"Hacer que la in- o re-matriculación de 'sus' bienes se realice 'al servicio de los pobres'" Inmatriculaciones, una oportunidad para la Iglesia
Hubo una "des-amortización" (des-matriculación) en tiempos de Mendizábal (1837- 1844) y parece que no estuvo bien hecha, ni en sentido político/social, ni religioso, ni económico.
Han pasado ya casi dos siglos, y estamos ante un nuevo tipo de des- o re-amortización (2021) y estoy convencido de que éste puede ser un tiempo bueno para que la iglesia agarre este toro por los cuernos y vuelva a la raíz del evangelio, haciendo que la in- o re-matriculación de "sus" bienes, se realice "al servicio de los pobres", según el evangelio.
Hay muchos que critican (¿criticamos?) esta in-matriculación por motivos poco claros (quizá por justicia, pero también por resentimiento o envidia...). Pero creo que ha llegado el tiempo de que la iglesia en su conjunto retome el evangelio y ponga con claridad sus bienes al servicio de todos, y en especial de los pobres (hambrientos, extranjeros, enfermos, encarcelados), que son sus propietarios (en un plano de gratuidad y comunión, no de posesión capitalista).
No se trata de una imposición del Estado, sino que ha de ser una "opción" y movimiento de la iglesia. Ha llegado el momento de que cumpla el evangelio "sin glosa", como decía el primer Francisco, ofreciendo sus bienes a los pobres, y no sólo de un modo externo, como algo que se les regala desde arriba, sino sino por solidaridad de evangelio, de forma que ellos (los pobres) sean los verdaderos propietarios y destinatarios de esos bienes, superando así una dinámica de poder económico, al servicio de los privilegiados de siempre.
Hay muchos que critican (¿criticamos?) esta in-matriculación por motivos poco claros (quizá por justicia, pero también por resentimiento o envidia...). Pero creo que ha llegado el tiempo de que la iglesia en su conjunto retome el evangelio y ponga con claridad sus bienes al servicio de todos, y en especial de los pobres (hambrientos, extranjeros, enfermos, encarcelados), que son sus propietarios (en un plano de gratuidad y comunión, no de posesión capitalista).
No se trata de una imposición del Estado, sino que ha de ser una "opción" y movimiento de la iglesia. Ha llegado el momento de que cumpla el evangelio "sin glosa", como decía el primer Francisco, ofreciendo sus bienes a los pobres, y no sólo de un modo externo, como algo que se les regala desde arriba, sino sino por solidaridad de evangelio, de forma que ellos (los pobres) sean los verdaderos propietarios y destinatarios de esos bienes, superando así una dinámica de poder económico, al servicio de los privilegiados de siempre.
He dedicado al tema un trabajo sobre Dios y el dinero con un comentario de conjunto sobre el evangelio de Marcos, y en esa línea retomo aquí algunas de de esas reflexiones. Doy por conocidos los textos básicos del evangelio de Marcos, y resumo el contenido de un pasaje significativo de Mateo y otro de Lucas. Ellos no resuelven la forma en que deben concretarse, aplicarse los aspectos más externos de las inmatriculaciones de la Iglesia, pero nos permiten situarlas y aplicarlas en clave de evangelio.
Por eso he dicho y sigo diciendo que las "inmatriculaciones" son una ocasión de oro para la Iglesia, si ella quiere (si queremos) que sus (nuestros) bienes sean verdaderamente de los pobres, esto es, bienes de gracia y comunión para que todos puedan (podamos) compartir aquello que somos y tenemos, no en forma de propiedad egoísta (de algunos), sino de radical desprendimiento y enriquecimiento compartido.
Un tesoro que nunca se agota (Lc 12, 33-34)
Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos unos bolsos que no se vuelvan viejos, un tesoro en el cielo que nunca se agote, donde no puedan acercarse los ladrones, ni pueda roerlos la polilla. Porque allí donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón (Lc 12, 33-34).
El primer tesoro de los judíos había sido la tierra, entendida como don de Dios, como especia madre o cuerpo de los hombres, no una cosa externa, que se compra y vende, sino parte esencial de la propia vida. Pero, en aquel tiempo los más ricos de Israel y Roma seestaban apoderando de las propiedades de los pobres, convirtiendo la tierra de Dios (de todos) en mercado al servicio del Imperio lejano y de los terratenientes y administradores indígenas cortesanos de Herodes Antipas).
En ese contexto debemos entender la visión del tesoro que tenía Jesús, pues él alzó su palabra, como un revolucionario campesino, sin violencia militar (no fue líder bandolero o militar), pero de forma profética, provocativa, intensa, a fin de que todos pudieran regalar y compartir el tesoro de la vida, los bienes de los pobres (es decir, de todos).
Fue líder radical, desde los más pobres, y no quiso transformar la economía desde arriba, controlando los mercados imperiales, ni siquiera en Galilea, ni empezar organizando de un modo directo unos modelos de trabajo y propiedad (como las federaciones agrícolas del principio de la historia de Israel), sino que hizo algo anterior y más profundo: empezó ofreciendo dignidad a los campesinos expulsados de su tierra,enriqueciendo y trasformando la vida de los galileos en su misma humanidad, desde los pobres.
Así inició Jesús su movimiento, abriendo un camino de vida en riqueza común para los marginados pobres, pero no como un don que él iba a ofrecer desde arriba, desde fuera, sino a partir de ellos mismos, de manera que fueran los pobres los que cambiaran (liberaran) a los ricos y crearan de esa forma un mundo, una sociedad de bienes compartidos, en gratuidad, como don de Dios.
Sin ese descubrimiento práctico de los pobres, expulsados y negados del orden económico, que debían ser (y son) hijos privilegiados de Dios, portadores de salud y/o conversión para los ricos, no puede hablarse del Reino.
Este pasaje (Lc 12, 33-34) retoma así el gran mandato de Mc 10, 21 par, donde Jesús habla de venderlo todo y darlo a los pobres (aquí dar en limosna). Pero no se trata de venderlo todo y que nadie tenga nada, sino de vender para ayudar a otros (es decir, para compartir como limosna). De esa forma, el vender y dar se interpreta como atesorar, en el doble sentido de la palabra
‒ Lo que se vende y se da a los pobres se atesora en unballantion o bolsa de cielo. En sentido extenso se podría hablar de una “cartera” de valores o de un banco en que se ingresa aquello que se vende y se da a los pobres. Pero Jesús no habla de invertir en una bolsa de comercio de dinero (al servicio del mismo dinero de los ricos), sino en una cartera o banco al servicio de la vida de todos, no para amontonar (como el agricultor tonto de la parábola anterior), sino para regalar y compartir. Se trata, pues, de superar un tipo de economía particular, al servicio de sí misma, sabiendo que el hombre sólo “posee” de verdad aquello que no posee, sino que da (que comparte con los pobres), compartiendo así el amor de esos pobres.
‒ Ésa es una bolsa o cartera de dinero (anti-dinero) en el reino de los cielos, pero no fuera, sino en este ese mismo mundo, en la línea de un Dios que da todo, no atesora nada (se vacía a sí mismo, como dice Flp 2, 6-11). No se trata, pues, de atesorar para “el más allá” (tesoros amontonados en un tipo de banco celeste, para después de esta vida, olvidándose de lo que pasa aquí), sino de atesorar aquí, en este mismo mundo, para los pobres concretos que nos rodean, pues su amor y su vida es nuestro mayor tesoro. Se trata de atesorar de otra manera, obteniendo el ciento por uno al darlo y compartirlo
El texto concluye diciendo que allí donde está vuestro tesoro estará también vuestro corazón. Como buen judío, Jesús quiere un tesoro en la misma tierra transformada, como cielo en el mundo, pues él fue un revolucionario campesino, no para tener más, sino para darlo y compartirlo gratuitamente todo. No quiso controlar los mercados imperiales o reales (ni el “tesoro” del templo). Tampoco quiso empezar organizando trabajos productivos para tener más, sino que hizo algo anterior y más profundo: Empezó ofreciendo dignidad a los campesinos expulsados o esclavizados en su tierra.
De esa forma inició Jesús un movimiento de vida, desde los marginados del nuevo [des-]orden económico de Galilea (y luego de Jerusalén), empobrecidos por la estructura de poder de las ciudades que imponían su dominio (ley comercial y social) sobre los pobres del campo, iniciando un proyecto y camino de gratuidad, desde esta misma tierra. No condenó a los propietarios (no quiso matarles), pero no inició con ellos su proyecto de Reino, sino con los itinerantes pobres (que van y vienen, sin suelo fijo y casa), enfrentándose con un tipo de hombres que querían conseguirlo todo (comprar las tierras, controlar los poderes, amontonar los bienes), para tener de esa manera un tesoro en este mundo, al servicio de sus propios intereses, es decir, de su “capital”.
Mt 6, 19-21. Donde está tu tesoro está también tu corazón
Eran tiempos de nueva economía: los capitales se estaban juntando en unas pocas manos, las tierras pasaban a unos pocos propietarios, surgía por doquier una nueva concepción mercantil de la riqueza, parecida a cierto capitalismo moderno. Había que atesorar, para producir, para tener seguridades, para garantizar así el futuro… Esto es lo que dice Jesús, conforme a la versión de Mt 6, 19-21, que conserva, probablemente, un ritmo antiguo, con tres frases repetidas en paralelo (abc, abc) y una conclusión:
Frases negativas (falso tesoro: injusticia y violencia):
- No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra,
- donde la polilla y el orín corrompen,
- y donde los ladrones excavan y roban.
Frases positivas (buen tesoro: justicia, comunión):
- Más bien, acumulad para vosotros tesoros en el cielo,
- donde ni la polilla ni el óxido corrompen,
- y donde los ladrones no excavan ni roban.
Conclusión
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
El esquema es fácil de seguir, conforme al modelo del paralelismo, y ese argumento puede aplicarse bien a nuestra situación económica actual (año 2018), que ha de cambiar, con el fin de que el capital y el trabajo se pongan al servicio de los hombres, en especial de los más pobres. Hasta ahora, y de un modo especial en los últimos dos siglos, la economía dominante ha estado marcada por el dominio del capital y el mercado, que han impuesto su dictado desde arriba sobre el conjunto de los hombres y la tierra, al servicio del sistema.
Del único mundo (one world), que nos precedía y engendraba, con sus signos divinos, como madre providente, hemos pasado al único tesoro y mercado (one treasure and market), que nosotros mismos instauramos, comprando y vendiendo todo y dejándolo en manos del orín, la polilla y lo ladrones, esto es, de la violencia y de la muerte.
‒ Frases negativas. El tesoro de la tierra que se amontona al servicio de unos pocos, está sometido a la corrupción (devorado por la polilla y el orín) y a la violencia, pues las riquezas privadas excitan el deseo de ladrones. Jesús no dice nada sobre la “razón” de esos “ladrones”, si son justos o injustos, sino que los “tesoros” (escondidos en bancos, inversiones de bolsa o pozos bajo tierra) suscitan su deseo de tenerlos. Evidentemente, los dueños de tesoros buscarán policías o soldados para defenderlos, pero será inútil; vendrán siempre nuevos ladrones. Esa es para Jesús la ley de una riqueza particular, que suscita violencia y contra-violencia, definiendo nuestra realidad política y comercial, pues seguimos jugando al juego macabro de más capitales y mercados, policías, soldados y ladrones. Estamos al borde del colapso.
‒ Frases positivas. Jesús no habla de cosas que han de hacerse en un “cielo espiritual”, sino de una manera nueva de tener y compartir. Conforme a su dinámica (tanto en Lucas como en Mateo) atesorar para el cielo no es quemar los bienes o venderlos, sino darlos, compartirlos con los pobres, de manera que ellos sean signo y realidad de comunión. Atesorar para el cielo significa ganar amigos regalando aquello que tenemos (cf. Lc 16, 9), de manera que los bienes que así damos (=compartimos) forman un tesoro que no se pudre con orín, ni se consume con polilla, ni atrae la codicia de ladrones. No con más policía ni ejército, sino con más comunión era posible el cielo en la tierra, en aquellos años duros de neocapitalismo romano y ladrones que estaban surgiendo en Galilea.
‒ La conclusión resulta clara: El corazón del hombre está donde se encuentra su tesoro. En un caso, está en los bienes egoístas, defendidos con miedo de ladrones, de manera que en el fondo no se puede hablar de corazón, porque en su lugar solo hay dinero (tenido o deseado). En el otro, está en los bienes compartidos, en el amor mutuo de hermanos… Con este proyecto de corazón puesto en los pobres comenzó Jesús su transformación de reino.
Así fue la transformación general (universal) de Jes´s contra las leyes y normas del capital y del mercado, abandonando la Gran Ciudad de opresión (como piden de formas convergentes Mc 13, 14 y Ap 18, 4). No fue contra nadie, sino a favor de todos, desde los más pobres, en la línea de los itinerantes de Jesús, campesinos sin campo ni trabajo, que han de unirse para compartir una nueva solidaridad y comunicación, capaz de curar a los ricos. Sólo así podrá surgir una nueva economía mundial, que no sea de Imperio (capital, mercado), sino de todos los hombres y pueblos, empezando por los pobres.
En esa línea debemos pasar de una estructura piramidal y jerárquica del capital, que impone su único dictado, a una visión multipolar del trabajo (producción) y del mercado (distribución), donde cada uno reciba lo que necesita y ofrezca lo que pueda, en concordia universal (cf. Hech 2, 44-45), [1].
[1] En contra del capital/mercado de la actualidad ha de surgir un modelo de trabajos e intercambios múltiples, creando interconexiones gratuitas, al servicio de todos, de manera que, conforme a su variante etimológica, el mercado no será institución de compra/venta, sino espacio de comunicación gratuita (merced, mercy). El modelo actual de mercado único capital pone en riesgo la vida de los hombres y mujeres, sometiendo bajo su dictado a todos los pueblos y personas.
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