Shalom alekem, eirênê hymin: la paz con vosotros
Con estas palabras (en griego eirênê hymin) despidió Jesús a sus amigos según el evangelio de este domingo 22.6.22 (cf. Jn 14, 27). Éstas son las palabras del saludo hebreo del AT y del judaísmo actual, que cristianos y musulmanes (shalam aleikum) repetimos en encuentros y despedidas.
Esta postal expone su sentido, conforme al Diccionario de las 3 Religiones,que lleva en la portada los tres signos de la paz: estrella judía, cruz cristiana,media luna del islam. Buen domingo de paz a todos.
La imagen 1 recoge un grafitto de Bansky, en el "muro" de Belén, tierra de Jesús, con la niña que "cachea" y desarma al guerrero. El tema de fondo está en Isaías 11, 6, del mismo contexto de Belén, cuando promete que habitarán juntos lobo y cordero (oso, león: ejércitos desarmados del mundo, con Rusia, Ucrania, USA, China y EU) y que uni niño/niña los pastoreará (imagen 2).
La imagen 1 recoge un grafitto de Bansky, en el "muro" de Belén, tierra de Jesús, con la niña que "cachea" y desarma al guerrero. El tema de fondo está en Isaías 11, 6, del mismo contexto de Belén, cuando promete que habitarán juntos lobo y cordero (oso, león: ejércitos desarmados del mundo, con Rusia, Ucrania, USA, China y EU) y que uni niño/niña los pastoreará (imagen 2).
| X.Pikaza
Judaísmo
Principios. Paz (shalom) es una de las palabras y experiencias centrales del judaísmo. El hombre se halla en guerra, dominado por diversos tipos de violencia, en un proceso que puede llevar a la destrucción total de la vida humana, es decir, a la muerte que anuncia Gen 2, 27 (para el día en que los hombres quieran hacerse dueños del bien y del mal), a la muerte que propone el gran texto del pacto: hoy pongo ante ti bien y mal, vida y muerte (cf. Dt 30, 15).
Pues bien, en ese contexto, la experiencia de Israel, su religión, viene a mostrarse como una llamada y camino de paz, que se dirige hacia la vida.
La religión no es una experiencia interior (de pura quietud del alma), sino que, siendo luz del alma, puede y debe ser paz del hombre entero, reconciliación final entre los pueblos, como ha puesto de relieve el mensaje fundamental de los profetas, desde Is 9, 6 (¡Príncipe de la paz!) hasta Is 66, 12 (¡yo extiendo sobre ella la paz como un río…!). Esa paz se expresa y despliega en diversos niveles.
Es una paz histórica, vinculada a la presencia del Dios soberano que “truena y cabalga” sobre las nubes de la tormenta, conforme a la palabra solemne deSal 29: desde el alto cielo, sentado sobre el trono, al final del huracán, Dios extiende su mano y bendice a su pueblo con la paz (cf. Sal 29, 11).
Esta es la paz mesiánica de Isaías 11 (y de otros grandes sabios y profetas), paz de los hombres entre sí, de los hombres con los animales, de los animales con el mundo... Es la paz de los niños que nacen y crecen para jugar, para esperar y compartir unidos el idilio de la tierra nueva. Ésta es la paz del reino mesiánico, cuya venida se espera y se canta en el templo:
«Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud. Los montes producirán paz para el pueblo; y las colinas, justicia. Juzgará a los pobres del pueblo; salvará a los hijos del necesitado y quebrantará al opresor. Durará con el sol y la luna, generación tras generación… En sus días florecerá el justo; habrá abundancia de paz, hasta que no haya más luna» (Sal 77, 1-7; cf. 86, 8-10).
Ésta es la paz de una vida que puede extenderse gozosa, abundante, por toda la tierra, desde el centro de Jerusalén.
Es una paz vinculada al mismo orden del cosmos. Arco iris. Los textos apocalípticos empezaban a propagar la idea de que el mismo cosmos se hallaba pervertido, de que había una lucha superior de astros contra astros, de satanes contra arcángeles (como pone de relieve la literatura del ciclo de Henoc). Pues bien, en ese contexto, después de haber destacado el riesgo del pecado y desmesura, que puede llevarnos al diluvio, el autor bíblico ha querido poner de relieve el fundamento de paz de este mundo que se expresa, por encima del diluvio, en el arco iris:
«No volveré jamás a maldecir la tierra por causa del hombre… Tampoco volveré a destruir todo ser viviente… Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche» (Gen 8, 21-22).
«Ésta será la señal del pacto que establezco entre yo y vosotros…: Yo pongo mi arco en las nubes como señal del pacto que hago entre yo y la tierra. Y sucederá que cuando yo haga aparecer nubes sobre la tierra, entonces el arco se dejará ver en las nubes...» (Gen 9, 12-14).
Éste es el pacto de la paz del arco iris, expresada en la estabilidad básica del mundo, al servicio del hombre
Ésta es una paz social y religiosa y, en ese sentido, el mismo templo, con todos sus sacrificios, está al servicio de la paz entre los hombres, como han puesto de relieve los textos de la dedicación, de 1 Rey 8. Una parte considerable de los sacrificios del templo estaban al servicio de la paz, de una paz que se consigue a través de la violencia sagrada (cf. Ex 24, 5; Lev 9, 18; Dt 27, 2); por eso se llamaban sacrificios pacíficos o de la paz (shelamim), que vinculaban a los oferentes entre sí y con Dios y servían para ratificar las alianza de paz.
La paz exige un sacrificio, una renuncia, una nueva creación... Tenemos que hacernos niños de nuevo, como quería Jesús, para reiniciar el camino de la paz.
Pero más importante y duradera que la paz de los sacrificios cruentos es aquella que constituye el tema y centro de la oración sacerdotal de Israel, convertida luego en oración universal: «El Señor te bendiga y te guarde. El Señor resplandezca su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti. El Señor levante hacia ti su rostro y te conceda la paz» (Num 6, 24-26).
Ésta es una paz mesiánica, vinculada a la ciudad de Jerusalén. Es la paz del mensajero de Dios (evangelista) que llega a su ciudad, para anunciar la concordia. Es la paz de los que vienen a Sión, para aprender el oficio de la concordia, destruyendo sus armas, haciendo de las espadas arados y de las lanzas podaderas, conforme a la visión y esperanza final de Is 2, 2-4. En el fondo, el mesianismo israelita se identifica con la paz, entendida como plenitud y justicia, como reconciliación y alabanza. Por eso se dice ante el Mesías, portador de paz:
«Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí, tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asna. Destruiré los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, y él hablará de paz a las naciones. Su dominio será de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra». Éste es el rey de la paz mesiánica que Jerusalén ha esperado, como sabía Jesús de Nazaret, cuando subió de esa manera a la ciudad, aunque (evidentemente) no todos los judíos hayan aceptado su signo ni todos los cristianos lo hayan seguido (Zac 9, 9-10; cf. Mt 21, 4-7).
Reflexión sistemática. El judaísmo en su conjunto ha reflexionado de una forma intensa sobre la paz, entendida en especial como una experiencia mesiánica. Muchos judíos han vivido en situación de guerra (antisemitismo), perseguidos por imperios y estados enemigos. Por eso, ellos sido especialmente sensibles al tema. En esa línea queremos destacar la aportación de dos pensadores muy significativos, que pueden tomarse como ejemplo de los diversos tipos de reflexión judía sobre la paz. Así la presentan y definen dos grandes pensadores judíos del siglo XX: Levinas y H. Arendt.
Lévinas(1906-1995). La paz exige que rompamos con el “todo sagrado”. Al comienzo de su libro Totalidad e infinito (Sígueme, Salamanca 1999, 47), Lévinas afirma que la historia ha sido en su conjunto una lucha sobre el Todo, en línea de disputa o guerra y que ella ha excluido y rechazado a los “distintos”, es decir, a los “huérfanos, viudas y extranjeros”, incapaces de defenderse según ley, en la batalla de la vida. Eso significa que la guerra, que muchos (de Heráclito a Heidegger) han cantado como condición del hombre y temple de virtudes, constituye una (la) perversión suprema:
«El estado de guerra suspende la moral; despoja a las instituciones y obligaciones eternas de su eternidad y, por lo tanto, anula, en lo provisorio, los imperativos incondicionales. Proyecta su sombra por anticipado sobre los actos de los hombres. La guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra –la política– se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón».
La guerra nos sitúa así en aquel momento en que la lucha desorganizada de todos contra todos se convierte en organización violenta de algunos para imponerse a los demás y derrotarles, conforme a la “razón” del sacrificio y de la esclavitud. Ella es una expresión y consecuencia de la violencia ontológica, que identifica el ser con el poder y la razón con el pensamiento triunfante.
Lógicamente, para superar la guerra hay que salir de su círculo ontológico (donde domina una ley de contrarios) y colocarse a la luz del Infinito (que es gratuidad creadora), para descubrir su presencia en el rostro de aquellos que nunca vencerán, porque no pueden ni siquiera hacer la guerra, pues no tienen medios militares, legales o sociales.
Sólo ellos, los expulsados del sistema, puro rostro suplicante, en impotencia suma, nos permiten superar la guerra, descubrir al Infinito, pues son testigos del milagro de la vida y pueden despertar en el resto de los hombres una respuesta y actitud humana (no violenta) de misericordia y reconciliación. Sólo ellos, sin más argumento que su rostro sufriente-impotente, pueden elevarse contra el totalitarismo de los seguidores de la “Diosa Razón”, que triunfa expulsando a los distintos, disidentes e inútiles. Frente al enemigo fuerte se puede apelar a la razón de la guerra; frente al otro “impotente” no hay más respuesta humana que la no violencia misericordiosa.
Arendt(1906-1975).Las condiciones de la paz mesiánica. Situándose de algún modo en la línea de Levinas, esta gran antropóloga ha mostrado que la paz sólo es posible donde se destaca el valor del perdón, el cumplimiento de las promesas y el carácter natal del ser humano.
(1) Perdón. Sólo el perdón rompe la “lógica” de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y libera al hombre del automatismo de la violencia, permitiendo que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se transforma. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gracia creadora y supera el pasado y abre un comienzo allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder
(2) Promesa. La paz sólo es posible allí donde los hombres se “prometen” paz, en un ámbito de alianza. La paz no es un hecho, ni una necesidad, pero puede surgir allí donde los hombres la quieren y prometen, comprometiéndose por ella, en actitud de alianza.
(3) Nuevo nacimiento. La promesa de la paz sólo es posible allí donde los hombres no se encuentran atados al pasado (que ha sido pasado de violencia), sino que pueden y quieren nacer de una forma distinta. «Sin la articulación de la natalidad estaríamos condenados a girar para siempre en el repetido ciclo del llegar a ser, sin la facultad para deshacer lo que hemos hechos y controlar parcialmente los procesos que hemos desencadenado» (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993,265). Sobre esa base, puedo evocar algunos momentos o rasgos esenciales de la paz según el judaísmo.
(1) La paz sólo puede venir del Infinito (es decir, de un Dios de gracia). No es un producto del Todo, no se identifica con el orden del Sistema, porque en ese caso seguiría vinculada a las leyes del talión, donde cada parte se somete al Todo. Pero Dios no es un Todo a cuyo servicio han de ponerse los hombres y mujeres, como si fueran subordinados suyos, sino el Infinito. De manera consecuente, la paz nunca se impone, porque ella es esencialmente gracia, un regalo de trascendencia, es decir, creación. Por eso, siempre que queremos imponerla o la manipulamos, deja de ser paz infinita, para convertirse en un momento particular del orden del sistema.
(2) En este mundo de violencia, la paz es un regalo de las víctimas y no puede fundarse en el poder que algunos utilizan para imponerse, según los intereses del sistema. Una paz que se consigue con armas no es paz, sino dictadura de los triunfadores; un orden que se logra sometiendo y acallando con violencia a los posibles disidentes no es signo de Dios, sino imposición del sistema. La paz no se impone ni negocia, sino que brota allí donde hoy hombres y mujeres que perdonan, gratuitamente; por eso decimos que ella sólo puede ser un regalo de las víctimas.
(3) La paz sólo es posible como natalidad, es decir, allí donde los hombres y mujeres no están fijados por el pasado de lo que han sido, sino que pueden crear un orden nuevo de existencia. Cada hombre que nace (cada hijo) es portador de la paz de Dios, como han sabido judaísmo y cristianismo (cf. Is 7, 14 y Mt 1, 23). (4). En otro sentido, la paz está vinculada a la mortalidad, es decir, a la capacidad de morir a favor de los demás, invirtiendo y superando el signo del chivo emisario de Lev 16. Si unos no pudieran morir (sacrificarse) a favor de los otros no podría haber paz.
Eirene, la paz cristiana
La paz, en el cristianismo, sigue en la misma línea de la paz judía, aunque con una novedad: los cristianos creen que Jesús ha explorado y recorrido el camino israelita de la paz, proponiéndolo ya, de un modo directo para todas las naciones. Es aquí donde se ha mantenido y se sigue manteniendo, de algún modo, la relación y diferencia entre la paz judía y la cristiana.
Los judíos afirman que, de hecho, Jesús no ha traído la paz mesiánica, aunque puede ser un buen iniciador en ese camino. No ha traído la paz, porque sigue habiendo enfermedades e injusticias y porque, sobre todo, los cristianos (que se llaman hombres de paz) han utilizado pronto la guerra no solo en la lucha de unos estados contra otros, sino como medio de oponerse a los judíos (de perseguirlos) y de imponer su religión por fuerza.
Los cristianos responden que, a pesar de sus errores, el cristianismo es religión de paz, pues Jesús vino a cumplir la esperanza profética y mesiánica de Israel. Lo que pasa es que algunos cristianos han respondido y dicho que la paz cristiana es del corazón (paz espiritual, interior, religiosa), mientras que la paz judía era exterior (material). Evidentemente, esta respuesta no nos convence del todo a muchos otros cristianos, pues pensamos que la paz de Jesús tiene que ser “israelita”, siendo universal, interior y exterior.
- Punto de partida.El cristianismo es en principio pacifista y toda guerra santa es contraria a su verdad y a su historia más antigua: quien cree en Jesús no puede expandir la fe por fuerza, pues la fuerza militar es negación de fe cristiana. Por eso, tenemos que añadir que la iglesia cristiana es una comunidad de creyentes que se unen y expanden a través de la palabra, sin emplear medios de guerra o lucha fratricida. Por eso se configura como iglesia pacífica, no como estado o pueblo (comunidad civil). Sin embargo, muchas veces, los cristianos han tomado el poder y han apelado a la violencia para mantenerlo y defenderse. Entre los gestos distintivos de la paz cristiana podrían citarse los siguientes:
- Es la paz de Jesús,es decir, una paz de tipo judío, asumida y desplegada por un pretendiente mesiánico, llamado Jesús de Galilea, que subió a Jerusalén, de un modo pacífico, para anunciar y proponer la llegada de la paz final de los profetas. Las autoridades del lugar (sacerdotes del templo, soldados de Roma) le mataron, porque no querían aceptar su proyecto mesiánico, que les parecía peligroso. Éstos eran algunos de sus rasgos principales: (1) Ofrecer ayuda a los más pobres, excluidos de los proyectos sociales de aquel tiempo. (2) Promover y extender un proyecto de perdón universal, empezando por los más pequeños que perdonan a los grandes. (3) Amar al enemigo y no responder a su violencia con violencia. Estos rasgos conforman el programa de paz de Jesús, asesinado precisamente por promoverlos.
- Los discípulos de Jesúscreyeron que su muerte había sido precisamente la prueba de la verdad de su proyecto de paz y así empezaron a crear comunidades “mesiánicas”, es decir, comunidades que creían que había llegado la paz escatológica, anunciada por los profetas y que se comprometían a extenderla por el mundo, no sólo con su vida, sino con su mensaje. De un modo consecuente, los primeros cristianos renunciaron a defenderse con violencia ante lo ataques de otros grupos sociales y, llegado el momento culminante del sitio de Jerusalén (67-70 d. C.), no apoyaron la defensa armada, sino que decidieron desertar, pues pensaban que había otros caminos de extensión del mensaje y del proyecto de Jesús (cf. Mc 13, 14). Pero esta renuncia a la defensa armada de Jerusalén no fue exclusiva de los cristianos, sino que hubo otros grupos judíos (los más significativos para el rabinismo posterior) que renunciaron también a la lucha armada contra Roma, como muestra el ejemplo de Yohanan Ben Zakai, de quien se dice que escapó de la Jerusalén sitiada haciéndose el muerto, en un ataúd.
- El saludo cristiano es “que la paz sea contigo (con vosotros),y de esa forma mantiene el Shalom judío. Así pide Jesús a sus discípulos que saluden cuando van de camino, ofreciendo evangelio, es decir, paz (cf. Lc 10, 5). Así quiere Jesús que sus discípulos tengan siempre paz, una paz que se conserva, no se pierde (cf. Mc 9, 50). De todas formas, los cristianos han “inventado” un saludo característico, uniendo la paz israelita con la “gracia” helenista, pero entendida en forma cristiana, es decir, en claves de gratuidad amorosa. Así saludan “que la gracia y la paz…” (cf. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 3; 2 Cor 1, 2; Gal 1, 3 etc). Ésta es la paz que brota de la gracia, la paz del amor que tiene que extenderse en todo el mundo.
- Bienaventuranza. En este contexto se entiende, por citar sólo un caso, la bienaventuranza de los constructores de paz (Mt 5, 9). Otros grupos podían tener sus propios bienaventurados: guerreros de Dios que conquistan un reino (celotas), buenos sacerdotes con su ritual de sacrificios, cumplidores de la ley… (en línea farisea). Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres son capaces de “hacer” (poiein) la paz del Reino, regalando generosamente la vida a los demás. De los pobres de la primera a los pacificadores de la séptima bienaventuranza discurre así un camino especial, la Via Pacis de la plenitud mesiánica, que se opone no sólo a otras formas particulares de judaísmo, sino al ideal de victoria del imperio romano. Aquí culmina el mensaje de Jesús, aquí se condensa su proyecto, centrado en el surgimiento de unos hombres y mujeres que sean hacedores de paz (eirenopoioi), término que, como es costumbre, hemos traducido por constructores de paz. Estos hacedores de paz de Mt 5, 9 son los “portadores” de la victoria de Jesús, que no es victoria contra nadie, ni imposición sobre ninguno (como en el imperio romano), sino victoria de la paz para todos, empezando por los pobres, los hambrientos, los mansos.
- Aplicación actual. Jesús había propuesto un mesianismo des-armado, que culmina y se expresa en su muerte y en la pascua de su iglesia. De esa forma ha rechazado la violencia militar, con la toma de poder, y así ha subido a Jerusalén sin armas, ni de Dios ni de los hombres. Pues bien, en contra de la dinámica central del evangelio, las sociedades cristianas de la Edad Media y Moderna han vuelto a sacralizar de alguna forma el ejército y la guerra, poniéndola al servicio de la fe (cruzadas) o de la seguridad nacional (estados absolutos del siglo XVI-XX), en un proceso que ha llevado al surgimiento del ejército imperial (de USA y sus aliados), que dice estar dispuesto a defender la democracia y la libertad “cristiana” (incluso judeo-cristiana), pero que de hecho sirve para la defensa de los intereses del capitalismo y de algunos estados.
- Insistir en la no-violencia. Ha llegado el momento de volver a la no-violencia radical del evangelio. Para eso, hay que empezar creando una cultura de paz, donde el ejército no sea necesario. Externamente, la solución no sería muy difícil, como supo ya Kant, hace más de dos siglos, al anunciar el surgimiento de un Estado Mundial, al servicio de los intercambios económicos, en todo el mundo. En esa línea, los ejércitos nacionales quedarías asumidos en el ejército mundial que, al fin, debería también licenciarse, por falta de enemigos exteriores.
Se necesitaría sólo un cuerpo de policía al servicio de la seguridad en todo el mundo. Ciertamente, éste será un cambio y proceso arriesgado, pues si no se realiza con sabiduría (con el surgimiento de una cultura ciudadana de paz), la misma policía podría convertirse en principio y signo de nueva dictadura. Por eso, el cambio verdadero no puede venir de los estados (o de un posible Estado mundial), sino de los ciudadanos (y de un modo especial de los cristianos) que deben asumir una estrategia de no-violencia activa. En esa línea, los cristianos deben asumir la praxis de Jesús y subir a Jerusalén (buscar la plenitud del Reino), sin armas militares.
En un momento dado, como partidarios de una no-violencia activa, los cristianos deben declararse insumisos, desertores de las instituciones militares, no por miedo, ni para abandonar su defensa en manos de soldados profesionales (¡que lucharían en su lugar!), sino porque quieren renunciar a la defensa armada, con sus tácticas y medios de violencia. Se trata de volver a la estrategia de los grandes profetas de Israel que, desde el siglo VIII a. de C., exigieron la ruptura de los pactos militares y el abandono de la defensa armada de Jerusalén, poniéndose en manos de Dios, asumiendo un tipo de creatividad más alta, en línea de paz. Ésta es una decisión que las iglesias deben re-tomar inmediatamente, hoy mismo (año 2008), renunciando no sólo a la defensa armada, sino a las tácticas de guerra, vinculadas al ejército (capellanías militares etc), para asumir el compromiso de Jesús y sus primeros seguidores.
La paz es el dogma y tarea primaria de la Iglesia cristiana.Ciertamente, en un plano político y social seguirán siendo necesarios los ejércitos, por un tiempo. Pero, al final, ellos deben “licenciarse”, como quería ya Is 2, 2-4. No se trata de poner el ejército al servicio de la paz, como los Cascos Azules de la ONU (cosa que puede valer en un momento, pero que, al final acaba siendo ineficaz e insuficiente), sino de abandonar la estrategia de las armas y de las instituciones militares, vinculadas al sacrificio, esclavitud y cautiverio de una gran del mundo, iniciando desde ahora, formas de convivencia no-militarizas. Es aquí donde se encuentra la mayor dificultad y la mayor promesa del evangelio.
Éste es el “dogma” fundante de la Iglesia, un dogma “práctico”, de no violencia mesiánica, al servicio de la vida, en seguimiento de Jesús, como gesto de amor activo, a favor de los demás. En este campo se decide el futuro del cristianismo (y de la humanidad). Si las propuestas no resultan aquí claras y las exigencias cristianas no son radicales, en línea de paz, todo el edificio cristiano terminará diluyéndose en hermosas palabras, sin eficacia alguna.
Sólo puede ser de verdad cristiano el que renuncia a conquistar y defender su vida (la vida) por la guerra: el que inicia y recorre el camino que lleva hacia Jerusalén (la nueva humanidad mesiánica) con Jesús (como Jesús), con las manos abiertas, sin armas ni opresiones, asumiendo así el camino de los primeros cristianos. Así quiso decirlo el Vaticano II,Gaudium et Spes 77-90, trazando un hermoso ideario de paz, en diálogo con la situación política y social de su tiempo. Éstas son sus palabras centrales:
«La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo…Por lo cual, se llama insistentemente la atención de todos los cristianos para que, viviendo con sinceridad en la caridad (Ef 4,15), se unan con los hombres realmente pacíficos para implorar y establecer la paz. Movidos por el mismo Espíritu, no podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible, sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad…
En la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia hasta la realización de aquella palabra: «De sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas hoces. Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra» (Is 2,4) (Gaudium et Spes 78).
Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivo de conciencia y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra forma» (Gaudium et Spes 79).