El primer sacramento es la comida

He venido tratando estos días de los sacramentos de la vida, relacionados con los sacramentos del culto, a partir de un texto de O. Fortín. Los que hayan seguido mi blog, saben que, a mi juicio, el primer sacramento (em perspectiva de amor) es la comida compartida. Dediqué a ese tema um libro titulado Fiesta del pan, fiesta del vino. Mesa común y eucaristia (Verbo Divino, Estella 2004). En ese contexto quiero acabar, por ahora, esta serie con una pequeña reflexión sobre las comidas sagradas, en el judaísmo y cristianismo (con un excursus sobre el Islam). Acaba esta serie, pero sigue el tema... centrado sobre todo en las siete virtudes sacramentales que propone O. Fortín. Tenemos que seguir pensando sobre.



1. Judaísmo



1. Principio. Comida y sacrificios. Casi todas las culturas y religiones antiguas han dado un carácter sagrado a la comida y bebida. Tanto en Mesopotamia como en Ugarit, hombres y dioses compartían una misma comida (el sacrificio). Algunas veces se ha dicho que los hombres alimentan a Dios; otras veces se dice que los dioses alimentan a los hombres; otras, en fin, que hombres y dioses comparten un mismo alimento: viven matando, es decir, alimentándose de vida. Sea como fuere, babilonios (cf. Dan 14, 2ss), asirios y otros pueblos del entorno bíblico (y de países más lejanos, como en la India o el México antiguo) han creído que la divinidad estaba vinculada al alimento (debía comer y beber para mantenerse).



La misma Biblia ha conservado un recuerdo de la comida/bebida sagrada, como muestran las palabras de la viña en el apólogo de Jotán: «¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres?» (Jc 9,13). El vino sacia no sólo a los hombres, sino también a los dioses. Una visión semejante aparece en la ofrenda que elevan a Dios algunos personajes como Gedeón (Jc 6,17-24) o los padres de Sansón (Jc 13,15-23.26), que “alimentan” a Dios. En esa línea se sitúan textos como los Ez 44, 7 y Lev 3, 11, que hablan del alimento de Yahvé (de manjares consumidos por Yahvé), y, sobre todo, los rituales de los “sacrificios de comunión”, en los cuales se coloca en el altar lo destinado a Yahvé –sangre, vísceras, riñones –, mientras el resto de la carne se destina a los mismos oferentes. Estas comidas de tipo sacrificial servían para intensificar la relación de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, como destaca el Deuteronomío: «Iréis a visitar la morada de Yahvé, al lugar que el Yahvé, vuestro Dios, elija en una de sus tribus, para poner allí su nombre. Allí ofreceréis vuestros holocaustos y sacrificios, los diezmos… y ofrendas voluntarias y los primogénitos de vuestras reses y ovejas. Allí comeréis, vosotros y vuestras familias, en presencia Yahvé, vuestro Dios» (Dt 12, 5-7).



También el sacrificio de alianza implicaba una comida. «Entonces Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor; madrugó y levantó un altar a la falda del monte y doce estelas por las doce tribus de Israel. Mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer los holocaustos y novillos como sacrificio de comunión para el Señor» (Ex 24, 4-5). El texto sigue diciendo que «Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel subieron al monte y vieron al Dios de Israel: bajo los pies tenía una especie de pavimento de zafiro, como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, que pudieron contemplar a Dios, y después comieron y bebieron» (Ex 24,9-11). Los fieles comen y beben ante Dios, participando así del mismo sacrificio, de la carne ofrecida a la divinidad.





2. Comidas puras e impuras. Al principio, según la Biblia Hebrea, todos los alimentos eran puros (Gen 1-2). Pero después, tanto el relato del diluvio (Gen 7, 2.8; 8, 20) como las leyes alimenticias de Lev 11, 1-47 y Dt 14, 1-21 distinguen entre animales puros e impuros (que no pueden comerse, porque manchan). Tienden a ser puros los animales que “responden a una regla” (son de una especie clara y definida, conforma a la visión de aquel tiempo); impuros aquellos que parecen mezclados, como si fueran una anomalía de la naturaleza (mezcla de pájaro y pez, de mamífero o reptil…): «Podréis comer cualquier animal que tiene pezuñas partidas, hendidas en mitades, y que rumia. Pero… no comeréis el camello, porque rumia pero no tiene la pezuña partida, será para vosotros inmundo. El conejo, porque rumia pero no tiene la pezuña partida, será para vosotros inmundo… El cerdo, porque tiene las pezuñas partidas, hendidas en mitades, pero no rumia, será para vosotros inmundo. De todos los animales acuáticos podréis comer éstos: todos los que tienen aletas y escamas, tanto de las aguas del mar como de los ríos. Pero todos los que no tienen aletas ni escamas, tanto en el mar como en los ríos…serán para vosotros detestables» (Lev 11, 3-9).



De todas maneras, la división de los animales comestibles y no comestibles no responde a motivos lógicos, sino simbólicos y religiosos que hoy nos resultan difíciles de precisar. El más importante de los animales impuros es el cerdo, quizá por haber sido sacrificado a los dioses. Entre las normas alimenticias destaca también aquella que dice: “No guisarás el cabrito en la leche de su madre” (Dt 14, 17). Posiblemente, esa ley tuvo en el principio un sentido cúltico: Quiso impedir que se ofrecieran a la Diosa Madre (rechazada en Israel, sacrificios de cabrito cocido en la leche de la madre). Pero se olvidó ese origen y la prohibición siguió, de tal forma que ella sigue marcando la vida de los judíos observantes, que no mezclan en una comida alimentos de carne y de leche. Siguiendo en esa línea, las normas sobre alimentos puros (kosher) e impuros han venido a extenderse y aplicarse a todos los campos de la vida humana, de manera que han constituido uno de los elementos distintivos del judaísmo, desde el tiempo de Jesús (cf. Mc 7, 1-23) hasta nuestro tiempo. Todavía hoy, quizá el signo más claro que distingue a los judíos observantes es el cumplimiento de las normas de comida pura (kosher), de la carne rectamente sangrada y el uso de vajillas distintas para la carne y la leche.




En ese contexto, recibe una importancia esencial el tema de la sangre. Según el Génesis, los hombres del principio eran vegetarianos: domesticaban animales, pero no los comían (cf. Gen 1, 28-30 y 2, 19-22). Tras el diluvio, ellos comienzan a comer carne de animales, pero tienen que evitar cuidadosamente la sangre: «Vuestro miedo y terror se impondrá sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos... Todo lo que se mueve y vive, os servirá de alimento; yo os lo concedo, lo mismo que las legumbres y plantas verdes. Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis... El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gen 9, 2-6). Ésta “ley de la sangre sagrada” (¡la sangre es el alma/vida y pertenece a Dios! Lev 17, 11.14; Dt 12, 23) constituye uno de los elementos básicos de la identidad israelita. Puede comerse la carne de animales, pero no su sangre. Por eso, la carne debe estar totalmente desangrada, de manera que sólo se puede comprar en carnicerías judías o si lleva una marca que certifica su pureza (por ejemplo, una “u” encerrada en un círculo). Lo mismo sucede con el vino, que en otro tiempo podía emplearse para sacrificios de los dioses; por eso, hoy los judíos ortodoxos sólo siguen bebiendo vino kosher (elaborado según normas legales de pureza).




2. Cristianismo.



Partiendo del ejemplo de Jesús, el cristianismo ha superado la ley alimenticia del judaísmo, “declarando puros todos los alimentos” en cuanto tales (Mc 7, 19). Pues bien, en esa línea, después de haber purificado todos los alimentos, a partir de las comidas de Jesús con sus discípulos y del recuerdo de su última cena de Jesús (→ eucaristía), los cristianos han dado un carácter sagrado al pan y al vino compartido de la Cena del Señor. En ese contexto, el cristianismo, que por un lado supone la máxima desacralización en el plano de las comidas, implica por otro la mayor sacralización.



El Jesús de Marcos se opone, según eso, a la ley de las comidas puras del judaísmo fariseo: «Jesús les dijo: ¿No sabéis que nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo, puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar a la letrina? De esa manera, él declaraba que todos los alimentos eran puros. Y añadió: lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, las fornicaciones...» (Mc 7, 18-21). Así lo ha entendido Pablo que, en su controversia con los judeo-cristianos, ha declarado que en principio (a no ser por causa de escándalo) pueden comerse todos los alimentos, inclusos las carnes sacrificadas a los dioses, pues los dioses no existen y las criaturas de Dios son todas buenas, tanto los vegetales como los animales, tanto unos animales como otros (incluso el cerdo), tanto la carne con la sangre (cf. 1 Cor 8, 1-13), a pesar de que en principio un tipo de ley judeo-cristiana había prohibido comer sangre y carne mal sangrada, para favorecer así la comunión entre cristianos de origen judío y gentil; cf. Hech 15, 20)




Todas las comidas son para los cristianos igualmente profanas y lo hombres pueden comer y beber de ellas, siempre que lo hagan con caridad y justicia. En ese último sentido se pueden entender la gran prohibición de Ap 2, 14.20: no se pueden comer “idolocitos”, ni cometer porneia (es decir, “fornicar” con los ídolos). Tanto los idolocitos como la porneía deberían entenderse en sentido político y social: los verdaderos cristianos no pueden “tomar” comida injusta, vinculándose a un sistema político y social que se edifica y vive a costa de los pobres. La comida impura sería, según eso, la comida injusta: alimentarse de la “carne y de la sangre” de los pobres.



El tema de la comida nos sitúa de esa forma en el campo de la “justicia” y de la comunicación económica y familiar entre los hombres. En ese sentido, el mismo Pablo ha podido decir que la verdad del evangelio se identifica con la “comida compartida”, es decir, con la posibilidad de que coman juntos judíos y gentiles, ricos y pobres, convirtiendo así el pan en vínculo de comunión (cf. Gal 2, 5.14). En esa misma línea se sitúa el tema de la eucaristía cristiana. Todos los alimentos son profanos, siendo puros. Pero hay algunos especiales que, tomados en común, con la bendición de Jesús (desde los pobres) pueden convertirse en signo del mismo evangelio.



a) El rito es comer juntos... Compartir el pan real, el pan y vino de cada día... pero en un contexto especial, de recuerdo de Jesús.



Todo lo que Jesús ha hecho y ha dicho se visibiliza de esa forma en la comida, que es conversación (es comida dialogada) y el recuerdo (es comida en la que puede y debe hacerse memoria de Jesús, Mesías del Pan Compartido).



Por eso, la liturgia de la pura Palabra (siendo muy importante, siendo esencial), cerrada en sí misma termina siendo insuficiente. No basta escuchar, no basta hablar... Es necesario comer juntos, compartiendo el deseo de la vida



El pan compartido es signo de muerte para dar vida: en Jesús (con él) nos volvemos alimento para los demás... Frente a la tendencia normal de convertir a los demás en alimento para nosotros (ésta es la esencia de cierto capitalismo) está el milagro de Jesús que ha sido convertir su vida en alimento de vida y esperanza para los hombres.



La eucaristía es presencia de Jesús... siendo presencia del Reino de Dios, es decir, de la nueva humanidad: presencia de unos hermanos en otros, a través del signo supremo y más simple, que es la comida... En este contexto puede ser importante la música sacra... y otros signos... pero lo que importa de verdad es el pan "real" compartido, celebrado.



b. ¿Se puede adorar el pan? Culto eucarístico. Sentido positivo.



El pan y el vino consagrados han venido a convertirse en “alimento sagrado”. En esa línea, de un modo consecuente, los católicos han colocado en sus “sagrarios” (lugares especiales de presencia de Dios) el pan consagrado, para veneración de los fieles y para que ellos puedan recibir la comunión (tomar el pan consagrado).



Lógicamente, el lugar de referencia de las “iglesias católicas modernas" (sobre todo tras la "reforma" protestante, en cuanto lugares de culto, no es ya el armario especial donde están los libros de la Torah (judaísmo), ni el mirhab que marca la dirección sagrada (alquibla) del Islam, sino el sagrario donde se contiene la Eucaristía o comida bendecida.



En ese contexto se han elevado muchas iglesias modernas "sobre el pan consagrado", como grandes "sagrarios", para la adoración eucarística



c. El riesgo de un culto eucarístico separado de la Palabra, de la Comunión y de la vida.



La tendencia "protestante" ha protestado con razón en contra de un culto eucarístico separado de la comida real en recuerdo de Jesús... y separado de la Palabra. Es bueno escuchar y aceptar esa protesta.



Pero cierto tipo de protesta protestante ha podido... olvidar el valor del pan compartido, de la celebración real de la comida... convirtiendo el cristianismo en pura escucha individual de la palabra.



Por eso es importante redescubrir y cultivar juntos la Palabra y el Sacramento del Pan compartido, dentro de un mundo que se divide y separa en torno al pan.



Apéndice 3. Islam. Una pequeña lección histórica



((me ha parecido importante añadir un par de páginas sobre la visión del Islam sobre las comidas. La presento como apéndice. Si los lectores quieren podemos detenernos otro día en ella)





1. Vino, sangre, cerdo y carroña



El Corán prohíbe el consumo de vino, sangre, carne de cerdo y al-mayyita. Al-mayyita es literalmente “la muerta”, esto es, la carroña.

Un hadiz dice que “toda sustancia embriagante es vino y todo vino está prohibido”. Sin embargo, la escuela jurídica hanafí al principio permitía el consumo moderado de bebidas embriagantes que no fueran el vino.

Respecto a si las sustancias de efectos más o menos similares al vino están permitidas o no, en general la jurisprudencia islámica ha considerado las “drogas blandas” del tipo del cannabis como makrûh (detestable) y no como harâm (prohibido). Parte de los juristas musulmanes rechazan el tabaco, pero las razones de esta prohibición pueden tener más que ver con el rechazo a una innovación detestable que con una equiparación completa entre el alcohol y el tabaco.

El islam comparte con el judaísmo el tabú sobre la carne de cerdo. El origen del tabú contra la carne de cerdo por estas religiones podría tener su origen en que el cerdo es un animal de regiones boscosas y húmedas, condiciones ambientales opuestas a las de Arabia y de gran parte de Oriente Medio, por lo que sería un despilfarro la cría de cerdos. Aunque esta cuestión ha hecho verter ríos de tinta. Hay unos que hablan de las enfermedades que transmite la carne de cerdo, mientras que otros esgrimen el hadiz que habla de una generación de seres humanos que fue convertida en cerdos. En este segundo caso, se trataría de evitar una especie peculiar de antropofagia. Por la misma razón que está prohibida la carne de mono.



2. El modo de sacrificar a los animales



La carne de los animales no degollados según las prescripciones islámicas se equipara a la carroña y un musulmán no la debe comer. El animal debe ser degollado del modo que sufra menos y debe hacerse una invocación a Dios. Si es carne de caza, el cazador antes de disparar la flecha o la bala ha tenido que pronunciar la bâsmala (decir en árabe “en el nombre de Dios”), si no lo hace, no será lícito comer la carne del animal cazado.

La mayoría de las escuelas jurídicas musulmanas aceptan el consumo de carne sacrificada por judíos y cristianos, especialmente la sacrificada por judíos, ya que las normas judías de sacrificio son todavía más estrictas que las musulmanas.

Las prohibiciones dietéticas musulmanas no son absolutas, pues en caso de extrema necesidad el musulmán no sólo puede sino que deber quebrantarlas. Si está en juego la supervivencia, el musulmán no sólo puede sino que debe alimentarse con alimentos prohibidos como la carne de cerdo, e igualmente, en caso de prescripción médica, una sustancia como el alcohol, pese a ser harâm se convierte en halâl (→permitido) e incluso obligatoria para el musulmán cuya salud dependa de ello. Todo esto siguiendo la máxima coránica que dice que Dios ha querido hacer las cosas fáciles y no difíciles.



3. Carnes y pescados



Al contrario que para los judíos, para los musulmanes es lícita la carne de camello. Posiblemente para los antiguos israelitas los camellos eran escasos y no resultaba rentable el sacrificarlos; en cambio, para los árabes un tabú sobre la carne de camello habría sido demasiado oneroso: los camellos eran abundantes y en determinadas circunstacias sacrificarlos y comerlos era una necesidad vital. El islam no tiene tantas prohibiciones dietéticas como el judaísmo. El Corán afirma que Dios prohibió a los judíos muchos alimentos excelentes que en principio les eran lícitos como castigo por su mal comportamiento.

Los hadices prohiben comer la carne de elefante.

Hay siete órganos del ganado bovino sacrificado que están prohibidos: el pene, la vulva, los testículos, la molleja, la vesícula biliar, la vejiga y naturalmente la sangre.

La carne de caballo es mubâh (permisible) para las escuelas jurídicas shâfi´í y hanbalí, makrûh (detestable) según la mâlikí y makrûh tahrîmî (detestable y prohibido) en opinión de la hanafí.

La carne de asnos y mulos es ilícita para la mayoría de los musulmanes, pero lícita según la escuela mâlikí.

Es lícita la carne de caza, siempre que se haya pronunciado la → “bâsmala” (bi-smi-llâh, “en el nombre de Dios”), sin embargo está vedada la carne de fieras como el lobo, el tigre, el león, el oso, el perro y el guepardo. Las escuelas jurídicas discrepan sobre la licitud de la carne de animales como el zorro, el chacal, la hiena o el gato montés: la hanafí la tiene por ilícita y la shâfi´í por lícita.

La carne de serpiente, jerbo, salamanquesa, erizo, tortuga, ratón, rata, comadreja y lagarto unos la consideran harâm (prohibido) y otros simplemente makrûh (detestable). Es curioso este hecho, porque los árabes eran comedores de lagartos y uno de los insultos de los persas a los árabes era precisamente llamarlos “comedores de lagartos”.

La carne de las aves de rapiña se suele considerar ilícita, aunque los mâlikíes la tienen por lícita.

Los animales acuáticos son lícitos, pero algunas escuelas prohiben los animales acuáticos sin escamas, tal como los prohibe la ley judía. Los chiíes duodecimanos, como los judíos, se abstienen del pescado sin escamas. La explicación recurre a una historia prodigiosa. Se dice que en cierta ocasión las aguas del Éufrates amenazaron con inundar la ciudad de Cufa y el imâm ´Alî las hizo retroceder pidiendo ayuda a Dios y golpeando las aguas con su vara (paralelismo con Moisés haciendo separarse las aguas del mar Rojo). Las aguas, al retroceder, dejaron al descubierto a unos peces que habían quedado atrapados en el fondo; algunos de esos peces saludaron a ´Alî como comendador de los creyentes, pero otros no. ´Alî dijo que los peces que le habían saludado eran puros y podían ser comidos, mientras que los otros eran inmundos.



4. Alimentos recomendados



Por otra parte, lo mismo que existen alimentos prohibidos o desaconsejados, también hay alimentos especialmente recomendados por la tradición del Profeta, como la miel, los higos y los dátiles. El aceite de oliva también es muy alabado en la tradición musulmana.



(El tema del Islam está tomado de un trabajo de José F. Durán Velasco, para el DICCIONARIO DE LAS TRES RELIGIONES, que estamos preparando A. Aya y un servidor)










Volver arriba