(Pablo 19) Ni Cristo es cabeza, todos son cuerpo y ministros de Cristo (1 Cor 12)

Los cristianos forman el cuerpo de Cristo, es decir, son el mismo Cristo/Mesías, corporalizado, en una comunidad donde cada miembro vive al servicio de los otros. Significativamente, en este pasaje central del pensamiento de Pablo (en contra de lo que dirá un discípulo suyo en Col 1, 18 y Ef 5, 23 al afirmar que Cristo es cabeza de la Iglesia), en la Iglesia de Jesús no hay una “cabeza”, no hay nadie que sea superior a nadie, ni Cristo. Eso significa que todos son cuerpo (y Cristo cuerpo de todos), sin que nadie se eleve sobre nadie, siendo cabeza de los otros, ni Papa ni Emperador, como se decía en la Edad Media… Un cuerpo sin cabeza especial, porque todos son cabeza.

No cabe aquí el refrán de Castilla “oh qué vasallo si hubiese buen Señor”, pues en el Cuerpo que es Cristo no hay vasallos ni señores, pero hay “ministerios” distintos, una flor de ministerios y tareas. Es apasionante volver a leer 1 Cor 12. En la Iglesia hay lugar para todos; la Iglesia son (somos) todos, un milagro de fraternidad, de amor redondo, una mesa, un camino... Gracias, Pablo, por decirnos esto (aunque haya algunos/as que digan que no dices todo, que no dejas lugar activo para las mujeres.


1 Cor 12. División del texto:


El texto se puede dividir en tres partes, que no voy a citar, pero que debo presentar de un modo general:

a. 1Cor 12, 1-11. Presentación, los diversos ministerios. Le han preguntado por el 'orden' de la iglesia; Pablo responde presentando sus diversas tareas, a la luz del misterio de Dios y de su Espíritu.

b. 1Cor 12, 12-26, Cristo es Cuerpo. Los diversos ministerios o tareas forman parte de una 'corporalidad' eclesial, que se identifica con el mismo Cristo, que aquí no aparece como 'cabeza' (en contra de Ef 5,23), sin como iglesia entera, es decir, como todo el cuerpo. Esto significa que no se puede hablar de unos representantes especiales de Cristo en plano de administración, pues Cristo está presente en todos los creyentes y, de un modo particular, en los que parecen menos importantes u honrados.

c'. 1Cor 12, 27-30. Conclusión, las tareas eclesiales. Pablo ha distinguido ya los diferentes ministerios (a). Ahora vuelve a hacerlo, desde la nueva perspectiva que le ofrece la imagen del 'cuerpo' eclesial. En ese contexto presenta otra vez las tareas de la iglesia, en perspectiva de organización, distinguiendo básicamente entre ministerio de la palabra y del servicio mutua, para fijarse después en el don del lenguas, que con la profecía estará en el centro del 1Cor 14.

Resumen y conclusión: 1 Cor 12, 27-31

No he podido comentar aquí el texto entero, por eso me limito a su parte final, que es un resumen de todo lo anterior, para comentarlo luego, con cierta extensión. Quien no desee más, puede quedar aquí:

(Tema) Vosotros sois el Cuerpo del Cristo y cada uno un miembro del Cuerpo.

(1. Ministerios de la Palabra)A unos los ha designado Dios en la iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros;

(2. Ministerios de la acción más social) luego, poderes; después, don de curaciones, acogidas, direcciones,

(3. Glosolalia) diversas lenguas.

(4. Pregunta retórica)¿Acaso son todos apóstoles? ¿todos profetas? ¿todos maestros? ¿todos poderes? ¿todos tienen carisma de sanación?¿hablan todos lenguas o interpretan?

(5. Conclusión). Buscad pues los carismas superiores (1 Cor 12, 27-30).

Introducción a 1 Cor 12, 27-31.


Cada iglesia es para Pablo un cuerpo mesiánico donde se complementan y concurren diversos ministerios (de la palabra y del servicio mutuo). Sin duda, vienen de Dios, son signo y obra de su Espíritu, pero pueden y deben entenderse, sobre todo, como signo de la corporalidad del Cristo, es decir, de la encarnación mesiánica. Aquí no se habla de un cuerpo cualquiera, de tipo moral o social, de los que hablaban los moralistas del tiempo (sobre todo los estoicos), sino, de un modo especial, de la corporalidad mesiánica, que expresa y expande el principio cristiano básico de la encarnación de la Palabra de Dios (lo que Jn 1, 14 ha dicho en otro contexto).

Da la impresión de que los carismáticos de Corinto (partidarios del don de lenguas) han querido eludir o superar esa corporalidad, definiendo el evangelio como experiencia puramente espiritual de elevación interior, como descubrimiento y despliegue de los valores que desbordan el plano de la carne. Pues bien, en contra de eso, Pablo afirma que los 'dones espirituales' no valen en sí mismos (ontológicamente), como expresión de honor o poder personal, ni como signo de superación del cuerpo, sino como medio para fortalecer la unidad y vida del cuerpo mesiánico.


Pablo entiende los dones del Espíritu desde el conjunto de la iglesia y por eso critica a quienes se vuelven superiores, porque piensan que sus ministerios son más altos (espirituales, extáticos) que los ministerios o tareas de los otros. El judaísmo había sido y era un cuerpo social y nacional, con ley propia, bien determinada. También el imperio romano se creía cuerpo militar y administrativo, fundado en la divinidad. Pues bien, Pablo presenta a la iglesia como cuerpo mesiánico, al servicio de la vida y gozo del Espíritu. Este es el milagro cristiano: el surgimiento de una comunidad concreta, que se funda y expresa en la unidad de los servicios mutuos, en amor que se expresa a través los que llamamos ministerios de la palabra y del servicio mutuo, que iremos comentando, según las divisiones que hemos introducido al traducir el texto:

1. Ministerios de la Palabra.

El amor eclesial se funda y expresa, ante todo, en la comunicación personal, que se arraiga en Dios y se encarna en la historia, a modo de palabra ofrecida y compartida (cf. Jn 1, 14). Pablo podría asumir la sentencia clave de Jn 15, 15: "No os llamo siervos, sino amigos; porque el siervo no sabe lo que piensa su señor; yo, en cambio, os he comunicado todo lo que he recibido de mi Padre". La palabra es comunicación de Dios y al servicio de ella se encuentran los tres primeros ministerios de la comunidad: apóstoles, profetas y maestros:

-- Apóstoles. Los primeros en la iglesia son los apóstoles, avalados y enviados por Jesús (eso significa apóstol) para fundar comunidades a través de la palabra del testimonio y anuncio (cf. 1Cor 9,1ss; 15, 7). Ciertamente, pueden ser delegados o enviados de una iglesia, pero su autoridad básica la han recibido del Señor pascual, no de una Ley, de un Orden social o de un Conocimiento (en plano político o filosófico). Son portadores de una palabra que se hace amor, de una experiencia de Jesús resucitado, que ellos se sienten llamados a compartir, simplemente porque todo lo que Cristo les ha dado deben compartirlo, de manera que ellos mismos se vuelven palabra de amor.

-- Segundos y terceros son los profetas y maestros, es decir, de aquellos que ofrecen el testimonio de Jesús, traduciendo su presencia en forma de principio de transformación humana (profetas); ellos enseñan el camino del evangelio, abriendo un horizonte nuevo de vida a los creyentes (maestros). Ciertamente, se distinguen: los profetas son más carismáticos y testimoniales; los maestros están más vinculados a la enseñanza... Pero de hecho se unen y es difícil separarlos. Unos y otros son portadores de la palabra de Jesús, principio y clave de amor, dentro de una iglesia formada o creada a partir de los apóstoles.

La palabra es principio de comunicación mesiánica, es la expresión más alta del amor que podemos definir como transparencia personal. En el plano de la Ley dominaba el secreto, de tal forma que las cosas eran como eran, sin necesidad de que los superiores las justificaran o los inferiores las entendieran. Tampoco en el plano político de Roma importaba la palabra sino el Orden del conjunto. Por el contrario, la Iglesia de Jesús está fundada en la Palabra, es decir, en la comunicación y transparencia que brotan de la pascua.

No existe autoridad sobre ella; de forma Pablo no puede apelar a una ley previa, ni a valores nacionales o imperiales, ni a la racionalidad de la administración social, ni la eficacia económica. Sólo la Palabra que brota de la contemplación pascual de Jesús (apostolado), del testimonio de vida (profecía) o del proceso de maduración mesiánica (enseñanza) de los fieles, que se comunican entre sí es autoridad cristiana,.

En este contexto se entiende la experiencia clave de las tentaciones de Jesús, según Mateo 4 y Lucas 4. Ellas suponen que el Diablo puede conceder pan material, e imponer orden social (poder político), y hacer milagros, pero no puede ofrecer auténtica Palabra, es decir, comunicación personal, que es lo que más importa, pues 'el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). El sistema actual es capaz de 'echar' comida a los pobres, quizá desde aviones, en medio de la guerra, para alimentarlas así, como a los cerdos; también es capaz de imponer el orden por la fuerza de sus guerras. Pero no puede dar la palabra, porque en el momento en que la ofrezca y conceda deja de ser 'sistema', se vuelve comunión de personas en libertad. Recordemos esto cuando hablemos de 1Cor 13, pues el amor aparecerá a ser también comunicación en la palabra.

2. Ministerios de la acción más social.

Los diversos servicios que presenta el texto van en la línea del pan compartido y traducen la transparencia de la palabra (que viene de Cristo, siendo de todos) en forma de comunicación social, es decir, de encarnación comunitaria. Pablo no los ordena ya (no dice el 4º, el 5º, el 6º...), quizá porque el orden resulta menos claro. Sin embargo, ellos eran (y son) fundamentales y expresan lo que ha sido el tema básico del capítulo anterior de la carta, dedicado básicamente a la 'Cena del Señor' (cf. 1Cor 12, 17-34), interpretada como experiencia de encuentro entre los fieles. Pablo sabe que la verdad del evangelio consiste en 'comer juntos', superando en la mesa de Jesús, las divisiones de judíos y gentiles, de ricos y pobres (cf. Gal 2, 5.14). Ni Roma, ni Israel, ni Grecia eran capaces de ofrecer a todos los humanos una mesa de fraternidad. Jesús lo ha hecho, la iglesia lo celebra. Desde este fondo se entienden los servicios que siguen:

-- Servicios de trasformación humana: poderes, don de curaciones. Expresan la fuerza de amor, que brota de la palabra, superando el nivel de la racionalidad normal (que sólo indica lo que existe), para crear desde Jesús (conforme al ejemplo de su vida y a la experiencia de su pascua) un potencial de renovación humana. En este contexto se entienden los poderes (dynameis), vinculados a la gracia que perdona (justificación) y las sanaciones, que expresan la capacidad de curar y acoger a los expulsados, conforme al mensaje y acción de Jesús, exorcista poderoso. La misma palabra se vuelve así 'milagro', principio de transformación en amor.

-- De organización: acogidas, direcciones. Parecen más humildes, pues no exigen dones milagrosos que derivan del testimonio personal de los ministros, sino madurez humana y capacidad de ordenación comunitaria. Los dos términos (antilêpseis, kyberneseis) significan en el fondo lo mismo y aluden a quienes acogen y encauzan (=pilotan) al resto de los fieles de la iglesia, de manera que la misma palabra de amor venga a mostrarse como principio de estructuración social, en libertad. El amor de la iglesia se expresa, por tanto, a manera de acogida. Ella es casa preparada para recibir a los que están sin casa, a los que vienen. Ella es barco que debe ser bien guiado, como sabe la tradición sinóptica, cuando la compara con la barca de Pedro y de los Doce, en medio de la gran tormenta del mar de Galilea (cf. Mc 4, 35-41; 6, 45-42par).


3. Experiencia extática: don de lenguas.

Al fin pone Pablo el carisma que más le preocupa, por los problemas que ha causado en la comunidad: el desbordamiento extático o superación del estado normal de conciencia (glosolalia). En su relato de Pentecostés, Lucas entenderá este fenómeno como carisma primero del Espíritu Santo (Hech 2). Por su parte, Pablo lo admite y valora, no sólo por fidelidad al pasado, sino por experiencia propia: se siente y sabe más carismático que nadie (1 Cor 14, 18); pero le preocupa el hecho de que se pueda hipertrofiar, convirtiendo la iglesia en un grupo de entusiastas sin más meta ni riqueza que el despliegue de sus capacidades extáticas, olvidándose del amor.

Pablo supone que los ministerios de organización derivan de la palabra y deben entenderse a partir de ella, distinguiendo los milagrosos (como los exorcismos y curaciones de Jesús), los organizativos (de acogida y dirección) y los extáticos (glosolalia) Es sorprendente que Pablo haya situado la glosolalia al final de la lista (aunque después le dedique una atención especial: 1Cor 14, como indicaremos). A su juicio, la iglesia, que brota de la palabra, no puede convertirse en un grupo de puros entusiastas, pues ella es ante todo comunión de amor. Del entusiasmo de los extáticos (con el don de lenguas) hablaré al comentar 1 Cor 14, donde Pablo expone más extensamente el tema, después de haber hablado del amor (en 1 Cor 13).


4. Preguntas retóricas y silencios


Desde aquí eleva Pablo las preguntas retóricas finales, que sirven de confirmación del tema: "¿acaso son todos apóstoles, todos profetas...?". Ellas no se limitan a repetir lo antes dicho, sino que lo matizan, por lo que dicen y callan. Así citan los ministerios anteriores (de palabra, milagro y carisma), pero añaden la interpretación, que volverá en 1Cor 14, 13-19: la experiencia extática vale (sirve a la comunidad) en la medida en que unos hermeneutas la apliquen y actualicen; la iglesia es una institución de amor, donde los diversos dones sólo tienen sentido en la manera sirven para bien del conjunto.

Son quizá más significativos los ministerios silenciados: Pablo deja a un lado la organización (acogidas, direcciones) y el orden litúrgico-sacral, menos importantes. Los que son importantes de verdad son los creyentes como tales. Cada cristiano es para Pablo 'todo' por su dignidad, como presencia del resucitado. Pero, al mismo tiempo, forma parte de un 'cuerpo mesiánico', de manera que sólo puede hallarse a sí mismo y descubrir su gracia descubriendo la gracia de los otros. Esta es la experiencia clave: los otros no están fuera de mí, de manera que no puedo ni debo salir de mi interior para encontrarlos, sino que forman parte de mi propia dignidad cristiana. Sus carismas y sus dones son míos, es decir, son para mí, y en ellos me encuentro a mí mismo. Entendida así, la 'limitación' de cada uno es buena, pues me permite hallar en otro lo que busco y necesito.

Este silencio administrativo y litúrgico de Pablo sería inexplicable en una iglesia posterior, que acentúa los ministerios jerárquicos de dirección y presidencia sagrada: obispo y presbíteros serán ministros de la eucaristía. Sin duda, la celebración es importante y aparece en este contexto (1 Cor 11, 23-33), pero no exige aquí un ministerio distinto: no se necesitan personas especiales para presidirla, pues la misma comunidad reunida puede y debe hacerlo

Es bueno que seamos distintos, que los dones se encuentren repartidos, de manera gratuita, entre grupos y personas, para así regalarnos la vida y enriquecernos mutuamente, encontrando en los otros aquello que nos falta. Esta es la experiencia base de la analogía con el cuerpo mesiánico (1Cor 12, 12-26), donde Pablo ha invertido los presupuestos normales de la vida social del sistema: dentro del cuerpo, tienen una importancia especial aquellos miembros que parecen menos honrosos (por ejemplo, las partes sexuales). De manera semejante, la iglesia ha de cuidar y honrar en especial a los que parecen rechazados y excluidos (pobres, huérfanos, viudas y extranjeros, conforme a la terminología clásica de la tradición israelita: cf. Ex 22, 20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22). De esta forma asume Pablo la experiencia clave de Jesús, que quiso que en la iglesia los últimos del mundo fueran los primeros (cf. Mc 9, 33-37; 10, 13-16).

No sería positiva una iglesia en la que cada uno fuera autosuficiente, poseyendo en sí todos los dones, pues se encerraría en sí mismo, volviéndose egoísta. Hay una limitación negativa, que nos lleva a la envidia mimética, es decir, a querer apoderarnos de aquello que tienen los otros, pues les consideramos como enemigos o competidores. Esta es la que hallamos en la mayor parte de los conflictos sociales (desde los pequeños celos, hasta las guerras más duras), conforme a un mecanismo que ha sido analizado muchas veces, desde Hegel (teoría del amo y el esclavo) hasta R. Girard (violencia mimética). Pues bien, en contra de eso, Pablo ha elevado el principio de la diversidad y diferencia como fuente de amor, siempre que sepamos admitir y valorar a los más pobres. Del amor, como único ministerio, hablaremos mañana.
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