Jesús como Líder (Muy Historia. Biografías)
Anda por los kioskos de media España (no sé si por América) un número de Muy historia Dedicado a Jesús. Entre sus trabajos va uno sobre Jesús Líder, que reproduzco en las páginas que siguen, a modo de compendio de mi libro Historia de Jesús. No sólo mi libro y trabajo, sino la revista entera, dignamente maquetada y editada, será buena lectura de este tiempo de pascua cristiana y esperanza universal.
| X. Pikaza
JESÚS COMO LÍDER CARISMÁTICO
La víspera de Pascua del año 30 d.C., el gobernador P. Pilato, crucificó a Jesús Galileo, que había entrado en Jerusalén como Mesías de Israel, pensando que intentaba hacerse Rey de los Judíos (Mc 15, 26) y que era, por tanto, enemigo de Roma. Pero la intención de Jesús no era luchar contra el Imperio del César, sino anunciar y preparar la llegada del Reino de Dios, según los profetas.
Algunas semanas más tarde, sus discípulos y amigos anunciaron que Dios le había resucitado, recibiéndole en su gloria, y que le enviaría pronto para instaurar su Reino. Dos milenios después, los cristianos confiesan que era Hijo de Dios, siguen de algún modo su doctrina y esperan su venida gloriosa. No todos comparten hoy la sentencia jurídica de Pilato, ni la confesión de fe cristiana, pero cientos de millones de hombres y mujeres afirman que Jesús ha sido y es un personaje apasionante cuya vida puede y debe contarse:
Un nazoreo
Nació hacia al año 6 a.C. en Nazaret de Galilea, hijo de judíos observantes (José y María), en una familia numerosa (Mc 6, 3), de rama nazorea, cuyos miembros se creían descendientes del Rey David, destinados a restaurar la grandeza social y religiosa del pueblo judío. Pero nació pobre, sin tierras para mantener una casa (familia) y trabajó como obrero de la construcción. Así conoció y compartió por experiencia las condiciones de la gente empobrecida del entorno, en medio de una gran ruptura social, provocada por el paso de la agricultura de subsistencia a un economía comercializada al servicio de los nuevos terratenientes y de las ciudades impulsadas por los reyes herodianos, para gloria de Roma.
No sabemos si había estado casado, no hay memoria de ello, pero, en su edad madura sintió, como otros muchos, la llamada religiosa y se apartó al desierto, con un profeta penitente, llamado Juan Bautista, al oriente del Jordán, esperando la llegada del juicio, que sobrevendría de inmediato sobre este mundo malo, destruyendo a los opresores y creando una humanidad purificada. Como signo de llamada y esperanza recibió el bautismo, para compartir así la suerte de los purificados.
Pero en vez de seguir esperando con otros, cuando Herodes Antipas, rey vasallo de Galilea, decapitó al Bautista, por temor a que encabezara un posible alzamiento del pueblo, Jesús abandonó aquella zona de penitencia y se trasladó a su tierra, para anunciar y preparar directamente la llegada del Reino de Dios. Los evangelios afirman que había tenido una experiencia iniciática especial, siendo llamado por Dios para iniciar la obra de su Reino (Mc 1, 9-11). Sea como fuere, mantuvo el buen recuerdo del Bautista, pero se arriesgó por un camino nuevo, que no insistía ya en la purificación penitencial, sino en la proclamación de la Buena Nueva del Reino de Dios a los pobres.
Profeta ético
Había por entonces otros líderes, maestros y caudillos, para proclamar la Ley de Dios o preparar la llegada de su juicio, en un mundo cargado de dolores, deseos mesiánicos y proclamas proféticas. Pues bien, en ese contexto, él proclamó un mensaje de carácter ético, centrado en su opción personal y social a favor de los pobres y excluidos del pueblo. No fundó un movimiento elitista de santos (esenios de Qumrán), ni un grupo de puros observantes (fariseos), ni buscó algún tipo de para-guerrilla (como harán unos años más tarde los celotas), sino que optó por los enfermos y excluidos, hambrientos e impuros de su entorno, viéndoles como privilegiados de Dios, para trazar con y para ellos su camino mesiánico.
No fue el único líder ético de su tiempo, había otros, entre fariseos, apocalípticos y esenios, todos ellos influidos por el antiguo mensaje moral de los profetas (Elías, Isaías, Jeremías…), pero él fue quizá el más significativo, por su opción activa a favor no sólo de los pobres, sino también de los impuros religiosos, en una línea marcada por la justicia y la misericordia. Los cristianos le consideran así el gran profeta final de Israel.
Ciertamente, él retomó muchos rasgos de la antigua profecía, pero ninguno explica del todo su figura, sencilla y múltiple a la vez (sanador, guía social, maestro de doctrina, exorcista…). Así apareció entre su gente como un líder que brotaba, al mismo tiempo, de la historia profética antigua y de la nueva experiencia de pobreza extrema de su pueblo, luchando apasionadamente en contra ella, en circunstancias de gran cambio social, cultural y religioso, cuando el Imperio Romano, unificado y fortalecido por Augusto, estaba imponiendo un orden al parecer invulnerable sobre el mundo conocido.
Sanador popular
Algunos le tomaron por chamán, otros como curandero, un “medicine man”, alguien que cura y anima a los enfermos, con poderes para-normales. No es preciso que sus milagros fueran sobrenaturales en un sentido metafísico, pero fueron sin duda intensos y le dieron gran fama en el entorno, de manera que muchos le llamaron mago (en especial sus enemigos), añadiendo incluso que era peligroso, porque se oponía al orden social, dominado por una minoría naciente de ricos, y no aceptaba sin más el orden religioso de un tipo de escribas y fariseos, que empezaban a extender su propuesta desde Jerusalén a Galilea.
Los evangelios posteriores han narrado sus milagros de un modo catequético y religioso, con trazos sobrenaturales e incluso fantásticos. Pero en el fondo de ellos late una fuerte experiencia real de transformaciones humana, que han de entenderse como expresión de su intenso deseo de promover la vida, con gran libertad, sin someterse a los dictados del sistema dominante. Así vino a elevarse como sanador muy especial, que no podía ser encuadrado en ninguno de los grupos entonces existentes (fariseos, esenios, apocalípticos…).
Sus milagros le pusieron en contacto con enfermos de la comunicación (sordos, mudos, ciegos) e impedidos (cojos, mancos, paralíticos). Él y sus seguidores los tomaron no sólo como un signo de la trascendencia del hombre (en relación con Dios), sino también de su capacidad de transformación social. No fue líder de personas solitarias, sino de pequeños grupos de agricultores desarraigados, pobres y enfermos, que pensaron que era capaz de ponerles en marcha, con una más honda experiencia de vida.
Líder religioso
Es difícil valorar el impacto de su acción y su presencia en un tiempo como el nuestro, en el que sólo parece contar la economía. Ciertamente, le importó el consumo, es decir, la comida, y así la tradición le recuerda por sus “multiplicaciones”, es decir, por haber compartido la comida con los hambrientos, en una situación de pura subsistencia, donde la mayoría de los hombres y mujeres vivían angustiados por el pan de cada día (como reza su oración: el Padrenuestro).
Pero quiso ir más allá de la comida, pues sabía que no sólo de pan vive el hombre, sino también de la palabra de Dios (cf. Mt 4, 4), con quien cada uno puede dialogar, poniéndose en contacto con él, sin someterse a las normas impuestas por esenios o escribas, fariseos o sacerdotes. Por eso se alzó en contra de aquellos que tenían secuestrada la palabra de la vida. Ésa fue quizá su novedad más honda. Se supo enviado de Dios, y así quiso abrir los ojos y el corazón de publicanos y prostitutas, enfermos, tullidos y leprosos, hombres, mujeres y niños, para que supieran que eran dignos de un Dios a quien podían llamar Padre, siendo, al mismo tiempo, hermanos, compañeros, de todos los restantes hombres y mujeres.
Ése fue el punto de inflexión y riesgo mayor de su vida. Mientras no hablara en Nombre de Dios, limitándose a decir cosas hermosas a los hombres y mujeres, él podía hacer y decir lo que quisiera, como otros muchos, dejando que Dios siguiera siendo propiedad de algunos (en especial de los sacerdotes y escribas) que administraban su gestión. Pues bien, en el momento en que, siendo un simple particular, sin estudios ni grandeza de familia (un simple lego), vino a presentarse como delegado de Dios, hablando en su nombre, como su mesías en la tierra, Jesús empezó a crear grandes conflictos, porque ocupaba un terreno ya ocupado por otros, que llevaban siglos imponiendo una visión de Dios sobre el pueblo.
Animador social
Al mismo tiempo, quizá sin haberlo buscado de manera expresa, apareció rodeado de un grupo de discípulos, compañeros y amigos, que quisieron compartir su suerte. La tradición posterior (a partir de Mc 1, 16-20) insiste en que él mismo fue buscando seguidores cuando y como quiso. Pero a partir de otros detalles de los evangelios (desde Jn 1, 24-51) sabemos que fueron también los seguidores los que le buscaron, sabiendo además que entre ellos no había sólo pobres, excluidos y enfermos, sino también pescadores y gente de la calle, que habían estado quizá con Juan Bautista, y que esperaban un líder que canalizara su búsqueda de Reino.
Otros líderes tenían también sus discípulos, pero organizados de un modo escolar estable, para aprender juntos la Escritura antigua. Jesús en cambio fundó (acogió) a itinerantes, hombres y mujeres, sin facultades ni dotes más significativas, para que aprendieron a vivir con él, y para que actuaron, sobre todo, como heraldos e iniciadores del Reino de Dios, con la vida más que con doctrinas.
En esa línea, pudiéramos decir que fue un gurú, un director de conciencias, pero no como sabio intimista de meditación (en la línea de otros sabios oriente), sino como maestro y profeta itinerante de Reino. No se asentó en un lugar, aunque tenía algún tipo de casa en Cafarnaúm, junto al lago, ni siquiera en Nazaret, su pueblo, de donde le expulsaron (cf. Lc 4, 18-32) por no responder a sus pretensiones. No fundó una escuela de orientación interior, pero en el fondo de su mensaje y camino latía una fuerte experiencia de Dios como Padre de los hombres, en arameo Abba.
Hombre de Dios
Fue especialista de un Dios que es de todos, con un grupo de itinerantes que compartían comida y bienes (familia), en la Baja Galilea, junto al lago Genesaret y en el entorno, en un círculo que él ampliaba hasta las aldeas del hinterland de Tiro y Sidón, hacia el Norte (Fenicia), y hacia la zona decapolitana, allende el lago, en un espacio actualmente de Jordania y Siria.
Así, como representante de Dios, anunciaba y preparaba la llegada del Reino, una humanidad nueva, curada, pacificada, entre los pescadores del lago y los aldeanos del entorno, en especial entre los pobres y excluidos a quienes anunciaba la bienaventuranza de Dios. No se enfrentó directamente con las autoridades militares de la zona, dominada en el fondo por Roma, ni “misionó” en las capitales de Galilea (Séforis, Tiberíades…) o del entorno (Tiro y Sidón, Escitópolis, Gerasa y Gadara…), sino que intentó crear un orden mesiánico social-religioso desde los campesinos pobres del norte de la tierra de Israel, recuperando las tradiciones proféticas de Elías y Eliseo, que fueron grandes sanadores y líderes del pueblo.
Era un hombre difícil de catalogar. Por un lado parecía totalmente centrado en algo muy sobrenatural (como si sólo Dios pudiera producir el Reino), y, por otro, era muy realista y concreto, y de esa forma enseñaba a sus discípulos a vivir en grupo, a amar a Dios y al prójimo y a mantener la fidelidad en el matrimonio, en gesto de apertura hacia los enfermos y excluidos de toda sociedad
Crisis en Galilea.
Tuvo cierto éxito en algunas poblaciones campesinas, estableciendo entre ellas una red de relaciones intensas de colaboración familiar y social, de tal manera que le pudieron llamar Mesías de Galilea, y a sus discípulos “galileos mesiánicos”, pero encontró no logró ganar el apoyo de las poblaciones más significativas de la zona, como Cafarnaúm, Betsaida y Corozaían, a pesar de haber vivido en ellas (cf. Mt 11, 20-24). Por otra parte, su mensaje provocó el recelo de los líderes socio-religiosos de la zona, que pensaron que Jesús iba en contra de sus privilegios, de manera que en conjunto le rechazaron (aunque algunos, como el centurión y el archisinagogo de Cafarnaúm pudieron apoyarle).
Cuando Flavio Josefo pasó por allí tres decenios más tarde, para levantar al pueblo en armas contra Roma, no parece haber encontrado restos apreciables del movimiento de Jesús. En esa línea, en un momento dado, cuando supo que el grueso de la población de Galilea no aceptaba su propuesta y las autoridades religiosas de la zona le acusaron de ser endemoniado (un hechicero, en pacto con el Diablo: Mt 12, 24), y el mismo Herodes Antipas quiso resolver el tema condenándole a mueerte, como a Juan Bautista (cf. Lc 13, 31-35), Jesús decidió salir de Galilea y elevar su propuesta en Jerusalén, presentándose allí como Mesías de todo Israel (cf. Mc 8, 27-33).
Enfrentamiento con los sacerdotes
Los detalles de su entrada en Jerusalén quedan algo oscuros, pues los datos de los evangelios han sido reinterpretados más tarde, pero la intención de fondo es clara: Jesús subió simbólica y geográficamente a Jerusalén (que está en lo alto), rodeado de sus discípulos, para proponer su apuesta de Reino y culminar su obra. Así entró en la ciudad de forma provocadora, con un grupo de discípulos y amigos (simpatizantes), ofreciendo ostentosamente su “reino galileo” (cf. Mc 11). No vino a tomar la ciudad de un modo militar (aunque algunos discípulos y simpatizantes tuvieran ideas y prácticas cercanas a los celotas militares), pero propuso abiertamente su alternativa, jugando su vida en el intento, como “mesías”, mensajero de Dios para todo Israel.
Su gesto no chocaba directamente contra Roma, sino contra un tipo de visiónn y práctica religiosa del templo judío, donde Jesús realizó un gesto de destrucción. Los adversarios a vencer (a cambiar) no eran los romanos (como dirán más tarde los celotas), sino los sacerdotes de Jerusalén, que habían secuestrado a Dios, y que tenían al conjunto del pueblo sometido a su dictado religioso, movido en el fondo por intereses económicos. De esa forma, cuando los galileos que venían con él le aclamaron al entrar en la ciudad (cf. Mc 11, 1-11), los habitantes de Jerusalén reaccionaron de un modo normal y comprensible, recibiéndole con curiosidad y gran recelo.
Jerusalén era ciudad de templo. y sus habitantes (de treinta a cuarenta mil) vivían del santuario y de los peregrinos (muy numerosos por las fiestas). Pues bien, al enfrentarse con la estructura sacral del templo (cf. Mc 11, 15-19), Jesús ponía en riesgo la vida económico-social de la ciudad, en la que evidentemente no fue bien recibido (Mt 23, 37). Jerusalén, ciudad de templo, no podía recibir bien a un mesías galileo como Jesús (con su estilo de vida, su nueva comunidad propia y su oposición al culto). Por eso fue rechazado por los sacerdotes que le entregaron al poder de Roma o que, por lo menos, facilitaron su condena, sin oposición del pueblo, como saben no sólo los evangelios, sino el historiador F. Josefo. Los galileos le habían aclamado al entrar en la ciudad, pero los jerosolimitanos (sacerdotes y ancianos, la oligarquía económico-social del templo) le rechazaron.
Un problema político.
Jesús no se enfrentó directamente con Roma, como los celotas (66 al 70 d.C.), sino con el poder religioso de Jerusalén, que se hallaba muy unido a Roma, pues todo lo que ponía en riesgo la estabilidad de su templo iba en contra de la paz político/militar del Imperio (la pax romana). El gobernador P. Pilato, que se hallaba en Jerusalén esos días (para mantener la paz en las fiestas de Pascua), tuvo que intervenir y lo hizo con ayuda y acuerdo de los sacerdotes (a quienes les convenía liberarse del profeta galileo).
Jesús no sólo supo ver la situación, sino que, de algún modo, la forzó, quedándose en Jerusalén, dispuesto a morir por el Reino de Dios, en vez de escapar. Los evangelios aseguran que, presintiendo su condena, se despidió de sus discípulos (última cena), prometiéndoles el triunfo final y brindando con ellos: ¡La próxima copa en el Reino! (cf. Mc 14, 25). Quizá esperó hasta el último momento que Dios interviniera y le librara de la muerte, en el Huerto del Monte de los Olivos, por donde se decía, según Zac 14, 4-5, que el mismo Dios vendría para instaurar el Reino.
Pero Dios no vino de esa forma, y Jesús fue ejecutado, como rebelde contra Roma. No sabemos si tuvo un juicio regular según la ley romana (como suponen los evangelios actuales) o si fue condenado y ajusticiado sin más. Sea como fuere, murió en la cruz, en vísperas de pascua, y fue enterrado pronto, pues los cadáveres no podían contaminar el aire en un día puro de fiesta.
La historia empezó entonces
Fácil es matar, difícil es acallar y ocultar a un muerto como Jesús, con amigos y simpatizantes, discípulos y seguidores que le habían acompañado, esperando (preparando) el Reino. Hay ciertos detalles difíciles de precisar, pero el caso parecía claro: Sacerdotes y soldados, con escribas y ancianos del pueblo, pensaron que el caso había terminado. Jesús había sido un pretendiente mesiánico fracasado, un rebelde muerto, como otros miles, pero algunos siguieron creyendo en él, como dice F. Josefo: Muchos de aquellos que le habían amado, le siguieron amando tras su muerte, y la tribu o movimiento de Jesús se mantuvo y crece hasta el día de hoy (cf. Ant 18, 63-64). En esa línea, muchos discípulos y amigos suyos tuvieron la certeza de que él había resucitado y se les había “aparecido” (1 Co 15).
Esas apariciones, transmitidas de formas convergentes por los evangelios, no forman parte de la historia de Jesús, sino de la historia de su grupo (de su Iglesia), pero han tenido y tienen gran poder de convocatoria, y millones de cristianos siguen creyendo que fueron y son verdaderas. Otros, en cambio, responden que fueron sido ilusiones psicológicas o construcciones religiosas (quizá bien intencionadas). Estamos por tanto ante un tema de fe, de manera que la divinidad de Jesús no puede probarse de un modo científico. Más allá de la ciencia hay muchas cosas, y entre ellas se encuentra la identidad de Jesús, líder carismático del Reino de Dios, crucificado en Jerusalén por P. Pilato, la víspera de Pascua del 30 d.C.
Otros líderes judíos
Maestro de Justicia (150‒100 a.C.). Fundador o representante principal de los esenios, en la línea de Qumrán. Era rigorista en su aplicación de la ley, apocalíptico en su visión de la historia, y se opuso a los sacerdotes helenizados de Jerusalén. Como Jesús, él esperaba una intervención fuerte de Dios, que renovaría el orden religioso de Israel y la estructura política y social de su territorio. Pero Jesús no era rigorista, ni quería separarse del pueblo impuro, y aunque se oponía a los sacerdotes dominantes de Jerusalén no lo hacía para sustituirles por otros más puros, sino para crear un orden religioso distinto.
Judas Galileo. Actuó en torno al 6 d.C., cuando fue depuesto el rey Arquelao, y los judíos empezaron a pagar impuestos directos a Roma. Venía de Galilea, como Jesús, y actuó en Jerusalén, insistiendo en la soberanía absoluta de Dios, de manera que, a su juicio, los creyentes no debían someterse al emperador de Roma ni pagarle tributos. Fue maestro religioso-político, y F. Josefo le presenta como fundador de la “filosofía” de los celotas (Ant 18, 23). También le cita el libro de los Hechos 5,37, comparándole a Jesús. Posiblemente propuso una resistencia pasiva (no una rebelión estricta) contra Roma, y su propuesta se parece a la cristiana, pero no fundó un movimiento ético-religioso permanente (ni fue considerado mesías por su resurrección).
Hilel el Viejo. Fue un gran intérprete de la Ley, algo anterior a Jesús (entre el 30 a.C. y el 10 d.C.). No era partidario de la guerra, como los celotas, ni de la separación radical, como muchos esenios, sino impulsor de un judaísmo de pureza familiar y social, que pudiera vivirse en las familias y en las sinagogas, más que en el servicio del templo. Se le considera el maestro principal del fariseísmo, e inspirador de la Misná judía, donde se conservan varios de sus dichos, entre otros uno atribuido también a Jesús: “No hagas a otro aquello que no quisieras que otro hiciera contigo. Ésta es toda la Ley, el resto es comentario” (Talmud B., Schebiit 31a; Mt 22, 39-40). Lógicamente, muchos judíos modernos valoran a Hilel sobre Jesús, por la importancia de su doctrina para el judaísmo nacional.
¿Quién dicen que es Jesús?
Un hombre de museo. La pregunta fue planteaba ya Jesús por (Mc 8, 27), pero hoy son muchos los que se desinteresan de ella. Pueden incluso afirmar que fue un hombre bueno, pero su trascendencia (su tiempo) ha terminado. Quizá se le pueda llevar a un museo, pues tenía doctrinas bonitas y además le mataron de forma cruel (¡una pena!). Pero no resolvió ni resuelve los problemas del mundo.
Una herencia peligrosa. Algunos le tomaron como un endemoniado peligroso, que curaba a unos pocos ilusos, pero creando problemas mayores, pues rompía el orden religioso de la sociedad establecida (Mc 3, 22). Pudo ser pacifista, pero su gesto resultaba peligroso, pues deja el mundo en manos de malvados; y además muchos seguidores de Jesús, hombres de Iglesia, han sido intolerantes, creando imperios religiosos y guerras religiosas, hasta el día de hoy, con inquisiciones y torturas de conciencia.
Era y es Hijo de Dios... Algunos afirman con Pedro que es el Mesías (Mc 8, 29), y que sus seguidores pueden y deben seguir esperando y construyendo su Reino. Ciertamente, no todos interpretan ese Reino de igual manera (como supone Mc 8, 31-33), pero unos y otros afirman que la Iglesia deriva del mensaje y movimiento de Jesús, de su muerte y resurrección, aportando un germen de vida muy positiva en el mundo.
Para seguir leyendo
La mejor lectura son los evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), que no son crónicas de historia, sino libros de confesión creyente, con elementos históricamente fiables, que han sido analizados con toda precisión por los crítico modernos, en línea literaria, histórica y religiosa. Conservamos además algunos testimonio de historiadores judíos (F. Josefo) y romanos (Tácito, Suetonio) que ayudan a situar la figura de Jesús, con evangelios apócrifos, importantes en un plano religioso, pero históricamente menos fiables.
He ofrecido una visión de conjunto del tema en La historia de Jesús, Estella 2014. Entre las obras modernas, cf. además: J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Barcelona 1994; J. Dunn, Jesús recordado, Estella 2009; J. P. Meier, Un judío marginal I-IV, Estella 1998-2010; E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Madrid 2004; G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Salamanca 1999; S. Vidal, Los tres proyectos de Jesús, Salamanca 2003.