3. Sara, la incrédula.
Agar ha dialogado con Dios y le creído (obedecido), cuando le promete descendencia, de manera que ella es la madre (matriarca) creyente de sus descendientes, que llevarán su nombre (cf. Gen 16, 10-16; 21, 18-21). Por el contrario, Sara, la envidiosa, no ha dialogado con Dios, ni ha creído, como señala de un modo dramático el pasaje de la manifestación de los tres “seres divinos” en Mambré (Gen 18, 1-15).
Por eso, en sentido estricto, sus descendientes no se llamarán hijos suyos, sino de Abraham, que es quien recibe la visita de los seres divinos (que se identifican con el mismo Yahvé, según el texto actual) y prepara una comida para agasajarles, pidiendo a Sara que amase la harina y cueza una hogaza, mientras él mata y cocina un ternero cebado (18, 6-7). Como ha de hacerse con los huéspedes más nobles, Abrahán les ofrece la comida y les sirve, bajo la encina sagrada, mientras Sara escucha tras la tienda:
Aquellos hombres le dijeron: «¿Dónde está tu mujer Sara?». Abrahán contestó: «Ahí, en la tienda». Dijo entonces aquél: «Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo.» Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus espaldas. Abraham y Sara eran viejos, entrados en años, y a Sara se le había retirado la regla de las mujeres.
Sara se rió para sus adentros y dijo: «Ahora que estoy seca, ¿sentiré el placer, y además con mi marido viejo?». Dijo Yahvé a Abraham. «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo cómo voy a parir a mis años un hijo? ¿Es que hay algo imposible para Yahvé? En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo». Sara negó: «No me he reído», y es que tuvo miedo. Pero aquél dijo: «No digas eso, que sí te has reído» (Gen 18, 9-15).
Este pasaje distingue la actitud de Abrahán, que respondió ya como creyente cuando Dios le dijo que su descendencia sería como las estrellas del cielo (¡creyó Abrahán y Yahvé se lo computó como justicia, cf. Gen 15, 6), y la de Sara que se ríe y no cree que Dios pueda darle hijos, siendo ya una anciana (18, 12). De todas formas, la diferencia entre los dos no puede extremarse, pues en el caso anterior Abrahán ha creído en el Dios que le ha dicho que tendrá una descendencia numerosa (sin distinguir si la tendrá por Sara o por Agar). Ahora, en cambio, está en juego la descendencia por medio de Sara, que es estéril y anciana.
Dios mismo se lo había prometido ya a Abrahán, y Abrahán había respondió con un tono de incredulidad (¿Sara dará a luz a los noventa años?, Gen 17, 17), pidiendo a Dios que mantuviera con vida a Ismael, hijo de Agar, (17, 18). Ciertamente, Dios le había revelado que Sara, su mujer, le concedería un hijo, al que llamaría Isaac y él, Abrahán, escuchó y calló, riéndose en su corazón, como si no creyera (17, 19-22). Además, como ya he señalado, aún después de aquella revelación y de la visita de estos tres seres divinos, Abrahán se mostrará dispuesto a dejar a Sara en manos de Abimelec, poniendo así en riesgo la promesa (cf. 20,1-18).
Sea como fuere, tanto Abrahán como Sara ponen dificultades al plan de Dios, que es el único que mantiene su fidelidad en toda esta historia. Pues bien, en ese contexto resulta más comprensible la incredulidad de Sara, que se ríe de la promesa de los seres divinos (¡en el plazo normal, Sara habrá tenido un hijo!), para mentir después y negar que se ha reído (18, 13-15). De todas maneras, dentro del texto, esa risa de Sara tiene una función “etiológica”, pues sirve para explicar el nombre de su hijo (Isaac, en Hebreo Yizhak, deriva de la raíz semítica zhk, reir).
Esa risa incrédula de Sara, que con el nacimiento de Isaac se ha transformado en risa de alegría (cf. 21,1-8), constituye un signo de la dificultad de la fe, especialmente para una mujer que piensa (¡ha de pensar!) desde sus entrañas (su útero).
La fe (o la falta de fe) de Sara se funda en la propia experiencia de su cuerpo anciano, por el que Dios le habla, en una línea que culminará, desde otra perspectiva, en la madre macabea de 2 Mac 7, cf. cap. 22). Eso significa que Dios puede realizar su plan y lo realiza a través de los caminos “torcidos” de Sara, que actúa en los dos casos (en su relación con Agar y en su respuesta a la revelación de los tres “seres divinos” de un modo realista. Sin duda, ella no es mala, pero tiene dificultad en secundar el plan de Dios, según la Biblia.
4. Una sepultura para Sara (Gen 23).
Significativamente, la historia de Sara termina con la adquisición de una tierra para su sepultura. Sara fallece después de una larga y dura vida, abierta a la fe, en medio de rechazos, desconfianzas y evidias, tras haber dado a Abrahán un heredero (Isaac), pero sin que éste haya conseguido todavía una tierra propia en el país de las promesas (Canaán). Pues bien, sólo en este contexto, tras la muerte de Sara se nos dice que Abrahán adquirió legalmente una tierra para sepultura de ella: ha tenido ya un hijo “legítimo”, ahora tendrá una tierra “legítima”; de esa forma se cumplirán las dos promesas que Dios le hizo, a través de Sara.
La narración resulta muy significativa. Abrahán acude a la asamblea legal de los hititas, dueños de la tierra (en el entorno de Hebrón), a fin de comprarles un sepulcro para su esposa difunta. Ellos responden prestándole “generosamente” sus sepulcros, pero él no acepta su ofrecimiento, pues quiere que su mujer quede enterrada en una tierra propia, en la Cueva de Macpela, propiedad de Efrón, a quien se la compra:
Abraham hizo una reverencia a los hititas, y se dirigió a Efrón, a oídas de los otros, diciendo: «A ver si nos entendemos. Te doy el precio de la finca acéptamelo y enterraré allí a mi muerta». Respondió Efrón a Abraham: «Señor mío, escúchame: Cuatrocientos siclos de plata por un terreno, ¿qué nos suponen a ti y a mí? Sepulta a tu muerta». Abraham accedió y pesó a Efrón la plata que éste había pedido a oídas de los hijos de Het. Así fue cómo la finca de Efrón en Macpela, frente a Mambré, con la cueva que hay en ella… vino a ser propiedad de Abraham (cf. Gen 23, 16-20
Ésta es la primera propiedad de los antepasados de Israel en la tierra de Canaán: un campo con una cueva sepulcral, es decir, un cementerio. Abrahán no necesita una tierra para vivir (puede seguir caminando como peregrino por ella), pero quiere una propiedad para morir y descansar en ella. Sólo ahora que ha enterrado a su esposa en una tierra propia puede afirmar que ha culminado su tarea.
El sepulcro de Macpela, donde Sara está enterrada, será el primer signo y garantía de la presencia de los israelitas en la tierra de Canaán. Mujer y tierra están según eso profundamente vinculadas.
Esta mujer ambigua... es, sin embargo, un signo de la acción de Dios... A través de ella escribe Dios su historia de fidelidad.
Ella es signo de la tierra, de una tierra de justicia que seguimos esperando.
Un amigo me dijo que no era digna de estar en el camerino de la Virgen de Guadalupe. Yo creo que está bien donde está.
